– ¿Qué haces? -Apenas podía pronunciar las palabras cuando sintió su aliento, casi caliente y dulce, bañando la palpitante punta del pene. Con manos inestables cambió la cascada del agua a una suave lluvia.
– Practicando -contestó en un tono ronco, sensual-. Me gusta ser buena en lo que hago y me gusta complacerte. -Lamió las gotas nacaradas y luego tarareó, saboreándolas como si él le hubiera dado el más fino de los vinos-. Sabes bien.
– Debo admitir que me alegra que lo creas así. ¿Qué habríamos hecho si no fuera así?
Ella le dio una sonrisa descarada.
– Habría untado mantequilla de cacahuete sobre ti y te habría lamido -ofreció-. Aún podría.
La felicidad explotó a través de él. Y luego ella lo tomó en su boca, permitiendo que su polla se deslizara hacia abajo por el calor sedoso de su lengua y él perdió todo pensamiento coherente. Como antes, Rikki estaba totalmente concentrada en lo que hacía, llevando a su cuerpo al cielo, pero supo que ella estaba lejos, completamente hipnotizada en la exploración de su cuerpo. Ahora, sus ojos se enfocaron en los suyos y ella le miró, totalmente concentrada en él, no sólo mecánicamente, y al igual que antes, cuando lo había tocado, él supo que había sangre y no agua helada corriendo en sus venas.
Su boca, se hacía más caliente por momentos, su lengua se sentía sutilmente diferente, jugueteando con la parte oculta de la punta del pene en el punto más sensible para luego volver rápidamente a la punta otra vez, haciéndolo gemir. No tuvo tiempo de asimilar las vetas sofocantes de puro calor que se precipitaron por sus venas. Sus dientes chirriaron suavemente y su polla se sacudió. Los labios de Rikki se deslizaban de arriba abajo, y luego sobre su saco, jugueteando con la base para después engullirlo otra vez.
Había fuego en su boca, trasladándose hacia él, y la tensa succión alternada y la danza de su lengua le desequilibraron. El placer fue casi abrumador y por todo esto, se vio perdido en las oscuras profundidades de pasión en sus ojos.
Sintió ese primer intento indeciso en su mente mientras ella se unía suave y ligeramente. Lev sabía lo que Rikki estaba haciendo, pero de todas formas se abrió a ella, permitiéndole que le acariciara en el interior de la cabeza, que aumentara su placer al permitirle experimentar el suyo y, sobre todo, que siguiera las imágenes en su cabeza. Jadeó cuando ella lo tomó más profundo, tragando, los tensos músculos se ciñeron a su alrededor.
El agua cayó sobre ellos, clara y fresca, aumentando la belleza del momento. Los azulejos brillaban como si el mar hubiera cobrado vida. Las suaves luces jugaban sobre la piel de Rikki, convirtiendo a la delicada carne en un placer cremoso de puro satén. El agua acarició su cuerpo, corrió en riachuelos sobre sus hombros y bajó por el valle entre sus pequeños y perfectos senos.
En todo momento esos ojos oscuros lo mantuvieron cautivo. Había amor, había placer puro y un deseo por él tan intenso como el que él sentía por ella. Su boca nunca rompió el contacto, aunque lo deslizara al mismo borde de sus labios y luego lenta, muy lentamente lo envolvía con ceñido y fiero ardor.
Él conocía todos los trucos para aumentar el placer de su compañera sexual, aunque nunca hubiera experimentado la generosidad verdadera del amor. La agarró del cabello e hizo que levantara el rostro hacia el suave rocío de la ducha, los ojos de Lev eran brasas. El calor inundó su mente, lo rodeó, eliminando cada imagen horrorosa de su pasado, hasta que sólo estuvo Rikki con su dulce y dadivosa boca, aceptando su naturaleza.
Su cuerpo se tensó más y más, y tiró de su pelo, necesitando desesperadamente estar dentro de ella, ser una parte de ella. Rikki entró en sus brazos sin vacilar, abrazándolo por el cuello cuando la levantó, envolviendo las piernas alrededor de su cintura. Aseguró los tobillos detrás de él y Lev colocó su cuerpo sobre el suyo. Ella lo recibió con esa misma exquisita lentitud que había usado con su boca. Lev sintió como el cuerpo femenino se abría para él, un poco reluctante. Los apretados pétalos se desplegaron cuando su grueso eje la penetró cada vez más y más profundo hasta que estuvo a horcajadas sobre él, estrecha y apasionada haciéndolo estremecer con el placer de ella.
La dejó encontrar su propio ritmo y Rikki comenzó a moverse como las olas que tanto amaba, de arriba abajo, aunque hiciera estrechos y pequeños círculos y moviera las caderas como si cabalgara sobre las olas. Él amó esa creciente confianza, el modo en que extendía la longitud del brazo, como los dedos se unían detrás de su cuello, echando la cabeza hacia atrás mientras sus caderas seguían ese ritmo lento que estaba seguro le volvería loco. La expresión en su rostro era inestimable, puro éxtasis, sexy, era una mujer lujuriosa perdida completamente en su amante elegido.
El agua goteó hasta donde sus cuerpos se unían, encharcándose y luego corriendo hacia abajo en pequeños ríos hacia sus muslos. Las gotitas chisporroteaban como si estuvieran electrificadas. No sabía si era el agua corriendo caliente, o su propia piel sensible, o algo que ella hacía con el elemento acuático. No importaba cómo, mil lenguas aterciopeladas lamían su piel, y cuando ella se movió en esa lenta y sensual cabalgata, él sintió que el líquido caliente bañaba la punta de su pene.
Su femenina, estrecha y caliente vagina, le ceñía y se movía como si estuviera viva, rodeándolo de seda viva, envolviéndolo, ordeñándolo, ahogándolo y causando una acalorada fricción cuando él casi se deslizaba fuera y luego ella otra vez se asentaba hasta el fondo. La tensión creció, girando en su interior como un géiser. Los dedos del pie, las piernas, los gruesos muslos se estremecieron por la excitación. El magma llegó a su punto de ebullición y ardió, la presión aumentaba en su pulsante polla y en su tenso saco.
Con un gemido bajo, la agarró de las caderas y tomó el control. Se hundió en ella, profundamente y con fuerza, llegando hasta el fondo, golpeando su sensible cerviz de tal forma que ella lanzó un grito y hundió los dedos en sus hombros, preparándose para una cabalgata salvaje. Se la dio, cambiando de esas lentas y crecientes ondulaciones, a un mar tempestuoso surgiendo sobre ella una y otra vez.
Su música comenzó, esos pequeños quejidos suaves y suplicantes gemidos, que se encontró esperando. La voz de Rikki se mezcló con el sonido de carne uniéndose y la cadencia del rocío de la ducha. Se perdió en ella, permitió que ella lo purificara, ahuyentara a las personas, lugares y las cosas que había hecho y visto. Sólo era Lev Prakenskii, consumido por la mujer a la que amaba más que cualquier cosa o a alguien en la tierra. Truenos rugieron en su cabeza. Su corazón palpitó, y su sangre hirvió en las venas mientras el magma se hacía más caliente y comenzaba a formarse en sus pelotas. Sintió su primer temblor, luego la ola, el terremoto, barriendo en él junto al enorme orgasmo de ella, de modo que perdió todo control, vertiéndose en ella, profundamente y con fuerza, y sumamente satisfecho.
Durante un momento los pulmones de Lev ardieron y su corazón casi explotó. Sus piernas temblaron. La apoyó contra la pared para impedir que ambos aterrizaran en el suelo. Presionó su frente contra la de ella y luchó por respirar.
– Ya tebya lyublyu, Rikki -murmuró suavemente-. Te amo. Sé que crees que es demasiado pronto. No quiero asustarte, pero es verdad y tengo que decirlo. Así que te lo diré en mi lengua materna y tú no tendrás miedo.
Sus ojos oscuros lo tragaron, y luego ella se inclinó hacia adelante y tomó posesión de su boca, un beso dulce, sensible, se vertió hacia él.
– Se siente correcto amarte -susurró ella, retirándose para bajar la mirada hacia el rostro masculino-. Quizás es demasiado pronto. Todas mis hermanas así lo creerían. Pero nunca me he sentido así. Ni lo haré otra vez. No creas que tengo que oír palabras bonitas, Lev, no te pido un para siempre…