– Haz una lista entonces. -Le tomó segundos ir al cajón donde cuadernos y bolígrafos estaban amontonados ordenadamente. Le entregó ambos.
El empezó inmediatamente a garabatear. Dos veces abrió el frigorífico, frunció el entrecejo a la leche y el brócoli, y escribió más. Las alacenas contenían frascos de mantequilla de cacahuete.
– Puedo ver que tienes variedad.
Ella puso su ceño más oscuro.
– Blythe me puede sermonear acerca de mis hábitos de alimentación, pero tú no.
Él dejó el bolígrafo.
– Supongo que es justo. No seré una carga para ti financieramente. Las cosas me están regresando y debo tener dinero en algún lugar. Tarde o temprano tendré acceso a las cuentas y te pagaré. Y puedo trabajar para ti. Necesitas un tender.
Su ceño se profundizó.
– Permanece lejos de mi barco.
La sonrisa de él se amplió. Ella supuso que él tenía razones para parecer un poco engreído. Tenía el lugar perfecto para esconderse. Ella era tan antisocial que nadie excepto su familia venía a visitarla, y gran parte del tiempo era ella quien iba a sus casas. El contacto de Lev con intrusos sería mínimo.
Ya veremos.
La mirada de Rikki saltó a la de él y el aliento dejó su cuerpo en una ráfaga insensata. Esa voz íntima acarició cada terminación nerviosa. La boca se le secó. Nunca habían discutido su extraña conversación o su casi caída en la charca. Se encontró con que ignorar temas de los que no quería discutir era generalmente la mejor manera de dejarlos ir, pero él no parecía darse cuenta de que no estaba permitido en su cabeza.
Entrecerró los ojos.
– Dame tu lista e iré al pueblo a conseguir los suministros. -No iba a discutir con él sobre el barco ni la telepatía. Ella era la capitana. En alta mar, nadie cuestionaba su autoridad.
Los dedos le rozaron los suyos cuando le entregó el papel. Ella sintió una sacudida por todo su cuerpo. Todo parecía tan desenfocado. No le gustaba que nadie la tocara, pero cuando este hombre lo hacía, no sentía miles de alfilerazos como normalmente hacía. La presión del traje de neopreno le ayudaba a combatir la manera en que su cuerpo se sentía, como si volara. Tenía una manta con pesos que usaba para el mismo propósito, pero ahora no tenía ningún artículo para ayudarla. Estaba allí de pie mirando a ese hombre con un poco de impotencia, tratando de resolver cómo pensar o sentirse en una situación tan poco familiar.
– Estará bien -murmuró él suavemente, y sus dedos le acariciaron la cara, trazando los huesos.
Aspiró, sorprendida de poder estar allí, temblando, sintiendo palpitaciones nerviosas en vez de alfilerazos y dolor. Sacudió la cabeza, tratando de expulsar el hechizo que parecía tejerse en torno a ella.
– Sólo mis hermanas vienen aquí y no lo harán si mi camión no está. Mantén las puertas cerradas y las persianas bajas. Dudo que te molesten. -Se volvió hacia él-. No mates a nadie mientras esté fuera. Podrían ser importantes para mí.
Rikki empezó a salir por la puerta, pero Lev le agarró el brazo.
– ¿No dirás nada acerca de mí?
Ella le frunció el ceño.
– Saqué tu culo del mar, te limpié y te di un lugar donde quedarte. ¿A quién demonios voy a decírselo?
Él se encogió de hombros.
– Importa.
– Estás muerto. Permanece así hasta que vuelva. -Se colocó las gafas oscuras sobre la nariz y salió, indignada de que pensara que era demasiado estúpida para estar callada.
Murmurando para sí misma, fue al camión, pero no pudo forzarse a abandonar la rutina normal. Lanzó una mirada subrepticia hacia la ventana, pero incluso si mirara, ¿importaría? Esta era su casa, su vida, no iba a cambiar porque hubiera acarreado a un hombre fuera del mar. Y él era tan extraño a su propia manera como ella. Era definitivamente reservado, todo lo que poseía parecía ser un arma, y su primera reacción era generalmente la violencia. Sí, ella no iba a disculparse por quién era.
Rodeó la casa, verificando cada ventana, cerciorándose de que sus hilos de seda estuvieran intactos. Si alguien trataba de levantar las ventanas, no advertirían el pequeño hilo que revoloteaba al suelo. Examinó los parterres de flores que había plantado debajo de las ventanas. La tierra era suave y húmeda y revelaría cualquier huella. Verificó las mangueras, enrolladas perfectamente alrededor del carrete a cada lado de la casa. Era muy escrupulosa acerca de las mangueras. Tenían que poder ser desenrolladas rápidamente sin ninguna pliegue en caso de emergencia.
Cuando anduvo alrededor del frente de su casa, Lev estaba allí mirándola. Ella le envió un ceño.
– ¿Qué?
– No tienes que preocuparte conmigo aquí.
Ella inclinó el mentón. Generalmente no se molestaba en dar explicaciones y no iba a contárselo. Le dejaría averiguar que tenía una rutina, un ritual, que no podía ir a ningún sitio sin hacerlo antes. Tenía muchos de ésos. Él podía irse si sus maneras le molestaban. Subió al camión y cerró la puerta sin contestarle. Miró hacia atrás por el espejo retrovisor y se sintió triste por él. Parecía muy sólo.
Condujo por el camino bordeado de árboles que llevaba a la carretera costera y sintió un alivio inmediato. No había pasado tanto tiempo con otro ser humano desde que era adolescente y era estresante. Trataba de no mirar fijamente, de ver a través de él o en él en su lugar, o de no ser atrapada en pequeñas observaciones en las que tendía a fijarse. Era malditamente estresante estar con gente.
Una vez hubiera girado en la Highway 1, podría ver el océano. El mar la apaciguaba, sin importar de qué humor estuviera. La extensión de agua siempre la ayudaba a permanecer lo bastante centrada para apañárselas para entrar en un lugar público. Era lo bastante temprano para que hubiera pocas personas fuera, pero la tienda de Inez era un sitio local. Las personas tendían a reunirse allí para intercambiar noticias, e Inez sabía todo que lo que había que saberse sobre todos.
Rikki aparcó el camión en la parte alejada del terreno y salió lentamente, echando un vistazo cuidadoso a su alrededor. Por suerte, los periodistas y los investigadores, lo que fueran, no se habían levantado tan temprano. Tenía el pueblo para ella sola. El aire de la mañana era frío y un viento soplaba del mar, llevando la sensación de niebla salada. Podía oír el agua rompiendo contra los precipicios mientras caminaba hacia la acera donde echó otro vistazo alrededor. Su sangre se movía en las venas con la misma prisa que las olas, y permaneció allí, en lo alto de la colina, delante de la tienda, mirando calle abajo a la poderosa exhibición del océano.
La calle mayor de Sea Haven corría a lo largo de la costa, separada del agua sólo por los riscos. Podía estar en el pueblo porque desde cualquier lugar donde hiciera las compras, podía ver y oír el océano. En este momento las crestas de las olas bailaban sobre la superficie y el rocío estallaba sobre las piedras. La vista quitaba el aliento.
No había nadie excepto el viejo Bill. Con la manta envuelta a su alrededor, se acurrucaba en la pequeña área entre la tienda de ultramarinos y la de calidoscopios propiedad de Judith, la hermana de Rikki. Levantó una mano hacia él. Como ella, él era diferente. Murmuraba para sí mismo y se ganaba la vida con las latas que la gente le dejaba, a menudo montaba en su posesión más preciada, la vieja bicicleta apoyada contra la pared de la tienda, era su único método de transporte aparte de sus pies. Su ropa era vieja y sucia, y las suelas de las botas gastadas. Rikki se hizo una nota mental de recordarle a Blythe que debían encontrarle un par de cómodas botas para el invierno.
Cuando abrió la puerta, padeció el demasiado familiar apretón en su estómago. Inmediatamente las paredes se cerraron y sintió como si se ahogara. Normalmente podía agarrar los frascos de mantequilla de cacahuete y salir, pero la lista requería caminar arriba y abajo por los pasillos. Cuando dio un paso dentro, las luces fluorescentes parecieron parpadear como una luz estroboscópica. Los destellos fueron detrás de sus ojos. El estómago dio bandazos, e incluso con las gafas oscuras, se puso el brazo sobre los ojos para protegerlos y salió de la tienda, sacudida.