– Eso es raro -, dijo Meg a la recepcionista. Además de su belleza natural la recepcionista tenía un asombroso pelo, un perfecto maquillaje, unos dientes de un blanco cegador y un surtido de pulseras y anillos que la definían como alguien que gastaba más tiempo y dinero en su apariencia que Meg. -Desafortunadamente no llevo otra tarjeta conmigo. Extenderé un cheque -. Imposible, ya que había vaciado su cuenta corriente hacía tres meses y había estado viviendo de su preciosa última tarjeta de crédito desde entonces. Buscó en el bolso. -Oh, no. Olvidé mi talonario.
– No hay problema. Hay un cajero automático a la vuelta de la esquina.
– Excelente. -. Meg cogió su maleta. -La meteré en mi coche de camino.
La recepcionista salío disparada del mostrador y le cogió la maleta. -Estaremos esperándote cuando regreses.
Meg miró a la mujer de manera fulminante y dijo unas palabras que nunca imagino que saldrían de su boca. -¿Sabes quién soy? -No soy nadie. Absolutamente nadie.
– Oh, sí. Todo el mundo lo sabe. Pero tenemos policías.
– Está bien -. Cogió su bolso, un Prada que era de su madre, y atravesó el vestíbulo. Cuando quiso llegar al aparcamiento, empezó a sudar frío.
Su Buick Century de quince años y gran cosumidor de gasolina estaba aparcado como una verruga oxidada entre un nuevo y brillante Lexus y un Cadillac CTS. A pesar de la constante ventilación, el Rustmobile todavía olía a cigarrillos, sudor, comida rápida y a turba. Bajó las ventanillas para que entrara algo de aire. Un cerco de sudor se había formado en la parte superior del top de seda que llevaba con unos vaqueros, un par de pendientes de plata martillada que se había hecho con unas hebillas que encontró en Laos y un sombrero de fieltro marrón vintage que su tienda favorita de segunda mano en L.A. aseguraba que procedía de los bienes de Ginger Rogers.
Apoyó la frente contra el volante, pero no importaba cuanto lo pensase, no podía ver otra salida. Sacó su móvil del bolso e hizo lo que se había prometido no hacer nunca. Llamó a su hermano Dylan.
Aunque era tres años más pequeño que ella, ya era un genio de un gran éxito financiero. Su mente tendía a divagar cuando él hablaba sobre lo que hacía, pero ella sabía que era extremadamente bueno. Como se había negado a darle su número del trabajo, lo llamó al móvil. -Hola, Dyl, llámame de inmediato. Es una emergencia. Lo digo en serio. Tienes que llamarme ahora mismo.
Sería inútil llamar a Clay, que era el gemelo de Dylan. Clay todavía era un actor muerto de hambre, apenas podía pagar el alquiler, aunque eso no iba a durar mucho más ya que se había graduado en la escuela de drama de Yale, aparecía en una creciente lista de obras de Broadway y tenía talento apoyado por el apellido Koranda. A diferencia de ella, ninguno de sus hermanos había cogido nada de sus padres desde que se graduaron en la universidad.
Ella cogió su teléfono cuando sonó.
– La única razón por la te llamo -, dijo Dylan, -es curiosidad. ¿Por qué Lucy huyó de su boda? Mi secretaria me habló de un cotilleo en la red que dice que eres la única que habló con ella de suspender la boda. ¿Qué paso con eso?
– Nada bueno. Dyl, necesito una transferencia.
– Mamá dijo que esto pasaría. La respuesta es no.
– Dyl, no estoy bromeando. Estoy en un aprieto. Me quitaron la tarjeta de crédito y…
– Madura, Meg. Tienes treinta años. Es hora de nadar o hundirse.
– Lo sé. Y estoy haciendo algunos cambios. Pero…
– Cualquier cosa en la que te hayas metido, puedes salir por ti misma. Eres mucho más lista de lo que piensas. Tengo fé en ti, incluso si tú no la tienes.
– Lo aprecio, pero ahora necesito ayuda. De verdad. Tienes que ayudarme.
– Jesús, Meg. ¿No tienes orgullo?
– Eso es una mierda de pregunta para hacer.
– Entonces no me hagas decirla. Eres capaz de controlar tu propia vida. Consigue un trabajo. Sabes lo que es, ¿no?
– Dyl…
– Eres mi hermana, y te quiero, y porque te quiero, ahora voy a colgar -. Se quedó mirando el teléfono sin conexión, enfadada pero no sorprendida de la evidencia de la conspiración familiar. Sus padres estaban en China, y habían dejado increíblemente claro que no iban a ayudarla de nuevo. Su escalofriante abuela Belinda no daba regalos. Obligaría a Meg a apuntarse a clases de actuación o algo igualmente insidioso. En cuanto a su tío Michel… La última vez que lo había visitado, le había dado una conferencia mordaz sobre la responsabilida personal. Con Lucy huída, a Meg le quedaban tres buenas amigas, todas ellas eran ricas y ninguna le prestaría dinero.
¿O lo harían? Esa era la cuestión sobre ellas. Georgie, April y Sasha eran mujeres totalmente independientes e impredecibles que le habían dicho a Meg durante años que necesitaba dejar de joder y comprometerse con algo. Aunque si les explicaba lo desesperaba que estaba…
¿No tienes orgullo?
¿Realmente quería darles a sus exitosas amigas más evidencias de su inutilidad? Por otro lado, ¿cuáles eran sus opciones? Tenía apenas unos cien dólares en su bolsillo, sin tarjetas de crédito, una cuenta bancaria vacía, menos de medio depósito de gasolina y un coche que podía romperse en cualquier momento. Dylan tenía razón. Por mucho que lo odiara, necesitaba conseguir un trabajo… y rápido.
Pensó en ello. Mientras estuviera en el pueblo del chico malo nunca podría encontrar un trabajo, pero tanto San Antonio como Austin estaban a menos de dos horas de viaje, más o menos asequible al medio depósito de gasolina. Seguramente podría encontrar trabajo en uno de esos sitios. Eso significaría no pagar la cuenta, algo que nunca había hecho en su vida, pero se había quedado sin opciones.
Las palmas de las manos le estaban sudando en el volante mientras salía lentamente de la zona de aparcamiento. El sonido del mal silenciador le hizo anelar el Nissan Ultima híbrido que había tenido que dejar cuando su padre dejo de hacer los pagos. Sólo tenía la ropa que llevaba puesta y el contenido de su bolso. Dejar su maleta era una locura, pero debiendo tres noches del Wynette Country Inn, unos cuatrocientos dólares, no había mucho que pudiera hacer al respecto. Les pagaría con intereses tan pronto como encontrara un trabajo. ¿Qué trabajo sería?, no tenía ni idea. Algo temporal y, con suerte, bien pagado hasta que descubriera lo que quería hacer.
Una mujer que estaba empujando un cochecito se detuvo a mirar el Buick marrón ya que había arrojado una nube de humo aceitoso. Eso, combinado con su silenciador rugiendo, difícilmente hacía al Rustmobile un coche ideal para una huída, así que intentó agacharse en el asiento. Pasó los juzgados de piedra caliza y la biblioteca pública cercada mientras se dirigía hacía las afueras del pueblo. Finalmente, vio la señal de los límites del pueblo.
ESTÁS SALIENDO DE WYNETTE, TEXAS
Theodore Beaudine, Alcalde
Ella no había visto a Ted desde su horrible encuentro en el aparcamiento de la iglesia y ya no lo haría. Estaba segura que todas las mujeres del país ya estaban haciendo cola para ocupar el lugar de Lucy.
Una sirena sóno detrás de ella. Sus ojos se dirigieron al espejo retrovisosr y vio la luz roja intermitente de un coche patrulla. Sus dedos apretaron el volante. Se apartó a un lado de la carretera, rezando porque la parasen debido al ruidoso silenciador y maldiciéndose a sí misma por no haberlo hecho arreglar antes de salir de L.A.
El temor se le reunía en el estómago mientras esperaba a que los dos oficiales revisaran su matrícula.Por último, el oficial revisó la rueda de emergencia y se encaminó hacia ella, su barriga cervecera sobresalía sobre su cinturón. Tenía la piel rojiza, una gran naríz y un pelo de lana plateado que sobresalía por debajo de su sombrero.