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– ¿Es mejor dejarla sola cuando se siente sobrepasada?

– Así lo hacemos -Blythe hizo una concesión-. Se tranquiliza a sí misma. Si te das cuenta, se rodea de las cosas que la reconfortan. Tiene una manta que ayuda, pero el océano es su mejor recurso. Cuando está lejos durante mucho tiempo, se mete en más problemas.

Ella se inclinó hacia el coche y cogió la comida, dos envases grandes que olían como el cielo. No se había dado cuenta del hambre que tenía. Iba a piratear los archivos de Rikki y leer todo lo que pudiera sobre ella. Si era autista, entonces tenía un alto nivel funcional para no requerir ayuda como un niño. Necesitaba leer todo lo que pudiera sobre ella y conseguir una idea mucho mayor de las cosas que habían moldeado su vida.

– Gracias por la cena -Lev observó a Blythe mientras volvía a su coche. Ella todavía no confiaba en él y no la culpaba. Iba a tomar a Rikki y hacerla suya. Blythe conocía sus intenciones y no se fiaba de sus motivos.

Hizo una revisión más lenta y cuidadosa de los alrededores y cerró la puerta de la cocina tras él. Comió mientras trabajaba, los dedos volando sobre el teclado al punto de que apenas probó la comida aunque antes había tenido mucha hambre. Los archivos juveniles de Rikki fueron mucho más fáciles de acceder porque los casos de las muertes de sus padres y su herencia todavía estaban abiertos. Sus padres habían buscado ayuda médica para su hija cuando tenía alrededor de dos años y medio. Le fueron aplicadas tanto terapia auditiva como ocupacional, lo que continuó hasta que tuvo trece años de edad, gracias a un doctor muy progresista y a un padre dispuesto a nuevas técnicas. Tuvo un logopeda durante una temporada mientras estuvo en una institución pública, pero tenía brotes violentos hasta el punto de que la mayoría de los instructores rechazaban trabajar con ella. Fue etiquetada como incontrolable e incluso peligrosa para sí misma y para los demás.

Lev miró con el ceño fruncido hacia la pantalla, conmocionado por la cólera y la adrenalina que corría por sus venas. No había sido consciente de que la emoción le pudiera sacudir de esta forma, viendo cómo había sido en el pasado. Rikki no hizo ruido, pero sintió su presencia y levantó la mirada para encontrarla en el quicio de la puerta del pasillo, observándole. Cerró el portátil y lo apartó, mirándola directamente.

– Lo siento, Lev. No sé qué decir, sólo que gracias por la manta.

– No me pidas perdón, Rikki. No por ser quién eres. Nunca lo hagas, no conmigo ni con nadie más. Haz lo que tengas que hacer, cariño. Ésta es tu casa.

Ella no sonrió, simplemente le miró, quedándose quieta como si esperara algo.

– Veo que mis hermanas han decidido alimentarte.

Él le lanzó una sonrisa.

– Creo que les di pena. Estaba un poco delgado.

Su mirada se deslizó por su cuerpo.

– No creo que fuera por eso. Pareces lo suficientemente lleno por todos los sitios para mí.

Sus miradas se encontraron y su corazón dio un vuelco. Había una mirada de especulación en los ojos de ella, una que le decía que sus besos habían valido la pena y que definitivamente se había dado cuenta de que era un hombre.

– Vamos, siéntate a la mesa. Necesitas comer algo.

Ella recorrió con la mirada los platos sucios sobre la mesa y se negó, saliendo de la habitación.

– Creo que saldré afuera y me sentaré un rato. La lluvia está empezando a caer y me gusta sentarme en el porche y observarla.

No estaba seguro de querer que saliera sin él, pero no había forma de detenerla. Disfrutaba sentándose en su columpio y escuchando la lluvia por la noche.

– Saldré en unos minutos. ¿Quieres café?

Ella negó con la cabeza.

– No esta tarde. Ya tengo problemas para dormir tal y como estoy.

Lev la observó salir por la puerta principal. Ni siquiera había atravesado la cocina con los platos sucios sobre la mesa. Y no comería. Tenía que encontrar la forma de conseguir que se sintiera cómoda con la idea de comer juntos. Pensó en soluciones mientras lavaba los platos y limpiaba la mesa. Le hizo un emparedado de mantequilla de cacahuetes, cortó en trozos unos pocos pedazos de brócoli crudo y añadió una cucharada de mantequilla de cacahuete en el plato. Añadiendo un vaso de agua, le llevó el plato, enviando una silenciosa plegaría para que aceptara la comida en su precioso plato y no se disgustara más con él.

Capítulo 12

Rikki balanceaba un pie de aquí para allá mientras oscilaba suavemente en el columpio, mirando fijamente hacia la oscuridad que se arremolinaba. No tenía la menor idea de qué hacer con Lev. Había decidido que podía quedarse, pero no sabía cómo compartir su vida. Ella necesitaba un cierto ambiente para vivir en paz, y si permitía a Lev en su mundo, no sería justo esperar que se amoldase a sus necesidades. Estaba definitivamente intrigada por el hombre, por lo que sentía por él. Lev estaba perdido e intentando encontrar su camino, justo como lo había estado ella. No podía hacer menos por él que lo que Blythe y las otras habían hecho por ella.

Suspiró otra vez. Quizá había empezado a ayudarlo porque sintió que él lo necesitaba pero ahora no estaba segura de sus propias motivaciones. Estaba empezando a sentirse fascinada por él, casi obsesionada y realmente podía concentrarse en algo si estaba interesada en un sujeto. Hasta ahora, el sujeto nunca había sido otro ser humano, pero su rara conexión con Lev parecía estar creciendo. Pensaba demasiado en él.

– Ese es tu tercer suspiro.

Un millón de mariposas revolotearon en su estómago. Levantó la mano y sacudió los dedos, soplando sobre ellos como si apagara un fuego. Al darse cuenta de lo que había hecho, dejó caer la mano rápidamente. Le había llevado años de esfuerzo concentrado detener ese patrón infantil de sacudir las manos y soplarse en los dedos repetidas veces. El acto era hipnotizador y permitía que su mente se concentrara en la pauta repetitiva en vez de tratar con lo que era nuevo e incómodo. Miró a la cara de Lev. Sí. Él lo había advertido.

– No estaba contando -contestó.

– Te preocupas demasiado. -Levantó el plato con el sándwich-. Te he traído algo de comer.

El estómago le dio bandazos. Su sándwich estaba en uno de los platos que sus hermanas le habían dado. Esta era la segunda vez que él los había utilizado y ella no podría hacerlo otra vez. Dobló las manos en el regazo.

– Jamás utilizo esos platos.

– ¿Por qué?

Había curiosidad en su voz, pero nada más que pudiera detectar. Frunció el ceño tratando de pensar qué decirle. No utilizaba los platos porque los adoraba y tenía miedo de que algo les sucediera. Sonaba estúpido cuando pensaba en admitir la razón en voz alta. Sus hermanas le habían dado los platos para que los usara y aún así, durante cuatro años, sólo los había mirado. Mantener los platos como nuevos parecía muy lógico hasta que trataba de decirlo en voz alta. Incluso Blythe se había opuesto a que no los utilizara.

Levantó la mirada a al rostro de Lev. No había expresión en su cara, sólo una comprensión apacible en sus ojos. Ese vistazo hizo que otra ronda de mariposas revolotearan. Quería estirarse y trazar cada línea de su cara.

– Sé que suena tonto, incluso para mí, pero nadie más me ha dado algo jamás, no después de que mis padres murieran, y no quería arriesgarme a astillar ni a romper un solo plato.

Él sonrió. El corazón de Rikki saltó. La sonrisa no era de diversión, burla o para ridiculizarla, era casi tierna.

– Eso tiene perfecto sentido para mí. Pondré esto en un plato de papel por ahora y compraremos platos que no nos importe romper o astillar. Podrías poner este conjunto en una vitrina. Lucirían hermosos. -Bajó la mirada al borde del plato con las conchas y las estrellas de mar, todo en blanco, pero obviamente hechos a mano-. Realmente, el conjunto entero es una obra de arte. Sería una lástima que se arruinaran.