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Le entregó la botella de agua y la miró beber. Sintió su paz, su serenidad. Ella encontraba algo que la sustentaba, allí en el agua, en ese otro mundo. Pudo sentir esos ojos oscuros sobre él, mirándolo tan atentamente como él la estudiaba a ella.

– ¿Qué? -Se secó la boca con el dorso del brazo-. Algo es diferente. ¿Qué ha sucedido mientras estaba abajo?

Él se estiró lentamente y le tocó la cara. Necesitaba el contacto. El terror le llenaba, un peso en el corazón, en su mente.

Los ojos se oscurecieron aún más y frunció el entrecejo mientras sacudía la cabeza.

– No, Lev. No quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo. ¿Qué hay ahí fuera para ti? Dímelo. ¿Realmente quieres vivir en el frío y la oscuridad, en las sombras, sin un nombre o familia?

– No. Pero te quiero a salvo, Rikki.

Ella se echó a reír.

– ¿Estás loco? Echa una mirada alrededor, Lev. No vivo segura. No necesito ni deseo seguridad. Quiero vivir la vida. Si no me deseas, está bien, pero si crees que estás siendo noble y que me estás protegiendo, entonces piénsalo otra vez. Eres alguien aquí. Eres concreto, real, no insustancial como un fantasma.

Lev curvó la mano en el pelo mojado, cerró el puño, atrayéndola lentamente hacia él hasta que estuvo tan cerca que pudo oler el océano en ella.

– ¿Qué voy a hacer contigo? -Las manos le enmarcaron la cara-. Me siento como tú te sentiste la primera vez que hicimos el amor. No sé las reglas, Rikki. Soy nuevo en esto.

Ella le sonrió y él le acarició los labios suaves y curvos con la yema del pulgar. Los nudos en el vientre se desenredaron sólo un poco.

– Entonces haremos nuestras propias reglas, Lev. Quién seas, estás a salvo conmigo. Quédate, no te deslices de vuelta a las sombras. Quédate.

– ¿Así de fácil?

Los ojos oscuros lo sondearon hasta que él juró que ella podía ver en su interior.

– Sí. -Ella asintió, muy solemne, haciéndolo romperse por dentro, y él le dio todo lo que era o jamás sería.

No quería dejarla. No quería volver a estar solo, sin distinguir el bien del mal, teniendo que tomar decisiones de vida o muerte, mirando la tortura y el horror en busca de un objetivo más grande. Estaba cansado. Y necesitaba a Rikki.

– ¿Estás segura? Tienes que estar absolutamente segura, Rikki. Esto podría ponerse feo.

– Estoy segura. Y tengo hambre. Dame un sándwich y cuéntame qué ha sucedido.

Una lenta sonrisa se extendió por la cara de Lev. Le gustaba que ella fuera tan pragmática ante la adversidad. Le encontró un sándwich y se sentaron juntos mientras ella comía ávidamente.

– He localizado a un hombre que conozco. Limpia líos, es decir, que se deshace de problemas.

– Y tú serías ese problema.

Asintió.

Ella giró el sándwich en círculos con los pulgares e índices. El movimiento era fascinante. No parecía notar lo que hacía.

– Sabías que iba a venir. Hará preguntas a la gente a lo largo de la costa. Pescadores, buzos, la gente que es más probable que haya visto a un superviviente.

Él asintió.

– Hospitales, clínicas. Será minucioso.

– Registrará las granjas.

– Tus hermanas…

Ella se encogió de hombros.

– No dirán nada. Judith y Airiana le leerán como un libro. No hay razón para que les pregunte a ninguna de ellas.

– Lo estás haciendo sonar muy fácil, Rikki.

– Es fácil. Permanece fuera de la vista y se irá, declarará que estás muerto.

– ¿Qué hay de Ralph?

Ella le dio otro mordisco y masticó pensativamente. Bajando la mantequilla de cacahuete con agua, comió un par de galletas antes de contestar.

– Él nunca te vio realmente la cara ese día. Verá a Lev Hammond hoy, un viejo compañero de submarinismo.

Él negó con la cabeza.

– Lev no. No utilices ese nombre. Es Levi. Un nombre ruso tan común como Lev tiene que ser un disparador. Y fuimos más que compañeros de buceo en el pasado.

Ella le sonrió.

– ¿Más que compañeros de buceo? ¿Qué significa eso exactamente?

– Significa que fuiste una pequeña buceadora libertina, que te has estado acostando con todos a lo largo de toda la costa y he tenido que correr tras de ti otra vez.

Ella abrió la boca para oponerse y él la besó. Sabía a mantequilla de cacahuete. Comenzaba a pensar que estaba empezando a gustarle. Metió la mano en el cabello, para mantenerla en el lugar y besarla otra vez, sólo porque podía.

Ella parpadeó con una pequeña sonrisa en la cara.

– Quizás haya algunas ventajas en ser una libertina del submarinismo. Por toda la costa ¿umm?

Lev apretó los dedos en el pelo.

– Sólo recuerda que siempre llevo un arma.

– Ah, pero ahora sé para qué es esa pistola… para peces asesinos.

Ella se echó a reír otra vez, el sonido flotó en torno a él como gotitas de niebla, envolviéndolo en un abrazo brumoso y melódico. Era una sensación extraña, compartir su amor por el agua y sentir la humedad en la piel. Las gotas individuales se sintieron como si lenguas de terciopelo le lamieran la piel. El estímulo sensual era más que sólo sexual, era elemental a la vida, alimentaba su energía, construía barreras que le ayudaban a enfrentarse a…

Bajó la cabeza sobre la de ella una vez más. Estaba tan conectado con ella que estaba dentro de su cerebro, sintiendo sus sensaciones como si fueran propias. Se tomó su tiempo, devastando su boca, tratando de transmitir sin palabras lo que tenía en el corazón. Ella había vuelto su mundo del revés. Le había dado un lugar seguro donde ocultarse hasta que estuvo completamente recuperado o un lugar para vivir. Escogía la vida con ella.

– Me gusta llamarte Lev -cuchicheó, un pequeño ceño le juntó las cejas-. Me gusta el modo en que suena el nombre, mucho más similar al verdadero tú, como mi Lev.

El mundo de Lev se enderezó cuando inhaló bruscamente. Ella siempre sería su milagro y no más que en este momento con su pequeña confesión. Quería darle mucho de su pasado, quizá recuerdos de su familia perdida hacía tanto tiempo, con ese nombre, pero era un peligro. Si no hubiera tenido una conmoción, nunca se habría identificado con su verdadero nombre de pila.

Su pequeño ceño desapareció y le sonrió.

– Te llamaré así cuando hagamos el amor. Un nombre mucho más íntimo entre nosotros dos. Algo sagrado.

A Lev se le retorció el corazón. Ella podía poner de rodillas a un hombre…

– Me gusta esa idea.

– Mejor que nos movamos o no llegaremos al puerto.

Se apartó, toda atareada, tratando con las mangas y el equipo. Cuando él se inclinó para ayudar, le envió un ceño feroz y retrocedió, levantando ambas manos en el aire en rendición. No pudo evitar sonreír mientras la miraba trabajar, notando la manera en que enrollaba las mangas en patrones y cómo mimaba meticulosamente su equipo y traje de neopreno. Volvieron entre la espesa niebla al puerto.

Tuvo que admitir que el corazón se le aceleraba un poco mientras se acercaban al puerto. Las olas empezaban a aumentar, precipitándose contra las piedras que sobresalían del agua. El rocío blanco salpicaba el aire y la niebla parecía viva, moviéndose ahora, lo que significaba viento.

– ¿Asustado? -ella le envió una sonrisa descarada por encima del hombro.

Tenía las mejillas rojas, el pelo salvaje, los oscuros ojos brillantes. Podía ver que ella adoraba esto. Adorada la insinuación de peligro, adoraba el mar oscilando debajo de los pies.

– Te gustaría que lo admitiera, ¿verdad?

Su risa fue música para él. Sonaba despreocupada. Feliz. Tan viva.

– No te preocupes, estás a salvo conmigo, Levi.