Dejó salir el aliento y dejó caer la mano en su cabeza, acariciando suavemente el espeso cabello.
– ¿Estás bien, Lev? -preguntó, su voz suave y más tierna de lo que quería que fuera.
El brazo se apretó alrededor de sus muslos.
– A veces mi niñez está demasiado cerca.
Habían hablado de ello más temprano, cuando le había hecho preguntas que él no quiso contestar.
– No quería sacar a relucir malos recuerdos -se disculpó ella.
– Nunca le he contado a otro ser de humano cosas de mi vida.
Ella conocía el sentimiento de estar expuesto y vulnerable, vuelto del revés. Le había sucedido en el grupo de consejeros para el dolor con las mujeres que consideraba como sus hermanas. El resultado de exponerse podía ser, y a menudo era, desastroso. Para Lev, tenía la sensación de que podría terminar en violencia o muerte.
– No te estoy pidiendo eso, Lev -dijo-. No tienes que pagar esa clase de precio por estar conmigo. No lo necesito.
– Sí, lo necesitas. Tienes que saber lo que soy.
El corazón se le contrajo y entonces comenzó a latir a una velocidad alarmante. Se estaba entregando a ella. No estaba lista. No sabía si podría hacer un compromiso. Estaba contenta con su vida, en paz consigo misma. Le gustaba su vida. Él cambiaría eso dramáticamente.
– Lev. -Quiso pararlo. No tenía que desnudarse para que ella se sintiera segura con él, y eso es a lo que tenía más miedo-. Tu pasado no me da miedo.
Los dedos de Lev empezaron unos círculos lentos y seductores en el muslo, justo sobre el tatuaje de gotas de agua, trazando cada una, grabándolas en la memoria.
– Debería, Rikki. Los hombres como yo, no se supone que nos tumbamos en la cama con una mujer ni tenemos un lugar al que llamamos hogar. Eliminamos amenazas y cualquiera que nos conozca es una amenaza.
– Has tenido muchas oportunidades de matarme, si eso es lo que estás implicando, Lev. Todavía estoy viva, así que no creo que tu amenaza sea muy real. -Continuó acariciándole el pelo, tratando en silencio de enviarle un mensaje de que le aceptaba sin explicaciones. Cualesquiera que fueran los demonios que le dominaban con tanta fuerza no era necesario exponerlos o reconocerlos, no a menos que él necesitara contárselo.
Él suspiró.
– Toda mi vida ha sido supervivencia e instintos de supervivencia. No estoy seguro de tener alguna. Tú nunca deberías traer a un extraño a tu casa, Rikki. Especialmente a un hombre que tiene tanto que ocultar.
Ella se encontró sonriendo. Él estaba intentando desesperadamente decirle que le echara, pero al mismo tiempo, los dedos se movían en esos excitantes círculos y el modo en que su brazo se envolvía en torno a sus muslos era claramente posesivo. Quizá estaba todo en su imaginación, pero no se estaba moviendo, en su mayor parte porque él tenía más miedo de su conexión que ella. Había ido a la cama atemorizada de darle demasiado de sí misma, pero aquí estaba él, sintiéndose exactamente igual. Y quizá eso era amor. Ser vulnerable y permitir entrar a otra persona hasta que pudiera herirte, pero también podían dártelo todo.
– Te lo he dicho, Lev, sé todo lo que necesito saber sobre ti.
Él levantó la cabeza ligeramente, mordiéndole un poco la pierna por la frustración, el más pequeño de los pellizcos. Se sintió más erótico que una reprimenda. Ella rió.
– Si quieres que te eche, Lev, eso no va a suceder.
Él se dio la vuelta para mirarla a la cara.
– Tienes que hacerlo, lyubimaya, porque evidentemente no soy lo bastante hombre para hacerlo yo mismo.
Ella se habría reído del drama de sus palabras, pero había demasiado dolor en esa cara, cuando él raramente, sino jamás, demostraba emoción. Le suavizó las líneas como si pudiera borrar el pasado para él, frunciendo los labios como si fuera a besarlo.
– Compartiste algo hermoso conmigo esta noche, Rikki. Quiero eso. Incluso lo necesito. Pero no tengo nada tan hermoso para darte a cambio. He estado pensando mucho en eso, acerca de lo que te daría, y no tengo nada útil para darte.
– Eso lo tengo que decidir yo -lo desafió ella-. Si necesitas hablar de tu niñez, estás a salvo conmigo. Si debes romperte en un millón de pedazos, estoy justo aquí, Lev. Los encontraré todos, soy buena en los detalles, y los recompondré. Aquí estás a salvo.
La lluvia golpeaba y como de costumbre ella tenía la ventana abierta, necesitando los sonidos y los olores calmantes. Si unas pocas gotas perdidas le golpeaban la cara o el cuerpo, estaba bien con ello. Siempre se aseguraba de que no hubiera nada demasiado importante cerca de la ventana abierta durante una tormenta. Se sentaba en silencio simplemente escuchando. Generalmente la lluvia la llamaba y la transportaba lejos, pero ahora estaba demasiado concentrada en Lev. En su respiración entrecortada. La seducción de sus dedos. La necesidad en él.
A su propia manera callada, Lev estaba tan desesperado de ser salvado como ella lo había estado antes de que Blythe y las otras la alcanzaran. Cualquiera revelación que él pensara darle era algo que protegía violentamente. Un pedazo de sí mismo, el último pedazo. Y se lo entregaba a su cuidado. Reconoció la enormidad de lo que él estaba haciendo. Permaneció silenciosa, esperando, insegura de lo que él iba a decir, pero sabiendo que cambiaría su vida para siempre si lo decía, porque nunca le daría la espalda, nunca se alejaría, por difícil que fuera. Si él le daba tal regalo, si se hacía vulnerable, ella atesoraría y le protegería con cada aliento de su cuerpo.
Lev continuó acariciando con los dedos la longitud satinada de su muslo. Era un regalo hacer algo tan sencillo, estar en la cama con una mujer, tocarle la piel, inhalar su olor mientras la lluvia caía sobre el tejado. La deseaba más que a nada en su vida. Deseaba a esta mujer, esta vida con ella, pero se sentía culpable al saber que no veía al asesino en él. No era justo. Era un hombre violento, frío, sus emociones estaban enterradas profundamente, permitiéndole una habilidad que pocos podían lograr. Había mirado el sufrimiento de otros, la necesidad de ir en su ayuda había sido suprimida para centrarse en lograr su objetivo.
Lo arriesgaba todo, pero nunca podría vivir consigo mismo si ella no adquiría el conocimiento de la clase de hombre que era. Quería que una persona lo conociera. Lo viera. Y si le aceptaba como estaba, roto, manchado, incluso retorcido, él nunca la dejaría. Ella tenía que ver en él. Era el único regalo verdadero que le podía dar. La amaría violentamente, la protegería con todo en él, pero ella tenía que ver y aceptar quién y que era realmente.
– Cuando era niño, vivíamos en un apartamento diminuto. Hacía frío gran parte del tiempo. No como esto, sino realmente frío. Recuerdo hielo por dentro de la puerta.
Los dedos de Rikki se inmovilizaron en el cabello, los curvó y aguantó como si se diera cuenta de que la historia que le estaba contando iba a ser fea y horrible pero narrada con una voz práctica, porque él nunca lo podría encarar de otra manera que no fuera mirándolo desde una gran distancia y desde detrás de una pared transparente donde las emociones no tenían lugar.
– Éramos siete, todos chicos. Eramos de edades muy similares y dormíamos juntos en la misma cama, menos el bebé. Así era cómo permanecíamos calientes, creo. Apenas puedo recordar las caras de mis padres, pero mis recuerdos de ellos son buenos. Eran buenos con nosotros. Mi padre era un hombre que tenía dones asombrosos y nos los pasó a todos nosotros. Los dones nos permitían hacer cosas que la mayoría de la gente no puede.
– Tenemos una familia en este pueblo que tiene dones extraordinarios -concedió Rikki-. Recuerda, te las mencioné.
– Eso no me sorprende -murmuró, volviéndose para acariciarle el muslo con la nariz. Descansó la cabeza en su regazo otra vez-. Sea Haven tiene una energía poderosa. Puedo sentirla cada vez que camino fuera. Es más fuerte cuanto más nos acercamos al océano. El poder atrae el poder, como los elementos atraen a los elementos. No me sorprendería si varias personas que viven en Sea Haven o alrededores tuvieran algún grado de poder psíquico.