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Nick se volvió hacia Potter, quien le apuntaba con la pistola en la cabeza.

– Guarda eso -dijo-. Me estás poniendo nervioso.

– Sube al coche -ordenó el otro.

– ¿Adónde vamos?

– A charlar con Jonathan Van Dam.

– ¿Y luego qué?

Potter sonrió con desgana.

– Eso depende de ti.

– ¿Dónde está Sarah Fontaine?

Nick miró a Van Dam con gesto de malhumor.

– Señor O'Hara, me estoy impacientando. Le he hecho una pregunta. ¿Dónde está?

Nick se encogió de hombros.

– Si le importa algo ella, nos dirá dónde está ahora mismo.

– Me importa. Por eso no les digo nada.

– No durará ni una semana sola. No tiene experiencia. Está asustada. Tenemos que traerla aquí.

– ¿Por qué? ¿La necesitan para practicar el tiro al blanco?

– Eres un pesado, O'Hara -murmuró Potter-. Siempre lo has sido y siempre lo serás.

– Yo también te quiero mucho -gruñó Nick.

Van Dam los ignoró a los dos.

– Señor O'Hara, esa mujer necesita nuestra ayuda. Está mejor bajo nuestra tutela. Díganos dónde está y quizá le salve la vida.

– Estaba bajo su tutela en Margate y por poco la matan. ¿Qué está pasando?

– No puedo decírselo.

– Quieren a Geoffrey Fontaine, ¿verdad?

– No.

– Usted hizo que la soltaran en Londres y luego la siguió. Pensó que lo llevaría hasta Fontaine, ¿verdad?

– Ya sabemos que no puede.

– ¿Qué significa eso?

– No buscamos a Fontaine.

– Cuénteme otra historia.

Potter no pudo seguir callado.

– ¡Maldita sea! -gritó, golpeando la mesa-. ¿Es que no lo entiendes? Fontaine era de los nuestros.

La revelación dejó atónito a Nick. Miró a Potter.

– ¿Quieres decir que… trabajaba para la CIA?

– Exacto.

– ¿Y dónde está?

Potter suspiró con cansancio.

– Está muerto.

Nick trató de asimilar la información. Toda su búsqueda había sido en vano. Habían cruzado Europa en persecución de un muerto.

– ¿Y quién persigue a Sarah? -preguntó.

– No estoy seguro de poder… -intervino Van Dam.

– No tenemos elección -dijo Potter-. Hay que decírselo.

Van Dam asintió después de una pausa.

– Está bien. Adelante.

Potter echó a andar por la estancia.

– Hace cinco años, Simon Dance era uno de los mejores agentes del Mossad. Formaba parte de un equipo de tres personas. Los otros dos eran mujeres: Eve Saint-Clair y Helga Steinberg. Les dieron una misión y fracasaron. Su objetivo sobrevivió. En su lugar mataron a su mujer.

– ¿Dance era un asesino a sueldo?

Potter se detuvo y resopló como un toro.

– A veces, O'Hara, hay que combatir al fuego con fuego. El blanco en este caso era el jefe de un cartel terrorista. Esos tipos no trabajan por ideología sino por dinero. Por cien mil dólares tienen una bomba. Por trescientos mil hunden un barco pequeño. Si lo prefieres, te venden el equipo para que lo hagas tú. Fusiles o misiles tierra-aire. Todo lo que desees. Solo hay un modo de lidiar con un club así. Había que hacer el trabajo y el equipo de Dance era el mejor.

– Pero el objetivo escapó.

– Por desgracia sí. Antes de un año habían puesto precio a la cabeza de los tres agentes del Mossad, que para entonces se habían evaporado. Creemos que Helga Steinberg sigue en Alemania. Dance y Eve Saint-Claire se desvanecieron y durante cinco años nadie supo dónde estaban. Luego, hace tres semanas, uno de nuestros agentes estaba sentado en un pub de Londres y oyó una voz conocida. Había trabajado con Dance hace unos años y conocía su voz. Así descubrimos su nueva identidad.

– ¿Y cómo entró a trabajar para la CIA?

– Lo convencí yo.

– ¿Cómo?

– Probé lo de siempre. Dinero. Una nueva vida. Rechazó ambas cosas. Pero quería una: poder vivir sin miedo. Le señalé que el único modo era terminar el trabajo de Magus, el hombre al que tenía que haber eliminado. Yo llevaba años intentando encontrar a Magus sin éxito. Necesitaba la ayuda de Dance y él accedió.

– No podías hacer tú el trabajo y contrataste a un pistolero -dijo Nick-. ¿Qué pasó? ¿Por qué no hizo su trabajo?

Potter movió la cabeza.

– No sé. En Amsterdam, Dance se puso… nervioso. Salió huyendo como un conejo asustado. Se fue a Berlín y se metió en ese hotel. Esa noche hubo un fuego. Pero eso ya lo sabes. Y no volvimos a tener noticias de Simon Dance.

– ¿El cuerpo del hotel era el suyo?

– No podemos probarlo, pero yo me inclino a pensar que sí. No se ha denunciado ninguna desaparición en Berlín. Dance no ha aparecido en ningún otro sitio. No sé cómo ocurrió. ¿Asesinato? ¿Suicidio? Ambas cosas son posibles. Estaba deprimido. Cansado.

Nick frunció el ceño.

– Pero si murió en aquel hotel, ¿quién llamó a Sarah?

– Yo.

– ¿Tú?

– Fue un montaje que hicimos con grabaciones de su voz. Habíamos intervenido la habitación de su hotel en Londres.

Nick se puso tenso.

– ¿Querías que viniera a Europa? ¿Vas a decirme que la querías como blanco?

– Blanco no, O'Hara. Cebo. Me enteré de que Magus seguía poniendo precio a la cabeza de Dance. No creía que estuviera muerto. Si podíamos hacerle creer que Sarah sabía algo, quizá pudiéramos hacerlo salir a la luz. Nosotros no la perdimos de vista en ningún momento. Hasta que nos esquivasteis, claro.

– ¡Bastardos! -gritó Nick-. ¡Estabais jugando con su vida!

– Hay cosas más importantes en juego…

– A la mierda con tus cosas importantes!

Van Dam se movió incómodo en su silla.

– Señor O'Hara, por favor, siéntese. Intente comprender la situación…

Nick se volvió hacia él.

– ¿Fue idea suya?

– No, fue mía -admitió Potter-. El señor Van Dam no tuvo nada que ver. Se enteró después, cuando apareció en Londres.

Nick miró a Potter.

– Tenía que haberlo supuesto. Huele a ti. ¿Qué es lo próximo que piensas hacer? ¿Atarla en la plaza del pueblo con un cartel que diga «tiro al blanco»?

Potter movió la cabeza.

– No. La operación ha terminado. Van Dam quiere que vuelva.

– ¿Para qué?

– Pronto estará claro para todos que Fontaine ha muerto. La dejarán en paz y nosotros buscaremos a Magus de otro modo.

– ¿Y qué hay de Wes Corrigan? No quiero que le pase nada.

– No le pasará nada. No quedará rastro de esto en ningún sitio.

Nick volvió a sentarse. Miró a Potter con dureza. Su decisión dependía de una cosa.

¿Podía fiarse de aquellos hombres? ¿Y qué opciones tenía si no lo hacía? Sarah estaba sola, huyendo de un asesino. No podría sobrevivir sola.

– Si se trata de alguna trampa…

– No hace falta que me amenaces, O'Hara. Ya sé de lo que eres capaz.

– No -dijo Nick-. Creo que no lo sabes. Y esperemos que no lo descubras nunca.

– ¿Dónde podré encontrarlo en Amsterdam? -preguntó Sarah a la mujer.

Paseaban entre los árboles en dirección al Citroen. El suelo estaba mojado, y los tacones de Sarah se hundían en la hierba joven.

– ¿Seguro que quiere encontrarlo? -preguntó la mujer.

– Es preciso. Es el único al que puedo pedir ayuda. Y me está esperando.

– Quizá no sobreviva a esta búsqueda. Lo sabe, ¿verdad?

Sarah se estremeció.

– Ya apenas sobrevivo. Tengo siempre miedo. No dejo de pensar cuándo terminará todo y si será doloroso o no -se estremeció-. Con Eve usaron una navaja.

Los ojos de la mujer se oscurecieron.

– ¿Una navaja? La marca de fábrica de Kronen.

– ¿Kronen?

– Es el favorito de Magus.

– ¿Lleva gafas de sol y tiene pelo rubio casi blanco?