La inmersión masiva se sentía como abandonar la tierra y entrar en el espacio, una experiencia monumental que siempre la atemorizaba. El líquido frío se cerró alrededor de ella como un abrazo de bienvenida, trayendo consigo una sensación de paz. Todo dentro de ella se tranquilizó, tuvo sentido. Todo era correcto. No había manera de explicar las sensaciones extrañas que otros obviamente no sentían cuando eran tocados. A veces, las telas eran dolorosas, y los ruidos la volvían loca, pero aquí, en este mundo silencioso de belleza, se sentía bien, su mente caótica en calma.
Mientras descendía, un pez la rodeó curiosamente y una foca solitaria pasó volando a su lado. Las focas se movían rápido en el agua, como pequeños cohetes. Normalmente, se demorarían, pero hoy aparte de unos pocos peces dispersos, el mar parecía vacío. Por primera vez, un temblor se le deslizó por la espalda y echó una mirada al desierto lugar. ¿Adónde habían ido todos los peces?
La falla de San Andrés era traicionera, unos buenos veintisiete metros de profundidad o más, un gran abismo negro que se extendía en el fondo del océano. A alrededor de diez metros de profundidad, una plataforma alta sobresalía, una extensa línea mellada de piedra cubierta de erizos de mar. La caída era de otros buenos doce metros a donde una plataforma más pequeña mantenía una abundancia de vida marina también.
Rikki llegó al fondo de los diez metros, tocó la plataforma y comenzó inmediatamente a trabajar. Su rastrillo raspó sobre las piedras incrustadas de erizos junto a la pared de la plataforma, el ruido reverberaba por el agua para que las criaturas marinas lo oyeran. Trabajó rápidamente, sabiendo que debajo de ella, los tiburones podían cazarla, donde normalmente, cuando trabajaba en el suelo, no estaba en tanto peligro.
La sensación de terror aumentó con cada golpe de rastrillo, se encontró deteniéndose cada pocos minutos parar de echar una mirada alrededor. Estudió el abismo. ¿Podría estar rondando un tiburón allí en las sombras? Su ritmo cardíaco aumentó, pero se forzó a permanecer tranquila mientras volvía al trabajo, con intención de acabar de una vez por todas. Los erizos de mar eran abundantes y grandes, una cosecha asombrosa.
Llenó su primera red en cosa de veinte minutos y como el peso aumentaba, llenó el flotador con aire para compensar. En otros veinte minutos, tuvo una segunda bolsa llena. Ambas redes flotaban a un lado mientras empezaba a trabajar para llenar la tercera red. Como estaba trabajando a diez metros, sabía que tenía tiempo más que suficiente en el fondo para llenar cuatro redes de doscientos cincuenta kilos, pero se estaba cansando.
Enganchó las bolsas a la manga, y permaneció en el fondo mientras dejaba que las bolsas fueran a la superficie, agarrando la manga para ralentizar la subida de los erizos y así el aire no saldría del flotador una vez alcanzara la superficie. Subió por su manga a treinta centímetros por segundo hasta que golpeó los tres metros donde permaneció durante cinco minutos para completar la subida a salvo.
Trabajar en el agua agotaba, por el flujo continuo de las olas. La estela podía empujar a un buzo adelante y atrás y expuesta como estaba ella, teniendo que tener cuidado de no caer en el abismo, cosechar los erizos había hecho que sus brazos se sintieran como plomo. En la superficie, enganchó ambas líneas de bolsa a la pelota flotante y subió a bordo para descansar y comer dos bocadillos más y un puñado de chocolatinas, necesitando las calorías.
El extraño terror que se había estado formando en ella parecía haberse asentado en el agujero del estómago. Se sentó en la tapa del contenedor de erizos y comió su bocadillo, pero sabía a cartón. Miró al cielo. Estaba limpio. Poco viento. Y el mar mismo estaba en calma, pero se sentía amenazada de alguna manera vaga que no podía comprender exactamente. Cuando se sentó en el barco, se retorció, buscando el peligro. Era tonto, realmente, la sensación de destino inminente. El día era hermoso, el mal en calma y el cielo no tenía nubes.
Vaciló antes de ponerse el equipo otra vez. Podría arrancar otras dos redes llenas de erizos de mar, sumando un total de casi dos mil kilos, permitiéndole pagar una buena cantidad de dinero a la granja. Era tonta. Esta parte del océano siempre le había dado un mal presentimiento. Resueltamente, Rikki se puso el cinturón de peso y enganchó la manga a su cinturón antes de estirarse a por el tanque.
De repente, el aire a su alrededor cambió, se cargó, la presión le empujó el pecho. Se giró, todavía estirándose a por el tanque cuando sintió la tremenda hinchazón construyéndose debajo de ella. Rikki giró la cabeza y el aliento se le quedó atrapado en la garganta. El corazón golpeó contra el pecho mientras miraba la pared sólida de agua que se levantaba del mar como un tsunami monstruoso, una ola más allá de nada que hubiera presenciado jamás.
Capítulo 2
La ola se alzó sobre Rikki como una pared sólida, levantando el barco cuando la cresta la alcanzó. Levantó las manos en el aire como si la desafiara, cantando su canción al mar mientras era lanzada al agua encrespada. Se hundió, rodando con la turbulencia, cayó, las pesas le llevaban abajo. Se agarró a la manga conectada al traje y se metió el regulador a la boca, agradecida de haber estado preparada para una zambullida y haber tomado suficientes precauciones para dar al barco mucho alcance.
Envió una oración silenciosa para no entrar al abismo, ni bajar demasiado rápido ni demasiado profundo, ni cualquiera de los otros cientos de desastres que podían suceder. Se revolcó, dando un salto mortal a las profundidades oscuras. El corazón le latía desenfrenadamente, pero sabía que tenía que permanecer calmada. Cada instinto de su cuerpo le gritaba que saliera rápidamente de ahí, que luchara por volver a la superficie tan rápidamente como pudiera, pero en el mejor de los casos eso significaría un paseo en helicóptero y ser metida en una cámara, algo que alguien como Rikki nunca podría hacer.
A pesar del paseo salvaje, su respiración permaneció tranquila mientras intentaba, en la oscuridad, averiguar dónde estaba. No quería acabar en el abismo. Su cuerpo le gritaba que luchara, que si no lo hacía estaría muerta, pero su experiencia le mantuvo en calma, aceptando el poder del océano. No te asustes. Calma. Había vida bajo el agua. La muerte luchaba. Aguantó el paseo salvaje, dependiendo de su entrenamiento de buzo y sus instintos.
Chocó contra algo grande que la golpeó desde atrás. Vislumbró un cuerpo aplastado con fuerza contra las piedras lisas de la plataforma continental. No llevaba traje de submarinismo, lo vio mucho antes de que desapareciera. Jurando, nadó detrás de él, pateando con fuerza, sabiendo que el agua era demasiado fría para estar sin un traje de neopreno. Él no tenía ni escafandra autónoma, ninguna manera de respirar y estaba siendo lanzado repetidas veces contra las piedras, que por suerte eran lisas después de años de duros oleajes que les habían dado elaboradas y pulidas formas artísticas que muchas personas jamás verían. Ese arte muy probablemente salvaría la vida del hombre.
El quelpo se envolvió alrededor de sus brazos y la mantuvo presa durante un momento, pero permaneció tranquila. Asustarse sólo hacía que a una la mataran más rápido que otra cosa. Finalmente los largos tubos protuberantes la soltaron y nadó hacia la plataforma. Le llevó unos pocos malos momentos encontrarle. El cuerpo yacía contra el estante rocoso, el barrido del quelpo le mantenía preso y luego le soltaba. Era empujado continuamente contra la plataforma y ella notó, en una parte tranquila del cerebro, que tendría que comprobar si tenía espinas si lograba llevarlo a la superficie.
Él no luchaba contra el quelpo ni trataba de estabilizar su cuerpo contra el barrido del océano. Le enganchó del brazo y él se revolvió, los ojos abiertos de par en par la miraron directamente. Se quitó el regulador y lo empujó a su boca. No había pánico en esos ojos, lo cual era bueno y probablemente indicaba que era un buzo, pero no había temor verdadero tampoco y eso la espantó. Él no podía aceptar simplemente la muerte, no si quería sobrevivir a esto. El agua estaba congelada y ella tenía que llevarle a cubierta a salvo tan pronto como fuera posible. No sabía cuán mal herido estaba. Los minutos, los segundos contaban ahora.