– Esa llamada de Geoffrey parece tal disparate que empiezo a pensar que estás diciendo la verdad.
– Estoy diciendo la verdad. ¿Cuándo vas a creerme?
– Está bien. Te daré el beneficio de la duda. Por el momento.
Empezaba a creerla. Y eso significaba mucho para ella. Empezó a llorar. Movió la cabeza con irritación.
– ¿Qué es lo que tiene usted, señor O'Hara? -preguntó-. Siempre que estoy con usted me echo a llorar.
– No importa -repuso él-. Es típico de las mujeres. Supongo que forma parte de su esencia.
Sarah lo miró y vio que sonreía. ¡Qué transformación tan sorprendente! De extraño a amigo. Había olvidado lo atractivo que era. No solo físicamente. En su voz había una gentileza nueva que no sabía explicarse.
Se inclinó hacia ella y la joven se estremeció. Nick se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros. Olía a él; parecía cálida como una manta. La apretó contra sí y la envolvió una calma especiaclass="underline" la sensación de que no podía ocurrirle nada malo mientras tuviera la chaqueta de Nick O'Hara sobre los hombros.
– La sacaremos de aquí en cuanto llegue nuestro hombre del consulado -dijo él.
– ¿Pero no se ocupa usted de esto?
– Me temo que no. Este no es mi territorio.
– Pero entonces, ¿qué hace aquí?
Antes de que pudiera contestar se abrió la puerta.
– ¡Nick O'Hara! -dijo un hombre bajo-. ¿Qué demonios haces tú aquí?
El interpelado se volvió hacia el umbral.
– Hola, Potter -dijo, después de una pausa incómoda-. Cuánto tiempo.
– No lo suficiente.
Potter entró en la estancia y examinó a Sarah con mirada crítica de la cabeza a los pies. Lanzó su sombrero sobre el maletín de Nick.
– Así que usted es Sarah Fontaine.
La joven miró confusa a Nick.
– El señor Roy Potter -dijo este con sequedad-. El… ¿cómo te llaman ahora? ¿El agregado político de la Embajada?
– Tercer secretario -comentó Potter.
– Encantador. ¿Dónde está Dan Lieberman? Pensé que vendría él.
– Me temo que nuestro cónsul no ha podido venir. Vengo en su lugar -Potter le estrechó la mano a Sarah-. Espero que la hayan tratado bien, señora. Siento que haya tenido que pasar por esto, pero lo arreglaremos enseguida.
– ¿Cómo? -preguntó Nick con suspicacia.
Potter se volvió hacia él.
– Quizá deberías irte. Seguir con tus… vacaciones.
– No. Creo que me quedo.
– Esto es un asunto oficial. Y si no me equivoco, ya no estás con nosotros, ¿verdad?
– No comprendo -Sarah frunció el ceño-. ¿Cómo que ya no está con ustedes?
– Significa que me han dado vacaciones indefinidas -aclaró Nick con calma-. Veo que las noticias viajan deprisa.
– Cuando se trata de temas de seguridad nacional, sí.
Nick hizo una mueca.
– No sabía que era tan peligroso.
– Digamos que tu nombre está en una lista poco halagadora. Yo en tu lugar procuraría no mancharlo más. Es decir, si quieres conservar tu puesto.
– Mira, vamos al grano. El caso de Sarah, ¿recuerdas?
Potter miró a la joven.
– He hablado con el inspector Appleby. Dice que las pruebas contra usted no son tan sólidas como él quisiera. Está dispuesto a dejarla marchar, siempre que yo me responsabilice de su conducta.
Sarah lo miró atónita.
– ¿Estoy libre?
– Así es.
– ¿Y no hay nada que…?
– Han retirado los cargos -le tendió la mano-. Felicidades, señora Fontaine. Está libre.
La mujer se la estrechó con calor.
– Muchísimas gracias, señor Potter.
– De nada. Pero no se meta en más líos, ¿vale?
– De acuerdo -miró a Nick con alegría, esperando ver una sonrisa en su rostro. Pero él no sonreía. Parecía más bien receloso-. ¿Algo más? -preguntó a Potter-. ¿Algo que deba saber?
– No, señora. Puede salir de aquí ahora mismo. De hecho, la llevaré personalmente al Savoy.
– No te molestes -intervino Nick-. Ya la llevo yo.
Sarah se acercó más a él.
– Gracias, señor Potter, pero iré con el señor O'Hara. Somos… somos como viejos amigos.
Potter frunció el ceño.
– ¿Amigos?
– Me ha ayudado mucho desde que murió Geoffrey.
Potter tomó su sombrero.
– De acuerdo. Buena suerte, señora Fontaine -miró a Nick-. Oye, O'Hara, enviaré un informe a Van Dam en Washington. Seguro que le interesa saber que estás en Londres. ¿Piensas volver pronto a casa?
– Puede que sí o puede que no.
Potter se dirigió a la puerta, pero se volvió en el último momento para mirar con dureza a Nick.
– Mira, has tenido una carrera decente. No lo estropees ahora. Yo en tu lugar tendría mucho cuidado.
– Siempre lo tengo -repuso Nick.
– ¿Qué significa eso de vacaciones indefinidas? -preguntó Sarah de camino al hotel.
Nick sonrió sin humor.
– Digamos que no es un ascenso.
– ¿Lo han despedido?
– Más o menos.
– ¿Porqué?
El hombre no contestó. Se detuvo en un semáforo con un suspiro de cansancio.
– ¿Nick? -musitó ella-. ¿Ha sido por mi culpa?
Él hombre asintió.
– En parte. Parece que han puesto en duda mi patriotismo a causa de usted. Ocho años de trabajo no significan nada para ellos. Pero no se preocupe. Creo que a nivel inconsciente llevaba tiempo queriendo dejarlo.
– Lo siento.
– No lo sienta. Puede que sea lo mejor que me ha pasado nunca.
Cambió el semáforo y se mezclaron con el tráfico de la mañana. Eran las diez y había muchos coches. Un autobús los pasó por la derecha y Sarah sintió un momento de pánico. El hecho de conducir por la izquierda la perturbaba. Hasta Nick parecía algo nervioso mirando por el espejo retrovisor.
Se forzó por relajarse e ignorar el tráfico.
– No puedo creer todo lo que ha pasado-dijo-. Es una locura. Y cuanto más intento entenderlo, menos… -miró a Nick, que tenía el ceño fruncido-. ¿Qué pasa?
– No se vuelva, pero creo que nos siguen.
Sarah reprimió el deseo de volver la cabeza y centró su atención en la calle húmeda por la que avanzaban.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó con miedo.
– Nada.
– ¿Nada?
– Exacto. Haremos como si no hemos notado nada. Pasamos por tu hotel, te vistes, haces las maletas y pagas la factura. Luego, nos vamos a desayunar. Estoy muerto de hambre.
– ¿Desayunar? ¡Pero acabas de decir que nos siguen!
– Mira, si buscaran sangre, podrían haberte cogido anoche.
– ¿Como cogieron a Eve? -susurró ella.
– No. Eso no ocurrirá -miró por su espejo-. Agárrate. Vamos a ver cómo son de buenos.
Giró a una calle estrecha, pasó una hilera de tiendas y cafés y apretó el freno. El coche detrás de ellos se detuvo de repente, con el guardabarros a pocos centímetros de su coche. Nick soltó una carcajada.
– ¿Estás bien?
Sarah, demasiado asustada para hablar, asintió con la cabeza.
– Todo va bien -dijo él-. He visto antes a esa gente -sacó una mano por la ventanilla e hizo un gesto obsceno al coche que los seguía, y que respondió de igual manera.
Nick soltó una carcajada.
– No pasa nada. Son de la CIA.
– ¿De la CIA? -preguntó ella, aliviada.
– No te pongas a celebrarlo todavía. Yo no me fío de ellos. Y tú tampoco deberías.
Pero el miedo de ella se evaporaba por momentos. ¿Por qué iba a temerle a la CIA? ¿no estaban todos del mismo lado? Se preguntó cuánto haría que la seguían. Si era desde su llega a Londres, tenían que haber visto quién mató a Eve…
Miró a Nick.
– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó.
– ¿Además de que la mataron?
– Antes has dicho algo que… No se limitaron solo a matarla, ¿verdad?
– No -repuso él, sin mirarla-. No fue solo eso.