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– Sí. -Se había prometido que le diría la verdad tanto como pudiera-. Es uno de los aproximadamente diez nombres que reconozco.

Ella le envió su pequeño ceño y se frotó el puente de la nariz mientras continuaba rodeando la mesa.

– ¿Me estás diciendo que tienes diez nombres?

Asintió.

– Que puedo recordar. -Se encogió de hombros de forma casual-. Quien sabe cuántos más tengo.

– ¿Es Lev uno de esos diez nombres?

– Sí. -Su voz fue brusca y seca.

Ella no había apartado la mirada de él, pero todavía no podía decir si le molestaba. No recogía indicaciones sociales tan fácilmente como otras personas.

– No me gusta cuando la gente me interroga, así que en cualquier momento que pienses que estoy haciendo eso, está bien que no me respondas.

– ¿Es eso lo que haces cuándo no te gusta una pregunta? ¿Simplemente no contestas?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Así que si te hago una pregunta directa, me contestarás? -Porque tenía todo tipo de preguntas que quería hacerle. Especialmente acerca de los hombres en su vida. No había evidencia de citas y había mirado. Sólo podía estar levantado veinte minutos cada vez, pero esos veinte minutos habían sido utilizados sabiamente. Sabía bastante acerca de su evasiva pequeña buzo de erizos marinos. Y ya estaba construyéndose una nueva identidad para él mismo.

Una sonrisa lenta curvó esa boca suave e increíble. Él se encontró capturado. Embelesado. Y pensó en su ceño adorable, pero ahora contenía la respiración, esperando ese efecto completo. Los ojos oscuros, tan negros que le recordaban la obsidiana brillante, chispeando como gemas. Los pequeños dientes blancos destellaron demasiado brevemente, y su cuerpo entró instantáneamente en modo depredador. Sintió el golpe profunda y dolorosamente en su ingle. Se puso duro y lleno instantáneamente. Fuera de control.

El control era su vida. La disciplina lo era todo para él. Estaba en la cocina, incapaz de moverse o respirar apropiadamente con sus tortitas quemándose y el corazón palpitándole sin control. Había vuelto a vivir, su cuerpo, su alma, allí en el agua. No, allí en sus ojos. Esos oscuros, oscuros ojos.

– Esto, Lev.

La miró fijamente a los ojos sabiendo que su reacción a ella no iba a desaparecer jamás. No podía descartarla como si fuera una atracción física, pero a través de toda su vida, él había controlado la atracción física.

Ella le empujó, acercándose. Normalmente él nunca permitiría a nadie en su espacio personal, pero su espacio parecía ser el de ella. Sintió que le quitaba la espátula de la mano, pero no se movió, captó la sorpresa y la maravilla de ese momento perfecto. Él era real. Era humano. Sentía. Miró a la parte superior de la cabeza de ella. Rikki le había dado algo que nunca pensó que tendría jamás.

– Lev, siéntate.

Sintió su mano en el brazo y ella le dirigió a una silla. Se hundió en ella lentamente. Rikki mojó una tela y le tocó suavemente la frente. Él apenas sintió que le enjugaba el sudor. La inhaló, ese perfume que era mujer y únicamente suyo.

– Te has pasado de la raya. No puedes estar levantado tanto tiempo. Averiguaré cómo hacer esto y te llevaré el desayuno. ¿Puedes volver a la cama?

Él amaba el sonido de su voz. Hablaba un poco distinto, con una pequeña inflexión. Su tono era bajo, casi ronco. A veces cuando se concentraba en las notas y no en las palabras, sonaba como música para él.

Se agachó delante de él, con preocupación en los ojos.

– ¿Lev, debo llamar a un médico?

Él le enmarcó la cara entre las manos y se permitió caer en esos ojos. Quería vivir allí. Ella se estiró y le tocó la cara. Él se dio cuenta de que estaba húmeda. ¿Qué demonios? La sensación fue chocante. Maravillosa. Terrible. Se inclinó y tomó posesión de esa perfecta boca. Caliente. Suave. Increíblemente generosa.

La sintió sobresaltarse, quedarse inmóvil y movió la mano al cabello espeso y salvaje, enterrando los dedos profundamente en esa seda para sostenerla, para anclarse allí. Los labios temblaron debajo de los suyos y deslizó la lengua por esa entrada suave exigiendo paso. Durante varios latidos del corazón pensó que ella no obedecería, pero tenía paciencia, la engatusó con su beso. Ella abrió la boca y él tomó posesión sin vacilar, barriendo en interior para reclamar lo que era suyo.

Era un experto en el arte del sexo. Cada movimiento calculado. El cerebro siempre trabajaba mientras lo realizaba, su cuerpo seducía a la presa con facilidad, notando cada respuesta del objetivo. Pero en un momento, todo había cambiado. Ella le barrió con una ola de pura sensación y de buena gana dejó que le llevara con ella. La electricidad crepitó por su sangre, chasqueando y crujiendo, las chispas volaron por todas partes.

La ráfaga era caliente, esparciéndose por su cuerpo como un fuego. Ella era el elemento agua y él esperaba frío, pero no había nada frío en el calor que abarcaba cada parte de él. Más que eso, había sentimientos No sabía otra manera de describirlo. Para él, siempre sería “la sensación”. El corazón casi le estalló en el pecho. El vientre se le tensó y su cerebro se disolvió. Encontró un milagro en esa boca suave y no quiso abandonar nunca ese refugio secreto.

Saboreó pasión. Saboreó emoción. Probó un mundo que nunca había imaginado, uno en el que nunca podría entrar. Estaba allí mismo delante de él, abierto de repente a él. Inesperado. Emocionante. Aterrador. Supo que nunca podría irse, no cuando perdería este sueño antes de que hubiera tenido la oportunidad de florecer. Se estiró a por él, corrió a por él, abrazó su única oportunidad con todo lo que tenía.

Lev se perdió allí, al besarla una y otra vez, intercambiando aliento, ahogándose, sabiendo que se estaba ahogando pero sin importarle. Ella le había salvado antes y le estaba salvando ahora. Él nunca sería el mismo y no quería serlo. Las manos de Rikki le encontraron el pecho y revolotearon allí. Ella se sentía ligera, frágil, cálida y suave, y tan femenina, pero él sabía que un centro de acero la recorría.

Lev levantó la cabeza, respirando hondo, atrayendo aire a sus pulmones ardientes y descansó la frente contra la de ella. ¿Cómo le decía un hombre a una mujer que le había transformado? ¿Cambiado? ¿Qué se había llevado lo malo y convertido en bueno? ¿Cómo le decía que era un milagro? Él no. Simplemente la sostuvo, con la fuerza de los dedos. Su cuerpo temblaba, le permitía sentir como arrasaba su interior y le daba apoyo.

– Lev, estará bien -susurró, consolándole.

Ella pensaba que algo estaba mal, no que el estar con ella fuera la cosa más correcta del mundo. Un regalo increíble que él no rechazaba. No podía levantar la cabeza todavía, la emoción era demasiado fuerte, demasiado abrumadora. Así que apretó la frente contra la de ella y contuvo sus pensamientos no fuera que ella conectara por accidente con él y decidiera huir. Iba a tener que ser cuidadoso, muy cuidadoso. Su mujer, y había satisfacción al pensar en esos términos, era muy nerviosa.

Ella representaba esperanza. Fé. Confianza. Y él había perdido esas cosas antes de haber tenido jamás la oportunidad de conocerlas.

– Vamos, te ayudaré a volver a la cama. -Deslizó el brazo en torno a él.

Él sacudió la cabeza y se enderezó, sabiendo que ella no hablaría del beso. Simplemente ignoraba las cosas de las que no quería hablar, pero él podía ver la excitación en sus ojos, oírla en su respiración. Conocía los signos y ella estaba igualmente afectada físicamente como lo estaba él, pero sus emociones… las ocultaba bien y no se encontraba con su mirada.