– ¡Geoffrey! -gritó.
El viento arrastró consigo su voz.
– ¡No! ¡Vuelve! -gritó ella, una y otra vez.
Pero solo vio un último destello de pelo rubio y después el tejado vacío brillando bajo el sol de la mañana.
El disparo de rifle resonó como un trueno en la calle de abajo. Media docena de policías corrieron a protegerse. Nick levantó la cabeza con alarma.
– ¿Qué ocurre ahí?
Potter se volvió a Tarasoff.
– ¿Quién diablos está disparando?
– No es de los nuestros, señor. Quizá la policía.
– ¡Era un rifle, maldita sea!
– No son mis hombres -dijo un oficial de policía holandés, desde la seguridad de un umbral cercano.
Nick vio que Sarah seguía viva. Pero se sentía impotente para ayudarla.
– ¡Haz algo! -le gritó a Potter.
– ¡Tarasoff! -gritó este, a su vez-. ¡Suba ahí con sus hombres! Averigüe de dónde ha salido ese disparo -se volvió al policía-. ¿Cuánto tardarán en llegar los bomberos?
– Cinco, diez minutos.
– La matarán antes -dijo Nick.
Echó a andar hacia el edificio. ¡Tenía que llegar hasta ella!
– ¡O'Hara! -gritó Potter-. Antes tenemos que limpiar ese edificio.
Pero Nick entraba ya por la puerta. En el interior, subió las escaleras de dos en dos. Lo aterrorizaba la posibilidad de que sonaran más disparos, de llegar al tejado y encontrarse muerta a Sarah. Pero solo oyó sus propios pasos.
Debajo de él se cerró una puerta. La voz de Potter gritó su nombre. Siguió avanzando.
Las escaleras amplias daban paso a otra más estrecha que subía al tejado en espiral. Corrió los últimos escalones y salió al tejado.
Fuera brillaba el sol. Se detuvo, atontado por la luz repentina y por el horror de los que había en la grava a sus pies. Los ojos muertos de un hombre sin rostro lo miraban. El viento movía una bufanda roja tan brillante como la sangre que salía despacio del pecho del hombre. A su lado había un rifle.
Se abrió la puerta del tejado. Potter salió por ella y casi chocó con Nick.
– ¡Dios mío! -exclamó, mirando el cuerpo-. ¡Es Magus! ¿Se ha disparado a sí mismo?
Del tejado de arriba llegó un quejido repentino, un sonido de desesperación. Nick levantó la cabeza con alarma.
Sarah tendía las manos hacia adelante, como suplicándole al viento. No los había visto; miraba a la distancia, a algo que solo ella podía ver. Lo que gritó a continuación hizo estremecer a Nick. No tenía sentido. Era el grito de una mujer aterrorizada al borde de la histeria. Siguió la dirección de su mirada, pero solo vio tejados que brillaban al sol. Oyó la voz de Sarah llamando una y otra vez a un hombre que no existía.
Cuando al fin la bajaron del tejado se mostró tranquila. Nick estaba a su lado cuando la colocaron en la camilla. ¡Parecía tan pequeña y débil! ¡Había tanta sangre en sus brazos! Apenas se fijaba en lo que le decía, solo sabía que quería estar cerca de ella.
Una ambulancia esperaba en la calle.
– Déjeme acompañarla -murmuró Nick-. Me necesita.
Subió al lado de la camilla y la joven lo miró con ternura.
– Creí que no volvería a verte -susurró.
– Te quiero, Sarah.
Potter metió la cabeza en la ambulancia.
– ¡Por lo que más quieras, O'Hara; dejanos trabajar!
Nick se volvió y vio que el personal de la ambulancia los miraba.
– ¡No, por favor! -suplicó la joven-. Dejen que se quede. Quiero que se quede.
Potter se encogió de hombros con aire de impotencia. Los enfermeros decidieron que era mejor dejar en paz a Nick. Sabían por experiencia que los maridos nerviosos podían ser criaturas testarudas e irracionales. Y aquel parecía muy, muy nervioso.
Dieciséis
Roy Potter vio alejarse la ambulancia con gran alivio. Reprimió un sollozo y avanzó hacia la otra ambulancia, aparcada a pocos metros. Estaba agotado. Pero podía permitírselo. La operación había terminado.
Calculó mentalmente sus ganancias. Magus y su mejor hombre estaban muertos. Había cuatro detenidos. Y Sarah Fontaine estaba viva.
Necesitaría hospitalización, sí. Tenía muchas heridas en brazos y piernas, y alguna requeriría cirugía. Y también necesitaría atención psiquiátrica. Tenía alucinaciones, veía fantasmas en los tejados. Pero la histeria era algo muy comprensible en sus circunstancias. Y se recuperaría. De eso no tenía duda. Estaba hecha de una fibra más fuerte de lo que todos creían.
Vio cómo subían una camilla a la ambulancia. Era Magus. Frunció el ceño y pensó en su suicidio. ¿O no había sido suicidio? Tendrían que esperar las pruebas del laboratorio de balística. De momento, era la única explicación.
– ¿Señor Potter?
– ¿Qué ocurre?
– Dentro hay un hombre que quiere verlo. Creo que es americano.
– Dígale que hable con el señor Tarasoff.
– Dice que solo hablará con usted.
Potter reprimió un juramento. Lo que él quería era meterse en la cama. Pero siguió al agente hasta el interior del edificio Berkman. El olor a café lo impregnaba todo. Le recordó que no había comido desde la tarde anterior. Se merecía un buen desayuno. El agente señaló la oficina delantera.
– Está allí.
Potter se asomó por la puerta y frunció el ceño. El hombre, vuelto de espaldas, miraba por la ventana. Iba vestido completamente de negro. Había algo familiar en el color dorado de su pelo, al que el sol que entraba por la ventana arrancaba reflejos.
El agente entró y cerró la puerta.
– Soy Roy Potter -dijo-. ¿Quería verme?
El hombre se volvió sonriente.
– Hola.
Potter lo miró atónito. Se había quedado sin habla. El hombre era Simon Dance.
Una hora después, Simon Dance se volvió de nuevo hacia la ventana.
– Y eso es lo que pasó, señor Potter -dijo con suavidad-. Más complicado de lo que usted sospechaba. He pensado que le gustaría conocer los hechos. A cambio solo le pido un favor.
– ¿Por qué diablos no me contó antes todo esto?
– Al principio, fue puro instinto. Luego, aparecieron los explosivos en mi habitación del hotel y supe que no podía fiarme de ninguno de ustedes. Había una filtración y sabía que tenía que estar a un nivel bastante alto.
Potter no contestó.
– Van Dam -dijo Simon.
– ¿Cómo puede estar seguro?
El otro se encogió de hombros.
– ¿Por que deja alguien su hotel calentito a medianoche para buscar una cabina?
– ¿Cuándo fue eso?
– Anoche, justo después de que yo avisara a O'Hara.
– ¿Fue usted el que llamó? -Potter movió la cabeza-. Entonces tengo parte de culpa. Yo se lo dije a Van Dam. Tenía que hacerlo.
Dance asintió.
– No entendí ese paseo a la cabina hasta que oí que Kronen y sus hombres habían llegado a Casa Morro poco después. Por eso supe que Van Dam había llamado a Magus.
– Mire, necesito más pruebas. No puedo acusarlo solo por una llamada.
– No, no. Ese asunto ya está cerrado.
– ¿Qué quiere decir?
– Lo comprenderá pronto.
– Pero ¿y el motivo? Un hombre necesita un motivo para hacer algo así.
Dance encendió un cigarrillo con calma.
– Los motivos son algo curioso. Todos tenemos secretos y agendas ocultas. Creo que Van Dam era un hombre rico.
– Su mujer le dejó millones.
– ¿Y era mayor cuando murió?
– Cuarenta y algo. Hubo algo raro. Un robo, creo. Van Dam estaba fuera del país entonces.
– Por supuesto que sí.
Potter guardó silencio. Sí, si se buscaba bien, todo el mundo podía tener motivos ocultos.