Lev estudió la casa desde esa posición. Rikki solía sentarse en el porche de la cocina cada mañana para beber su café. Había una clara vista del porche. El acechador podía haber estado observándola a menudo, pero Lev lo dudaba. No había evidencias de que las visitas a ese lugar particular hubieran ocurrido en otro momento.
Rastreó las huellas de pisadas a través de los árboles de vuelta a la carretera. El hombre había explorado el risco, pero no se había salido del estrecho sendero de venados. Lev tenía la sensación de que el acechador no tenía experiencia en el bosque. Había evitado el bosque más profundo y no había tratado de atravesar la maleza más espesa. No era un asesino profesional. Esto no era un contrato. ¿Pero cómo puede ser personal cuándo los problemas habían comenzado cuándo Rikki sólo tenía trece años?
Lev echó un vistazo alrededor en busca de más signos, pero por lo que podía decir, quienquiera que la estuvo vigilando sólo había venido esa vez y había estado en la arboleda por encima de la casa, vigilando lo suficiente como para fumarse cuatro cigarrillos. Lev no había captado el olor a humo, pero el viento había estado soplando hacia la casa de Blythe.
– La próxima vez -susurró en voz alta. Supo con absoluta certeza que habría una próxima vez, pero él estaría más preparado.
Rikki había instalado un sistema de seguridad en los alrededores inmediatos de su casa. Había instalado un extenso y sorprendente sistema de rociadores de agua a través del patio y la granja. Pero no tenía vigilancia en la propiedad. Tendría que cambiar eso. Encontró donde el acechador había aparcado el camión, no un coche, y tomó nota de que el neumático de atrás estaba gastado. Debería haber enviado al halcón hacia la carretera primero.
– La próxima vez -repitió y buscó más signos, tratando de conseguir una buena imagen del hombre responsable de varios asesinatos.
Le gustaba el fuego. No le cupo duda, el acechador había estado jugando con él mientras esperaba, casi jugando distraídamente. El fuego le intrigaba. Quizá el hombre necesitaba el crepitar de las llamas brillantes como si fuera alguna adicción, o quizá de la misma manera que Rikki necesitaba el agua. Los elementos se atraían mutuamente. ¿Podría ella haberse topado con otro elemento siendo niña y esto era una extraña guerra en la que ni siquiera sabía que estaba metida?
Le dio vueltas a la idea en su mente. Tenía que encontrar un modo de conseguir que hablara con él acerca de los acontecimientos que llevaron al fuego, los días y las semanas antes del fuego. El acontecimiento fue tan traumatizante que dudaba que ella recordara mucho de antes. Y en este momento, quería acostarse unas buenas diez horas y tratar de evitar que la cabeza se le cayera. Desafortunadamente, tenía mucho trabajo que hacer antes de poder descansar.
Con un pequeño suspiro, regresó a la casa, al hogar que deseaba para si mismo. Encontró que se le llenaba el estómago de nudos, lo cual era un poco sorprendente. Él no era exactamente un hombre tenso, pero nunca había tenido nada tan grande en juego. Quería ver los ojos de Rikki cuando entrara por la puerta. Rikki podía ocultar muchas cosas detrás de su cara estoica, pero no podía ocultar nada de lo que sintiera detrás de esos ojos oscuros y líquidos.
La tensión no iba con él. Era un hombre al que le importaban poco los placeres de la vida. Había sido programado casi desde el nacimiento para hacer un trabajo, para exterminar al enemigo. No había habido ningún otro estilo de vida para él. Sus emociones deberían haber desaparecido, lo habían hecho. Mataba fría y eficientemente, justo como sus adiestradores le habían enseñado. No hay sitio para la emoción. La emoción significaba errores y los errores significaban la muerte. Su vida estaba en manos de Rikki Sitmore y ella ni siquiera se daba cuenta. Porque si esto no funcionaba y él cometía un error, enviarían a todos tras él y nunca pararían hasta que estuviera muerto. Pero ¿quién demonios eran «ellos»?
Se deslizó en el porche de la cocina en silencio antes de volverse para dar un lento barrido a los árboles circundantes. Cerrando los ojos, se expandió, enviando su llamada a los pájaros que se adentraban y hacían sus casas en los árboles. Oídme. Vigilar. Llamadme cuando seamos molestados. Esperó otro momento hasta que sintió la respuesta positiva. La red de espías y centinelas crecería. Una vez que pudiera mostrarles lo que buscaba, un único vehículo al que quería vigilar, o mejor todavía, el verdadero hombre, tendría un sistema de alarma imbatible.
Se paró en la puerta, sus hombros llenaban la entrada a la casa de Rikki, hogar. Inhaló, atrayendo el olor a sus pulmones. Ella estaba sentada en una silla con una vista clara de la pantalla de la puerta, y él notó vagamente, en algún lugar del fondo de su mente, cuán inteligente había sido el diseño de la casa, pero ya estaba completamente dentro, esperando que ella alzara la mirada. Esperando ver su destino en esos ojos.
No era un hombre que rezara, los hombres como él esperaban que no hubiera Dios para juzgarlos, pero no podía evitar que la atracción silenciosa le robara la mente. Deja que ella me escoja. Él la había escogido con sus maneras caprichosas y su ceño adorable. Y que Dios le ayudara, quería verlo en ese momento porque significaría que estaría seria. Quería que estuviera seria con él.
Ella levantó la mirada, fijó los ojos en los de él y a Lev el corazón se le detuvo. Todo en él se calmó. Se asentó. Se ancló en su oscura mirada. Estaba preocupada. Estaba aliviada. Estaba feliz de verle. No hubo sonrisa, ningún signo externo, pero todo lo que necesitaba estaba en las profundidades de esos ojos. Entró y cerró la puerta mosquitera. Demasiadas personas juntas la volvían loca y quizá eso nunca cambiaría. A él no le importaba si nunca lo hacía, siempre que pudiera cerrar las puertas con él dentro y ella tuviera esa mirada en los ojos.
Lev sonrió mientras caminaba la corta distancia hasta ella, a través de la cocina y directo por el vestíbulo al salón. Ignoró a sus hermanas, le tomó de ambas manos y la atrajo hacia sí hasta que pudo envolver los brazos alrededor de ella y sostenerla apretada contra el pecho. Necesitaba su cercanía más que ella en ese momento. No estaba acostumbrado a que sus emociones estuvieran tan cerca de la superficie.
Registró que Judith y Airiana intercambiaban una expresión de sorpresa y bastante placer, así como notó la posición de todas en el cuarto, las rutas de escape y las armas potenciales. La observación era su estilo de vida y eso nunca cambiaría, aunque estuviera decidido a que Sid Kozlov y Lev Prakenskii estuvieron muertos y enterrados para siempre. Nunca iba a ser nadie excepto en lo que esas caras anónimas de su pasado le habían convertido.
– Estaba preocupada -murmuró y estiró la mano para trazar sus afilados rasgos.
– No deberías haberlo estado -contestó. Siempre puedes extenderte y contestaré.
El color le subió por la cara y Rikki miró al círculo de caras interesadas.
– Bien, estaba preocupada -dijo a sus hermanas un poco agresivamente.
Blythe asintió.
– Podemos ver eso.
– Lo tomo como que no había nadie ahí afuera -dijo Lissa. No sonaba como si lo creyera.
– Ha habido alguien -dijo Lev. Necesitaba sentarse antes de que se cayera.
Como si le leyera la mente y quizá lo hacía, Rikki le tomó el brazo y le guió al sillón reclinable, empujándole suavemente en él.
– No te daré un sermón sobre llevar zapatos dentro de casa -dijo Rikki-. Esta vez.
– Lo siento, lyubimaya. -Echó la cabeza atrás porque no podía evitarlo. Se sentía bien el estar sentado. No se había dado cuenta de cuán mareado estaba-. Lo recordaré.
– Dime -insistió Lissa.
– Es un amante del fuego -confirmó Lev-. Y estaba vigilando a Rikki. Fuma Camel. Había varias colillas. No las toqué. Mientras miraba, comenzó siete pequeños fuegos, sólo por jugar, pero el potencial podría ser desastroso. Afortunadamente, todo está empapado por la tormenta.