– No -mintió de nuevo Pierce-. Por lo que entendí de Vivian el Departamento de Policía de Los Ángeles no estaba interesado en el caso.
– ¿Quién es usted, señor Pierce?
– ¿ Qué? No entien…
– ¿Para quién trabaja?
– Para nadie. Para mí.
– ¿Es DP?
– ¿Qué es eso?
– Vamos.
– Quiero decir que no entien… Ah, detective privado. No, no soy DP. Como le he dicho soy un amigo.
– ¿En qué se gánala vida?
– Soy químico. No entiendo qué tiene que ver con…
– Puedo verle hoy, pero no en mi oficina. Hoy no iré a la oficina.
– De acuerdo, entonces, ¿dónde? ¿Cuándo?
– Dentro de una hora. ¿Conoce un lugar llamado Cathode Ray's, en Santa Monica?
– En la Dieciocho, ¿no? Allí estaré. ¿Cómo nos conoceremos?
– ¿Tiene un sombrero o algo distintivo que ponerse?
Pierce se inclinó y abrió un cajón del escritorio. Sacó una gorra de béisbol con letras azules bordadas en el ala.
– Llevaré una gorra de béisbol gris. Pone MOLES bordado en azul en el ala.
– ¿Como el guacamole?
Pierce casi rió.
– De moléculas. Las Moléculas Luchadoras era el nombre de nuestro equipo de softball. Cuando jugábamos. Mi empresa lo patrocinaba. Fue hace mucho tiempo.
– Le veré en el Cathode Ray's. Por favor, venga solo. Si me doy cuenta de que no está solo o parece una trampa no me verá.
– ¿Una trampa? ¿De qué está…?
Glass colgó y Pierce se quedó escuchando el vacío.
Colgó el teléfono y se puso la gorra. Consideró las extrañas preguntas que le había formulado el detective privado y pensó en lo que había dicho al final de la conversación y en cómo lo había dicho. Pierce se dio cuenta de que era como si tuviera miedo de algo.
18
Cathode Ray's era un local frecuentado por la generación tecnológica, por lo general allí todos tenían un portátil o un PDA en la mesa, junto al café con leche. El local permanecía abierto las veinticuatro horas y disponía de enchufe de corriente y conector telefónico de alta velocidad en todas las mesas. Sólo con conexiones a proveedores de servicios de Internet locales. Estaba cerca de la Universidad de Santa Monica y de los distritos de producción de películas y software del Westside, y no estaba vinculado a ninguna gran empresa. La combinación de todo ello hacía del lugar un sitio popular entre los «conectados».
Pierce había estado allí en muchas ocasiones, pero le resultaba extraño que Glass hubiera elegido ese lugar para su cita. Por teléfono Glass le había parecido un hombre mayor, con voz bronca y cansada. Si era así, llamaría la atención en un local como Cathode Ray's y teniendo en cuenta la paranoia que había percibido durante la conversación telefónica, le extrañaba que hubiera elegido la cafetería para la cita.
A las tres en punto, Pierce entró en Cathode Ray's y echó un rápido vistazo por el local en busca del hombre mayor. No había nadie que destacara. Se puso a la cola para pedir un café.
Antes de salir de la oficina se había guardado en el bolsillo todo el cambio que le quedaba. Lo contó mientras aguardaba y concluyó que tenía lo justo para un café normal, tamaño medio, con unos centavos para la propina.
Después de echar una generosa dosis de nata al café, salió a la zona del patio y eligió una mesa vacía de la esquina. Se tomó el café despacio, pero todavía transcurrieron veinte minutos hasta que se le acercó un hombre bajo con vaqueros y camiseta negros. Tenía la cara recién afeitada y ojos oscuros. Era mucho más joven de lo que Pierce había supuesto, sin duda menos de cuarenta. No llevaba café, había ido directo a la mesa.
– ¿Señor Pierce?
Pierce extendió la mano.
– ¿Señor Glass?
Glass apartó la otra silla y tomó asiento. Se inclinó sobre la mesa.
– Si no le importa, quiero ver su documentación-dijo.
Pierce dejó la taza y empezó a hurgar en el bolsillo en busca de su billetera.
– Probablemente es una buena idea-dijo-. ¿Le importa que vea la suya?
Después de que ambos hombres se hubieran convencido mutuamente de que estaban hablando con el interlocutor adecuado, Pierce apoyó la espalda en la silla y examinó a Glass. Le pareció un hombre grande embutido en un cuerpo pequeño. Irradiaba intensidad. Era como sí tuviera la piel demasiado tensa en torno a su cuerpo.
– ¿Quiere tomar un café antes de que empecemos a hablar?
– No, no tomo cafeína.
Eso sí cuadraba.
– Entonces supongo que podemos empezar. ¿Qué pasa con todo ese rollo terrorífico?
– ¿Disculpe?
– Ya sabe, eso de que me asegurara de que estaba solo y la pregunta de a qué me dedicaba. Me ha parecido un poco extraño.
Antes de hablar, asintió como si estuviera de acuerdo.
– ¿Qué sabe de Lilly Quinlan?
– Sé a qué se dedicaba, si es a eso a lo que se refiere.
– ¿Y a qué se dedicaba?
– Era chica de compañía. Tenía un anuncio en Internet. Estoy casi seguro de que trabajaba para un tipo llamado Billy Wentz, que es una especie de macarra virtual. Él maneja el sitio Web donde ella tiene su página. Creo que la embaucó en otras cosas: sitios porno, cosas así. También creo que estaba metida en la escena sadomaso.
La mención de Wentz pareció dar una nueva intensidad al rostro de Glass. Cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Pierce.
– ¿Ya ha hablado con el señor Wentz?
Pierce negó con la cabeza.
– No, pero lo he intentado. Ayer fui a Entrepeneurial Concepts, que aglutina sus empresas. Pregunté por él, pero no estaba. ¿Por qué tengo la sensación de que le estoy contando cosas que ya sabe? Oiga, yo quiero hacer preguntas, no contestarlas.
– No puedo decirle gran cosa. Estoy especializado en investigaciones de personas desaparecidas. Un conocido del Departamento de Personas Desaparecidas de la policía me recomendó a Vivian Quinlan. Así empezó todo. Ella me pagó por una semana de trabajo. No encontré a Lilly ni descubrí mucho más acerca de su desaparición.
Pierce consideró la información durante un momento. Él era un aficionado y había descubierto mucho en menos de cuarenta y ocho horas. No creía que Glass fuera tan inepto como se estaba presentando.
– Conoce la Web, ¿verdad? L. A. Darlings.
– Sí. Me dijeron que trabajaba de chica de compañía y fue fácil encontrarla. L. A. Darlings es uno de los sitios más populares.
– ¿Encontró su casa? ¿Habló con su casero?
– No y no.
– ¿Y Lucy LaPorte?
– ¿Quién?
– En el sitio Web usa el nombre de Robin. Su página está vinculada con la de Lilly.
– Ah, sí, Robin. Sí, hablé con ella por teléfono. Fue muy breve. No cooperó mucho.
Pierce no estaba convencido de que Glass hubiera llamado realmente. Creía que Lucy habría mencionado que un investigador privado ya había preguntado por Lilly. Pensaba verificar con ella la supuesta llamada.
– ¿Cuándo fue eso? La llamada a Robin.
Glass se encogió de hombros.
– Hace tres semanas. Fue al principio de mi semana de trabajo. Fue una de las primeras llamadas que hice.
– ¿Llegó a verla?
– No, surgieron otras cosas. Y al final de la semana la señora Quinlan ya no quería pagarme para que continuara trabajando en el caso. Eso fue todo.
– ¿Qué otras cosas surgieron?
Glass no contestó.
– Habló con Wentz, ¿verdad?
Glass bajó la mirada a los brazos que tenía cruzados, pero no contestó.
– ¿Qué le dijo?
Glass se aclaró la garganta.
– Escúcheme con mucha atención, señor Pierce. Será mejor que no se acerque a Billy Wentz.
– ¿Porqué?
– Porque es un hombre peligroso. Porque se está metiendo en un terreno que no conoce en absoluto. Puede acabar mal si no tiene cuidado.