No pudo controlarse. Retrocediendo, se sumergió dentro de ella una y otra vez, arrastrando la gruesa polla por el nudo de más sensibles nervios femeninos. No estaba seguro de sobrevivir al placer que lo recorría. Fue más hondo, topándose con el fuego ardiente del cuello del útero. Gimió cuando ella se tensó alrededor de la longitud de su gruesa erección, apretando y acariciando con músculos de suave terciopelo. Tal vez no tenía una tremenda experiencia, pero era sensual por naturaleza y cada movimiento de su cuerpo lo enviaba tambaleante más y más cerca del borde. Para un hombre que creía que la disciplina lo era todo, fue una conmoción estar tan fuera de control.
Ella canturreó su nombre repetidas veces, y para él fue pura música, como la lluvia lo era para ella. Sus gemidos y los tímidos y estrangulados ruiditos lo llenaron de un feroz sentido de protección, una pura satisfacción masculina que se añadió a su dicha. Se deleitó con su habilidad de aumentar el placer de ella con la manera en que se movía. Ella agitaba la cabeza en la almohada, su rostro ruborizado y los ojos aturdidos. Ella gimió, un largo y débil sonido que resonó en su miembro.
Cambió de posición, empujándola más cerca, arrojando las piernas de ella hacia arriba y sobre sus brazos, queriendo un mejor efecto mientras establecía un ritmo rápido y duro, pendiente todo el tiempo de signos de incomodidad en su rostro. No pudo evitar su propio gemido al penetrar una y otra vez, la fricción ardiente era increíble. Su canal femenino era un calor abrasador, rodeándolo como seda viva, aferrándolo y estrechándolo, arrastrándose sobre él tan apretada que el sofocante fuego en él ardió más y más fuerte. Se le tensaron las pelotas, el placer exquisito era casi doloroso. Sintió el poder de la espiral dando más y más vueltas y supo que estaba cerca del orgasmo.
– Ya tebya lyublyu. -Tomó aliento-. Mírame, lubov moya, necesito ver tus ojos. -Deseaba volar alto con ella, ahogarse en ella, fusionarse tan fuerte, mente y cuerpo, que su conexión no se pudiera romper jamás.
Rikki sintió la presión, aumentado y aumentado, esa misma opresión que sentía en el océano cuando una ola enorme estaba llegando. Fue a alcanzarlo, abrazando el sentimiento, comparando la sensación con su querido mar. Empezó en los dedos de sus pies, una serie tremenda de olas girando sobre y a través de ella, creciendo más y más hasta que la fuerza fue como aguas revueltas precipitándose por ella, aumentando en fuerza. Pero no se detenía. Nunca se detenía.
Pudo sentirlo, la longitud y la circunferencia, estirándola, yendo más profundo. Su propio cuerpo estaba resbaladizo y húmedo, y la tensión erótica se alargó hasta que tuvo miedo de ahogarse en ella. Ni siquiera podía respirar y no podía encontrar alivio para esa presión en aumento constante. Era demasiado poderosa. Demasiado fuera de control para alguien como ella, las olas aumentaban en fuerza, amenazando con engullirla. El temor se deslizó en su mente, dejándose llevar por la oleada de pasión, de manera que cada terminación nerviosa sintió cada profunda sensación por separado y luego junto, anegándola.
Oyó la voz de Lev, remota, en su cabeza, llamándola en su propio idioma, su voz era un ancla. Desesperada, giró la cabeza para mirarlo, sus miradas colisionaron. Era como la caída libre en el mar, todo ese azul maravilloso. No había suficiente aire para respirar, igual que debajo del agua, pero la belleza de su rostro de facciones duras, su fuerza y su calma perdurable eran como el siempre constante océano, y se las arregló para aferrarse a su cordura pegándose a él.
Quédate conmigo. Le rogó ella. Quédate conmigo.
Estás a salvo, lubov moya, siempre a salvo conmigo, le aseguró. Déjate ir.
Mantuvo la mirada clavada en la de él y se dejó hundir dentro del éxtasis. Su cuerpo se cerró contra él como un torno, y la presión se incrementó hasta que temió que explosionaría. Pudo sentirlo aumentando de tamaño, latiendo de calor y fuego, oyó su gemido ronco y luego empezó la oleada final, un tsunami fuera de control.
Con los ojos sobre él se rindió por completo, entregándose a él, dejando que la arrastrara con él de manera que sólo quedó el sonido de la lluvia y el rítmico sonido de sus cuerpos llegando juntos. La ola gigante se movió deprisa por su cuerpo, subió por sus piernas y centro, en su estómago y pechos, engulló su cerebro, ola tras ola de tal placer que no estaba segura de estar del todo cuerda. Se le derritieron los huesos, el cuerpo se le volvió líquido y flotó en el éxtasis.
Él no apartó la mirada, ni parpadeó, sujetándola a él a través de su intensa liberación. Tenía la respiración entrecortada, el rostro tenso, pero su expresión era tierna mientras las olas en el cuerpo de ella se calmaban en ondas de dulce placer.
– Por primera vez en mi vida, Rikki, me siento como en casa.
Ella yació bajo él con el corazón palpitando irregularmente, un poco aturdida por el mismo esplendor impresionante de su orgasmo. Así que esto era el gran alboroto. Se había preguntado por qué todo el mundo hablaba del sexo y parecía tan desesperado por él.
Todavía tenía las piernas en sus brazos y él suavemente le permitió dejarlas caer en el colchón. No podía moverse, su energía había sido totalmente consumida por las olas asfixiantes, y justo ese pequeño movimiento le envió otra ristra de ondas recorriéndole el cuerpo.
– ¿Estás bien?
Ella asintió y alargó la mano para reseguirle los labios con el dedo. Se sorprendió de tener fuerza para incluso levantar el brazo. Se apartó lentamente de ella.
– No. -La protesta estalló y lo cogió por los hombros, abrazándolo.
– Estoy aquí, Rikki, no voy a ir a ninguna parte.
Se le atoró la respiración en la garganta. Él no iba a ir a ninguna parte y esta era su casa. Ella no podía ir a ninguna parte. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Debería ofrecerle algo para comer o beber? ¿Debería levantarse y ducharse? Iba a estar dolorida; tal vez un baño. ¿O debería escaparse de la casa desnuda? Podría sentarse en el balancín, si pudiera encontrar la energía para levantarse.
Temblando, dejó caer la mano y agarró la sábana, frunciendo el ceño. Iba a fastidiarla. Había sido tan perfecto. Absolutamente perfecto y no tenía ni idea de cómo se manejaba la gente después de hacer el amor. Reconocía la diferencia. Se había volcado en ella, cuerpo y mente, dándole un regalo invalorable, y ella era responsable sin querer de arrojárselo a la cara por la falta de experiencia o conocimiento.
La cabeza le daba vueltas y más vueltas, llenándola de temor. Iba a arruinarlo todo. Estaba en un territorio nuevo y era aterrador. Su cerebro quería retirarse a lugares familiares. La lluvia tal vez, simplemente para permitirse ser absorbida por ella, pero no quería hacerle eso a Lev. Era difícil, tratar de combatir la tendencia de su cabeza a ir a la deriva y no ser capaz de retenerla.
Lev frunció el ceño a Rikki, de repente preocupado. Posó la mano sobre su corazón para descubrir que latía tan fuerte que tuvo miedo de que tuviera un ataque al corazón.
– ¿Qué pasa, Rikki? -le preguntó, con voz dulce, casi tierna.
Ella tembló y alargó la mano debajo de la cama a por su manta de consuelo, eludiendo su mirada.
– Lubov moya, estás gimiendo. ¿Tienes dolor?
Buscó a tientas con los dedos la manta, él extendió la mano por encima y la encontró para ella, arropándola con cuidado.
– Lo siento -logró decir.
– No lo sientas, Rikki, háblame. Déjame saber qué está pasando. -No esperó a que ella hablara, si no que presionó su palma izquierda contra la palma izquierda de ella y empujó dentro de su mente.