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Te tengo, luybimaya moya, estás a salvo conmigo. Le respondió con la intimidad de la telepatía. Necesitaba estar en su cabeza con la misma necesidad desesperada que sentía por su cuerpo.

Ella tragó con fuerza y asintió, su mirada nunca abandonó la de él. Deslizó un dedo dentro del calor resbaladizo y acogedor. Ella agitó las caderas y las pestañas le temblaron, abrió los labios con un jadeo sobresaltado. Se quedó inmóvil, los ojos tragándose su rostro.

– No voy a hacerte daño. -Declaró. Ella parecía asustada, pero su cuerpo respondió con un aluvión de miel líquida.

Ella frunció el ceño y él no pudo evitarlo, se inclinó para besarla de nuevo, despojándola del aliento que le quedaba. Empezó a trazar círculos con el dedo en el sensible nudo, suavemente, logrando que se acostumbrara a la sensación. Rikki gritó en su boca, un jadeo estrangulado de placer. Él sonrió mientras levantaba la cabeza para mirarla una vez más a los ojos.

– Dime.

– Más. Quiero más.

Le mordisqueó la barbilla con los dientes.

Tengo la intención de disfrutar mientras consigo conocer cada centímetro de tu cuerpo. He estado esperando para ver si sabes tan bien como creo.

Estaba ardiendo, la necesidad le clavó las garras con hambre ansiosa. Su pene yacía presionado contra su muslo, protestando furiosamente ante él con un feroz y casi brutal deseo.

Sus manos se aflojaron del pelo y fueron hacia los hombros, una prueba tal vez, para ver si a él le gustaba su toque. Él se moría por sus manos -y boca- sobre él y se lo dejó ver con imágenes en su cabeza, con el placer en sus ojos.

Más. Esa simple palabra fue todo lo que Lev pudo pronunciar, incluso en su cabeza. Su control desaparecía rápidamente, la intensidad de su necesidad hacía jirones su disciplina. Deseaba que desapareciera, deseaba esto, un amor feroz que los consumiera a los dos, que ardiera caliente durante mucho tiempo y los fundiera juntos.

Rikki delineó los músculos de la espalda masculina, tocando las cicatrices de aquí y de allá, permaneciendo un momento para averiguar qué causó cada una de ellas. El rostro de Lev era una máscara de sensualidad, los ojos de un azul intenso y llenos de una oscura lujuria que la emocionaba.

Se movió contra él, una lenta y sensual ondulación, su cuerpo deslizándose tentadoramente contra el suyo. La sorpresa llameó en los ojos de Lev y dejó caer la cabeza, lamiendo a lo largo de los pechos y bajando por las costillas, explorando con los dientes, la lengua y los labios. Los dedos rastreadores femeninos acariciaron cerca de la dura longitud de su pesada erección mientras ésta yacía contra su muslo. Rikki sintió el aliento de él saliendo de golpe de su cuerpo, notó el temblor que lo recorrió.

Cada lugar único que sus dientes mordisqueaban o su lengua rozaba enviaba calientes lametones de excitación a través de su piel hacia su esencia femenina. La temperatura se elevó y no pudo impedir sacudires de un lado a otro en la cama o retorcerse bajo su asalto. Se sentía tan bien que rayaba el dolor, pero de manera positiva. Era escandaloso y excitante.

Él extendió las manos en sus muslos e inclinó la cabeza, hundiendo los dientes en la parte interior del muslo. Ella gritó, un ruego en voz baja pidiendo más mientras el calor le corría por el cuerpo.

El cálido aliento pulsó encima de la unión de sus piernas, casi volviéndola salvaje por la necesidad.

– Me acuesto a tu lado noche tras noche pensando en esto, soñando con esto. -El amor oscuro en su mirada azul la estremeció casi tanto como lo que le estaba haciendo.

Le levantó las caderas con las manos mientras bajaba la cabeza y bebía. Rikki oyó su propio grito, el placer la anegó, sacudiéndola dentro de una locura enfebrecida. Lo agarró firmemente de los hombros, desesperada por anclarse a algo sólido. Agitó la cabeza de un lado a otro en la almohada, incapaz de evitarlo mientras ola tras ola de sensaciones se precipitaban sobre ella. Ávido de su sabor, la lamió y la chupó, sin excusas, tomándose su tiempo, utilizando la lengua para penetrar primero superficialmente y luego profundo. Ella tenía lágrimas ardientes en sus ojos y poco aire en los pulmones, pero no quería que se detuviera.

El temor clavó sus garras en ella cuando reconoció que estaba consumiéndola con su lujuria, atándolos de tal manera que ninguno jamás sería libre. No importaba. El temor no importaba, sólo importaba la espiral enroscándose más y más fuerte y profundo dentro de ella, amenazando su misma cordura. Oyó otro sollozo, supo que era suyo, y se presionó fuerte contra él mientras la penetraba con la lengua, llevándola hasta el mismo borde, pero sin tirarla por él.

¡Lev!

Era la tercera vez que gritaba su nombre, y esta vez estaba suplicando.

La espiral siguió su viaje, contrayéndole los músculos del estómago, tensando sus muslos, envolviéndola en una excitación enfebrecida hasta que estuvo dando sacudiéndose bajo él, aterrorizada de perderse, aterrorizada de que parara y no saber nunca dónde la estaba llevando.

Paciencia, lubov moya, tenemos toda la noche y quiero saborearte.

Ella cerró los ojos mientras la lamía, chupaba y la llevaba más y más alto, llevándola al mismísimo borde de la cordura antes de aflojar cada vez.

Te quiero preparada para mí.

Estoy preparada para ti. Un minuto más e iba a empezar a suplicar, ni siquiera le importaba. Sus dedos encontraron el pelo de él y tiró, tratando de llevarle hacia arriba para ponerlo encima de ella. Dentro de mí, ahora.

Su risa era baja y divertida, un ronroneo de satisfacción masculina. Eres una cosita exigente, ¿no?

– No tienes ni idea -murmuró en voz alta.

No podía parar de retorcerse, de mover la cabeza o sacudir las caderas. Sus dedos se movieron dentro de ella y gritó de nuevo, su cuerpo estaba al borde de un gran descubrimiento pero incapaz de alcanzarlo. Oyó su propio gemido, la sacudió, el sonido suplicante y desesperado. El pulgar rozó y acarició el nudo más sensible y ella se arqueó contra él, temblando de placer.

– Por favor -susurró, con voz forzada-. Por favor, Lev.

Lev levantó la cabeza para mirarla, a su expresión aturdida. Sus ojos estaban vidriosos, estupefactos, llenos de anticipación y turbación. No hubo forma de aferrarse a su frágil control. Una mirada al rostro de ella y estuvo perdido.

Se arrodilló entre sus piernas y arrastró el menudo cuerpo hacia él, le abrió las piernas alrededor de él mientras le levantaba las caderas y empujaba la vibrante punta de su dura erección en la entrada. Cada terminación nerviosa que tenía parecía estar presionando con pasión ardiente. Ella estaba apretada, una envoltura aterciopelada y abrasadora que mientras entraba, centímetro a lento centímetro, apenas le permitía la invasión. Jadeó, una ráfaga de fuego en su vientre bajándole por los muslos.

Era un experto en el sexo, pero no estaba preparado para el asalto a sus sentidos. Nunca había pasado antes. Era demasiado disciplinado para perderse en el cuerpo de una mujer. Su vida iba de supervivencia, no de placer y ciertamente no de amar a una mujer. Y, que Dios lo ayudara, la amaba con cada aliento de su cuerpo.

Sintió el fuego verterse sobre su piel mientras penetraba hondo dentro del cuerpo de ella, uniéndolos. Él estaba grueso, ella apretada y la sensación era exquisita. La oyó soltar un siseo en una larga e irregular ráfaga, y sus músculos se tensaron más fuertes alrededor de él. El leve movimiento casi le costó su último hilo de control.

– No te muevas, laskovaya moya -la avisó, sujetándola quieta, esperando que su cuerpo se ajustara y así poder enterrarse más hondo-. No te muevas todavía.

Ella ya no escuchaba, sacudiendo la cabeza en la almohada, el cuerpo saltando a pesar de sus manos controlándole las caderas. Se estaba empujando hacia él, de modo que se sentía como si se estuviera moviendo entre pétalos que se abrían para él. Estaba tan apretada y sus músculos seguían aferrándose a él con cada pequeño movimiento de su cuerpo, enviando rayos de fuego directamente al centro de su ingle.