– ¿Ahora? -dijo Tracy haciéndole eco a Meg. -No puedes hablar con él ahora.
Pero ella tenía que hacerlo. Meg lo comprendía, aunque Tracy no lo hacía. Apretando su agarre sobre un ramo de lirios en miniatura, Meg puso una sonrisa en su cara y salió al pasillo blanco inmaculado.
Un pasillo horizontal dividía la parte delantera del santuario de la posterior. La ex presidenta de los Estados Unidos y su marido esperaban allí, con los ojos húmedos y orgullosos, para escoltar a su hija en su recorrido final como una mujer soltera. Ted Beaudine estaba en el altar, junto con su padrino y tres acompañantes. Un rayo de luz caía directamente sobre su cabeza poniéndole, ¿qué más?, un halo.
Meg había sido amablemente aconsejada en el ensayo de anoche como para caminar demasiado rápido por el pasillo, pero eso no era por lo que ahora había reducido su acostumbrada larga zancada a pasos de bebé. ¿Qué había hecho? Los invitados se giraron con anticipación, esperando para ver aparecer a la novia. Meg llegó al altar demasiado pronto y se detuvo en frente de Ted en lugar de ponerse en su sitio al lado de Charlotte.
Él la miró con curiosidad. Ella se centró en su frente, así no tendría que enfrentarse a aquellos inquietantes ojos fríos de tigre. -Lucy quiere hablar contigo -, susurró.
Él ladeó la cabeza mientras procesaba la información. Cualquier otro hombre habría hecho algunas preguntas, pero no Ted Beaudine. Su perplejidad se convirtió en preocupación. Con paso decidido, y sin atisbo de vergüenza, caminó por el pasillo.
La presidenta y su marido se miraron el uno al otro cuando él pasó, inmediatamente después le siguieron. Un murmullo se levantó entre los invitados. La madre del novio se puso de pies y luego su padre. Meg no podía permitir que Lucy encarara esto sola así que se dio prisa en volver por el pasillo. Con cada paso su sensación de terror se hacía más fuerte.
Cuando llegó al atrio, vio la parte superior del espumoso velo de Lucy por encima del hombre de Ted cuando Tracy y sus padres se reunían alrededor de ella. Un par de agentes del servicio secreto se situaron en las puertas en estado de alerta máxima. Los padres del novio aparecieron justo cuando Ted alejaba a Lucy del grupo. Con un agarre firme en su brazo, la condujo hacia una pequeña puerta en un lateral. Lucy se giró buscando a alguien. Ella encontró a Meg, e incluso a través de la cascada de tull, su súplica fue clara. Ayúdame.
Meg corrió hacia ella sólo para que el afable Ted Beaudine la mirara de una forma que la hizo detenerse en seco, una mirada tan peligrosa como cualquiera de las que su padre había evocado en sus películas Bird Dog Caliber. Lucy negó con la cabeza y Meg de alguna forma comprendió que su amiga no había estado pidiéndole que intercediera por ella con Ted. Lucy quería enfrentarse a las cosas fuera de aquí, como si Meg tuviera alguna pista de cómo iban a salir las cosas.
Cuando la puerta se cerró tras la novia y el novio, el marido de la ex presidenta de Estados Unidos avanzó hacia ella. -Meg, ¿qué está pasando? Tracy dijo que tú lo sabías.
Meg agarró su ramo de dama de honor. ¿Por qué Lucy tenía que haber esperado tanto para redescubrir su corazón rebelde? -Uhm… Lucy necesita hablar con Ted.
– Eso es obvio. ¿Sobre qué?
– Ella… -Recordó el rostro afligido de Lucy. -Ella tiene algunas dudas.
– ¿Dudad? -Francesca Beaudine, furiosa en un Chanel beige, salió disparada hacia ella. -Tú eres la responsable de esto. Te escuché anoche. Esto es obra tuya.-Ella se encaminó hacia la habitación donde su hijo había desaparecido sólo para ser retenida en el último momento por su marido.
– Espera, Francesca -, dijo Dallas Beaudine con su acento de Texas en marcado contraste con el entrecortado acento británico de su esposa. -Tienen que resolver esto por su cuenta.
Las damas de honor y los padrinos entraron precipitadamente en el atrio del santuario. Los hermanos de Lucy se reunieron: su hermano, Andre; Charlotte y Holly; Tracy, quién estaba dirigiendo a Meg una mirada asesina. El ministro fue hacia la presidenta y los dos mantuvieron una rápida conversación. El ministro asintió y regresó al templo, donde Meg escuchó sus disculpas por el "pequeño retraso" y pidió a los invitados que permanecieran donde estaban.
El conjunto de cámara comenzó a tocar. La puerta del lateral del atrio permanecía cerrada. Meg estaba comenzando a sentirse enferma.
Tracy se alejó de su familia y se encaminó hacia Meg con su boca fruncida en capullo rosado de indignación. -Lucy estaba feliz hasta que apareciste. ¡Esto es culpa tuya!
Su padre llegó a su lado y puso la mano sobre su hombro mientras observaba a Meg con frialdad. -Nealy me habló sobre vuestra conversación anoche. ¿Qué sabes sobre esto?
Los padres del novio escucharon su pregunta y se acercaron. Meg sabía que Lucy contaba con ella y luchó contra el impulso de alejarse. -Lucy… intenta por todos los medios no decepcionar a las personas que ama -. Se lamió los labios secos. -Algunas veces se olvida de ser ella misma.
Mat Jorik era de la escuela de periodistas de sin gilipolleces. -¿Qué estás queriendo decir exactamente? Explícate.
Todos los ojos se clavaron en ella. Meg apretó su agarre en el ramo de lirios. No importaba cuanto quisiese salir corriendo, tenía que intentar hacer esto al menos un poco más fácil Lucy, sentar las bases para las difíciles conversaciones que se avecinaban. Se lamió los labios de nuevo. -Lucy no es tan feliz como debería serlo. Tiene algunas dudas.
– ¡Tonterías! -exclamó la madre de Ted. -Ella no tenía dudas. No hasta que se las metiste en la cabeza.
– Esta es la primera vez que hemos escuchado algo sobre dudas -, dijo Dallas Beaudine.
Meg consideró brevemente no darse por enterada, pero Lucy era la hermana que nunca había tenido, y por lo menos podía hacer esto por ella. -Lucy se dio cuenta que podía estar casándose con Ted por las razones equivocadas. Él… podría no ser el hombre indicado para ella.
– Eso es absurdo -. Los ojos verdes de Francesca disparaban dardos envenenados. -¿Sabes cuántas mujeres darían cualquier cosa por casarse con Teddy?
– Muchas, estoy segura.
Su madre no se tranquilizó. -He desayunado con Lucy el sábado por la mañana, y me dijo que nunca había sido más feliz. Pero eso cambió después de tu llegada. ¿Qué le dijiste?
Meg intentó evitar la pregunta. -Puede que no fuera tan feliz como parecía. Lucy es muy buena fingiendo.
– Soy una experta en saber cuando las personas fingen -, espetó Francesca. -Lucy no lo estaba haciendo.
– Ella es realmente buena.
– Permíteme plantearte otro escenario -. La pequeña madre del novio le expetó con la autoridad de un fiscal. -¿Es posible que tú, por razones que sólo tú conoces, decidieras aprovecharte de un caso perfectamente normal de novia nerviosa?
– No. Eso no es posible -. Retorció la cinta dorada del ramo con sus dedos. Sus palmas habían comenzado a sudar. -Lucy sabe cuánto deseabais todos vosotros que estuvieran juntos, así que ella se autoconvenció que funcionaría. Pero no era lo que ella realmente quería.
– ¡No te creo! -Los ojos azules de Tracy estaban inundados de lágrimas. -Lucy ama a Ted. ¡Estás celosa! Es por eso que lo hiciste.
Tracy siempre había adorado a Meg y, por eso, su hostilidad le dolía. -Eso no es verdad.
– Entonces dinos qué es lo que le dijiste -, demandó Tracy. -Permítenos escucharlo a todos.
Una de las cintas del ramo se rompió entre sus húmedos dedos. -Todo lo que hice fue recordarle que necesita ser ella misma.
– ¡Ella lo era! -lloró Tracy. -Lo has arruinado todo.
– Quiero que Lucy sea feliz al igual que todos vosotros. Y ella no lo era.
– ¿Supongo que todo esto salió en una conversación ayer por la tarde? -dijo el padre de Ted, su voz era peligrosamente baja.
– La conozco muy bien.
– ¿Y nosotros no? -dijo Mat Jorik friamante.
Los labios de Tracy temblaban. -Todo era maravilloso hasta que llegaste.