– ¿Piensas que es seguro arriesgarse?
Las suaves palabras le sobresaltaron y por un momento, entendió mal, seguro de que ella estaba leyendo sus pensamientos. Sus ojos contenían diversión y unos pocos de destellos traviesos. Su cara quizás no fuera expresiva, pero él podía leerlo todo allí, en sus ojos.
– Pienso que deberías -concordó y se recostó en su silla para mirarla tomar su primer bocado de tortitas. ¿Quién habría pensado que algo tan sencillo podría traer tal placer? Había hecho cada tortita lo bastante fina con esperanza de que la textura la molestaría menos.
Ella puso una extensión delgada de mantequilla de cacahuete sobre una. El cuchillo hizo pequeños remolinos perezosos que no fueron exactamente tan perezosos como pensó al principio. Cada onda circular era exacta, creando una pauta. La parte superior de la tortita comenzó a parecerse a la superficie del océano. Toda la atención de ella estaba en la mantequilla de cacahuete mientras dibujaba ondas que se hinchaban, rompían y daban la vuelta. Cada roce era deliberado y parecía absorberla completamente. Se encontró casi tan hipnotizado como ella.
– Ese es un hermoso dibujo, Rikki. -Mantuvo su voz baja-. ¿Pintas?
Ella se asustó, levantó las pestañas y parpadeó varias veces antes de centrarse en él.
– ¿Qué? -Frunció el entrecejo, procesando su pregunta-. ¿Por qué pensarías que pinto?
Indicó la parte superior de la tortita.
– Esa es una hermosa imagen del mar y está en la mantequilla de cacahuete. Si puedes hacer eso con un cuchillo, debes ser buena con un pincel.
El ceño se agudizó y giró el plato una y otra vez, estudiando la parte superior decorada desde todos los ángulos.
– Nunca lo advertí. No es arte.
– Fue muy preciso -comentó y pinchó otro bocado de tortita.
– Supongo que lo es. Cuento. -Le miró, esperando obviamente encontrar que su revelación le molestara-. En mi cabeza, cuento.
Lo murmuró para sí misma, medio en voz alta, pero él no se lo señaló. Le gustaban las pequeñas conversaciones que parecía tener consigo misma, especialmente cuando estaba molesta con él.
– Es el océano. -Comió más. Su cuerpo necesitaba combustible y devoró un trozo de bacón.
– Lo es, ¿verdad? -Ella sonrió ante el diseño-. No puedo dibujar. Esto, aparentemente, es una habilidad secreta. -Los ojos cambiaron y el pequeño ceño regresó-. Cuando viví en casas de acogida o en la casa estatal, siempre que me forzaban a comer algo, sopesaba el castigo por no comer y si no quería pagar el precio, contaba para enfocar mi atención en lo que pensaba y no en cómo el alimento se sentía en la boca.
Un dolor le apuñaló el pecho en la vecindad del corazón. Se estiró a través de la mesa para sujetarle la mano mientras levantaba el tenedor.
– No tienes que comer la tortita, Rikki.
Esta se encogió de hombros.
– Lo sé. -Echó una mirada alrededor de su casa con satisfacción-. No aquí y no en mi barco, pero Blythe dice que siempre debo tratar de expandir mi zona de confort. Es difícil hacerlo cuando estoy sola. Caigo en la rutina. Cuando estoy con una de mis hermanas, comiendo en sus casas o yendo a algún lugar con ellas, es más fácil hacerme intentar cosas nuevas.
Había sólo una insinuación, una nota, de la voz de Blythe en su tono. Él sabía que era involuntaria, que había tomado un poco de la mujer a la que admiraba tanto.
Le envió una sonrisa cuando ella se puso la tortita en la boca y la miró a la cara. Era tonto, realmente, pero se sintió privilegiado de que le incluyera con sus hermanas, intentando algo nuevo por él.
– ¿Cómo es que nunca has comido tortitas antes?
Ella masticó pensativamente, hizo muecas y escupió delicadamente la tortita en una servilleta.
– Probablemente lo hice cuando era niña -admitió-. Me volví terca mientras crecía. No me gustaba que nadie me dijera que hacer y después de un rato me negaba a hacer algo. Conseguí que me gustara poner a la gente incómoda antes de que me echaran. Me figuré que si iba a suceder de todos modos, ¿por qué no? Especialmente la policía. Traté con ellos bastante cuando era más joven.
– ¿No se dio cuenta nadie que quizá necesitabas ayuda?
Ella parpadeó. Dibujó remolinos en su mantequilla de cacahuete. Su mirada se fijó en la suya.
– Nadie jamás me ha hecho esas preguntas.
– Estoy interesado.
Ella suspiró.
– Lev, todos creyeron que asesinaba personas incendiando casas. Era una extraña y eso se añadía a su convicción de que era la culpable. Quizá incluso actuaba como culpable. Se me ocurrió que provocaba los fuegos dormida.
Lev la miró empujar lejos el plato y cruzar a la panera. Ella le miró por encima del hombro mientras extraía un pedazo de pan.
– ¿Por qué demonios alguien comería esas cosas cuando podrían poner mantequilla de cacahuete en el pan?
Él esperó hasta que se hundió otra vez en la silla, levantó las rodillas y metió los pies donde nadie pudiera verlos mientras untaba mantequilla de cacahuete en la rebanada de pan. Él no iba a involucrarse en otra discusión sobre los méritos de la mantequilla de cacahuete, no cuando ella le estaba dando retazos de su niñez.
– ¿Tenías trece cuándo el primer fuego estalló? -Incitó-. ¿Recuerdas mucho de esa noche?
Ella saltó y caminó por el suelo con un movimiento rápido e inquieto. Se sirvió una taza de café antes de girarse y mirarle desde lo que debía haber considerado una distancia segura. Había sombras en sus ojos y la boca le tembló.
– Recuerdo todo acerca de esa noche. -Tomó un pequeño sorbo de café y se giró para mirar fijamente por la ventana-. Mi madre me dijo que podía leer en la cama. No podía dormir mucho y ella o mi padre se quedaban levantados conmigo generalmente, pero si habían conseguido un libro que deseaba ese día, a menudo me permitían leerlo. Adoraba leer. -Se dio la vuelta y se recostó contra el fregadero-. Me habían dado las obras completas de Sherlock Holmes la semana antes y estaba ansiosa por comenzarlas. Lo había deseado durante tanto tiempo. Cuando fuimos a la librería para conseguirlas, había un terrible accidente en la autopista. Uno múltiple. Mis padres salieron heridos y los llevaron al hospital. Estaba tan asustada, atemorizada de perderlos. No leí ni una palabra. Hice una especie de pacto con Dios, ya sabes, permite que mis padres vivan y seré buena. Esa clase de cosas que los niños hacen.
La miró beber el café para tranquilizarse. Sus manos temblaban ligeramente. Dudaba que alguien más hubiera advertido ese pequeño signo. Quiso poner sus brazos en torno a ella y sostenerla pero supo que ella no se lo permitiría. Se estaba sosteniendo a si misma por un hilo y un toque la rompería.
Ella le envió una pequeña sonrisa sin sentido de humor por encima de la taza de café.
– Ya era extraña, sabes. No podía hacer cosas como los otros niños. Era torpe y nunca tuve sus habilidades sociales así que el colegio fue muy difícil. Mis padres eran mi zona de seguridad así que puedes imaginarte cuan asustada estaba. Mi padre pudo salir esa noche pero mi madre no. Entonces mi idea fue que no leería mi libro hasta que estuviera en casa.
– ¿Mereció Sherlock Holmes la espera? -Mantuvo la mirada fija en ella, observando, absorbiendo su reacción. Sabía que había sido entrenado para el interrogatorio, para reunir información y había caído automáticamente en el modo de examen. En el fondo de su mente, reconoció, como hacía generalmente, que esta información era importante y debía archivarla con cuidado para futuras referencias.
Ella se giró bruscamente y vació el resto del café en el fregadero, puso la taza en el mostrador y salió sin más por la puerta trasera. Él captó el brillo de lágrimas en sus ojos cuando giró la cabeza. Lev se quedó sentado terminado su desayuno tranquilamente, mientras su mente daba vueltas a lo que había dicho y continuaba ahondando en los hechos para llegar a las razones por las que cualquiera la escogería como objetivo para matarla de esa manera especialmente fea.