De pie al lado de su coche, o tal vez escondiéndose mientras se recuperaba de la carrera, Pierce observó unos momentos la situación. Renner y su compañero no tardaron en volver a entrar en el apartamento. Finalmente Pierce utilizó el control remoto para abrir la puerta del BMW.
Entró en el vehículo y cerró la puerta con suavidad. Se peleó con la llave, tratando de encontrar el contacto y se dio cuenta de que la bombilla del techo estaba apagada. Pensó que se habría fundido, porque estaba preparada para encenderse cuando se abría la puerta. Se levantó y pulsó el botón de todos modos. No ocurrió nada. Volvió a hacerlo y la luz se encendió.
Se sentó allí mirando la bombilla durante un largo momento y pensando en ello. El dispositivo tenía un ciclo de tres posiciones que se controlaba pulsando el botón situado en el techo, al lado de la bombilla. En la primera posición, la luz se encendía cuando se abría la puerta y se apagaba al cabo de quince segundos de que se cerrara o en cuanto se ponía en marcha el motor. En la segunda posición la luz quedaba encendida de manera permanente, incluso con la puerta cerrada. En la tercera posición la luz permanecía siempre apagada, aunque se abrieran las puertas.
Pierce siempre mantenía la luz en la primera posición para que el interior se iluminara al abrir la puerta. Eso no había ocurrido cuando había entrado en el coche. La luz tenía que haber estado en la tercera posición del ciclo. Entonces había pulsado el botón una vez -a la posición uno- y la luz no se había encendido porque la puerta ya estaba cerrada. La había pulsado una segunda vez y la luz había entrado en la posición dos.
Abriendo y cerrando la puerta, repasó el ciclo hasta que confirmó su teoría. Su conclusión fue que alguien había estado en su coche y había tocado las luces.
De repente sintió pánico al darse cuenta, se estiró entre los dos asientos delanteros hasta que su mano palpó la mochila que estaba en el suelo. Tiró de ella e hizo una rápida revisión de su contenido. Sus libretas seguían allí. No parecía que faltara nada.
Abrió la guantera y eso también parecía intacto. Sin embargo, estaba seguro de que alguien había estado dentro del vehículo.
Sabía que lo más caro del coche era probablemente la mochila de cuero en sí, y no obstante no se la habían llevado. Esto le llevó a concluir que el coche había sido registrado, pero no robado, lo cual explicaba por qué lo habían vuelto a cerrar. Un ladrón de coches probablemente no se habría molestado en disimular lo que había hecho.
Pierce levantó la vista hacia el umbral iluminado del apartamento y supo lo que había ocurrido. Renner. La policía. Ellos habían registrado su coche. Estaba seguro.
Consideró esto y decidió que había dos posibilidades respecto a cómo había ocurrido el registro y cómo se había producido el error que había delatado el hecho. La primera era que quien había llevado a cabo el registro había abierto la puerta -probablemente con una «ganzúa» profesional- y luego había pulsado dos veces el interruptor de la luz para apagarla y no ser visto en el coche.
La segunda posibilidad era que la persona hubiera entrado en el coche y cerrado la puerta, con lo cual la luz cenital se habría apagado transcurridos quince segundos. La persona habría pulsado entonces el botón para volver a encender la luz. Finalizado el registro habría vuelto a pulsar el botón para apagar la luz, dejando el dispositivo en la posición del ciclo en que Pierce lo había encontrado.
Él apostaba por esta última posibilidad, aunque tampoco tenía importancia. Pensó en Renner, que seguía dentro del apartamento, y comprendió por qué el policía no lo había llevado en coche. Había visto la oportunidad de llegar antes que Pierce a la escena y registrar el BMW.
El registro era ilegal sin su autorización, pero Pierce de hecho sentía lo opuesto al enfado. Sabía que no había nada en el coche que lo incriminara en la desaparición de Lilly Quinlan ni en ningún delito. Pensó en Renner y en la decepción que probablemente había sentido al descubrir que el coche estaba limpio.
– Jódete, cabrón -dijo en voz alta.
Justo cuando estaba a punto de poner en marcha el coche vio que sacaban el colchón del apartamento. Dos hombres que supuso que eran especialistas en escenas del crimen cargaban cuidadosamente con la voluminosa pieza, llevándola en posición vertical a través de la puerta y escaleras abajo hasta una furgoneta de la División de Investigaciones Científicas del Departamento de Policía de Los Ángeles.
Habían envuelto el colchón en un plástico grueso, como una cortina de ducha, pero el amplio y oscuro manchón del centro todavía se traslucía con claridad. La visión del colchón sostenido ante la cruda luz deprimió de inmediato a Pierce. Era como si estuvieran sosteniendo un tablón de anuncios que avisara que era demasiado tarde para hacer algo por Lilly Quinlan. '
El colchón era excesivamente grande y ancho para entrar en la furgoneta. Los hombres de la División de Investigaciones Científicas lo alzaron hasta la baca del vehículo y lo aseguraron con pulpos. Pierce supuso que el envoltorio de plástico garantizaría la integridad de las pruebas que de allí pudieran surgir.
Cuando apartó la mirada de la furgoneta se fijó en que Renner estaba de pie en el umbral del apartamento, observándolo. Pierce le sostuvo la mirada un buen rato y luego arrancó. Había tantos coches oficiales en el callejón que se vio obligado a dar marcha atrás hasta Speedway antes de poder dar la vuelta y poner rumbo a su casa.
En su apartamento, diez minutos después, levantó el teléfono e inmediatamente oyó el tono que indicaba que tenía mensajes. Antes de escucharlos pulsó el botón de rellamada porque sabía que la última persona a la que había telefoneado era Robín. La llamada fue a un buzón de voz sin que sonara un solo timbrazo, lo cual indicaba que ella había apagado el teléfono o estaba atendiendo otra llamada.
– Escucha, Robín, soy yo, Henry Pierce. Sé que estabas enfadada conmigo, pero escucha lo que tengo que decirte ahora. Después de que te fuiste encontré la puerta del apartamento de Lilly abierta. El casero estaba allí vaciando el apartamento. Encontramos lo que parecía sangre en la cama y tuvimos que llamar a la poli. Traté de mantenerte…
Sonó el bip y la llamada se cortó. Pierce pulsó de nuevo el botón de rellamada, preguntándose por qué tenía establecido un tiempo tan corto para los mensajes. Le dio señal de ocupado.
– ¡Mierda!
Empezó de nuevo y otra vez comunicaba. Frustrado, salió al balcón. La brisa marina era intensa y cortante. Las luces de la noria seguían encendidas, pero el parque de atracciones había cerrado a medianoche. Pulsó de nuevo el botón de rellamada y sostuvo el teléfono pegado a la oreja. Esta vez sonó y Robin contestó al primer timbrazo. Tenía voz soñolienta.
– ¿Robin?
– Sí, ¿Henry?
– Sí, no cuelgues. Estaba dejándote un mensaje. Yo…
– Lo sé. Lo estaba escuchando. ¿Has oído el mío?
– ¿Qué? ¿Un mensaje? No, acabo de llegar a casa. He estado toda la noche con la policía. Escucha, sé que estás furiosa conmigo, pero como trataba de decirte en el mensaje, la poli va a llamarte. Te mantuve al margen. No les dije que me habías llevado allí. Pero entonces me preguntaron que cómo sabía que Lilly era de Tampa y que su madre vivía allí y les dije que tú me lo habías dicho. Era mi única salida. Para mí, lo admito, pero no creo que suponga un problema para ti. Me refiero a que vuestras páginas están vinculadas. De todos modos iban a ir a hablar contigo.
– No pasa nada.
Pierce se quedó un momento en silencio, sorprendido por la reacción de Robin.