Выбрать главу

Nick la miraba con incredulidad desde el otro lado del cristal.

– ¿Sarah?

Su reacción fue instintiva: echó a correr. Abrió las cortinas de terciopelo y corrió escaleras arriba hasta la habitación donde había encontrado el vestido. Era una huida instintiva, el impulso de una mujer alejándose del dolor. Tenía miedo de él. Quería hacerles daño a ella y a Geoffrey. Si podía llegar a la habitación y cerrarle la puerta…

Pero Nick la sujetó por el brazo antes de que terminara de entrar por la puerta. Sarah se soltó y retrocedió hasta que sus piernas chocaron con la cama. Estaba atrapada.

– ¡Fuera de aquí! -le gritó sin dejar de temblar.

El hombre avanzó con las manos extendidas.

– Sarah, escúchame…

– ¡Bastardo! ¡Te odio!

Nick seguía acercándose. La joven le golpeó con fuerza la mejilla. Se disponía a pegarle de nuevo, pero él le sujetó las muñecas y tiró de ella hacia sí.

– No. Escúchame. ¿Quieres hacer el favor de escucharme?

– Me has utilizado.

– Sarah…

– ¿Fue divertido? ¿O tenías la misión de acostarte con la viuda para la CIA?

– ¡Cállate!

– ¡Maldito seas, Nick! -gritó ella, debatiéndose-. Yo te quería. Te quería… -consiguió soltarse, pero el impulso la arrojó sobre la cama. Nick cayó sobre ella, sujetándole las muñecas y cubriendo su cuerpo con el de él. Sarah quedó debajo, sollozando y debatiéndose en vano hasta que las fuerzas la abandonaron y se quedó inmóvil.

Cuando él vio que dejaba de debatirse, le soltó las manos. La besó con ternura en la boca.

– Todavía te odio -dijo ella débilmente.

– Y yo te quiero.

– No me mientas.

Volvió a besarla, esa vez más despacio, haciéndolo durar.

– No miento, Sarah. Nunca te he mentido.

– Trabajabas para ellos desde el comienzo.

– No, te equivocas. No estoy con ellos. Me arrinconaron. Y luego me lo contaron todo. Sarah, puedes dejar de correr.

– Cuando lo encuentre.

– No puedes encontrarlo.

– ¿Qué quieres decir?

Nick la miró con tristeza.

– Lo siento; está muerto.

Sus palabras la golpearon como un puñetazo. Lo miró atónita.

– No puede estar muerto. Me llamó…

– No fue él. Fue una grabación de la CIA.

– ¿Y qué le ocurrió?

– El fuego. El cuerpo que encontraron en el hotel era el suyo.

Sarah cerró los ojos.

– No comprendo. No comprendo nada -sollozó.

– La CIA te tendió una trampa. Querían que Magus fuera a por ti y saliera a la luz. Pero luego los despistamos. Hasta Berlín.

– ¿Y ahora?

– Se acabó. Han cancelado la operación. Podemos irnos a casa.

¡Casa! La palabra tenía un sonido mágico, como un lugar de cuento de hadas en cuya existencia ya no creía. Y Nick también tenía algo de mágico. Pero sus brazos eran reales. Siempre habían sido reales.

– Vamonos a casa, Sarah -susurró él-. Mañana por la mañana salimos de aquí.

– No puedo creer que haya terminado -musitó ella.

Se besaron con ternura y salieron al pasillo tomados del brazo. Al llegar a la parte superior de la escalera se veía el vestíbulo. Nick se detuvo.

Al principio, ella no supo por qué. Solo veía su mirada sobresaltada. Después, siguió la dirección de sus ojos.

Bajo ellos, al pie de las escaleras, un charco de sangre manchaba una alfombra azul persa. Sobre él yacía Corrie.

Catorce

Una sombra cayó sobre la pared del vestíbulo. Alguien andaba por la sala, fuera de su campo de visión. La sombra se acercaba a las escaleras. Nick y Sarah no podían salir a la calle sin cruzar el vestíbulo y el campo de visión del asesino. No les quedaba más remedio que seguir por el pasillo de arriba.

Nick la tomó de la mano y tiró de ella hacia una escalera más alejada. De la sala de estar llegó un grito de mujer, ruido de pasos que corrían y dos golpes secos, de balas amordazadas por un silenciador. El pasillo parecía no acabarse nunca.

Subieron corriendo la escalera estrecha. Habían llegado al ático. Nick cerró la puerta con suavidad, pero no había cerradura. No encendieron la luz. Por la ventana entraba algo de claridad. En las sombras, a sus pies, había formas vagas: cajas, muebles viejos, un perchero. Nick se agachó detrás de un baúl y tomó a Sarah en sus brazos. Ella apretó el rostro contra su pecho y oyó el latido de su corazón.

De abajo llegó un crujido a madera rota. Alguien abría las puertas a patadas y se abría paso metódicamente en dirección a su escalera.

Nick la empujó contra el suelo.

– No te muevas -dijo.

– ¿Adónde vas?

– Cuando llegue el momento, corre.

– Pero… -el hombre se había alejado ya en la oscuridad.

Los pasos subían por la escalera del ático.

Sarah permaneció inmóvil. Los pasos se acercaban más y más. Buscó en la oscuridad algo que la ayudara a defenderse, pero no vio nada.

Se abrió la puerta, que chocó contra la pared. Entró luz de la escalera.

En ese mismo instante oyó el sonido de un puño chocando con un cuerpo, seguido de un golpe sordo. Se levantó y vio a Nick peleando con el asesino, un hombre al que no había visto nunca. Rodaron por el suelo. Nick lanzó un segundo puñetazo, pero el golpe apenas rozó la mejilla del otro. El asesino consiguió soltarse y le dio un puñetazo en el estómago. Nick gruñó y rodó fuera de su alcance. El asesino se lanzó hacia una pistola que había en el suelo a pocos metros.

Nick, atontado por el golpe, no pudo reaccionar con rapidez. Los dedos del asesino se cerraron en torno a la pistola. Nick, desesperado, se lanzó sobre su muñeca, pero solo lo alcanzó en el antebrazo. El cañón giró hacia su rostro.

Sarah no tuvo tiempo de pensar. Saltó desde el baúl. Su pie formó un arco en el aire y golpeó la mano del asesino. La pistola salió volando y cayó detrás de un montón de cajas. El asesino, que no había recuperado el equilibrio, no pudo esquivar el golpe siguiente.

El puño de Nick lo alcanzó en la mandíbula. Cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza en un baúl. Cayó al suelo inconsciente.

Nick se puso en pie.

– ¡Vamos! -dijo.

Sarah bajó delante al segundo piso. Cuando corría hacia la otra escalera recordó el cuerpo de Corrie en el suelo. La ponía enferma pensar que tenía que pisar sangre, pero no quedaba más remedio si quería llegar a la puerta.

Bajó las escaleras obligándose por no pensar. Solo serían unos pasos y después estaría fuera. A salvo.

No vio al hombre del vestíbulo hasta que fue demasiado tarde. Captó un movimiento y una garra aferró su brazo. Vio una mano enguantada y el brillo de un revólver. El arma no apuntaba a ella, sino a la parte superior de la escalera, donde estaba Nick.

El arma se disparó.

Nick cayó hacia atrás, como si hubiera recibido un golpe en el pecho. Su camisa se llenó de sangre. Sarah gritó su nombre una y otra vez mientras la arrastraban hacia la puerta. El aire frío le golpeó el rostro. Luego, la arrojaron en el asiento trasero de un coche. Se cerró la puerta. Levantó la vista; un revólver apuntaba a su cabeza.

Solo entonces vio el rostro de Kronen, el pelo rubio pálido, la sonrisa de cera. La había esperado en estaciones de trenes y en ciudades distintas. Era el rostro de sus pesadillas.

Era un rostro del infierno.

Van Dam seguía al lado del teléfono cuando llamó Tarasoff para comunicarle el desastre doble. O'Hara estaba en Urgencias. Y no habían encontrado a Sarah Fontaine.

Cuando colgó el teléfono, empezó a andar por la estancia. Estaba nervioso. Le preocupaba el nuevo vínculo con la compañía F. Berkman. La transferencia de fondos a un asesino a sueldo había sido un descuido increíble. Ahora Potter olería sangre y querría investigar. Tenía que alejarlo del rastro. Su futuro dependía de ello. Si capturaban al viejo, se mostraría pragmático e intentaría comprar su libertad con información. Y su nombre sería de los primeros en salir.