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¿Entonces cómo iba detener las inevitables preguntas? Levi Hammond tenía un pasado. Había creado toda una vida para sí mismo, agregando un extenso pasatiempo por bucear. Los padres de Hammond ya no estaban vivos, pero le habían dejado dinero, mucho, y eso había sido la parte más difícil de construir en una vida falsa. El dinero podía ser rastreado. Había tenido que proponer maneras plausibles por las que sus padres le habían dejado una herencia que si se investigaban, parecería sólida.

Una vez hubiera cubierto sus rastros financieros, se consideraría relativamente a salvo, excepto para Ralph. Ralph era un problema y hoy, cuando llevaran los erizos al muelle donde la planta de procesamiento los recogería, Lev tendría que tomar la decisión final de cómo iba a comenzar su nueva vida. Arriesgándolo todo y dejando al hombre vivo o encontrar el modo de que sucediera un accidente. No le gustaba ninguna de las alternativas, y no quería ir donde Rikki con sangre en las manos, no con la sangre de un hombre inocente.

Capítulo 15

Rikki sintió el alivio fresco del agua envolviendo su cuerpo. Había pasado demasiado tiempo. Cada célula parecía absorber la humedad, estaba tan sedienta que parecía beber con cada parte de su cuerpo. Sintió la calma familiar, cómo se tranquilizaba su mente, como si, aquí abajo en este mundo de agua, todo estuviera sincronizado y perfecto. No había ruido que le llenara la cabeza y palpitara, no sentía puñaladas. No tenía que vigilar todo lo que decía y hacía, como si en cualquier momento estuviera pisando la “normalidad” de alguien. Aquí simplemente podía ser.

Los masivos bancos de bacalao, con motas azules y negras, nadaban en una onda intermitente. Las estrellas de mar de llameante naranja brillante y de morado profundo se adherían a las rocas, cangrejos de piedra y araña moteaban las paredes, como decoraciones vivientes. Y había abundantes erizos. Levantó la mirada y el agua brilló en capas de color perla, vívido azul, gris, y cerca de la superficie un resplandor esmeralda. Unas pocas medusas flotaban libremente buscando con los tentáculos. Continuó bajando, disfrutando de la vista por el camino. Los pepinos marinos anaranjados y orejas marinas rojas adornaban varias piedras. La visibilidad era buena y distinguió más estrellas de mar, anémonas y esponjas en una variedad de formas y colores. En el fondo había un brillante alfiletero protegiendo varios nudis amarillos.

El contorno de la gama subterránea era como en la superficie, picos, valles y barrancos. Estaba muy familiarizada con el área, era uno de sus lugares favoritos de buceo. Su vida había cambiado dramáticamente en las últimas semanas, pero el océano era el mismo, siempre constante, siempre hermoso y siempre muy traicionero si uno no ponía atención.

Tenía que cuidar de concentrarse en el trabajo en vez de en la belleza de la vida marina a su alrededor. Las anémonas y las estrellas de mar coloradas siempre captaban su atención. Uno podía perderse fácilmente en ese mundo vívido y olvidarse del paso del tiempo, siempre crucial debajo del agua cuando necesitaba aire para respirar.

Empezó a rastrillar erizos marinos a su red, perdiéndose en el ritmo del trabajo. Peces curiosos nadaban alrededor de ella, pero nada la molestó y pudo llenar la red rápidamente. La corriente parecía más fuerte de lo normal, pero la serie de tormentas había evitado que se zambullera durante un par de semanas y los ríos se habían llenado y descargado en el mar.

Para cuando llenó la primera red, la hubo enganchado y trabajaba en la segunda, se estaba agotando. Estaba fuera de forma. O quizá estaba agotada de hacer el amor tan a menudo. Lev y ella habían estado metidos en casa durante días. Cada noche una de sus hermanas traía la cena, pero esa era la única vez que veían a alguien. Habían pasado todos los días juntos haciendo las cosas más tontas y luego haciendo el amor. Hablando y haciendo el amor. Explorando la casa y haciendo el amor. Habían tenido sexo en cada habitación docena de veces.

Lev era insidioso. Se había abierto camino en su mundo y ya se había convertido en parte de él. Y de algún modo, había logrado engatusarla para subir a su barco. Ella había vivido con ese recordatorio durante casi una semana. Ahora estaba ahí arriba, probablemente tocando su equipo. Rastrilló más rápido, los brazos le dolían.

Envió la primera bolsa a la superficie y enganchó la segunda, permitiendo que flotara hacia arriba también. La siguió a un ritmo más pausado. Lev había estado poniendo atención cuando le había dado instrucciones, porque recogía lentamente la manga y a ella al mismo tiempo. Después de trabajar sola durante tanto tiempo, era una sensación extraña tener a otra persona ayudando. No sabía si le gustaba. Depender de ella misma era más fácil y más seguro. Si dependía de otra persona, finalmente en una crisis podría vacilar, y los segundos contaban bajo el agua.

Cuando había trabajado con Daniel, él poseía el barco. Se habían zambullido juntos, y habían hecho limpieza general juntos. Fueron compañeros de inmersión, pero Daniel, porque el barco era suyo, había sido el capitán. Compartió el trabajo con ella y nunca tuvieron una pelea. Pero cuando se zambullía, incluso con él, ella había dependido totalmente de sí misma. Las pocas veces que trató de trabajar con un tender, su necesidad de una rutina exacta siempre lo había hecho imposible.

Cerca de la superficie vislumbró algo estallando desde las rocas como si fuera el disparo de un arma, disparándose hacia ella por el agua. Un bacalao largo e inmenso con una boca llena de dientes malvadamente afilados había surgido de una grieta oscura en la piedra y cargaba directo contra ella. Vino directo entre sus piernas y se dio la vuelta en un esfuerzo por huir. El pez moteado medía casi un metro de largo y pesaba unos treinta kilos. Con dieciocho dientes grandes viniendo hacia ella, se giró de golpe para mantener un ojo sobre él.

El bacalao pasó por delante de ella, evidentemente con la intención puesta en un cabezón que nadaba a ras del suelo, donde prefería pasar el tiempo. El bacalao agarró al cabezón, lo sacudió tres o cuatro veces como si los siete kilos no fueran nada, lo partió por la mitad y lo escupió. Por un momento el bacalao miró con evidente satisfacción como las dos mitades del cabezón iban a la deriva. El bacalao la ignoró y nadó de vuelta a su roca.

Rikki sacó la cabeza por encima de agua, se colgó de la cadena del ancla para que la corriente no la arrastrara lejos del barco y miró cómo Lev subía con cuidado las redes de erizos. Seguía sus órdenes exactamente, colocándolos en el agujero y cubriéndolos. Ella hizo gestos hacia la otra red. Tenía cerca de cuatrocientos cincuenta kilos y pensó que podría recoger otros ciento cincuenta o doscientos kilos para un buen día de trabajo si tenía suerte.

El viento había aumentado un poco y la niebla había comenzado a vagar desde alta mar. No quería correr ningún riesgo con Lev a bordo.

– ¿Cansada? -gritó él.

Ella se encogió de hombros.

– Subiré en la próxima recogida.

Él asintió y le dio la red.

– Ten cuidado, Rikki.

– Siempre lo tengo -dijo.

Una gaviota chilló y Lev giró su atención hacia el cielo. Rikki empujó el regulador en la boca y comenzó a descender, arrastrando la red. Giró la cabeza ante el primer signo de movimiento y encontró al bacalao, esta vez, cargando directamente contra ella. Era feo, la inmensa boca abierta, mostrando los dientes. Los ojos abultados estaban fijos en ella. Instintivamente empujó la red delante de ella para protegerse. El bacalao salió disparado rápidamente por el agua que entró en la red, casi golpeándola de todos modos. Se las arregló para poner la red a un lado, evitando el contacto, pero el bacalao era tan fuerte y nadaba tan rápidamente que casi le arrancó el brazo de su sitio. La adrenalina se precipitó por sus venas y sin pensar sacó la red fuera del agua y tiró, lanzando al pez fuera.