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– Dijo que toda mujer casada necesita un lugar propio para mantenerse cuerda. ¿Puedes imaginarte algo más considerado?

Meg tenía una interpretación más cínica. ¿Qué mejor estrategia podía usar un hombre casado rico si tenía la intención de crear un espacio para sí mismo?

– Bastante increíble -fue todo lo que dijo. -No puedo esperar a conocerlo -. Maldijo el conjunto de crisis personales y financieras que le habían impedido saltar a un avión hace unos meses para conocer al prometido de Lucy. Tal como estaban las cosas, se había perdido la despedida de soltera de Lucy y se había visto forzada a conducir a la boda desde Los Ángeles en un coche que le había comprado al jardinero de sus padres.

Con un suspiro Lucy se sentó en el sofá junto a Meg. -Mientras Ted y yo vivamos en Wynette, siempre estaré por debajo de las expectativas.

Meg no pudo resistirse más tiempo a abrazar a su amiga. -Tú nunca has estado por debajo de las expectativas en tu vida. Tú sola te salvaste a ti misma y a tu hermana de una infancia en casas de acogidas. Te adaptaste a la Casa Blanca como una campeona. En cuanto a cerebro… tienes un titulo de maestra.

Lucy se levantó de un salto. -Que no conseguí hasta después de conseguir mi diplomatura.

Meg ignoró esa locura. -Tu trabajo defendiendo a niños ha cambiado vidas, y en mi opinión, eso cuanta más que un coeficiente intelectual astronómico.

Lucy suspiró. -Lo amo, pero a veces…

– ¿Qué?

Lucy hizo un gesto con la mano con una manicura recién hecha, mostrando unas uñas pintadas en color rosa pálido en lugar del verde esmeralda que corrientemente Meg prefería. -Es una estupidez. Nervios de última hora. No importa.

La preocupación de Meg creció. -Lucy, hemos sido las mejores amigas durante doce años. Conocemos los oscuros secretos una de la otra. Si algo está mal…

– Específicamente no hay nada mal. Sólo estoy nerviosa por la boda y toda la atención que está generando. La prensa está por todos los lados -. Se puso en el borde de la cama y puso la almohada contra su pecho, justo como solía hacer en la universidad cuando algo la molestaba. -Pero… ¿Qué pasa si él es demasiado bueno para mí? Soy lista, pero él es más listo. Soy guapa, pero él es espléndido. Intento ser una persona decente, pero él es prácticamente un santo.

Meg contuvo una creciente sensación de ira. -Te han lavado el cerebro.

– Nosotros tres crecimos con padres famosos. Tú, yo, y Ted… Pero Ted hizo su propia fortuna.

– No es una comparación justa. Has estado trabajando sin ánimo de lucro, no es exactamente una plataforma de lanzamiento para los multimillonarios -. Pero aún así Lucy era capaz de mantenerse a sí misma, algo que Meg nunca había logrado. Había estado muy ocupada viajando a lugares remotos con el pretexto de estudiar los problemas ambientales locales e investigando las artesanías indígenas, pero en realidad sólo se lo pasaba bien. Amaba a sus padres, pero no le gustaba la forma en que le habían cortado el grifo. ¿Y ahora qué? Tal vez si lo hubieran hecho cuando tenía veintiún años en lugar de treinta no se sentiría como una perdedora.

Lucy apoyó la pequeña barbilla en el borde de la almohada y así la junto con sus mejillas. -Mis padres lo adoran, y sabes cómo son respecto a los chicos con los que he salido.

– No tan abiertamente hostiles como mis padres con algunos con los que salgo.

– Eso es porque sales con perdedores de la peor clase.

Meg no podía discutir ese punto. Esos perdedores habían incluido recientemente a un surfista esquizoide que había conocido en Indonesia y a un guía de rafting australiano con series problemas de control de la ira. Algunas mujeres aprendían de sus errores. Ella, obviamente, no era una de ellas.

Lucy tiró la almohada a un lado. -Ted hizo su fortuna cuando tenía veintiséis años inventando algún tipo de sistema de software increíble que ayuda a las comunidades a dejar de perder poder. Un gran paso hacia la creación de una red inteligente nacional. Ahora él escoge y elige los trabajos de consulta que quiere. Cuando está en casa, conduce una vieja camioneta Ford con un depósito de hidrógenos que él mismo construyó, además un sistema de aire acondicionado con placas solares y todo tipo de otras cosas que no entiendo. ¿Tienes idea de cuántas patentes tiene Ted? ¿No? Bien, yo tampoco, aunque estoy segura que todos los empleados de la tienda de suministros lo hace. Lo peor de todo es que nada lo hace enfadarse. ¡Nada!

– Parece que fuera Jesús. Excepto por lo de rico y sexy.

– Cuidado, Meg. En este pueblo bromear sobre Jesús podría hacer que te dispararan. Nunca sabes cuantos fieles están armados -. La expresión preocupada de Lucy indicaba que podía estar considerando que le dispararan a ella.

Tenían que ir al sitio de ensayos pronto y Meg se estaba quedando sin tiempo para sutilezas. -¿Qué tal la vida sexual? Has sido tan molestamente tacaña en detalles, excepto por esa estúpida moratoria sexual de tres meses en la que insististe.

– Quiero que nuestra noche de bodas sea especial -. Ella tiró de su labio superior con los dientes. -Es el amante más increíble que he tenido nunca.

– No es la lista más larga del mundo.

– Es legendario. Y no me preguntes como lo descubrí. Es el amante soñado por toda mujer. Totalmente desinteresado. Romántico. Es como si supiera lo que una mujer quiere antes de que ella misma lo haga -. Dio un largo suspiro. -Y es mío. Para toda la vida.

Lucy no sonó tan feliz como debería. Meg puso sus rodillas por debajo de ella. -Tiene que tener algo malo.

– Nada.

– Gorra de béisbol hacia atrás. Mal aliento por las mañanas. Una pasión secreta por Kid Rock. Tiene que haber algo.

– Bueno… -. Una mirada de impotencia brilló en la cara de Lucy. -Es perfecto. Eso es lo que está mal.

Justo entonces, Meg lo entendió. Lucy no podía arriesgarse a decepcionar a la gente que amaba, y ahora su futuro marido se había convertido en una de las personas que necesitaba para vivir.

La madre de Lucy, la ex presidenta de Estados Unidos, eligió ese momento para meter la cabeza en la habitación. -Hora de irnos, las dos.

Meg salió disparada del sofá. A pesar de haber crecido rodeada de celebridades, nunca había perdido su capacidad de asombro en presencia de la Presidenta Cornelia Case Jorik.

Los rasgos patricios y serenos de Nealy Jorik, destacando su pelo castaño miel, y los trajes de diseñadores famosos eran familiares por miles de fotografías, pero algunas de ellas mostraban la persona real detrás de la insignia de la bandera americana, la mujer complicada que una vez había huido de la Casa Blanca para cruzar el país en una aventura que le había hecho llegar a Lucy y a su hermana Tracy, así como al amado esposo de Nealy, el periodista Mat Jorik.

Nealy las miró. -Viéndoos juntas… parece que fue ayer cuando erais estudiantes universitarias -. Una capa de sentimentales lágrimas suavizaron los ojos azul acero de la ex líder del mundo libre. -Meg, has sido una buena amiga para Lucy.

– Alguien tenía que serlo.

La presidenta sonrió.

– Lamento que tus padres no puedan estar aquí.

Meg no lo hacía. -No pueden estar separados durante mucho tiempo y esta es la única época en la que mamá podía dejar el trabajo para reunirse con papá mientras rodaba en China.

– Estoy esperando su próxima película. Nunca es predecible.

– Sé que ellos deseaban poder ver a Lucy casarse -. Respondió Meg. -Mamá, especialmente. Ya sabes lo que siente por ella.

– Lo mismo que yo por ti -, dijo la presidenta muy amablemente, porque en comparación con Lucy, Meg había resultado ser una gran decepción. Ahora, sin embargo, no era momento de pensar en sus anteriores fracasos y su lúgubre futuro. Tenía que reflexionar sobre su creciente convicción de que su amiga estaba a punto de cometer el error de su vida.