Ella sabía a libertad. A vida. Como un jodido milagro. Rikki movió la boca sobre la de él y luego se entregó. Él sintió la tensión en su rendición, esa completa calma. Ella se relajó en él, un suave calor que le hizo sentirse más hombre y menos una maquina de matar. Ella extraía todas las cosas buenas que le habían dejado, rasgos que nunca había sabido que tenía. Ella encontraba al hombre que debería haber sido. Era como si conociera todas sus batallas, todos sus demonios, como si pudiera aceptar los pedazos rotos que eran todo lo que quedaba de él. Ella sabía que él era una sombra, nada más, pero le juntaba, pedazo a pedazo, con su completa aceptación.
Se sentía seguro con ella. Nunca había estado a salvo con otro ser humano, no desde que había sido arrancado de su casa siendo niño. Nunca había sido capaz de confiar. Nunca podía dar ese pequeño último pedazo, todo lo que le quedaba de su humanidad, para que otra persona lo guardase. Y ahora estaba Rikki. Ella le permitía ser lo que fuera que tenía que ser para sobrevivir. No le pedía nada. No había motivos ocultos. Ningún orden del día. Sólo aceptación. Ella era diferente, imperfecta, o eso pensaba ella, y sabía lo que era luchar por labrarse un espacio para ella misma. Estaba dispuesta a que él hiciera eso.
Se dio cuenta de que la había movido y que tenía una mano enredada en su cabello mientras le devoraba la boca. Quería sentir la piel debajo de las puntas de los dedos. Su cuerpo dolía por tocarla, por sentir su calor y suavidad sin la delgada capa de ropa entre ellos, pero se forzó a estar satisfecho con la deliciosa boca. Con el consuelo que ella ofrecía tan libremente. Rikki cubrió su cuerpo con el suyo y no pudo dejar de notar que estaba pesadamente excitado, pero no pareció tener miedo. Parecía tan perdida en sus besos como él en los suyos.
– Tenemos que parar -murmuró él. Ni con el mejor esfuerzo de la imaginación era un santo y en unos pocos minutos perdería todo el buen sentido.
Ella se echó para atrás instantáneamente, sentándose al lado de él, los ojos fijos en su cara. Tenía la boca hinchada de sus besos, el pelo salvaje y los ojos empapados en deseo. Él casi la arrastró de vuelta a sus brazos, pero ella estaba demasiado quieta, como un animal sin domar decidiendo si quedarse o irse. No iba a darle ninguna razón para irse.
– Adoro besarte -susurró él y le tocó la boca-. Podría besarte para siempre.
Ella se entregaba a su beso, dándole todo lo que era. Era fácil querer devolvérselo.
Rikki estuvo silenciosa durante mucho tiempo, sólo mirándole. La sonrisa fue lenta en venir, pero le paró el corazón.
– Es gracioso, en cierto modo me gusta besarte.
Había una nota diminuta de broma en su voz, pero en su mayor parte había sorpresa, más que sorpresa, conmoción, como si no pudiera creerlo.
– Tomaré lo que tengas para el dolor de cabeza y nos vamos.
Rikki no se movió. Continuó sentada en el borde de la cama, los enormes ojos oscuros mirándole fijamente. Por un largo momento estuvo muy quieta y entonces levantó la mano y empezó a trazar su cara con las yemas de los dedos como si memorizara las facciones. El corazón se le aceleró, empezó a palpitar hasta que se emparejó al ritmo de la ingle. Adoraba la manera en que ella traía su cuerpo a la vida, la dura y rápida necesidad que se estrellaba contra él como un puñetazo oportuno. Cada terminación nerviosa saltaba a la vida y su sangre se encendía como combustible de cohete, cuando normalmente había agua helada en sus venas.
– Lev, haré esto contigo.
El estómago se le llenó de nudos. Ella le leía mucho mejor de lo que pensó posible. O quizá era que ella estaba en su cabeza tanto como él estaba en la suya, y eso podía ser peligroso para ambos. Tenía cosas en la cabeza por las que mataría la gente.
No podía abstenerse de tocarla, de acariciar su brazo mientras ella le trazaba la cara.
– ¿Y si las cosas que he hecho son peores que las que el acechador te ha hecho? ¿Entonces, qué, Rikki?
Los ojos nunca vacilaron.
– Entonces decides que eres una persona diferente y comienzas otra vez.
– ¿Así? ¿Podrías aceptarme sabiendo que he hecho daño a otros? -La garganta casi se le cerró, cortando el aire-. ¿Quizá alguien que te gusta?
– Sé lo que es combatir cada día de mi vida para que me acepten, para sobrevivir -dijo suavemente-. Estás a salvo aquí, Lev. Puedes ser quién eres realmente.
– ¿Qué si no sé quién soy?
Ella sonrió, su expresión era tan tierna que se sintió casi paralizado.
– Entonces tienes tiempo de sobra y un lugar seguro para averiguarlo. -Bruscamente dejó caer la mano de la cara-. Encontraré las aspirinas.
Lev le agarró la mano y la mantuvo cautiva. Cuando ella se giró hacia él, Lev sintió la sacudida por todo su cuerpo por el impacto de esos ojos. Ella le veía. Ese era su don. Veía dentro de él y el resto no importaba. Estaba enteramente centrada en él, una intensa conexión que sabía que él nunca tendría con otro ser humano.
– ¿Qué es? -Otra vez su voz fue increíblemente apacible.
– Debo besarte otra vez. -Porque se ahogaba. Había perdido el pie y se había hundido rápidamente y hasta el fondo. Necesitaba desesperadamente un ancla. Ella le daba la vuelta y él no hacía nada para pararlo.
Rikki no hacía preguntas ni vacilaba. Ella deslizó las manos por su pecho y bajó la cabeza hacia la suya. Él vio sus ojos volverse líquido y fuego con la pasión, toda esa fría agua destellaba tan caliente que imaginó que el vapor se alzaba en torno a ellos. Cerró los ojos y permitió que ella le llevara lejos, al paraíso.
No había imaginado un mundo de sensaciones, de pasión. No había sabido que pudiera sentirse de esta manera, tan caliente y dolorido y al borde de la pérdida del control. La excitación se extendía como una ola, subiendo por los muslos, apretando su intestino y el pecho. Los pulmones ardían en busca de aire. Y su polla estaba pesada y llena, una demanda urgente. Todo mientras el corazón palpitaba desenfrenado y el aliento entraba de forma entrecortada. La sensación era maravillosa.
Capítulo 11
– Espera, para aquí -dijo Lev y sacó la cabeza fuera del camión para mirar hacia el complejo de almacenes que acababan de pasar.
Sabía que había estado en el cibercafé al que Rikki le había llevado por lo menos otra vez, antes de que el yate se hundiera. Supo qué ordenador había utilizado y lo escogió una segunda vez. Rikki no había entrado con él. Lo había intentado, pero al final esperó en el camión. Él había pasado mucho tiempo en el café, pero cuando volvió ella no mostraba signos de impaciencia. Tenía una taza de café y escuchaba música, le sonrió tan pronto como entró en el camión.
Estuvo agradecido de que hubiera pensado en traerle también un café. Moverse no había ayudado con el dolor de cabeza, y estaba decidido a llevar a cabo tanto como pudiera y tan rápido como fuera posible dado que estaban en público. No quería llamar la atención, pero necesitaba ropa y sabía que había dejado un par de maletas en algún lugar, preparadas para una salida rápida. Debía orientarse otra vez y encontrar dónde las había dejado. Tenía que llevarla a dar vueltas un rato, mientras sorbía el café y trataba de recordar.
– Reconozco este lugar -afirmó-. He estado aquí antes.
Rikki hizo un giro completo y paró el camión por fuera de la alta valla cerrada con cadena.
– ¿Por qué este lugar te sería familiar?
– Siempre dejo una maleta con dinero, pasaporte, identificación y ropa para una rápida salida de emergencia en varios lugares. -Valoró con cuidado el área. Podía ver que la cámara de seguridad estaba rota. Recordó tirar una piedra con puntería para asegurarse de que no captaran fotos de él. No la habían arreglado.