– ¿Qué estás haciendo en el pueblo?
– Necesitaba ver el océano -admitió-. Me paró ese sheriff idiota, Jonas Harrington, y me pidió que te diera un paquete.
La boca de Judith se apretó.
– ¿Se portó mal contigo?
– No, realmente fue muy amable. Ni siquiera me puso una multa, pero me pidió que te entregara este paquete y sabía cómo estaba el pueblo.
Judith sonrió.
– Eso es cierto, pero él no te conoce, Rikki. Probablemente asumió que irías a la tienda de todos modos.
Rikki se encogió de hombros enviando a Judith su primera pequeña sonrisa.
– Sí, estoy bastante segura de que tienes razón, pero me ha dado un buen motivo para estar enfadada.
Judith rió.
– ¿Necesitas algo de la tienda? -Miró calle abajo hacia la cafetería-. ¿Quizás un café?
Rikki frunció el ceño.
– Sopa. Caldo. Blythe me compró un montón de latas y ya las he gastado. No se qué es bueno, así que cualquier cosa. Y el café de Inez estaría bien si puedes arreglártelas para afrontar la turba y conseguirme una taza. Si no, no te preocupes. Tu tienda está sobresaturada y la pobre Airiana parece un poco abrumada.
– No te lo creerás, Rikki, pero los periodistas están tan desesperados por información que están filmándolo todo y haciendo entrevistas. Tengo la esperanza de que sea bueno para el negocio. Tres equipos diferentes han filmado mi establecimiento. -Señaló un equipo al otro lado de la calle-. Esa gente está por todos lados con sus cámaras.
Judith era asombrosa con su cuerpo alto y delgado y su cascada de pelo, así como su chispeante personalidad. Veía a las personas en colores y tendía a brillar en el momento en que entraba en una habitación. Llamaría la atención de la audiencia con su animación y personalidad.
– Esto es una locura -murmuró Rikki agradecida de todos modos-. ¿Qué podéis decirles cualquiera de vosotros sobre un raro accidente? Hace algunos años leí sobre la teoría de que fugas de metano causaron los hundimientos de los barcos en el Triangulo de las Bermudas, pero seriamente, ¿quién creería alguna vez que eso pasaría especialmente aquí? Estoy allí afuera todo el tiempo -señaló Rikki mirando al equipo de noticias, deseando silenciosamente que todos se hubieran ido a casa para que ella pudiera tener su pequeño y ordenado mundo de vuelta.
– Dicen que eso ocurrió verdaderamente y que el yate definitivamente se hundió.
– ¿Durante cuánto tiempo continuará todo esto? -quería decir antes de que pudiera tener su océano de vuelta.
Judith sonrió a su cara enfurruñada.
– No lo sé pequeña, pero piensa simplemente en todos los negocios que estamos consiguiendo.
– Pienso en todos los negocios que me estoy perdiendo -murmuró Rikki, y se avergonzó instantáneamente. En un excepcional gesto de cariño, lanzó los brazos alrededor de Judith. El abrazo fue breve pero intenso-. Espero que filmen el interior de tu tienda y vean lo extraordinaria que eres. Yo nunca podría tener bastante de tus caleidoscopios o pinturas.
Judith miró hacia el mar y por un horrible momento, Rikki creyó que había lágrimas en los ojos de su hermana, pero cuando volvió la mirada estaba radiante.
– Me has alegrado el día, hermanita. Espera aquí y te traeré la sopa. Me llevará sólo un minuto.
– Airiana va a matarnos a las dos si tardas más que eso -señaló Rikki, pero no hizo ningún movimiento para acompañar a Judith en la tarea-. Mientras estás allí, ¿puedes recoger además pasta de dientes y un buen cepillo de dientes?
Judith rompió a reír repentinamente.
– Estoy en ello.
Tenían una sala de suministros para la granja y se mantenía bien surtida con los artículos diarios, pero cuando Rikki la había revisado, no había habido ningún cepillo ni pasta de dientes en los estantes. Encontró una cuchilla y crema de afeitar. La crema olía como a lavanda, pero si Lev quería afeitarse podría arreglárselas. Además, podría reducir el ultra masculino impacto que ejercía sobre ella.
Golpeó la calle con la puntera de su zapato, contando, todo el tiempo manteniendo la mirada pegada en el mar. Las olas de cresta blanca hacían espuma y se encrespaban, el agua pulverizándose en el aire cuando golpeaba los acantilados. Se encontró sonriendo, sintiendo que cada vaivén empezaba a asentarse perfectamente en su interior. Se envolvió a sí misma con los brazos y se abrazó fuertemente, necesitando la presión para ayudarla a mantenerse unida hasta que Judith volviese.
Judith salió apresurándose, los dientes rectos y blancos destellando, los ojos oscuros brillantes. Rikki se tomó un momento simplemente para disfrutar de la vista de ella, la felicidad emanando de ella. Vio a Judith como un estallido de color sobre un fondo monótono. Brillaba, y en otro mundo, habría sido un hada de algún tipo, ondeando su varita mágica y dejando felicidad a su estela.
– ¿Qué? -preguntó Judith cuando le alcanzó la bolsa de provisiones.
– Simplemente se te ve especialmente hermosa hoy -dijo Rikki, jugueteando ociosamente con el alto cuello de su jersey acercándoselo a los alrededores de la boca.
La expresión de Judith cambió. Alargó la mano y tocó la cara de Rikki, empujando hacia abajo el suéter.
– ¿Está todo bien, Rikki? Puedo cerrar la tienda e ir a casa si me necesitas.
Rikki miró a las masas de gente. Hoy sería un potencial día mortal para las ventas. Judith había revolucionado el mundo de los caleidoscopios, ganando todo tipo de premios internacionales, y su nombre era sinónimo de calidad. Había ganado dinero con la restauración de arte, pero su primer amor era hacer caleidoscopios personalizados. Estudiaba a la persona (Rikki sabía que podía leer su aura) y hacía el que mejor encajaba con cada cliente. Rikki tenía uno que sólo tenía que cogerlo para conseguir un mayor control; incluso la sensación de él en sus manos era suficiente. Cuando lo giraba para mirar en su interior el remolineante océano, inmediatamente se sentía serena y en calma.
– Estoy bien. Voy a salir a los promontorios a sentarme un rato. Ya me conoces, a veces simplemente tengo que estar fuera en el océano, y ha pasado mucho tiempo.
– Ven a cenar esta noche. Serviré ensalada con un aliño de mantequilla de cacahuete.
Rikki estalló en carcajadas.
– Creo que me lo saltaré. Y deberías de estar contenta de que lo haga.
Judith rió con ella.
– Está bien. Ve a sentarte cerca de tu precioso océano y yo iré a ver qué puedo vender hoy.
– Bien, una de nosotras tiene que ser la que gane el pan, ya que seguro que no seré yo durante un tiempo -gruñó Rikki mientras cerraba de un portazo la puerta de la camioneta y se despedía con la mano de su hermana.
La observó volver al interior de la tienda antes de arrancar el vehículo. Judith era una verdadera hermana de corazón, no nacida de la misma sangre pero sin lugar a dudas elegida y muy amada. Las cinco mujeres habían enseñado a Rikki confianza. Era frágil, pero había aprendido a contar con las otras cuando las necesitaba… al menos aquí en la tierra.
Se sentó durante largo tiempo al borde del risco, las rodillas dobladas hacia arriba, respirando simplemente el olor del mar. Casi inmediatamente el alivio inundó su cuerpo, prácticamente una ráfaga eufórica. Las olas la cautivaron, transportándola lejos de un mundo donde no encajaba, donde no estaba en sintonía con los demás. No había ritmo para ella en tierra. Ningún orden. Se meció ligeramente, acompasándose al batir de las olas, permitiendo que la canción del mar le susurrase, ahogando los ruidos del mundo a su alrededor.
Se dejó ir a la deriva, visualizando el fondo marino, las pulidas rocas, los bosques de algas, el coral y las cavidades. Se encontró a sí misma riendo mientras recordaba la vez que había tenido un encuentro con un pulpo justo al sur de Casper donde una gran roca a unos cinco metros del promontorio sobresalía fuera del agua. Era relativamente novata en el área y ancló su barca allí. El fondo estaba a unos nueve metros, pero encontró erizos de mar en las rocas sobre los cinco metros y comenzó a recogerlos rápidamente dentro de su red, eufórica ante el fácil hallazgo.