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Bruscamente se fue y estuvo allí parpadeando, como si despertara de un sueño, mirando alrededor, tratando de orientarse y volver a un mundo que no era exactamente tan brillante y vívido. ¿Dónde estaba la música? ¿El vívido color? El mundo parecía lánguido en comparación. Puso sus brazos alrededor de ella y la sostuvo mientras ella volvía de su viaje a otra dimensión. No tenía ninguna otra manera de describir lo que había experimentado, pero supo que esa expresión absorta de concentrada atención que a menudo venía en Rikki significaba que estaba allí, en ese mundo que tenía en la cabeza.

Ella giró la cabeza, permitiendo que cayera sobre el hombro de Lev, aceptando la seguridad de sus brazos.

– Tienes frío, lyubimaya, vamos a meterte dentro y prepararte para ir a la cama.

No quería que se quedara fuera en el porche sola. Tenía miedo de perderla en ese otro mundo. Siempre estaría allí, como estaría el mar, llamándola con un susurro suave y tentador. Le besó la coronilla. Era enteramente posible que él no supiera ni una cosa acerca del amor, pero se conocía por dentro y por fuera, cada fuerza, cada debilidad y sabía absolutamente que su vida estaba entrelazada con la de ella para siempre.

No quería estar lejos de ella. Se encontraba escuchando el sonido de su voz, mirando su pequeño ceño, esperando su mirada directa para poder caer así en esas profundidades oscuras de sus ojos. Caída libre. Eso es lo que había estado haciendo desde el momento que la conoció. Y quería esta vida. Tenía intención de agarrarla con ambas manos. Correcto o equivocado, se estaba enamorando de ella, y cada momento que pasaba en su compañía intensificaba el sentimiento. No podía imaginarse volver a esta sin ella.

La cogió en brazos, sin esperar su protesta jadeante, y la llevó de vuelta a la casa, pateando la puerta para cerrarla detrás de ellos.

– Tengo que cerrarla -dijo ella.

– Prepárate para ir a la cama y yo cerraré la casa. -Quería echar un vistazo rápido alrededor y poner unos pocos guardias extra en el lugar.

Rikki estaba de pie fuera de la puerta del cuarto de baño, sacudida por la manera como se sintió cuando la dejó, llevándose la mayor parte del calor en el cuarto. Tiritó, consciente de que algo había cambiado entre ellos. Compartir su mundo con él, permitirle entrar en su cabeza, sólo había hecho que la conexión entre ellos fuera más profunda. Ella estaba feliz sola, pero, lentamente, Lev se estaba introduciendo más y más profundamente en su vida, en sus emociones.

Ella no dejaba entrar a personas porque no podía arriesgar su frágil felicidad. Sin Blythe y las otras, estaría muerta. No habría podido continuar su solitaria existencia preguntándose a cada momento si verdaderamente era un monstruo capaz de quemar vivas a las personas. Lev se estaba envolviendo en su corazón. Ella se estaba acostumbrando a su presencia en la casa, pero más que eso, se estaba acostumbrando a su toque.

Nunca le había gustado que la tocaran, ni siquiera la gente que amaba. Lo toleraba porque sabía que lo necesitaban, pero nunca había querido sentir piel contra piel, hasta Lev. Se frotó el centro de la mano izquierda en círculos lentos, encontrando que era tranquilizador, casi como si acariciara la piel de Lev. Le encontraba cálido, permitiéndose casi fundirse en él, en vez de sentir su toque como un picor incómodo o a veces incluso doloroso.

Abrió la puerta del cuarto de baño y se tambaleó. No se había sentido tan patosa en tierra firme desde hace mucho tiempo, pero la dirección de su pensamiento la había desconcertado. Nunca iba a poder dormir sin él si le permitía entrar más en su vida. Nunca se sentiría feliz otra vez si… no… cuando se fuera. Nadie podía vivir con sus excentricidades. Ahora estaba bien en su propia piel, pero era completamente consciente de que ella no era un modelo “estándar”.

Se restregó la cara, mirándose a los ojos. Le vio allí. Lev. ¿Cómo había conseguido entrar en ella? Por primera vez en mucho tiempo estaba aterrorizada. No de su cocina echa un lío ni de que otra persona compartiera su casa, sino porque estaba empezando a necesitarle. Fue meticulosa al cepillarse los dientes, un tormento para ella ya que la sensación la repelía, pero también tenía una manía acerca de los dientes y los deseaba tan inmaculados como fuera posible. Cada vez que se cepillaba los dientes, recordaba a su madre cepillando y contando, ayudándola a centrarse en los números y no en la sensación. Todavía contaba y eso la ayudaba a arrancar su mente del terror de enamorarse de Lev, Levi, Hammond.

Ese ni siquiera era su verdadero nombre, no es que le importara, pero él se estaba despojando de la piel vieja y poniéndose una nueva. Él podía estar en su vida un tiempo corto y despojarse de ella igual de rápidamente. Con el corazón palpitando, se cepilló el pelo las cien veces de costumbre, contando cada una con cuidado antes de colocar el cepillo en el lugar exacto donde siempre lo ponía.

Dio un paso fuera de su ropa, la piel sensible, los senos le dolían. Respiró hondo para aplastar esa necesidad creciente, se puso un top y los culottes a juego, una concesión a su feminidad. Le gustaba la ropa interior hermosa. Se sentó encima de la colcha, su manta con pesos al alcance. Permitía que Lev durmiera debajo de las mantas, agudamente consciente de que él rara vez dormía con ropa. Se había acostumbrado a darle un masaje de noche, diciéndose que le ayudaría a relajarse y dormir, pero en realidad era una excusa para trazar cada músculo de su cuerpo hasta que lo conociera bastante íntimamente.

No esta noche. Sacó resueltamente un libro y lo abrió, enfocando la luz de su mesilla de noche a las páginas. No levantó la mirada cuando Lev entró, pero no pudo evitar verle, su energía llenó el cuarto entero. A pesar de sus resoluciones, su cuerpo se revolvió volviendo a la vida. Él se movía como una criatura de la selva. Fluido y fuerte, era en cada centímetro un hombre, en cada centímetro un depredador. Podía despojarse de su nombre pero no podía cambiar lo que tenía bajo la piel, y eso se mostraba en su manera de caminar.

Los músculos ondularon con fuerza. Los muslos eran columnas fuertes y las caderas estrechas. Los hombros eran anchos, el pecho ancho y estaba bien dotado, un hecho que no podría evitar tampoco. Su simetría le atraía. Conocía el flujo de los músculos debajo de la piel. Sabía el calor que podía generar. La seda del cabello, ya creciendo hacia fuera y un poco despeinado, las pestañas largas y los agudos ojos azules se combinaban para hacer que su pulso latiera desenfrenado y su sangre se agitara.

Él se deslizó bajo las mantas después de apagar la luz del techo para que sólo la lámpara brillara sobre las páginas del libro. Rikki se quedó muy quieta, la cabeza apretada contra el cabezal de la cama mientras Lev cambiaba de posición debajo de las mantas, poniéndose de lado y colocando la cabeza directamente en su regazo. Por un momento no pudo respirar. Trató de fingir que podría leer pero era imposible, y sabía que él lo sabía.

– Apaga la luz, Rikki -dijo suavemente.

Ella vaciló un momento, todavía atemorizada de moverse, pero no tenía objeto tratar de leer cuando él tenía el brazo alrededor de sus muslos y la cabeza la acariciaba en busca de una mejor posición, el aliento le calentaba los muslos desnudos. Las mantas estaban entre sus cuerpos, pero el modo en que él la sostenía era la cosa más íntima que había sentido jamás en su vida. Se estiró y tocó la lámpara, hundiendo el cuarto en la oscuridad. Podía oír su propio corazón palpitándole en los oídos.

Ni siquiera el sonido de la lluvia le traía paz. Contó en silencio, sin querer moverse, pero atemorizada de tener que hacerlo por el completo terror de tal cercanía. Lev respiraba uniformemente, pero no estaba del todo segura de que estuviera más relajado que ella. Esperó en la oscuridad, pero él no hizo ningún sonido ni ningún movimiento. Se dio cuenta de que se estaba manteniendo más inmóvil que ella, aguardando, incluso esperando su rechazo.