Rikki se echó para atrás el pelo revuelto con agitación. No tenía la menor idea de qué hacer con él. Pero él tenía que sentarse y dejar de caminar sobre su suelo. Al menos estaba descalzo. Podría tener que ocultarle los zapatos si él exigía ponérselos y caminar por el suelo limpio. Era eso o echarle, lo cual estaba segura era la mejor idea.
– Mantén las manos lejos de mi cuello. De hecho, mantén las manos lejos de todo. Mira cómo lo estás poniendo todo
Él no había dejado de ir hacia ella, ni siquiera cuando le dio su ceño más negro. Levantó una mano para desviarlo.
– Las personas dicen que no conozco los límites Tú no tienes ninguna. No me toques. Y no toques mis cosas.
Él ignoró la mano y empujó el suéter, exponiendo la garganta. Los dedos le rozaron las marcas. Ya se habían reducido a pequeños borrones verdes, pero ella no deseaba que nadie, ni siquiera él, viera la evidencia. Nunca le había gustado estar encerrada y el cuerpo de él atrapó el suyo entre la libertad y la mesa. Contuvo la respiración, atemorizada de que estallara la violencia, pero de algún modo el roce de sus dedos alejó la sensación de estar atrapada. En vez de eso, la sensación se vertió por su cuerpo, como una onda de calor, rozando la piel, hundiéndose más profundo, hasta que sintió su toque en los huesos.
– No tenía intención de hacer esto. Realmente no recuerdo agarrarte por la garganta.
Se apartó de él y tiró del cuello hacia arriba, dando un paso hacia un lado para darse espacio para respirar.
– ¿Recuerdas el cuchillo?
Mantuvo la mirada fija en la de ella.
– Deberías haberme devuelto al mar.
– Malditamente correcto, debería haberlo hecho -estuvo de acuerdo-. Ahora que eso está claro, siéntate. Te prepararé un sándwich.
Pareció afligido.
– No como mantequilla de cacahuete.
Eso verdaderamente la sacudió.
– ¿Quién no come mantequilla de cacahuete? Es el alimento perfecto.
Él se estremeció.
– No creo que pudiera hacerlo, ni siquiera para compensar todas las cosas que he hecho mal.
– Para un hombre que lleva tantas armas como tú, eres un poco bebé.
– No es ser bebé no comer mantequilla de cacahuete. No creo que los bebés coman esa cosa.
– Eso es poco americano.
– No estoy seguro de ser norteamericano -indicó.
Tenía que estar de acuerdo con él en eso.
– Bien. Puedes poner mantequilla de cacahuete en los gofres. Blythe compró algunos de esos chismes congelados que pones en el tostador. No estoy segura de cuánto tiempo tienen. ¿La comida congelada dura como cuatro años o más?
Él gimió y se dejó caer en la silla más cercana, metiendo la cabeza entre las manos.
– Muerte por mantequilla de cacahuete. Nunca pensé que sería así.
Rikki se encontró riéndose. Nada la hacía reír, no en voz alta, no un risa que le hacía doler la tripa, no de este modo. Parecía tan desanimado, un hombre grande y duro derrotado por la mantequilla de cacahuete.
Él levantó la mirada y sonrió, y la risa se desvaneció. El estómago de Rikki dio un salto mortal y el corazón se le contrajo. De repente, fue difícil respirar otra vez.
– No sé cocinar -dejó escapar.
Él miró los platos, las ollas y las cacerolas.
– Sólo los lavo para mantenerlos limpios, pero nunca los he utilizado, ni una vez en los cuatro años que los he tenido. Hay brócoli en el cajón de las verduras. No puedo cocinarlo pero lo puedes comer crudo -ofreció.
– Me has alimentado con sopa.
Ella dio golpecitos con el pie y contó hasta veinte antes de encararle otra vez. El color se arrastró por su cara.
– Calenté la lata en ese pequeño hornillo al aire libre que tengo. Todas las sopas están preparadas para hacerlas rápida y fácilmente.
Hubo un pequeño silencio mientras él estudiaba su expresión.
– ¿Qué tal si cocino para nosotros? Si vas a dejar que permanezca aquí mientras me recupero, es lo menos que puedo hacer.
¿Iba permitir que continuara en su casa mientras se recuperaba? Rikki se mordió nerviosamente el labio inferior. Él diría que no tocaría sus cosas, pero lo haría. Y ella tendría que estar muy atenta. Sólo porque la casa no se hubiera incendiado durante las últimas dos semanas, no significaba que no podría suceder, el riesgo era mucho más grande con otra persona en la casa.
Él le envió una pequeña sonrisa.
– Piensas echarme a patadas.
Ella se encogió de hombros.
– Siempre pienso en patearte. -Abrió los brazos, abarcando la casa-. Estoy acostumbrada a vivir sola, es más seguro.
– No realmente. No si alguien trata de quemarte. Yo estaría malditamente a mano.
Se inclinó hacia ella, los ojos azules tan intensos que Rikki se perdió allí, en ese salvaje mar azul.
– Déjame quedarme contigo, Rikki. No tengo ningún sitio a donde ir. No tengo ni una pista de quién soy realmente. Si estuve en ese yate, todos piensan que estoy muerto.
Entonces había estado escuchando. Había escogido no contestar, como ella a menudo hacía.
– Quizá esta es mi oportunidad -persistió-. Mi única oportunidad para una nueva vida. Puedo ser otra persona, alguien diferente.
– Si no sabes quién eres…
– He matado hombres. Cada instinto que tengo trata de supervivencia.
– Eso no significa que no protegieras a personas, Lev. Guardé los periódicos. -Tenía los periódicos pero no los había leído, no hasta que fue al pueblo y vio el flujo de periodistas. El lío todavía era enorme-. El hombre dueño del barco era un billonario y todos los de a bordo se han perdido, inclusive su guardaespaldas. Podrías haber sido su guardaespaldas. ¿No tienen los guardaespaldas que disparar a personas ocasionalmente?
Lev sacudió la cabeza.
– ¿Eres increíble, sabes? ¿No tienen los guardaespaldas que disparar a personas ocasionalmente? ¿Quién piensa así? Déjame quedarme contigo, Rikki.
Ella no iba a echarlo. Le había encontrado en el mar y estaba atada a él. Le había llevado a bordo de su barco y eso la hacía responsable de él. Aparte de… Se apretó los dedos en las sienes. Había dormido con él a su lado. Nunca había hecho eso con Daniel. No podía abandonarle, no cuando Blythe y las otras le habían dado a ella una oportunidad, no cuando él le había dado un regalo tan precioso como saber que una vez, una vez, en su vida, había sido lo suficiente normal para dormir al lado de otro ser humano, que era la única razón por la que había continuado durmiendo en la cama. No porque quisiera estar con él.
– No sé qué haré contigo. Y no puedes tocar mis cosas.
– Prepararé la comida -se ofreció inmediatamente.
Ella no comía nada excepto mantequilla de cacahuete, no a menos que Blythe la hiciera ir a su casa para cenar. Entonces se forzaba a hacerlo para no herir los sentimientos de Blythe. La leve sonrisa de Lev hizo que su corazón saltara. Agggg, odiaba el efecto que tenía en ella.
– ¿Quieres ir de compras ahora? ¿Antes del desayuno? La tienda de Inez está abierta.
Instantáneamente la expresión de él quedó en blanco. Por un momento pareció un poco aterrador, los ojos azules duros como diamantes.
– Probablemente sería mejor si de momento no me ve nadie. No deseamos ninguna pregunta.
A ella no le gustaban las preguntas tampoco y seguro que no iba a contestar a ninguna de ellas. Miró al reloj. Era todavía muy temprano. Quizás llegara mientras la tienda estaba vacía.