Era Birdie Kittle.
– Buenas tardes, Birdie -, dijo Ted mientras la propietaria del hotel venía hacia ellos, con su corto pelo rojo ardiendo contra el fondo neutral de paredes beige. – Te ves bien hoy.
– Oh, Ted… – Parecía a punto de llorar. – Siento tanto lo de la boda. Ni siquiera sé que decir.
La mayoría de hombres estarían mortificados por toda la lástima que fluía de los demás, pero él no parecía ni siquiera medianamente avergonzado. – Cosas que pasan, aprecio tu preocupación -. Indicó con la cabeza hacia Meg.
– Sheldon detuvo aquí a la señorita Koranda en la carretera, huyendo de la escena del crime, por así decirlo. Pero ha habido un accidente en la carretera del cementerio, así que me pidió que me encargara yo. Él no cree que nadie esté herido.
– Tenemos demasiados acidentes allí. ¿Recuerdas a la hija de Jenny Morris? Hay que quitar esa curva.
– Seguro que sería bueno, pero sabes tan bien como cualquiera como está el presupuesto.
– Las cosas irán mucho mejor una vez nos consigas el resort de golf. Estoy tan emocionada que apenas puedo soportarlo. El hotel acogerá a todos los turistas que quieran jugar al golf pero no quieran pagar los precios de las habitaciones del resort. Además, por fin será posible abrir una pastelería y una librería al lado como siempre he querido. Estoy pensando en llamarlo Sip 'N' Browse.
– Suena bien. Pero el resort está lejos de ser una realidad.
– Lo será, Ted. Tú te asegurarás de ello. Necesitamos esos empleos tan desesperadamente.
Ted asintió, como si tuviera toda la confianza del mundo para conseguirlo para ellos. Finalmente Birdie giró sus ojos de gorrión hacia Meg. Sus párpados llevaban un polvo ligero de sombra cobre mate, y parecía incluso más hóstil que durante su enfrentamiento en el baño de señoras. – He oído que no pagaste tu cuenta antes de irte.
Salió de detrás de la recepción. – Tal vez los hoteles de L.A. permiten a sus huéspedes tener estancia gratis, pero nosotros no somos tan sofisticados aquí en Wynette.
– Ha habído un error -, dijo Meg. – En realidad una tontería. Pensé que, uhm, los Jorik se habían encargado. Lo que quiero decir es que asumí… yo… – Sólo estaba pareciendo más incompetente.
Birdie cruzó sus brazos sobre su pecho. -¿Cómo va a pagar su cuenta, señorita Koranda?
Meg se recordó a sí misma que no nunca más tendría que ver a Ted después de hoy. – Yo… yo no puedo pagar pero he notado que es una persona muy bien vestida. Tengo un increíble par de pendientes de la dinastía Sung en mi maleta. Unos que compré en Shanghai. Valen por lo menos cuatrocientos dólares -. Por lo menos si creía al conductor de carro de curri. Lo cuál ella hizo. -¿Estaría interesada en un intercambio?
– No llevo despojos de los demás. Supongo que es algo más de L.A.
Descartó el sombrero de Ginger Rogers.
Meg lo intentó de nuevo. – Los pendientes no son chatarra. Son valiosas piezas de antigüedad.
– ¿Puede pagar su cuenta o no, señorita Koranda?
Meg intento conseguir una respuesta, pero no pudo.
– Supongo que eso responde a mi pregunta -. Ted señaló hacia el teléfono de la recepción. -¿Hay alguien a quién puedas llamar? Te aseguro que odiaría tener que llevarte al otro lado de la calle.
No le creyó ni por un momento. No había cosa que le gustaría más que ficharla él mismo. Él probablemente se presentaría voluntario para cachearla.
Agáchese, señorita Koranda.
Se estremeció y Ted le ofreció esa sonrisa lenta, como si pudiera leerle la mente.
Birdie mostró su primera muestra de entusiasmo. – Tengo una idea. Yo estaría más que feliz de hablar con su padre por usted. Explicarle la situación.
Apuesto que sí. – Desafortunadamene, mi padre no está localizable ahora mismo.
– Quizás la señorita Koranda podría trabajar para ti -, dijo Ted. -¿No te he oído decir que estabas corta de doncellas?
– ¿Doncellas? – dijo Birdie. – Oh, ella es demasiado sofisticada para limpiar habitaciones de hotel.
Meg tragó saliva. – Estaría… encantada de ayudarla.
– Deberías pensártelo mejor -, dijo Ted. -¿Qué estás pagando, Birdie? ¿Siete, siete cincuenta la hora? Una vez que el tío Sam reciba su parte, y asumiendo que trabaje un turno completo, serían un par de semanas de trabajo. Dudo que la señorita Koranda pueda soportar limpiar baños tanto tiempo.
– Tú no tienes ni idea de lo que la señorita Koranda puede soportar -, dijo Meg intentando parecer mucho más dura de lo que se sentía. – He estado recogiendo ganado en Australia y escalando el circuito del Anapurna en Nepal.
Sólo dieciséis kilómetros, pero incluso así…
Birdie levantó sus delineadas cejas e intercambió una mirada con Ted que ambos parecieron comprender. – Bueno… necestio una doncella -, dijo Birdie. – Pero si piensas que puedes holgazanear para pagar tu cuenta, te llevarás una desagradable sorpresa.
– No creo nada de eso.
– Está bien entonces. Haz tu trabajo y no presentaré cargos. Pero si intentas escaquearte, te encontraras en la cárcel de Wynette.
– Está bien -, dijo Ted. – Ojalá todos los conflictos se pudiesen resolver tan pacíficamente. Sería un mundo mejor, ¿no creen?
– Seguro que sí -, dijo Birdie. Volvió a centrar su atención en Meg y señaló hacia la puerta detrás de la recepción. – Te llevaré a conocer a Arlis Hoover, nuestra ama de llaves. Estarás a su cargo.
– ¿Arlis Hoover? – dijo Ted. – Maldita sea, me olvidé de eso.
– Ella estaba aquí cuando me hice cargo del negocio -, dijo Birdie. -¿Cómo pudiste olvidarla?
– No lo sé -. Ted sacó un juego de llaves del bolsillo de sus vaqueros. – Supongo que es de ese tipo de personas de las que tratas de olvidarte.
– Dímelo a mí -, murmuró Birdie.
Y con esas siniestras palabras, dirigió a Meg desde el vestíbulo hasta las entrañas de la industria de la hospitalidad.
CAPÍTULO 05
A Emma Traveler le encantaba el rancho de piedra caliza color crema que ella y Kenny compartían con sus tres hijos. En la pradera más allá de las encinas, los caballos pastaban con alegría y el sonido de las aves llegaba desde su posición en la valla recién blanqueada. En poco tiempo los primeros melocotones del huerto estarían listos para la cosecha.
Todos los miembros del comité para la recostrucción de la librería pública de Wynette, excepto uno, se habían reunido alrededor de la piscina para su reunión de los sábados por la tarde. Kenny había llevado a los niños a la ciudad para que el comité pudiera tratar sus asuntos sin ninguna interrupción, aunque Emma sabía por experiencia que ningún asunto se podría tratar hasta que cada miembro, con edades comprendidas entres los treinta y dos hasta sus propios cuarenta años, hubiera terminado de hablar sobre lo que fuera que pasaba por su mente.
– He estado ahorrando durante años para pagar la universidad de Haley y ahora no quiere ir -. Birdie Kittle estiró su nuevo traje Tommy Bahama con un fruncido diagonal para ayudar a disimular su cintura. Su hija se había graduado en el instituto de Wynette hace unas cuantas semanas con matrícula de honor. Birdie no podía aceptar que Haley insistiera en ir a la universidad del condado en otoño en lugar de a la universidad de Texas, al igual que no podía aceptar la llegada de su cuarenta cumpleaños. -Espero que puedas hacerla entrar en razón, Lady Emma.
Como única hija del hace tiempo fallecido quinto conde de Woodbourne, Emma tenía derecho al título honorífico de "Lady" aunque nunca lo usaba. Eso, sin embargo, no había impedido a toda la población de Wynette, menos los hijos de Emma y Francesca, dirigirse a ella como "Lady", no importaba cuantas veces les pidiera que no lo hicieran. Incluso su propio marido lo hacía. A menos, por supuesto, que estuvieran en la cama, en cuyo caso…