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– ¿Y si estás equivocada? -dijo Blythe.

– Lo mantendré alejado del resto de vosotras. Yo seré la única en peligro.

Judith sacudió la cabeza.

– Absolutamente inaceptable. Lo siento, nena, pero si tomas el riesgo, todas lo hacemos.

Rikki miró a su alrededor. Cada una de los demás asintió solemnemente. No hubo ni un voto en contra. Se trataba de ella. ¿Cuán fuertemente se sentía sobre Lev? Apenas conocía al hombre. Se frotó la yema del pulgar sobre el centro de su palma.

– ¿Por qué haces eso? -preguntó Airiana.

Rikki frunció el ceño.

– ¿Qué?

– Te frotas la palma. Nunca has hecho eso antes.

Airiana estaba asustándola con su detallada observación. Rikki se encogió de hombros y giró la palma, presionándola contra los vaqueros.

– No hay razón. Solamente estoy confundida acerca de todo esto. Quiero darle una oportunidad a Levi.

Blythe miró a los demás y luego asintió.

– Estamos contigo entonces.

Capítulo 10

Lev abrió la ventana del dormitorio, agradecido de que se deslizara en silencio. Quienquiera que estuviera vigilando a Rikki, y ¿cómo diablos la habían encontrado?, tenía alguna clase de poder psíquico. Había sentido el cambio en la energía. No había sido especialmente poderoso, pero advirtió que las dos mujeres que había decidido que eran las más sensibles a fuerzas psíquicas habían sido las únicas en estar afectadas. Rikki había estado con él toda la semana, metida en casa; así que esto era por ella, tenía que haber un rastro que llevaba a ella. Y si era por él… Bien, nadie iba a hacerle daño a ella o a las otras a causa de su dudoso pasado.

Dio un salto mortal, cayendo sobre una rodilla, permitiéndose un par de segundos para orientarse en el terreno circundante. Los pocos minutos que había logrado levantarse los había pasado estudiando la casa y los acres que la rodeaban. Se había grabado el mapa de la granja en la memoria y estaba casi seguro de poder encontrar el camino, pero era imprescindible explorar los cinco acres de Rikki tan pronto como fuera posible. Necesitaba conocer cada arbusto, cada árbol y cada hueco. Dónde era el césped más alto que podría ocultar a alguien. Todo. Especialmente si iba a hacer de esta su casa.

Eso le devolvió al presente. ¿En qué estaba pensando? ¿En vivir aquí? ¿Con Rikki? Los hombres como él no tenían hogar. No tenían a quien amar. Esas cosas eran un impedimento para los de su clase. Había sido entrenado para moverse, para despojarse de su identidad rápidamente y asumir otra igual de rápido. Eso era su vida. Tratar de ser alguien era un camino seguro a la muerte.

Se movió tan rápidamente como la cabeza palpitante se lo permitió. Cada sacudida le atravesaba el cráneo como si fueran puñaladas. El estómago se le revolvió. Sabía que la herida de la cabeza había sido peor de lo que había imaginado al principio, pero se estaba curando. Apresuraba el proceso como mejor podía y ahora necesitaba estar a plena capacidad. Avanzó por las terrazas de flores y empezó a abrirse camino hacia el lado norte de la propiedad, hacia la línea de árboles.

Sid Kozlov estaba muerto. ¿Significaba eso que Lev Prakenskii también? Una imagen del pequeño ceño de Rikki le llenó la cabeza. Unas pocas veces, cuando no podía dormir y simplemente estaba tumbado a su lado, dolorido, deseando, fantaseaba que era suya. Que ese mundo donde estaba era real. Quizá esta era la única oportunidad. Era un milagro haber sobrevivido al hundimiento del yate. Otro milagro, que aunque se hubiera estrellado contra las piedras a causa de una ola poderosa, hubiera sobrevivido. Y Rikki. Ella era el verdadero milagro, con sus maneras caprichosas y esos ojos que podían ver más allá de su armadura y directamente a algo que pensaba que se había ido hacía mucho tiempo.

Maldición. La deseaba. Quería esta vida. Quería que fuera real. ¿Había segundas oportunidades? Era posible que tuviera que irse, pero antes de hacerlo, Rikki Sitmore iba a estar a salvo. Sabría que ella no provocaba incendios en sueños. Sabría que ella no había matado a sus padres ni a su prometido, ni que había quemado las casas de acogida.

Mientras avanzaba entre los árboles, trató de averiguar que era lo que le atraía tanto de ella. Pasión. Era apasionada en todo lo que hacía. Todo lo que era. Estaba casi seguro de que tenía alguna forma de autismo, pero se había labrado una vida para ella misma a pesar de todas las probabilidades y lo había hecho por si misma. Era como el mar que adoraba tanto, de humor cambiante, alegre, juguetón y a veces tempestuoso y salvaje. Él era frío como el hielo, un témpano desapasionado de los mares árticos, solo y luchando por sobrevivir.

Él había encarado la muerte cada día de su vida y nunca se había estremecido, ni una vez. Había visto cosas que ningún hombre tendría jamás que ver. Había tomado decisiones que ningún hombre debería tomar jamás. Algunos le llamaban valiente, pero comparado con Rikki, se veía a sí mismo como un cobarde. Ella agarraba la vida y la vivía, a pesar de sus limitaciones. Se forzaba a salir fuera de su terreno conocido por esos que amaba, mientras que él permanecía en el suyo, detrás de su pared de blindaje, detrás de sus instintos de supervivencia y su vasta instrucción.

Quería una vida… con ella. Con Rikki. Quería despertarse por la noche y sentirla cerca de él. Quería oírla respirar mientras dormía. Quería saber que ella no podía tolerar a nadie más en la cama, sólo a él. Quería ver su ceño y el destello de sus ojos, oír su cambio de respiración justo antes de besarla. Tenían una conexión que él no comprendía, pero no importaba aunque todo lo demás en su vida tuviera que tener sentido. Ella sólo era. Y eso era suficiente y era todo.

Levantó la vista al cielo, mirando hasta que divisó un halcón en las ramas exteriores de un abeto. Cerró los ojos y convocó el depredador, empujándole a volar. Las garras se clavaron en las ramas durante sólo un momento de resistencia antes de levantar el vuelo y deslizarse por el aire. El halcón empezó la búsqueda con una pauta estrecha, ampliando cada círculo mientras abarcaba un radio más y más grande.

Las imágenes se vertieron en el cerebro de Lev, pero ninguna de ellas era lo que estaba buscando. Liberó al halcón con un pequeño asentimiento de gracias, era consciente antes de que se elevara sobre el lugar donde sabía que el intruso había estado, que el hombre ya se había ido. Aún así, se movió con cuidado, queriendo preservar la evidencia. El observador había sido mucho más ligero que Lev. La tormenta había empapado la tierra y había huellas por todas partes. El césped aplastado y las huellas de botas, no demasiado profundas, indicaban una forma ligera. Aunque el hombre era alto, porque había golpeado varias ramas de árbol que estaban un par de centímetros por debajo de la altura de Lev.

Le gustaba el fuego. Mientras Lev examinaba el suelo, estaba seguro en su mente de que era el hombre que había acechado a Rikki desde que ésta tenía trece años, que había provocado los fuegos que habían destruido a sus seres queridos. Diminutos pedazos de césped habían ardido en pequeños grupos, como si, mientras pasaba el rato, el hombre hubiera provocado fuegos diminutos para divertirse. ¿Cuánto tiempo había estado allí arriba? Había cuatro colillas de cigarrillo y siete lugares donde el césped estaba quemado. Afortunadamente toda el área estaba empapada así que había habido poco riesgo de que el fuego se le escapara de las manos, pero Lev podía ver el potencial para el desastre. El fuego generalmente ardía cuesta arriba, pero eso no significaba que el acechador no contemplara un ataque masivo.