Mónica negó con la cabeza y Pierce se dio cuenta de que seguía sin comprender las posibilidades ni sus aplicaciones. La joven no podía liberarse del mundo que conocía, entendía y aceptaba. Pierce sacó la cartera del bolsillo de atrás. Extrajo la American Express y la sostuvo ante ella.
– ¿Y si esta tarjeta fuera un ordenador? Y si contuviera un chip lo suficientemente potente para registrar todas las compras que se han hecho en esta cuenta junto con la fecha, la hora y el lugar de la compra? Me refiero a toda la vida de su usuario, Mónica. Un pozo sin fondo de memoria en este fino trozo de plástico.
Mónica se encogió de hombros.
– Supongo que estaría bien.
– Estamos a menos de cinco años de eso. Ahora mismo ya tenemos RAM molecular. Memoria de acceso aleatorio. Y estamos perfeccionando las puertas lógicas. Circuitos.
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Los unimos (lógica y memoria) y tendremos circuitos integrados, Mónica.
Pierce todavía se entusiasmaba al hablar de las posibilidades. Volvió a guardarse la tarjeta de crédito en la cartera y ésta en el bolsillo. En ningún momento apartó la mirada de la secretaria y se dio cuenta de que seguía sin causar ningún efecto en ella. Decidió olvidarse de impresionarla e ir al grano.
– Mónica, la cuestión es que no estamos solos. Hay mucha competencia. Hay muchas empresas privadas como Amedeo Technologies. Un montón de ellas son más grandes y tienen mucho más dinero. También está D ARPA y la UCLA y otras universidades, está…
– ¿Qué es DARPA?
La Agencia de Proyectos de Investigaciones Avanzadas de Defensa. El gobierno. La agencia que tiene siempre un ojo en todas las tecnologías emergentes. Está respaldando varios proyectos distintos en nuestro campo. Cuando fundé la compañía, elegí conscientemente no tener de jefe al gobierno. Pero la cuestión es que la mayoría de nuestros competidores tienen buenos apoyos económicos y contactos. Nosotros no. Y por eso para avanzar necesitamos un flujo de financiación para mantenernos a flote. No podemos hacer nada que corte ese flujo o nos caemos de la carrera y Amedeo Technologies deja de existir. ¿De acuerdo?
– De acuerdo.
– Una cosa sería que fuéramos un concesionario de coches o un negocio por el estilo. Pero creo que tenemos una oportunidad de cambiar el mundo. El equipo que he reunido en el laboratorio no tiene nada que envidiar a nadie. Tenemos la…
– He dicho que de acuerdo. Pero si todo esto es tan importante, tal vez deberías pensar en lo que estás haciendo tú. Yo sólo he hablado de ello. Eres tú el que va a su casa y hace cosas turbias.
Pierce sintió que se encendía y esperó a que su ira remitiera.
– Mira, tenía curiosidad por esto y quería asegurarme de que la mujer estaba bien. Si eso es ser turbio, entonces de acuerdo, fui turbio. Pero ahora he terminado. El lunes quiero que me cambies el número y con suerte será el final de este asunto.
– Bueno. ¿Puedo irme ya?
Pierce asintió. Se rendía.
– Sí, puedes irte. Gracias por esperar por los muebles. Espero que tengas un buen fin de semana, lo que queda de él, y te veré el lunes.
No la miró al decirlo ni cuando ella se levantó de la silla. Mónica se fue sin pronunciar una palabra más y Pierce se quedó enfadado. Decidió que una vez que las cosas se olvidaran se buscaría otra secretaria personal y Mónica volvería al grupo de las secretarias generales de la compañía.
Pierce se sentó en el sofá durante un rato, pero el teléfono lo sacó de su ensueño reflexivo. Otra llamada para Lilly.
– Llega tarde -dijo Pierce-. Ha dejado el negocio y ha entrado en la universidad. -Colgó.
Al cabo de un rato levantó de nuevo el teléfono y llamó a Información de Venice para solicitar el número de James Wainwright. Un hombre contestó su siguiente llamada y Pierce se levantó y caminó hasta la ventana mientras hablaba.
– Estoy buscando al casero de Lilly Quinlan -dijo-. Por la casa de Altair en Venice.
– Ése vendría a ser yo.
– Me llamo Pierce. Estoy tratando de localizar a Lilly y quería saber si había tenido algún contacto con ella en el último mes.
– Bueno, en primer lugar, no creo que lo conozca, señor Pierce, y no hablo de mis inquilinos con extraños a no ser que me expliquen qué desean y me convenzan de que debo actuar de otro modo.
– Me parece muy bien, señor Wainwright. No tengo problema en ir a verle en persona si lo prefiere. Soy un amigo de la familia. La madre de Lilly, Vivian, está preocupada por su hija porque no ha tenido noticias suyas desde hace ocho semanas. Me pidió que hiciera algunas averiguaciones. Puedo darle el número de Vivian en Florida por si quiere llamar y preguntar por mí.
Era un riesgo, pero Pierce pensó que valía la pena correrlo para convencer a Wainwright de que hablara. De todos modos, no estaba muy lejos de la verdad. Era ingeniería social. Gira un poquito la verdad y ponía a trabajar para ti.
– Tengo el número de su madre en los formularios. No necesito llamar porque no tengo nada que pueda ayudarle. Lilly Quinlan ha pagado hasta final de mes. No tengo ocasión de verla o hablar con ella a no ser que tenga un problema y no he hablado con ella ni la he visto desde hace al menos dos meses.
– ¿Hasta final de mes? ¿Está seguro?
Pierce sabía que eso no cuadraba con los registros de cheques que había examinado.
– Eso es.
– ¿Cómo pagó el último alquiler, con un cheque o en efectivo?
– Eso no es asunto suyo.
– Señor Wainwright, sí es asunto mío. Lilly ha desaparecido y su madre me ha pedido que la busque.
– Eso dice usted.
– Llámela.
– No tengo tiempo para llamarla. Me ocupo de treinta y dos apartamentos y casas. Si cree que…
– Oiga, ¿hay alguien que cuide el césped con quien pueda hablar?
– Ya lo está haciendo.
– ¿Entonces no la ha visto cuando ha ido a cortar el césped?
– Ahora que lo pienso, muchas veces salía a saludarme cuando estaba allí cortando el césped o poniendo en marcha los aspersores. O me traía una Pepsi o una limonada. En una ocasión me trajo una cerveza fría. Pero las últimas veces no estaba. Y el coche tampoco. No pensé nada al respecto. La gente tiene su vida, ¿sabe?
– ¿Qué coche era?
– Un Lexus dorado. No conozco el modelo, pero sé que era un Lexus. Bonito coche. Y ella lo cuidaba bien.
A Pierce no se le ocurrían más preguntas. Wainwright no era de gran ayuda.
– Señor Wainwright, ¿buscará el número y llamará a la madre? Necesito que me vuelva a llamar.
– ¿La policía está metida en esto? ¿Hay algún informe de personas desaparecidas?
– Su madre ha hablado con la policía, pero no cree que le estén ayudando mucho. Por eso me ha pedido ayuda a mí. ¿Tiene algo para escribir?
– Claro.
Pierce dudó al comprender que si le daba el número de su casa, Wainwright podría darse cuenta de que era el mismo que el de Lilly. Le facilitó el de su línea directa de Amedeo. Después le dio las gracias y colgó.
Se quedó allí sentado, mirando el teléfono, repasando mentalmente la llamada y llegando cada vez a la misma conclusión. Wainwright estaba siendo evasivo. O bien sabía algo o estaba ocultando algo, o ambas cosas.
Abrió la mochila y sacó la libreta en la que había escrito el número de Robin, la chica que trabajaba con Lilly.
Cuando llamó en esta ocasión, trató de engolar la voz cuando ella contestó. Tenía la esperanza de que no lo reconociera de la noche anterior.
– Me preguntaba si podríamos vernos esta noche.
– Bueno, estoy abierta, cariño. ¿Nos hemos visto alguna vez? Me suenas familiar.
– Ah, no. Es la primera vez.
– ¿En qué estabas pensando?
– Eh, podríamos ir a cenar y luego a tu casa. No sé.
– Bueno, cielo, cobro cuatrocientos la hora. La mayoría de los tíos prefieren saltarse la cena y venir a verme directamente. O voy yo a verlos.