– Exactamente -, dijo él.
Lucy permaneció leal. -No importa. Tú eres una persona muy interesante.
– Estoy contento de que pienses así.
Él bebió un sorbo de su cerveza, todavía dando una seria consideración a la rudeza de Meg. -Soy un cocinero terrible.
– ¡Eso es cierto! -Lucy lucía como si se hubiera tropezado con una mina de oro.
La alegría de ella le divertía, y una vez más esa sonrisa lenta reclamó su rostro. -No voy a dar clases de cocina, así que tendrás que vivir con ello.
Lucy parecía un poco soñadora, y Meg se dio cuenta que el auto-inventario de defectos de Ted sólo le estaba beneficiando, por lo que redirigió su ataque. -Lucy necesita un hombre que le deje ser ella misma.
– No creo que Lucy necesita un hombre que le permita ser cualquier cosa -, respondió en voz baja. -Ella es su propia persona.
Lo que demostraba lo poco que él comprendía a esta mujer con la que planeaba casarse. -Lucy no ha sido ella misma desde que tenía catorce años y conoció a sus futuros padres -, replicó Meg. -Es una rebelde. Ella nació para causar problemas, pero no agitará las cosas porque no quiere avergonzar a la gente que le importa. ¿Estás preparado para tratar con eso?
Él cortó por lo sano. -Parece que tienes algunas dudas sobre Lucy y yo.
Lucy confirmó cada una de las dudas de Meg al jugar con sus estúpidas perlas en vez de saltar a defender su decisión de casarse. Meg excavó más profundo. -Eres obviamente un tipo genial -. No pudo hacer que sonara como un cumplido. -¿Qué pasa si eres demasiado perfecto?
– Me temo que no estoy siguiendo.
Lo cuál debía ser una nueva experiencia para alguien tan locamente inteligente. -¿Qué pasa si… -dijo Meg -… eres un poco demasiado bueno para ella?
En lugar de protestar, Lucy cerró su boca en una sonrisa de la Casa Blanca y tocó sus perlas como si fueran un rosario.
Ted se rió. -Si me conocieras mejor, comprenderías que ridículo es eso. Ahora si nos disculpas, quiero que Lucy conozca a mi viejo líder de los Boy Scout -. Deslizó su brazo por los hombros de Lucy y la alejó.
Meg necesitaba reagruparse, así que se encaminó al baño de señoras sólo para ser emboscada por una mujer pequeña con el pelo bermejo cortado y un montón de maquillaje cuidadosamente aplicado. -Soy Birdie Kittle -, dijo mirando a Meg con un barrido de sus pestañas con rimel. -Debes ser amiga de Lucy. No te pareces en nada a tu madre.
Birdie estaba probablemente en la mitad de los cuarenta, por lo que habría sido una niña durante el apogeo de la carrera de modelo de Fleur Savagar Koranda, pero su observación no sorprendió a Meg. Todos los que sabían algo acerca de las celebridades había oído hablar de su madre. Fleur Koranda había dejado de ser modelo hace años para establecer una de las agencias de talentos más poderosas del país, pero para el público en general siempre sería Glitter Baby.
Meg puso la sonrisa de la Casa Blanca de Lucy. -Eso es porque mi madre es una de las mujeres más bellas del mundo, y yo no lo soy -. Lo cual era cierto, a pesar de que Meg y su madre compartían más de algunas características físicas, sobre todo las malas. Meg había heredado las cejas trazadas por una pluma de Glitter Baby, así como sus grandes manos, sus pies como pedales, todo menos 5 cm de los casi 1,83 m de altura de su madre. Pero la piel aceitunada, el cabello castaño y demás características irregulares que había heredado de su padre le impedían reclamar cualquier belleza extravagante de su madre, sin embargo tenía los ojos de una interesante combinación de verde y azul que cambiaban de color dependiendo de la luz. Desafortunadamente, no había heredado ni el talento o la ambición que sus padres poseían en abundancia.
– Supongo que eres atractiva a tu modo -. Birdie pasó el pulgar con manicura por el cierre enjoyado de su bolso de noche negro. -Del tipo exótica. Hoy en día llaman supermodelo a cualquiera que se pone delante de una cámara. Pero Glitter Baby era real. Y fíjate en la forma que se convirtió en una mujer de negocios exitosa. Siendo yo misma una mujer de negocios, admiro eso.
– Sí, ella es notable -. Meg amaba a su madre, pero eso no le impedía que algunas veces deseara que Fleur Savagar Koranda tropezase: perder un cliente importante, echar a perder una negociación importante, tener un grano. Pero toda la mala suerte de su madre le había llegado temprano en su vida, antes de que Meg naciera, dejando a su hija con el título del desastre familiar.
– Supongo que te pareces más a tu padre -, continúo Birdie. -Juro que he visto cada una de sus películas. Excepto las depresivas.
– ¿Cómo la película con la que ganó su Oscar?
– Oh, vi esa.
El padre de Meg era una triple amenaza. Un actor mundialmente famoso, ganador como dramaturgo de un premio Pulitzer y un escritor de best-sellers. Con padres tan mega-exitosos, ¿quién podría culparla por ser un fracaso? Ningún niño puede vivir con ese tipo de legado.
Excepto sus dos hermanos pequeños…
Birdie ajustó los tirantes de su vestido negro con cuello en forma de corazón que se le ajustaba un poco demasiado en la cintura. -Tu amiga Lucy es una cosita bonita -. No sonaba como un elogio. -Espero que aprecie lo que tiene con Teddy.
Meg intentó mantener la compostura. -Estoy segura de que lo aprecia tanto como él a ella. Lucy es una persona muy especial.
Birdie aprovechó la oportunidad para ofenderse. -No es tan especial como Ted, pero tendrías que vivir aquí para entenderlo.
Meg no iba entrar en un concurso de quién escupe más lejos con esta mujer, no importaba lo mucho que lo deseara, así que mantuvo su sonrisa firmemente en su lugar. -Vivo en Los Ángeles entiendo muchas cosas.
– Todo lo que digo es que porque ella sea la hija de la Presidenta no significa que esté por encima de Ted o que todo el mundo vaya a darle un trato especial. Él es el mejor joven del estado. Ella tendrá que ganarse nuestro respeto.
Meg luchó para controlar su temperamento. -Lucy no tiene que ganarse el respeto de nadie. Es una mujer amable, inteligente y sofisticada. Ted es el que tiene suerte.
– ¿Estás sugiriendo que él no es sofisticado?
– No. Simplemente estoy señalando…
– Wynette, Texas, puede no significar mucho para ti, pero resulta que es un pueblo muy sofisticado y no apreciamos tener forasteros que vengan y nos juzguen simplemente porque no somos peces gordos de Washington -. Cerró bruscamente su bolso. -O celebridades de Hollywood.
– Lucy no es…
– La gente aquí tiene que dejar su propia huella. Nadie va a besar el trasero de nadie sólo por quienes son sus padres.
Meg no sabía si Birdie estaba hablando de la propia Meg o sobre Lucy, y no le importaba mucho. -He visitado pequeños pueblos alrededor de todo el mundo, y los que no tienen nada que probar siempre dan la bienvenida a los forasteros. Es en los sitios dejados de la mano de Dios, los pueblos que han perdido su lustre, los que ven a cada cara nueva como una amenaza.
Las cejas rojizas delineadas de Birdie llegaron hasta la línea de su pelo. -No hay nada dejado de la mano de Dios en Wynette. ¿Eso es lo que ella piensa?
– No, es lo que pienso yo.
La cara de Birdie se tensó. -Bueno, eso me dice mucho, ahora lo hace.
La puerta se abrió y una adolescente con el pelo largo y castaño claro asomó su cabeza. -¡Mamá! Lady Emma y las otras te requieren para las fotos.
Dirigiendo una última mirada hostil a Meg, Birdie salió escopetada de la habitación, preparada para repetir su conversación con todo aquel que quisiera escucharla.
Meg hizo una mueca. En su intento de defender a Lucy, había hecho más mal que bien. Este fin de semana no terminaría lo suficientemente pronto. Ella ató de nuevo su vestido en el hombro, se pasó los dedos por su corto y loco pelo, y se obligó a regresar a la fiesta.
Mientras la multitud hablaba con entusiasmo sobre la barbacoa y la risa se extendía por el porche, Meg parecía ser la única que no se estaba divirtiendo. Cuando se encontró a solas con la madre de Lucy, supo que tenía que decir algo, pero a pesar de que eligió sus palabras cuidadosamente, la conversación no fue así.