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Judith y Airiana se acercaron por el camino pavimentado, Airiana mirando al cielo y Judith claramente atenta a las coloridas flores. Rikki se encontró relajándose un poco, como siempre hacía cuando sus hermanas se presentaban. Adoraba mirarlas. A sus propias maneras, eran tan diferentes como ella. Y la aceptaban. No les importaba que a ella no le gustara que entraran en su casa. Podrían no entenderlo, pero si era importante para ella, era importante para ellas. Le encantaba sentir su aceptación.

Tal vez eso era lo que le atraía de Lev. Sus peculiaridades no parecían molestarlo en absoluto. Sonrió a las recién llegadas y les indicó las sillas.

– Mientras no hablemos de alimentos, comestibles o de algo verde, me alegro de veros.

Judith se echó a reír y se inclinó para rozar con un beso la coronilla de Rikki. Era casi tan alta como Blythe. Con sus largas piernas, figura esbelta y exótica apariencia, podría haber sido una modelo.

Rikki trató de fulminarla con la mirada.

– Tú me delataste.

Judith pareció impenitente.

– No tuve otra opción. Blythe me sometió con… -Giró sus manos, sus uñas largas de moda brillaban de color rojo oscuro a la luz del sol-, esa mirada que nos da cuando se sale con la suya. En cualquier caso, fue Airiana quien soltó que habías ido de compras a la tienda de comestibles.

Blythe se echó a reír.

– Todas vosotras recordáis mi malvada mirada cuando estáis pensando en ocultar información. En realidad me llamó Inez, preocupada, así que ya lo sabía.

Airiana, una mujer pequeña, de aspecto frágil, de veinticinco años con el pelo platino natural y enormes ojos azules, esbozó una pequeña sonrisa a Rikki.

– Me sentía tan culpable.

– Estoy segura -dijo Rikki alegremente.

Airiana empezó a hundirse en la silla que Lev había dejado vacante. Blythe la tomó del brazo, moviendo la cabeza.

– Esa silla está ocupada. -Se inclinó hacia delante con aire conspiratorio-. Por un hombre -añadió, bajando la voz-. Un hombre muy caliente. Está en casa de Rikki.

Judith y Airiana jadearon al unísono.

– ¿Dejaste entrar a alguien en tu casa? ¿Un hombre? -dijo Judith claramente sorprendida-. Voy a ver. -Se dirigió hacia la mosquitera.

– ¡No! -El pánico manó. Judith no podía entrar en la casa con Lev. Dos personas no. No juntos. Ya era bastante malo que Lev estuviera allí, pero no alguien a quien amaba, Judith no. Rikki negó con la cabeza firmemente, casi sin poder respirar-. Tú tienes que quedarte aquí donde sé que estás a salvo. -Dejó escapar la orden, su corazón palpitando tan fuerte que oía un estruendo en su cabeza.

Judith de inmediato levantó las manos y se detuvo a medio paso.

– No entraré, cariño.

Cálmate, lyubimaya, respira. No hay fuego. No hay nadie más cerca que tus hermanas. Sabría si un enemigo está cerca. No dejaré que nada te suceda.

¡No estoy preocupada por mí! Ella era empática. No quiero que les pase algo a mis hermanas. Dudó. O a ti. ¿Qué te está tomando tanto tiempo con el café?

Rikki descubrió que podía respirar mejor, que su extraña conexión con Lev la calmaba.

Estaba esperando un minuto o dos para dejar que las demás lleguen. Están de camino. Su energía se siente feliz y cariñosa, pero prefiero estar seguro.

Rikki levantó la vista al camino de entrada. Efectivamente, había una pequeña pero reveladora nube de polvo. ¿Cómo lo hacía él?

– Si seguimos así, vamos a necesitar más sillas. -Se levantó, dejando vacante la suya para que sus otras dos hermanas tuvieran un lugar donde sentarse. Se sentó en la barandilla, apoyando la espalda contra un poste, dejando que Lev sacara una silla o se sentara en la hamaca.

Lexi Thompson saltó desde el lado del pasajero del descapotable rojo brillante de Lissa Piner. Lexi gesticuló locamente, su masa salvaje de pelo castaño volando alrededor cuando saltó hacia arriba y hacia abajo. Parecía un pequeño duendecillo con sus grandes ojos verdes y su pálido rostro ovalado. Rikki la adoraba. Lexi, a los veintitrés años, era la más joven de todas ellas. Había tenido la peor vida que ninguna de ellas podía imaginar, sin embargo, seguía siendo una persona optimista, positiva, una que Rikki admiraba. Se las había arreglado para hacer la paz consigo misma después de conocer a Lexi.

– Estoy aquí para defender a Rikki -gritó Lex-. Yo te cubriré las espaldas.

Rikki tuvo que reír. Por supuesto que podía contar con la pequeña rebelde.

– Entra. Siéntate junto a Blythe y cada vez que mencione las verduras, patéala.

– Lexi está cultivando vegetales -recordó Lissa y salió del descapotable.

Rikki no pudo evitar admirarla. Pelo de color rojo brillante, ojos azules, tenía curvas y una cintura pequeña. Rikki era flaca y no tenía una cintura como esa. Lissa era la practicante residente de artes marciales y su cuerpo era un tributo a sus habilidades. También era carpintera y soldadora. Se lucía en el soplado de vidrio y exponía muchas de sus piezas de vidrio y metal en la tienda de Judith.

– Yo como tu brócoli, Lexi -dijo Rikki tan piadosamente como pudo.

– Y te quiero por ello -Lexi le lanzó un beso.

Blythe esperó hasta que las dos mujeres estuvieran sentadas antes de dejar caer la bomba.

– Rikki tiene un hombre.

Cinco cabezas se volvieron a mirarla. Rikki levantó una ceja y se metió con firmeza sus gafas en la nariz, tratando de parecer indiferente.

– En la casa -siseó Judith-. No me deja entrar a verlo.

– No está visible -defendió Rikki.

– Quiero verlo -insistió Lexi.

Lissa miró a Blythe.

– ¿Le has conocido? -Había sospecha en su voz-. ¿Quién es ese hombre y cómo entró en la vida de Rikki? Rikki no liga con hombres.

Rikki envió a Lissa su ceño más feroz.

– Desde luego que soy capaz de ligar con hombres.

Yo no diría eso donde pueda oírte.

Tú no tienes nada que hacer con ello.

Tal vez todavía no, pero lo tendré.

Mil mariposas revolotearon en su estómago. No era susceptible a esa declaración. Él sonaba demasiado confiado y sus besos asesinos podrían haberle dado motivos para creer que tenía algo que decir en su vida, pero no era cierto. Nadie, nadie, le decía qué hacer.

Podía oir a sus hermanas hablando a su alrededor, pero sus voces se habían desvanecido en el fondo. Su mente se llenó de Lev. Su risa era baja y divertida y demasiado masculina. Se cortó bruscamente, saliendo de su cabeza. Por un instante se sintió mareada y con náuseas. Respiró profundamente para permitir que la sensación pasara, cuando de repente se le ocurrió que era Lev el que estaba enfermo y mareado. No estaba escondido en la casa, bueno, quizá lo estaba porque tendía a ser paranoico, pero no había podido estar levantado durante más de quince o veinte minutos a la vez. Se había levantado e incluso había preparado el desayuno. Debía haber estado descansando y tratando de esconderlo de ella.

Se pasó la mano por el rostro, casi sin poder respirar. Ella no era la clase de mujer que cuidaba enfermos. Simplemente no lo era. Él necesitaba un medico o que Lexi le auscultara. Empezó a moverse, cuando el repentino silencio de la charla le advirtió y se volvió para verle de pie en el umbral. El corazón saltó al verlo. Alto. Masculino. La barba de dos semanas ocultaba su obstinada mandíbula. Sus ojos eran de un azul profundo, como el mar. Era difícil, mirando su obvia musculatura, pensar en él como enfermo o mareado. Parecía demasiado fuerte, demasiado invencible.

Judith hizo un solo sonido, llamando su atención. Judith se había puesto pálida y volvió la cabeza para mirar a Airiana. Las dos mujeres intercambiaron una mirada de temor. Lexi, Blythe y Lissa le dirigieron brillantes sonrisas. El estómago de Rikki estaba tenso y con nudos.