Dieciséis
Roy Potter vio alejarse la ambulancia con gran alivio. Reprimió un sollozo y avanzó hacia la otra ambulancia, aparcada a pocos metros. Estaba agotado. Pero podía permitírselo. La operación había terminado.
Calculó mentalmente sus ganancias. Magus y su mejor hombre estaban muertos. Había cuatro detenidos. Y Sarah Fontaine estaba viva.
Necesitaría hospitalización, sí. Tenía muchas heridas en brazos y piernas, y alguna requeriría cirugía. Y también necesitaría atención psiquiátrica. Tenía alucinaciones, veía fantasmas en los tejados. Pero la histeria era algo muy comprensible en sus circunstancias. Y se recuperaría. De eso no tenía duda. Estaba hecha de una fibra más fuerte de lo que todos creían.
Vio cómo subían una camilla a la ambulancia. Era Magus. Frunció el ceño y pensó en su suicidio. ¿O no había sido suicidio? Tendrían que esperar las pruebas del laboratorio de balística. De momento, era la única explicación.
– ¿Señor Potter?
– ¿Qué ocurre?
– Dentro hay un hombre que quiere verlo. Creo que es americano.
– Dígale que hable con el señor Tarasoff.
– Dice que solo hablará con usted.
Potter reprimió un juramento. Lo que él quería era meterse en la cama. Pero siguió al agente hasta el interior del edificio Berkman. El olor a café lo impregnaba todo. Le recordó que no había comido desde la tarde anterior. Se merecía un buen desayuno. El agente señaló la oficina delantera.
– Está allí.
Potter se asomó por la puerta y frunció el ceño. El hombre, vuelto de espaldas, miraba por la ventana. Iba vestido completamente de negro. Había algo familiar en el color dorado de su pelo, al que el sol que entraba por la ventana arrancaba reflejos.
El agente entró y cerró la puerta.
– Soy Roy Potter -dijo-. ¿Quería verme?
El hombre se volvió sonriente.
– Hola.
Potter lo miró atónito. Se había quedado sin habla. El hombre era Simon Dance.
Una hora después, Simon Dance se volvió de nuevo hacia la ventana.
– Y eso es lo que pasó, señor Potter -dijo con suavidad-. Más complicado de lo que usted sospechaba. He pensado que le gustaría conocer los hechos. A cambio solo le pido un favor.
– ¿Por qué diablos no me contó antes todo esto?
– Al principio, fue puro instinto. Luego, aparecieron los explosivos en mi habitación del hotel y supe que no podía fiarme de ninguno de ustedes. Había una filtración y sabía que tenía que estar a un nivel bastante alto.
Potter no contestó.
– Van Dam -dijo Simon.
– ¿Cómo puede estar seguro?
El otro se encogió de hombros.
– ¿Por que deja alguien su hotel calentito a medianoche para buscar una cabina?
– ¿Cuándo fue eso?
– Anoche, justo después de que yo avisara a O'Hara.
– ¿Fue usted el que llamó? -Potter movió la cabeza-. Entonces tengo parte de culpa. Yo se lo dije a Van Dam. Tenía que hacerlo.
Dance asintió.
– No entendí ese paseo a la cabina hasta que oí que Kronen y sus hombres habían llegado a Casa Morro poco después. Por eso supe que Van Dam había llamado a Magus.
– Mire, necesito más pruebas. No puedo acusarlo solo por una llamada.
– No, no. Ese asunto ya está cerrado.
– ¿Qué quiere decir?
– Lo comprenderá pronto.
– Pero ¿y el motivo? Un hombre necesita un motivo para hacer algo así.
Dance encendió un cigarrillo con calma.
– Los motivos son algo curioso. Todos tenemos secretos y agendas ocultas. Creo que Van Dam era un hombre rico.
– Su mujer le dejó millones.
– ¿Y era mayor cuando murió?
– Cuarenta y algo. Hubo algo raro. Un robo, creo. Van Dam estaba fuera del país entonces.
– Por supuesto que sí.
Potter guardó silencio. Sí, si se buscaba bien, todo el mundo podía tener motivos ocultos.
– Empezaré una investigación interna -dijo.
Dance sonrió.
– No hay prisa. No creo que desaparezca.
– ¿Y usted? -preguntó Potter-. Ahora que todo ha terminado, ¿va a reaparecer?
Dance exhaló una bocanada de humo.
– Todavía no sé lo que haré -dijo con tristeza-. Eve era lo único que me importaba. Y la he perdido.
– Todavía queda Sarah.
El hombre movió la cabeza.
– Ya le he causado bastante dolor -viró la vista hacia la ventana-. Su informe de balística probará que a Magus no lo mató su rifle sino una bala disparada a cierta distancia. Prométame que no se lo dirá a Sarah.
– Si es lo que usted quiere…
– Lo es.
– ¿No se despedirá de ella?
– Será más amable no hacerlo. El señor O'Hara parece un buen hombre -dijo con suavidad-. Creo que serán felices juntos.
Potter asintió. Sí, tenía que admitir que O'Hara no era tan malo después de todo.
– Dígame. ¿Alguna vez quiso a Sarah?
Dance movió la cabeza.
– En este trabajo amar es un error. No, no la amé. Pero no quiero que le pase nada -miró a Potter con dureza-. La próxima vez no utilice inocentes en sus operaciones. Ya causamos bastantes desgracias en este mundo sin hacer sufrir también a los que no tienen nada que ver.
Potter apartó la vista con incomodidad.
– Creo que es hora de que me vaya -dijo Dance, apagando su cigarrillo-. Tengo mucho que hacer.
– ¿Volverá a los Estados Unidos? Puedo buscarle una nueva identidad…
– No será necesario. Siempre me he arreglado mejor solo.
Potter no podía discutir aquel punto. La breve relación de Dance con la CIA no podía haber sido más desastrosa para él.
– Creo que me apetece un cambio de clima -dijo Simon desde la puerta-. Nunca me han gustado la lluvia y el frío.
– ¿Pero cómo podré localizarlo si lo necesito?
Dance se detuvo en el umbral.
– No podrá -dijo con una sonrisa.
Cuando Sarah se despertó, era ya por la tarde. Lo primero que vio fueron las cortinas blancas moviéndose al lado de la ventana abierta. Después, vio las macetas de tulipanes amarillos y rojos colocadas en hilera sobre la mesa. Y luego, en una silla al lado de la cama, a Nick con otra maceta en el regazo. Dormía profundamente. Su camisa era un mapa de arrugas y sudor. Su cabello tenía más tonos grises de los que recordaba. Pero sonreía.
Extendió el brazo y le tocó la mano. Se despertó con un sobresalto y la miró con ojos enrojecidos.
– Sarah -murmuró.
– Pobrecito Nick. Creo que necesitas esta cama más que yo.
– ¿Cómo te sientes?
– Rara. A salvo.
– Estás a salvo -dejó la maceta y le tomó las manos-. Ahora ya sí.
La joven señaló la mesa.
– ¡Vaya! ¡Cuántas flores!
– Creo que he exagerado. No sabía que dos docenas de macetas ocuparían tanto.
Los dos soltaron una risita. Nick la observó en silencio, esperando.
– Lo vi -dijo ella con suavidad-. Estoy segura.
– No importa, Sarah…
– A mí sí. Yo lo vi…
– Cuando tienes miedo, la mente puede gastarte malas pasadas.
– Tal vez.
– Yo no creo en fantasmas.
– Yo tampoco creía. Hasta hoy.
Nick se llevó una mano de ella a los labios.
– Si fue un fantasma, estoy en deuda con él por dejarte conmigo.
Parecía tan cansado que Sarah sintió una fuerte ternura hacia él. En sus grises ojos veía, además, el amor que nunca había visto en los de Geoffrey.
– Te quiero -dijo-. Y tienes razón. Puede que imaginara cosas. Tenía mucho miedo y nadie podía ayudarme. Solo un fantasma.
– Está muerto, Sarah. El hecho de que lo vieras en ese momento era tu modo de decirle adiós.
Hubo una llamada a la puerta. Potter asomó la cabeza por ella.
– Veo que estáis los dos despiertos -dijo animoso-. ¿Puedo entrar?
– Por supuesto -sonrió Sarah.
El hombre miró las macetas de tulipanes y lanzó un silbido.