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– Eso es lo bastante bueno para mí.

Él sabía que no lo era. En el momento que se fuera, iba a acudir a alguien a quien conociera parra que le investigara, y no le dejaría mucho tiempo para convertirse en Levi Hammond. Afortunadamente, ya había hecho mucho trabajo sobre su nueva identidad utilizando el portátil de Rikki, y si había una cosa en la que era excepcional, era en crear identidades. Era un fantasma en un ordenador. No había base de datos donde no pudiera encontrar un modo de piratearla. Y su identidad en la red, el Fantasma, era bien conocida por todos los hackers del mundo. Le debían favores y se los devolverían instantáneamente cuando los pidiera.

Levi Hammond ya tenía una historia completa, inclusive unas pocas multas de aparcamiento, la licencia de buzo de erizos en Alaska y por toda la costa de California. Tenía la licencia de tender, número de la seguridad social, permiso de conducir, estudios universitarios y muchos viajes en su pasaporte. También tenía permiso de armas. Había aprendido a bucear en Japón.

El único problema que tenía eran los buzos de erizos de aquí. Era un grupo pequeño y la mayoría se conocían mutuamente, o por lo menos los unos a los otros. Si tenía suerte, nadie les haría preguntas sobre Levi Hammond hasta que tuviera la oportunidad de conocerles y grabarles recuerdos de él, otro talento que le servía bien. A quienquiera que Blythe pidiera que le comprobara sería sin duda un policía, y ellos mirarían su historia criminal.

– Ten cuidado -le dijo a Blythe cuando se giró para salir-. Todas. Recuerda, este hombre mató a los padres de Rikki y a su prometido. Es igualmente probable que vaya detrás de una de vosotras.

Blythe asintió.

– Estaremos alerta. Estábamos preparadas para que esto sucediera. Nos figurábamos que si la había golpeado cuatro veces, la oportunidad de que lo hiciera otra vez sería muy alta. Todas tenemos sistemas de seguridad, sistemas de detectores de humo y aspersores. -Levantó la mirada al techo-. Rikki tiene muchos detectores de humo, pero no pudimos instalar un sistema de aspersores en su casa.

– Tuvo una pesadilla el otro día -concedió-. Vi lo que sucedió.

Blythe levantó una ceja.

– ¿Y eso no te asustó?

– No me asusto fácilmente -dijo-. Rikki tiene dones, dones increíbles. Si la mayoría de la gente quiere mirar la superficie y no ver lo que hay dentro de ella, ellos se lo pierden. Yo soy feliz de guardarla para mí mismo.

– Si estás con Rikki -advirtió Blythe-, entonces estás con nosotras.

Él sonrió y cerró los ojos otra vez.

– Lo he captado, Blythe, y estoy bien con ello.

La oyó salir del cuarto y escuchó el murmullo bajo de voces mientras hablaban con Rikki. No quería dejarla sola con sus hermanas. Habían indicado que estaban dispuestas a darle una oportunidad, pero sabía que no les gustaba. A ninguna de ellas, bien, quizá Lissa resultara ser su aliada. Ella comprendía su naturaleza más que las otras, pero incluso ella querría proteger a Rikki de un hombre como él.

Las respetaba, comprendía su necesidad de cuidar a Rikki, pero él no iba a permitir que le influyeran para que se alejara de él. No la merecía, lo sabía, pero esta era su oportunidad. Nunca había conocido una mujer que pudiera hacerle perder el control, que pudiera endurecerle el cuerpo y suavizarle el corazón. Algo había sucedido allí debajo del mar, y si él escogía verlo como un milagro personal, una segunda oportunidad, entonces nadie tenía el derecho de quitárselo, ni siquiera sus hermanas.

Oyó las suaves pisadas de los pies descalzos de Rikki cuando entró en el cuarto.

– ¿Lev? ¿Necesitas algo para tu dolor de cabeza?

Quiso abrir los ojos y bebérsela, pero esperó.

– ¿Se han ido? -Sabía que sí, le estaba llamando Lev otra vez. No debería permitirlo, pero le gustaba la manera en que el nombre rodaba por su lengua tan íntimamente. Anhelaba el sonido de la voz de Rikki. Esa monotonía suave le calmaba.

Ella se sentó en el borde de la cama y el frescor de su mano se deslizó sobre la frente de él.

– Sí, han regresado a casa. No deberías haber salido corriendo de ese modo sin ayuda. No has estado levantado más que unos minutos cada vez.

Abrió los ojos entonces, necesitando ver la prueba de su preocupación, la suave mirada en sus ojos, el ceño leve en la boca. No recordaba mucho de su madre y ciertamente nunca había tenido a nadie que se preocupara por él. Dudaba si lo habría tolerado o le habría gustado de alguien más aparte de Rikki. De ella, necesitaba esa ansiedad y ese cuidado.

– Tenemos que ir al pueblo, Rikki. Debo ir a un cibercafé, a alguna parte donde pueda utilizar un ordenador -anunció Lev. La herida de la cabeza dolía como un hijo de puta y todo lo que quería era tumbarse, pero echaría la bola a rodar antes de que todo estuviera en funcionamiento. Tenía que terminar de establecer su identidad y tenía que hacerlo rápidamente. Sus hermanas no iban a permitirle entrar en la vida de Rikki sin saber quién era. Eso significaba un apartado de correos y pedir la documentación necesaria. Tenía que confeccionar una historia plausible para perderlo todo también. Necesitaba un plan de fuga, o ambos. En caso de que su pasado viniera a golpearle.

– Puedes utilizar mi portátil. -Le dio una pequeña mirada, la que decía que sabía lo que estaba tramando-. Ya lo has estado utilizando regularmente.

Él le agarró la mano y apretó los dedos contra sus labios.

– No quiero que ningún rastro lleve hasta ti. Mejor utilizamos un ordenador público.

Después, cargaría un virus lento que corrompería el disco duro durante varios días hasta que finalmente tuviera que ser reemplazado. Si su pirateo levantaba banderas rojas en algún sitio, el ordenador ya no estaría, desechado por el café, y nadie recordaría quién lo había utilizado.

Ella le estudió la cara.

– ¿Has recordado algo?

Se había prometido que no le mentiría.

– Nada de ello es bueno, Rikki. Me gustaría poder decirte que soy un buen hombre, pero no creo que lo sea.

La mirada de ella nunca vaciló.

– Siempre que no me mientas, estaremos bien, Lev. Prefiero oír la verdad, sin importar cual sea.

– ¿Y si no puedes aceptarla?

– Te lo diré.

Él buscó su cara. La mujer era valiente, tenía que concederle eso. Quería decir lo que había dicho.

– Quiero ir al pueblo grande más cercano.

– No tenemos grandes pueblos aquí, Lev. Fort Bragg está aproximadamente a trece kilómetros de aquí. Eso es lo más grande que tenemos. Y no, no somos una base militar.

– Vamos entonces. -Había estado en Fort Bragg. Reconoció el nombre. Eso significaba que había establecido una salida y un plan de emergencia para Sid Kozlov.

– ¿Estás seguro de estar preparado?

– Si no lo hago, tus hermanas traerán a la policía para echarme de aquí.

Rikki no discutió con él.

– Necesitarás ropa también.

– Y equipo de buceo.

– Imposible. De ninguna manera. No vas a venir a mi barco.

Él no pudo evitar darle una mirada engreída.

– Incluso Blythe piensa que es una buena idea.

– Sí, bien, Blythe no es el capitán.

Le agarró de la nuca y le atrajo la cabeza hacia la suya, los ojos abiertos de par en par y mirándola fijamente. Se sentía como si hubiera esperado horas, semanas, una vida para sentir la boca sobre la de ella otra vez. Le dio la oportunidad de alejarse de él. No quería empujarla con demasiada fuerza. Sabía que tenía que darle su tiempo para aceptarlo en su vida. Y tocar era duro para ella. Había advertido la manera en que se contenía cuando sus hermanas la habían abrazado o tomado las manos. Nunca se apartaba, pero tampoco se relajaba.

No se relajó ahora tampoco, pero no se resistió. Los ojos se habían vuelto de un hermoso negro líquido y eran invitadores. Luego las pestañas revolotearon y Lev posó la boca sobre la de ella, los labios suaves, cálidos y acogedores. No tuvo que engatusarla esta vez. Ella se abrió para él y Lev encontró su santuario. El mundo se deslizó lejos hasta que sólo estuvo Rikki y el hombre que ella veía, el hombre dentro de esa armadura oscura de violencia y muerte.