Como si la oyera, el viento se levantó y el cielo se oscureció mientras las nubes soplaban en lo alto, girando y revolviéndose, pesadas con lluvia. Rikki miró a lo alto y las manos se relajaron en el volante. El camino se amplió y él vislumbró una casa grande lejos a la izquierda.
– ¿De quién es eso?
– Eso es realmente la zona comunitaria. Tenemos un gimnasio y un centro de meditación. Lissa ha estado trabajando en un área de entrenamiento que es realmente agradable. Quizás quieras utilizarlo si haces ese tipo de cosas.
Él quiso sonreír. A veces ella era como el sol con sus pequeñas maneras caprichosas y las cosas que decía o pensaba.
– Él condujo por tu granja, Rikki. ¿Cómo es que no le vio nadie?
– Es un lugar grande y la mayor parte de nosotras no estamos en casa durante el día, sólo Lexi, y ella podría haber estado en cualquier sitio.
Se quedaron silenciosos mientras Rikki conducía hasta la casa y aparcaba el camión. Lev la miró comprobar el suelo alrededor de la casa y cada una de las ventanas, tomándose su tiempo mientras las gotas de lluvia comenzaban a caer. Levantó la cara al cielo y sonrió, extendiendo las manos como si les diera la bienvenida. Ella estaba allí, concentrada en las gotas, perdida en la belleza de las gotas individuales. Él se encontró atrapado en su magia, la admiración infantil en su cara, su expresión de absoluta maravilla.
No pudo detenerse, la alcanzó telepáticamente, queriendo compartir el momento con ella, necesitando sentir lo que ella sentía. El conocimiento estalló a través de él, apaciguando, calmando, se maravilló de tal perfección, ante la sensación del agua fría sobre la piel cálida. Estaba asombrado ante la miríada de sensaciones que se vertían sobre él y en su interior. El cielo brilló con lágrimas de diamante, cada una más perfecta que la última, cada una multifacética. Por un momento, estuvo atrapado en la fascinación con la naturaleza, como ella. Nunca había advertido gotas de agua con todo detalle, ni había puesto jamás atención a cómo se sentían sobre la piel.
Había una sensación sensual en el patrón de las gotas, o quizá estaba tan conectado a ella que, como de costumbre, cuando estaba cerca, su cuerpo se sentía más vivo. Incluso eso le asombraba, el hecho de que se pudiera poner lleno y duro sin ser consciente de hacerlo. Envuelto en el olor fresco de la lluvia se paró al lado de ella y levantó la cara para mirar la maravilla de las gotas mientras bajaban hacia él desde el cielo. Eran prismas de cristal que estallaban sobre su piel como lenguas.
Esto es increíble.
Su mente rozaba la de ella, una intimidad más intensa que cualquier cosa que alguna vez hubiera conocido. La palma izquierda le escocía y sin pensar levantó la mano y frotó el centro con la barbilla sin afeitar. Rikki se quedó sin aliento y dio media vuelta para enfrentarle, rompiendo el hechizo de las gotas de lluvia. Sus ojos se abrieron con asombro.
Él la miró a los ojos, esas oscuras piscinas de misterio que tanto lo intrigaban y entonces, ella le volvió la espalda bruscamente para desbloquear la puerta y le dejó entrar. Dio un paso atrás para permitirle pasar, pero mientras él pasaba a zancadas a su lado, le acarició el pelo con la mano. Amaba esas brillantes mechas causadas por el sol en el grueso y oscuro cabello. Ella siempre tenía un aspecto como si el sol le estuviera besando la parte alta de la cabeza, algo que él sentía el impulso de hacer con regularidad.
Era algo extraño mirar al pasado, una negra laguna mental de obligaciones y disciplina, ver el lado más sórdido del mundo, aceptar su destino, saber que estaba entrenado para matar. Nunca a lo largo de estos años consideró que hubiera otra forma de vivir. De hecho, cuanto peores eran los delitos que presenciaba, más determinado estaba él a librar al mundo de sus corruptos y feos puntos débiles. Nunca se consideró parte de ése mundo. Nunca tuvo la impresión de poder estar equivocándose. Seguía las órdenes y las ejecutaba sin vacilar. Era casi como si se hubiera despertado en el mar, allí en las profundidades de sus ojos, por más melodramático que sonara.
Algo había cambiado en su interior y había vuelto a nacer. Sus controladores vendrían, y si se daban cuenta de que aún seguía vivo, no se detendrían hasta que le encontraran. Sid Kozlov tendría que permanecer sepultado en el mar y el nuevo Levi Hammond tenía que tener un pasado que pudiera hacer frente a cualquier investigación. Acarició su barba atentamente. El vello facial y la ropa de un pescador añadían otra capa de protección. Si trabajaba en el mar y permanecía lo más recluido posible, pasando desapercibido una temporada hasta que Hammond se estableciera, tendría una oportunidad de vivir.
Puso la maleta en la mesa de la cocina a plena vista de Rikki. No le iba a esconder nada. Denía que ser la única persona en el mundo en la que confiara lo suficiente para darle el último jirón de su humanidad. Si ella no le podía aceptar, no lo haría nadie más. Tras él Rikki cerró la puerta y se apoyó contra ella, su mirada fija, enfocada en él y no en la maleta.
Lev estudió el cerrojo. Parecía estar intacto y sin arañazos. Se agachó para observarlo desde otro nivel. Podía oír a Rikki respirando, despacio y estable, pero no se movió ni hizo ningún sonido. Ella simplemente esperaba.
Marcó el código y lentamente levantó la tapa. Allí había efectivo, un montón, todo en moneda americana. Bajo el dinero encontró pasaportes y un kit para hacer carnets de identidad. Lo apartó todo para mostrar dos conjuntos de ropa informal. Bajo la ropa había más armas así como también un pequeño ordenador portátil.
– Sabes cómo hacer el equipaje -observó Rikki, en tono estrictamente neutral.
Le lanzó una mirada mientras inspeccionaba cuidadosamente cada arma antes de juntarlas todas y llevarlas hasta el dormitorio. Rikki dio un paso adelante y miró con atención el maletín, con las manos en la espalda y ese pequeño ceño fruncido habitual en su cara. Lev se encontró sonriendo una vez más mientras volvía y amablemente pero con firmeza la apartaba levantándola y dejándola de pie a un lado.
– Deberías pensar en la comida -dijo él.
– Tú deberías pensar en ingresar ése dinero en el banco -contestó ella-. Alguien va a robarte.
Le lanzó una sonrisa abierta sobre el hombro.
– ¿Quién sería, Rikki? Nadie sabe del dinero.
– Yo. Voy a robarte. Resulta que tengo la habitación llena de armas. Creo que podría cogerte -agregó ella, clavando todavía los ojos en el dinero.
Él se rió suavemente.
– Te ahorraré el problema. Si lo deseas, es tuyo. Tengo por lo menos cuatro portafolios más escondidos con la misma suma y una cuenta corriente en la que he ingresado dinero durante años. Soy malditamente bueno con los ordenadores, Rikki. Cuando me he encontrado en medio de conspiraciones corporativas, he logrado reencauzar el flujo de efectivo sin que nadie pudiera rastrearlo.
Ella tragó saliva.
– Robaste dinero.
– De criminales. -Normalmente antes de exterminarlos-. Y recibí grandes cheques como salario por ciertas tareas. -Las mismas sobre las que le hablaría si preguntaba, pero seguro que no iba a ofrecerle voluntariamente esa información. Señaló hacia el dinero-. Tómalo si lo deseas. Tú ciertamente has compartido cosas conmigo.
Ella negó con la cabeza y dio un paso atrás.
– No bromees con cosas así. Voy a la sala de estar.
Fue su turno de fruncir el ceño. La siguió a través del pasillo. Ella se hundió en su silla favorita y empezó a mecerse lentamente de acá para allá. Dudaba de si era tan siquiera consciente de ello. Su primer instinto fue ir hacia ella y arrodillarse a fin de poder mirarla a los ojos y ver qué estaba pensando, pero dada la forma en que se estaba manteniendo al margen, temía que estuviera ya sobrepasada y necesitara algo de espacio.
Realmente no habían estado separados mucho tiempo desde que le sacó del océano. Él creía que tendría dificultades para pasar tanto tiempo con alguien ya que nunca lo había hecho, pero algo le había ocurrido allí en el mar. Ella estaba luchando por integrarle en su vida a pesar de que era obvio que cambiar no era su fuerte. Entró en el dormitorio y encontró la manta de consuelo. Ella no se movió ni lo miró mientras la envolvía en ella, pero una parte de la tensión la abandonó. Salió del cuarto y la dejó sola.