– ¿Varios lugares? -repitió-. ¿Por qué varios?
– Creo en estar preparado -explicó distraídamente, su atención en la instalación de almacenes-. Que es por lo que vamos a agregar seguridad a tu casa. Necesitas tomar mejores precauciones.
– ¿Alquilaste un espacio bajo el nombre Sid Kozlov?
Negó con la cabeza.
– Demasiado peligroso. Si estaba huyendo, podría ser rastreado por ese nombre. Siempre utilizo una identidad limpia. -Para que ni sus jefes pudieran rastrearle. Uno nunca sabía cuándo le podían ordenar a un asesino que limpiara un lío. No confiaba en nadie, y menos en todas esas personas que le habían robado a sus padres, su familia e infancia para entrenarle para ser altamente operativo. Era una herramienta, nada más, y cuando su utilidad hubiera concluido, no vacilarían en matarle.
Rikki le tocó el brazo para devolver su atención hacia ella. En el momento que sus ojos se encontraron, él experimentó un dolor extraño en la vecindad del corazón, como un torno que le agarrara con fuerza. Esa expresión, tan cerca de la ternura, casi le destrozó el corazón.
– Cuán terrible tener que vivir de ese modo. He sentido miedo, enfado y culpabilidad durante demasiados años de mi vida, y he encontrado paz aquí, Lev. Espero que tú también lo hagas.
Ella era paz. Eso es lo que ella no comprendía completamente. Al mirarla a los ojos, al tocar su piel, al besarla… Infiernos, sólo al mirar esas expresiones ir y venir en sus ojos le daba un regalo inmensurable. Podía mirarte para siempre.
Se tragó lo que había estado a punto de decir, porque nada sería correcto. No había modo de expresar lo que sentía sin sonar como un completo loco.
Ella le sonrió.
– No suenas como un loco, suenas dulce.
Él sonrió como un idiota. Debería haber sabido que estaban conectados, pero el torrente de calor valía sonar como un tonto.
– No hay nada dulce en mí -le advirtió.
La sonrisa se amplió.
– ¿De verdad? Porque creo que el color rojo te queda muy bien.
Él se tocó la cara. El color se había arrastrado bajo el permanente bronceado de su piel.
– Esto es un suceso sin precedentes. -Se inclinó y la besó, rozando los labios levemente sobre los de ella sólo por la emoción-. Quédate aquí. Regresaré en unos minutos.
– Me siento como la compañera del gánster en las películas. -Se asomó por la ventanilla y lo miró rodear el camión-. ¿Hay armas ahí adentro?
– Por supuesto.
Ella se rió y sacudió la cabeza.
La cabeza de Lev se vio afectada en el momento que puso los pies en el suelo y empezó a andar, pero esa risa suave lo cambiaba todo. Nada importaba. Ni el dolor. Ni lo que estaba en esos almacenes. Sólo Rikki y la manera en que le dejaba encontrar el camino. Tenía su identidad colocada y había solicitado sus artículos "perdidos". Incluso se las había arreglado para conseguir un informe policial de San Francisco, donde el pobre Levi Hammond había sido atacado. Su madre era rusa, su padre norteamericano. Había nacido en Chicago. Le gustaba su nuevo pasado. Era todo muy normal.
Permitió un descanso a su mente mientras pasaba a piloto automático. Su cuerpo encontró el camino a la tercera fila, donde varias unidades más pequeñas estaban albergadas en una línea larga, todas exactamente con el mismo aspecto. No importaba, sus pies le llevaron al decimoctavo mini garaje. Utilizando el dobladillo de la camisa, pulsó su código. Mantenía el mismo, uno que nadie sabría excepto él. No obstante, entró en la unidad de almacenamiento con extremo cuidado, puesto en alerta máxima en el momento que la puerta se desbloqueó.
Antes de entrar en el cuarto cerrado se quedó muy quieto, estirándose con los sentidos, asegurándose de que no había nadie al acecho. Luego inspeccionó la puerta en busca de trampas ocultas antes de entrar cuidadosamente. La maleta estaba colocada exactamente donde la había dejado, pero no se acercó. Primero estudió el suelo en busca de signos de desorden. Había una ligera capa de polvo sobre el cemento que rodeaba el único estante donde descansaba la maleta. No pudo ver huellas y las telarañas estaban intactas. Aún así, tuvo cuidado cuando se acercó, estudiando la maleta desde cada ángulo antes de tocarla.
Estuvo tentado de abrirla e inspeccionar el contenido, pero no quería correr el riesgo de ser descubierto, mejor irse mientras no hubiera nadie alrededor. Volvió al camión y se deslizó dentro.
– Salgamos de aquí.
Rikki arrancó obedientemente el motor y condujo hacia la carretera con un pequeño ceño en la cara.
– ¿Crees que alguien vendrá detrás de ti, verdad?
– Sí. -Su respuesta fue deliberadamente brusca, suncinta, una señal para retroceder.
– ¿Pero si eras Sid Kozlov, no pensarán todos que falleciste? Las probabilidades de que sobrevivieras eran minúsculas. Tienen que creer que estás muerto. Sólo recuperaron unos pocos cuerpos, es un océano grande. Finalmente otros pueden llegar a la costa, pero no hay garantías y cuanto más tiempo pase, menos probable es.
Él mantuvo los ojos en el espejo retrovisor.
– Ellos no aceptarán que estoy muerto, Rikki. Vendrán a mirar. -Ella lo miró, pero Lev no la miraba, estaba demasiado ocupado mirando a la carretera circundante-. ¿Quieres ir al barco? -preguntó.
– Sí, pero no vamos a ir -dijo firmemente-. Voy a llevarte a casa y vas a descansar. Has estado levantado demasiado hoy. ¿Y quién son "ellos"? ¿Lo has averiguado?
Se encogió de hombros, sin discutir con ella. Quería que estuviera por lo menos en el agua, incluso un corto periodo de tiempo en el puerto, pero estaba colgando de un hilo.
– Te lo diré cuando estemos en la cama. En la oscuridad.
– Estoy bien con eso.
Rikki condujo en silencio, deseando que Lev descansara. Se encontró enormemente complacida de que él hubiera querido ir al barco. Que le dijera que estaba enterado de que tenía dificultades si estaba lejos del agua demasiado tiempo. Se suponía que una tormenta golpearía alrededor de la medianoche y pensó en sentarse en su columpio del porche y disfrutar de cada segundo. Lev parecía gris debajo de la piel. Dudaba que alguien más hubiera advertido los cambios, pero ella era consciente de cada aliento que tomaba, le dolía otra vez.
Cuando hubo girado en el camino que llevaba a la granja, Lev la paró.
– Sigue conduciendo. ¿No hay una entrada trasera?
– Puedo tomar el camino un poco más allá de esta entrada, pero es mucho más largo y atraviesa el bosque, así que está a bastante distancia de la entrada trasera. La puerta de atrás está cerrada con candado.
– ¿Lo tomo como que nadie viaja por ese camino?
– Raramente. Hay dos propiedades sin explotar en este camino y nunca he visto a nadie venir tan lejos, pero no lo tomo a menudo. -Lo miró-. Es realmente largo.
– Bueno. Conduce cerca de un kilómetro y entonces para en el camino y déjame examinarlo.
– ¿Para qué?
– Ha llovido, ¿recuerdas? Esto es un camino de tierra. Reconoceré los rastros de los neumáticos del bastardo que te acecha.
Ella le dio vueltas a eso en la mente, atemorizada de esperar.
– Lev, ¿estás seguro que había alguien en el risco?
– Te dije que no te mentiría y no lo haré. Él adora el fuego, Rikki. Sería demasiada coincidencia que alguien apareciera, mirara a la casa y comenzara pequeños fuegos para pasar el tiempo, y que no fuera el hombre responsable de las cosas que te han sucedido.
– Pero eso no tiene ningún sentido. ¿Qué podría haber hecho yo a los trece años para hacer que me odie tanto y que esté dispuesto a matar gente?
– No tiene que tener sentido para nosotros, lyubimaya, sólo lo tiene en su mente.