Ella bajó la ventanilla y puso una sonrisa. -Hola, oficial -. Por favor, Dios, que sea mi ruidoso silenciador y no haberme saltado la cuenta. Ella le dio su carnet de conducir y su identificación antes de que él las pidiera. -¿Hay algún problema?
Él estudió su carnet de conducir, luego indicó su sombrero de fieltro. Pensó en decirle que Ginger Rogers lo había llevado una vez, pero no parecía un amante del cine antiguo. -Señora, tenemos un informe que indica que dejó el hotel sin pagar su cuenta.
Su estómago se revolvió. -¿Yo? Eso es ridículo -. Por el rabillo del ojo vio un movimiento en el espejo exterior cuando el compañero decidió unirse a la fiesta. Excepto que su compañero llevaba vaqueros y una camiseta negra en lugar de uniforme. Y su compañero…
Ella miró más de cerca en el espejo. ¡No!
Zapatos crujían en la grava. Una sombra cayó sobre el lateral de coche. Ella levantó la vista y se encontró mirando a los impasibles ojos ámbar de Ted Beaudine.
– Hola, Meg.
CAPÍTULO 04
– ¡Ted! – intentó actuar como si él fuera la persona que estaba deseando ver en lugar de su peor pesadilla. -¿Te has unido a las fuerzas de la ley?
– ¿Dando un largo paseo? -Él apoyó su codo en el coche. Cuando él vio su apariencia, ella tuvo la impresión de que a él tampoco le gustaba su sombrero, o cualquier otra cosa de ella. – Mi calendario para las dos próximas semanas se despejó de repente.
– Ah.
– He oido que te saltaste tu cuenta de hotel.
– ¿Yo? No. Es un error. Yo no… Sólo estaba dando un paseo. Bonito día. ¿No pagar? Tienen mi maleta. ¿Cómo no iba a pagar?
– Supongo que subiéndote a tu coche y conduciendo -, dijo Ted como si fuera un poli. -¿Dónde vas?
– A ninguna parte. Estaba explorando. Me gusta hacerlo cuando visito nuevos lugares.
– Mejor paga tu cuenta antes de irte a explorar.
– Tienes toda la razon. No estaba pensando. Me encargaré de inmediato -. Excepto que no podía hacerlo.
Un camión rugió en dirección al pueblo y otro hilo de sudor se deslizó entre sus pechos. Tenía que pedirle misericordia a alguien y no tardó mucho tiempo en hacer su elección. – Oficial, ¿podría hablar con usted en privado?
Ted se encogió de hombros y se fue a la parte trasera del coche. El oficial se rascó el pecho. Meg pilló su labio inferior entre los dientes y bajó la voz. -Mire, la cosa es… Cometí este error estúpido. Con todo el viaje y sin estar puesta al día con mi mail, resulta que ocurrió una pequeña dificultad con mi tarjeta de crédito. Voy a tener que pedir al hotel que me envien la factura. No creo que sea un problema -. Ella se sonrojó de vergüenza, y su garganta se cerró tan fuerte que apenas le podían salir las palabras. -Estoy segura que usted sabe quiénes son mis padres.
– Sí, señora, lo sé -. El poli echó hacia atrás su cabeza, lo que hacía ver un cuello corto y ancho. – Ted, mira lo que tenemos aquí, una vagabunda.
¡Vagabunda! Salió del coche. -¡Espere un minuto! No soy una…
– Permanezca donde está, señora -. La mano del poli se dirigió a su funda. Ted apoyó su pie en el parachoques trasero y observaba con interés.
Meg se giró hacia él. -¡Pedirle al hotel que me envíe una factura no me convierte en una vagabunda!
– ¿Escuchó lo que dije, señora? – le gritó el policía. – Vuelva al coche.
Antes de tener tiempo para moverse, Ted se acercó de nuevo. – No está cooperando, Sheldon. Supongo que tendrás que arrestarla.
– ¿Arrestarme?
Ted parecía vagamente triste por eso, lo que la lleva a concluir que tenía una vena sádica. Saltó de nuevo en su coche. Ted se apartó. -Sheldon, ¿qué opinas de seguir a la señorita Koranda de vuelta al hotel para que pueda acabar con sus asuntos inacabados?
– Claro que sí -. El oficial Surly señaló la carretera a unos metros. – Dé la vuelta en esa intersección, señora. Estaremos justo detrás suyo.
Diez minutos más tarde, volvía a acercarse a la recepción del Wynette Country Inn, pero esta vez Ted Beaudine caminaba a su lado mientras que el oficial Surley se paraba en la puerta y hablaba por el micro de la solapa.
La hermosa recepcionista rubia prestó atención tan pronto como vio a Ted. Sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Incluso su pelo parecía animarse. Al mismo tiempo, ella frunció el ceño con preocupación. -Hola, Ted. ¿Cómo estás?
– Muy bien, Kayla. ¿Y tú? – Él tenía manía de bajar la barbilla cuando sonreía. Meg le había visto hacérlselo a Lucy en la cena de ensayo. No mucho, quizás sólo una pulgada, lo suficiente para convertir su sonrisa en un curriculum vitae de vida impoluta y buenas intenciones. Ahora él estaba ofreciendo a la recepcionista del Wynette Country Inn una sonrisa idéntica a la que había otorgado a Lucy.
– No me quejo -, dijo Kayla. -Todos hemos estado rezando por ti.
No parecía ni remotamente un hombre que necesitara oraciones, pero asintió. -Te lo agradezco.
Kayla inclinó la cabeza haciendo que su melena rubia y brillante cayera sobre su hombro. -¿Por qué no vienes con papá y conmigo a cenar al club esta semana? Sabes lo bien que siempre te lo pasas con papá.
– Puede que lo haga.
Hablaron unos minutos sobre papá, el tiempo y las responsabilidades de Ted como alcalde. Kayla sacó todo su arsenal, agitando su pelo, batiendo sus pestañas, haciendo lo que hace Tyra Banks con los ojos, básicamente dando todo lo que tenía. – Todos hemos estado hablando de la llamada telefónica que recibiste ayer. Todo el mundo estaba seguro de que Spencer Skipjack se había olvidado de nosotros. Difícilmente podemos creer que Wynette esté de nuevo en la competición. Pero yo le dije a todos que tú lo sacarías adelante.
– Aprecio tu voto de confianza, pero está muy lejos de ser un hecho. Recuerda que hasta el pasado viernes, Spence se inclinaba por San Antonio.
– Si alguien puede convencerlo para que cambie de opinión y construya en Wynette, eres tú. Ten seguro como que necesitamos los puestos de trabajo.
– No lo sé.
Las esperanzas de Meg para que continuaran con su conversación se vinieron abajo cuando Ted volvió a centrar la atención en ella. – Tengo entendido que aquí la señorita Koranda os debe dinero. Parece pensar que tiene una solución.
– Oh, eso espero.
La recepcionista no parecía creerse tal cosa, y un rubor de pánico se extendió desde la cara de Meg hasta su pecho. Se lamió los labios secos. – Tal vez podría… hablar con el gerente.
Ted pareció dubitativo. – No creo que sea una buena idea.
– Tendrá que hacerlo -, dijo Kayla. – Sólo estoy ayudando hoy. Esto va más allá de mi responsabilidad.
Él sonrió. -¡Oh, qué demonios! A todos nos vendría bien un poco alegría. Vamos a buscarla.
El oficial Surley chilló desde la puerta. – Ted, ha habído un acidente en la carretera del cementerio. ¿Puedes encargarte de las cosas aquí?
– Claro que sí, Sheldon. ¿Alguien herido?
– No lo creo -. Señaló con la cabeza hacia Meg. – Llévala a la central cuando hayas terminado.
– Lo haré.
¿Llevarla a la central? ¿Realmente iban a arrestarla?
El policía se fue y Ted se apoyó en la recepción, cómodo en el mundo que lo había corononado como rey. Agarró más fuerte su bolso. -¿Qué querías decir cuando dijiste que hablar con el gerente no era una buena idea?
Ted miró alrededor del pequeño y acogedor vestíbulo y pareció satisfecho con lo que veía. – Simplemente que ella no es exactamente un miembro de tu club de fans.
– Pero si nunca la he visto.
– Oh, tú ya la has conocido. Y por lo que he escuchado, no fue muy bien. La verdad es que no aprecia tu actitud hacia Wynette… o hacia mí.
La puerta de detrás de recepción se abrió y salió una mujer con el pelo en un tono rojo pájaro carpintero y un vestido turquesa de lana.