Mientras desembalaba el equipo, el último resto de su pesadilla se desvaneció. Ahora, aquí, a la luz del día, al lado de la influencia calmante del océano, casi podía estar agradecida a las pesadillas. Siempre realzaban su conciencia de la seguridad en la granja y la reciente avalancha le recordó que era hora de comprobar todas las alarmas de incendios, los aspersores y los extintores de la granja. Nunca podría arriesgarse a volverse confiada otra vez.
Incluso si ella no fue quien comenzó de algún modo los fuegos, otra persona lo había hecho. Parecía claro que alguien la quería a ella y todos a su alrededor muertos. Casi había huido de Blythe y de las otras para protegerlas, pero había estado tan abatida, tan cerca del final de la cuerda, que no podría haber sobrevivido sin ellas. Y a pesar de todo, Rikki no estaba lista para morir. Por suerte, sus nuevas hermanas se habían dado cuenta de cuán importante era para ella la seguridad contra el fuego y habían gastado dinero extra en todo lo que ella había pedido.
Rikki caminó por el muelle hasta que llegó a su bebé, el Sea Gypsy. No se compraba ropa ni muebles. Su casa era austera, pero… este barco era su orgullo. Adoraba el barco, los siete metros. Todo en el barco estaba en condiciones impecables. Nadie tocaba su equipo excepto ella. Incluso hacía sus propias soldaduras, transformando el diseño del pescante para hacer más fácil el acarrear las redes a bordo.
El río estaba tranquilo y el barco se mecía suavemente contra los parachoques, una mezcla calmante de sonidos, el chapoteo del agua y los pájaros llamando de aquí para allá. Había un único remolque solitario de campista en el parque y nadie a la vista. El puerto estaba casi desierto. Pasó todos sus controles y arrancó el motor. Rikki desató las cuerdas y las lanzó. Un ansia familiar le corría por las venas mientras empujaba al Sea Gypsy fuera del muelle.
Para Rikki, ninguna sensación en la tierra se emparejaba con la emoción de estar en la cubierta de su barco, el motor poderoso, un Mercruiser 454 con 3 motores fueraborda Bravo y dos propulsores de acero inoxidable, retumbando bajo los pies y el río extendiéndose delante de ella como un ancho sendero azul. El puente de madera, con el metal extendiéndose sobre el río, se estiraba por encima de ella, el banco de arena y las piedras a los lados, eran su puerta al océano. El canal era estrecho e intransitable en bajamar o con mucho oleaje. Con el viento de cara, maniobró el barco fuera de su amarre, mantuvo la válvula de admisión baja mientras se movía por el canal. El banco de arena a su derecha podía presentar problemas y se mantuvo en el centro mientras el Sea Gypsy rozaba la curva para llegar a mar abierto.
Cormoranes de doble cresta rivalizaban por el espacio en el islote más cercano al mar, una pequeña isla hecha de piedra donde los pájaros anidaban o descansaban. Les envió una sonrisa mientras juzgaba a su amante. Nunca se fiaba completamente de los boletines meteorológicos ni de los libros de mareas, tenía que ver por si misma exactamente de qué humor estaba el océano. A veces, en la protección del puerto, el mar se sentía y parecía calmado, pero las aguas más allá de la masa de tierra podían traicionar su humor enojado. Hoy, el océano estaba tranquilo, el agua suave y brillante.
El Sea Gypsy surcó las aguas abiertas y Rikki se relajó completamente. Este era su mundo, un lugar donde estaba verdaderamente cómoda. Aquí, conocía las reglas, los peligros y los comprendía, de una manera que nunca podría comprender las situaciones sociales y las interacciones humanas. El cielo arriba era azul y limpio, la superficie tan lisa como la costa de California jamás lograría ser, mientras el barco atravesaba el agua. Tenía un gran motor, hecho para correr, un regalo de sus hermanas y uno que nunca podría comenzar a agradecer.
Pasó deprisa por las cuevas, las colinas y precipicios, desde aquí la costa parecía un mundo diferente por completo. Los pelícanos, los cormoranes y los quebrantahuesos compartían los cielos con gaviotas, zambulléndose a veces profundamente, sus cuerpos elegantes y aerodinámicos mientras caían a plomo en las profundidades detrás de un pez. Pequeñas cabezas botaban aquí y allá mientras las focas surgían cerca de la costa, cazando la comida. Dos focas jugaban juntas dando saltos mortales una y otra vez en el agua.
La espuma salpicaba los precipicios en una muestra de poder cuando el mar se encontraba con la tierra. Levantó la cara al aire salado, sonriendo ante el toque del agua. Comenzó a cantar, con una mano tejía un patrón de baile en el aire mientras maniobraba el barco con la otra. Era casi una compulsión, cada vez que se encontraba sola, donde nadie podía verla u oírla. Una invitación. Un idioma del amor. Las notas saltaban sobre la superficie al lado del barco mientras ella surcaba el agua.
Se empezaron a formar columnas diminutas, chispeantes tubos que bailaban sobre la superficie como mini ciclones. El sol brillaba a través de ellos, prestándoles colores mientras se retorcían y giraban elegantemente. Algunos se elevaban hacia arriba, saltando por encima del barco en delgados arcos iris para formar un pasadizo. Riéndose, se disparó a través de ellos, el viento y el agua en la cara, despeinándole el cabello como dedos.
Jugó con el agua, allí afuera, el lugar más seguro que conocía, con la costa a lo lejos y el agua saltando por todas partes alrededor del barco, la atraía de alguna manera misteriosa que no comprendía, la llamaba con señas, salvándole la vida numerosas veces, haciéndola sentirse en paz cuando todo y todos a los que amaba habían sido apartados de ella. Bajo su dirección el agua se moldeó, adoptando formas. La alegría que la atravesaba allí en el agua donde estaba tan viva, nunca podría ser duplicada en la costa donde, para ella, sólo había vulnerabilidad y vacío.
Ancló al Sea Gypsy en la plataforma, pero se dio mucho campo en caso de que una ola grande viniera a ella de ninguna parte. Comprobó su equipo una última vez. El ansía se alzaba dentro de ella, sin estropearse con ninguna insinuación de temor. Adoraba estar en el agua. Estar sola era una prima añadida. No tenía que intentar adherirse a las costumbres sociales convencionales. No tenía que preocuparse por herir los sentimientos de nadie, avergonzando a su familia escogida o tener a gente burlándose de ella.
Aquí fuera, en el agua, podía ser ella misma y era suficiente. Aquí fuera no podía oír los chillidos de los muertos, sentir el calor abrasador de un fuego ardiente o ver la sospecha en las caras a su alrededor.
Después de frotarse con champú de bebé, calentó el traje vertiendo agua caliente del motor dentro antes de ponérselo. Una vez más, comprobó el compresor de aire, su cuerda salvavidas. Había gastado mucho dinero en el motor Honda de 5,5 caballos de potencia y el compresor de aire Atlas Copco 2 con los tres filtros carísimos, dos filtros de partículas con un filtro de carbono arriba de todo. Había buzos que habían muerto por envenenamiento de monóxido de carbono y ella no iba irse de ese modo. Tenía una Hanson sin cierre de liberación rápida al final de la manga principal así que podría separarse rápidamente si fuera necesario. Llevaba un metro cúbico, un pequeño salvavidas, en su tanque de reserva en la espalda. Algunos buzos se zambullían sin uno, pero dado que ella se sumergía generalmente sola, quería la protección extra. A Rikki no le importaba verse forzada a un ascenso de emergencia. Siempre quería poder subir con la velocidad apropiada si algo le sucediera a la manga, como que alguien que no viera su bandera de zambullida la cortara.
Poniéndose el cinturón de contrapeso y luego el salvavidas, se colocó el instrumento más importante, su ordenador para controlar el tiempo, así no habría riesgo de permanecer abajo demasiado tiempo. Tenía una brújula para saber donde estaba y donde quería ir. Asiendo su equipo de erizos de mar, resbaló en el agua, llevando con ella cuatro redes de doscientos cincuenta kilos de capacidad con ella.