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– No debería haberte enviado a buscar café, Levi. -Se levantó y tomó las tazas de sus hermanas-. Levi se golpeó la cabeza bastante fuerte el otro día y necesita cuidados.

– Tú no eres responsable de él -dijo Judith.

Rikki estaba sorprendida por la beligerancia en su voz. Por regla general, Judith era abierta y solidaria. Solamente la venda sobre la cabeza de Lev debería haber producido su empatía habitual.

– En realidad, lo soy -contradijo Rikki. Era cierto. Ella era el capitán. Ella le había sacado del mar. Su código la hacía responsable-. Todas, este es Levi Hammond. Levi, mis hermanas. Ya conoces a Blythe. Esta es Judith, Lissa, Airiana y Lexi.

– Así que le trajiste a casa contigo, porque te sientes responsable -aclaró Airiana, haciendo caso omiso de la presentación.

Rikki frunció el ceño a Judith y Airiana.

– ¿Por qué eres grosera? Es un invitado en mi casa. Puede que no tenga habilidades sociales, pero en vuestras casas, siempre soy cortés con vuestros invitados. -Bueno es no era estrictamente cierto. Por lo general se retiraba y las dejaba en el momento en que veía compañía, o simplemente no hablaba. Pero guardaba sus oscuras gafas y eso podría ser considerado de buena educación. Su garganta se sintió rara, un cosquilleo extraño.

Lev le puso la mano en el hombro.

– Es natural que se preocupen por ti, Rikki. -Incluso mientras lo decía, su cabeza dio media vuelta, mirando por encima del hombro.

– Su aura -Judith se interrumpió, jadeante, con una mano en la garganta. Empezó a toser.

Airiana saltó a su lado.

– ¿Qué es?

Judith sacudió la cabeza y alzó la mano mientras trataba de respirar. Lexi se precipitó hacia ella. Rikki se quedó inmóvil. Se puso las gafas y su mirada se cruzó con Lev. Ella sabía que le estaba dando una mirada de muerte, pero si él era el responsable, nunca le iba a perdonar. No podía decirlo por su expresión pétrea o sus ojos. Estaba completamente inescrutable.

Judith volvió a toser y Rikki se apresuró a buscar agua, su mente acelerada. Lev era telepático. Había admitido otros dones también. Su mayor guía era la defensa propia. ¿Podía ver a Judith como una amenaza para él? Nunca debería haberlo traído a ninguna parte cerca de su familia. Le molestaba haber concebido la idea de que él podría ser una amenaza para Judith, pero no podía sacar la persistente duda de su mente.

Le entregó el agua a Judith. Lev no la había tranquilizado. Y le había observado lo suficiente como para saber que tenía algunas habilidades de curación, pero no se apresuraba a ayudar a Judith. Se quedó tranquilo, fuera del camino, de pie cerca de la barandilla donde ella había estado sentada. Estaba mirando hacia el mar o tal vez hacia la carretera, pero no estaba mirando a Judith.

Judith consiguió tragar el agua y se desplomó en la silla, sin aliento. Lexi puso sus calmantes manos sobre ella y Judith señaló al aire.

– Tengo una alergia a algo, creo.

– ¿Ha sucedido esto antes?

La sospecha en la voz de Lev sobresaltó a Rikki. Seguía mirando hacia el camino. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. ¿Qué había sentido ahí fuera? No pudo detenerse. Se puso delante de sus hermanas, todas apiñadas en torno a Judith, y se enfrentó al camino también, tratando de hacerse más grande, incluso yendo tan lejos como para extender sus brazos hacia fuera.

– ¿Qué es? -susurró Lissa, yendo detrás de ella.

– No sé. Algo. ¿Puedes sentir algo? -murmuró Rikki hacia atrás en tono bajo.

Lissa era una mujer guerrera. Si algo no iba bien, podría ser capaz de sentirlo.

– Entra en la casa -dijo con brusquedad Lev-. Ahora. Todas vosotras.

El terror era un sabor metálico en su boca. ¿Todas juntas en su casa? Negó con la cabeza. Lev no discutió, simplemente la agarró del brazo y la empujó dentro.

– ¡Quédate ahí!, ¿me oyes? El resto de vosotras entrad y permaneced lejos de las ventanas. Mantened a Rikki dentro y fuera de la vista.

Ella sintió el empuje en su mente, sabía que él estaba utilizando algún tipo de fuerte compulsión en su orden. No lo necesitaba. Sólo su comportamiento y voz ya habría evitado que sus hermanas fueran contra sus deseos. La arrastró por la cocina hacia la sala de estar.

Rikki no podía respirar. La temperatura de la casa era extraordinariamente alta. Rompió a sudar, estaba mareada y débil. Su pánico era verdadero y no podía hablar, no le salían las palabras. Lev pasó junto a ella al dormitorio y empezó a atarse armas. Ella podía verlo desde donde estaba, pero sus hermanas eran ajenas, todas mirando por las ventanas. Airiana empezó a protestar, pero Lissa se lo impidió.

– Él tiene razón -estuvo de acuerdo-. Siento algo ahí.

– Llama a Jonas -dijo Blythe, toda práctica.

– Manteneos jodidamente lejos de las ventanas -espetó Lev, mientras se paraba en la puerta del dormitorio-. Mantened a Rikki aquí. -Pasó a su lado y se inclinó, la cara pegada a la suya, con las manos en sus brazos mientras la atraía hacia sí-. Sé que estás preocupada por el fuego, lyubimaya, pero nadie va a pasar por encima de mi para llegar a ti. Sólo respira y volveré pronto. -Le rozó la boca con un suave beso y se alejó a zancadas repentinamente, dejándola en estado de shock.

Blythe, Judith, Airiana y Lexi la miraron con la boca abierta, obviamente sin creer lo que acaban de presenciar.

Lissa siguió a Lev por el dormitorio a la ventana trasera.

– Puedo ayudar.

– Él ya se ha ido. Estaba vigilando la casa. Estaba en lo alto del risco norte. Vi el destello de sus prismáticos. Podría no ser nada, pero no quiero un pervertido merodeando en torno a vosotras.

– Rikki no puede tenernos a todas en la casa -avisó Lissa, apoyada en el alféizar de la ventana. Era imposible ver la línea de árboles del norte desde donde estaban, lo que significaba que quienquiera que estuviera mirando no podía ver como Lev salía.

– Lo sé. Tú puedes conseguir que pase por esto. Mejor una crisis de pánico que una bala.

Lissa fue a coger su brazo, pero por muy rápida como fue, él estuvo fuera de su alcance, sus ojos inexpresivos y fríos.

– Solamente cuídala hasta que yo vuelva.

Rikki trató de hacer mover sus pies, de seguirlo. No quería que saliera solo, no con una conmoción cerebral. Estaba enfermo y mareado, pero funcionaba. Eso la hizo sentir peor, incluso culpable. Él se las arreglaba. No había nada malo con ella en absoluto, pero estaba tan molesta con sus hermanas reunidas bajo el mismo techo que no podía moverse.

Lissa le puso una mano en la nuca y le empujó la cabeza hacia abajo.

– Respira, cariño. Estamos en la puerta. Si la casa se incendia, todas conseguiremos salir de manera segura. No hay problema.

– Lissa tiene razón -el tono de Blythe fue enérgico-. ¿Judith, ha ocurrido esto antes?

– No. Nunca. Pero tengo alergias -respondió Judith. Tomó otro trago de agua-. Ese hombre es muy, muy peligroso.

– Está ahí fuera tratando de protegernos -recordó Lissa.

Airiana sacudió la cabeza y se acercó a Rikki, como para protegerla.

– Judith tiene razón. Ambas podemos ver las auras y la suya es muy extraña. Lleva muchos colores, pero los colores están en capas y rodeadas de un rojo intenso y luego se cubre totalmente de negro. El hombre vive con la muerte y las sombras. Todo lo que está dentro de él está eclipsado por su naturaleza violenta. Nunca he visto a un hombre tan peligroso.

Judith asintió con la cabeza.

– Las únicas dos personas que apenas se han acercado hasta la fecha han sido el marido de Elle Drake, Jackson, y aún más oscuro es el marido de Joley, Ilya Prakenskii. Este hombre, este Levi Hammond, francamente, Rikki, me asusta.

Rikki forzó el aire a través de sus pulmones, la ira brotaba a pesar de su creencia de que tenían razón sobre Lev. No le gustaba que dijeran en voz alta lo que pensaba. Él era violento. No podía discutir eso, pero no era todo lo que era él y tenían que darle a ella una oportunidad. Sólo Dios sabía si era digna de ella. Todas estaban convencidas de que ella no provocaba los incendios, pero ¿quien, además de ella, tenía cuatro casas incendiadas, dos con la gente que amaba en su interior?