Él rió con suavidad.
– Hablas demasiado, ¿sabías eso?
Giró la cabeza y después le miró frunciendo el ceño. Quizás debería intentar su ceño cáete-muerto. Pero en realidad, estaba siendo amistoso y amable. Simplemente tenía que respirar. Tomó aire profundamente e hizo un intento:
– Se lo llevaré.
Sonrió por el esfuerzo de ella. El viento apareció y le sopló en la camisa. Miró hacia donde la casa Drake se asentaba sobre el acantilado por encima del océano.
– Hannah está arriba en el paseo del capitán. Todas sus hermanas están en sus respectivas lunas de miel por lo que ella está hoy de visita con sus padres. No he tenido un minuto libre para llevarle el paquete a Judith. Está en mi coche. ¿Puedes esperar un segundo?
Rikki sintió que sería más prudente no señalar que si no la hubiera detenido, podría haber tenido tiempo de dejar el misterioso paquete a Judith él mismo. Ya que no quería que cambiase de idea en lo de ponerle una multa de velocidad y como no le importaba hablar con Judith, mantuvo su boca firmemente cerrada.
Jonas regresó con un paquete muy pequeño y le dirigió una amplia sonrisa.
– Estas son todas esas pequeñas cosas que las mujeres guardan como recuerdos. Judith tuvo esta gran idea para un calidoscopio. Yo quería algo extraordinario para que Hannah se centre cuando dé a luz.
Rikki asintió. Tenía que decir algo. Ser difícil socialmente no significaba que fuera completamente inepta, y después de todo, ella representaba a Judith, no a sí misma. Mirando fijamente adelante, trató una pequeña sonrisa, esperando que él no pudiera decir que fuera forzada.
– Todo lo que Judith hace es extraordinario. Hará que sea especial.
La miró agradecido mientras palmeaba la puerta y luego la despidió con la mano. La mano de Rikki temblaba mientras giraba la llave. Había tenido suerte de que hubiera sido Jonas quien la había parado y reconocido. Y tenía que preguntar a Judith sobre los periodistas y sobre lo que Jonas le había contado. Realmente, debería leer más el periódico o al menos poner las noticias. Guardaba el diario durante una semana, sólo por si quería leerlo. Pero siempre era tan deprimente…
Abandonó la carretera principal para entrar al pueblo. Por regla general, los turistas venían de todas partes para ver la pequeña y pseudoartística población situada al borde del mar. Hoy estaba llena. Plagada. Su pulso inició un atronador latido que sentía dentro de la cabeza. Normalmente habría conducido directamente hacia los promontorios para sentarse y contemplar el océano desde lo alto, pero había prometido a Jonas entregar el paquete. Posiblemente ni había sobrepasado el límite de velocidad. Lo más probable era que él había echado un vistazo a la aglomeración de personas y salió corriendo con el rabo entre las piernas, esperando a un inocente desprevenido para que le hiciera el trabajo sucio.
Soltó un bufido de disgusto mientras encontraba la única plaza de parking disponible en el pueblo… a una buena distancia de la tienda de su hermana. Incluso el aparcamiento de la tienda de comestibles estaba lleno. Rikki miró calle abajo y cada uno de los espacios de aparcamiento estaba ocupado. La gente abarrotaba las aceras de madera. Intentar entrar en la cafetería local era imposible. Había una multitud de diez niveles de profundidad. Había estado pensando en una buena taza de café. Maldito Jonas Harrington. Posiblemente estaba en algún lado sonriendo satisfecho en este momento.
Se quedó sentada en la camioneta unos pocos minutos, reuniendo el coraje para abrirse paso a través de las atestadas aceras hacia la tienda de su hermana. A lo lejos, podía ver el azul del océano, y todo su ser añoró estar allí donde las olas crecían y coronaban, revolviéndose en exhibiciones bonitas y poderosas. Ella entendía el mar y las reglas de allí, desde la vida y la supervivencia a la muerte. Pero aquí… Miró alrededor suyo. Aquí era definitivamente el proverbial pez fuera del agua.
Bueno, tenía algo que hacer. Con resolución, Rikki empujó para abrir la puerta de la camioneta y puso los pies en la calle. Afuera en el mar, en la cubierta del Sea Gipsy, podía mantenerse sobre sus piernas, cabalgando las marejadas con un equilibrio perfecto, pero aquí, en tierra, el terreno irregular siempre la hacía sentirse patosa y torpe. Quizás fuese toda esa gente. Apenas podía respirar. No había forma de amortiguar el ruido. Se las había arreglado con mecanismos que había desarrollado a lo largo de los años. Contar sus pasos a veces ayudaba, pero nunca había visto Sea Haven tan lleno.
Siguió por la calle, caminando cerca de los parachoques de los autos aparcados para evitar las masas de la acera. Su temperatura subió y tuvo que enjugarse gotas de sudor de la cara. Continuó respirando, las gafas de sol firmemente en su sitio, deseando estar en su barca donde podía ver lo que fuera que estuviera viniendo hacia ella.
Tuvo que empujar a través de la gente para entrar en la tienda de Judith y fue difícil evitar el tocar a alguien. Dos veces recibió empujones y estuvo cerca de caer contra la acera. En una ocasión el codo de un hombre alto le dio en la cabeza y le torció las gafas de sol. Para su tranquilidad, él rápidamente apartó el codo disculpándose profusamente. Ella asintió y corrió a refugiarse al interior de la tienda, dando un portazo tras ella, esperando mantener a todos los demás fuera para poder respirar. Se paró, el cuerpo entero estremeciéndose. El almacén estaba abarrotado.
Judith levanto la mirada y vio a su hermana. Judith. Su cuerda de seguridad. Alta, delgada, el pelo largo y suelto como una cascada de seda negra (una herencia de su madre japonesa). Fue inmediatamente hacia Rikki, abriéndose camino a través del atiborrado pasillo con una expresión de preocupación. Rikki nunca habría entrado en su tienda con gente alrededor, no si no fuera importante. Rikki sintió alivio, sabiendo que Judith entendía.
– ¿Qué ocurre, pequeña? ¿Algo anda mal? -Miró atrás hacia el mostrador y alzó la voz-. Airiana, será un minuto.
Airiana, otra de sus hermanas, miró hacia arriba con un pequeño fruncimiento de disgusto hasta que vio a Rikki. Hubo un instante de desconcierto.
– Por supuesto. Puedo manejarlo. Hola, cariño. ¿Está todo bien?
Rikki levantó una mano para tranquilizarla, pero inmediatamente se giró y empujó para abrir la puerta, cayendo prácticamente en la acera. Necesitaba estar fuera donde pudiera dar una bocanada de aire. Todavía había mucha gente, por lo que se abrió camino a empujones a través de ellos hacia la calle.
Boqueó varias respiraciones profundas, conservando la cabeza baja para despejar su mareada mente.
Judith puso una reconfortante mano en su espalda.
– Lo siento Rikki. No tenía ni idea de que ibas a venir al pueblo o te habría detenido. Este lugar se ha vuelto loco desde que el yate se hundió. Desafortunadamente, han sido encontrados un par de cuerpos, por lo que el frenesí ha empezado por todas partes otra vez.
– Todas hablabais del hundimiento de un yate. -Rikki se enderezó y mantuvo la mirada fija en el lejano mar-. Pero realmente no estuve escuchando más allá del hecho de que se hundió. ¿Qué ocurrió?
– Fue algún raro accidente que tiene a todos los científicos del mundo allá afuera. Aparentemente el gas metano de la plataforma continental se liberó en una burbuja enorme, y fue mala suerte que el yate estuviera allí en el preciso momento en que la burbuja golpeó la superficie. Sombras del Triangulo de las Bermudas. El gas cambió la densidad del agua y el barco simplemente se hundió. El propietario era un conocido hombre de negocios, de hecho bastante famoso. Él, su guardaespaldas y toda la tripulación están desaparecidos en el mar. Hay periodistas y equipos televisivos provenientes de todo el mundo por aquí. Junto con ellos, cada persona curiosa en el mundo también ha venido. Bueno para los negocios, pero difícil a la vez.
– No podría salir allí a bucear aunque el día fuera perfecto -refunfuñó Rikki-. Hay barcos por todos lados.