– Has estado ocupado aquí, Henry -dijo mientras repasaba la lista-. Philip Glass…
Miró hacia atrás, donde Dosmetros se había apostado junto a la puerta, con sus enormes brazos cruzados ante el pecho. El hombre más bajo arrugó los ojos.
– ¿No es ése el tío con el que discutimos hace unas semanas?
Dosmetros asintió. Pierce se dio cuenta de que Glass debía de haber llamado al apartamento antes de localizarlo en Amedeo.
El hombre bajo volvió a la pantallita del teléfono y sus ojos pronto se fijaron en otro nombre familiar.
– Vaya, Robín te ha estado llamando. Es maravilloso.
Pero por el tono de voz Pierce supo que no era maravilloso, que iba a ser cualquier cosa menos maravilloso para Lucy LaPorte.
– No es nada -dijo Pierce-. Sólo dejó un mensaje. Puedes escucharlo si quieres. Lo he grabado.
– ¿Te has enamorado de ella?
– No.
El hombre más bajo se volvió y le hizo una sonrisa falsa a Dosmetros. Entonces, de repente, hizo un rápido movimiento con el brazo y golpeó a Pierce con el teléfono en el puente de la nariz, descargando el impacto con toda la potencia del arco descrito por el brazo.
Un fogonazo rojo y negro se encendió en el campo visual de Pierce, que sintió un dolor desgarrador en la cabeza. No sabía si tenía los ojos cerrados o había perdido la visión. Instintivamente se balanceó hacia atrás en el sofá y se apartó de la procedencia del golpe por si venía otro. Oyó vagamente que el hombre que tenía delante gritaba, pero no registró lo que estaba diciendo. De pronto unas manos fuertes y grandes hicieron pinza por encima de sus codos y lo levantaron en volandas del sofá, poniéndolo de pie.
Sintió que Dosmetros lo cargaba al hombro y lo transportaba. La boca se le llenó de sangre y trató de abrir los ojos, pero no pudo hacerlo. Oyó el sonido de la puerta corredera, percibió el aire frío del océano que le tocaba la piel.
– ¿Qué…? -consiguió articular.
De repente el duro hombro donde se había apoyado su estómago ya no estaba y Pierce empezó a caer cabeza abajo. Sus músculos se tensaron y abrió la boca para emitir el último sonido furioso de su vida. Entonces, en el último instante, sintió que las enormes manos lo sujetaban por los tobillos. Su cabeza y hombros golpearon con fuerza el áspero hormigón de la fachada del edificio.
Pero al menos ya no seguía cayendo.
Pasaron unos segundos. Pierce se llevó las manos a la cara y se tocó la nariz y los ojos. Tenía la nariz partida vertical y horizontalmente y estaba sangrando profusamente. Consiguió frotarse los ojos y abrirlos parcialmente. Doce pisos por debajo veía el césped verde del parque contiguo a la playa. Había gente tumbada en mantas, la mayoría vagabundos. Vio que su sangre caía en gruesas gotas sobre los árboles que tenía justo debajo. Escuchó una voz por encima de él.
– Hola, ¿puedes oírme?
Pierce no dijo nada y entonces las manos que lo sujetaban por los tobillos se sacudieron violentamente, haciéndolo rebotar de nuevo en la pared exterior.
– ¿Me prestas atención?
Pierce escupió sangre en el muro exterior y dijo:
– Sí, te oigo.
– Bueno. Supongo que ahora ya sabes quién soy.
– Eso creo.
– Bien. Entonces no hace falta que mencionemos nombres. Sólo quería asegurarme de que nos vamos a entender.
– ¿Qué quieres?
Era difícil hablar cabeza abajo. La sangre se estaba acumulando en el fondo de su garganta y en el paladar.
– ¿Qué quiero? Bueno, en primer lugar quería verte.
Cuando un tipo se pasa dos días oliéndote el culo tienes ganas de ver qué aspecto tiene, ¿no? Eso ya está. Y luego quería darte un mensaje. Dosmetros.
Pierce fue alzado de repente. Todavía cabeza abajo, su cara había subido hasta la altura de la barandilla. A través de los barrotes vio que quien hablaba se había agachado de manera que estaban cara a cara, con las barrotes entre ambos.
– Lo que quería decirte es que no sólo tienes el número equivocado, tienes el mundo equivocado, socio. Y te doy treinta segundos para decidir si quieres volver al sitio de donde saliste o quieres irte al otro barrio. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Pierce asintió y empezó a toser.
– En… iendo. Está claro.
– Debería pedirle a mi amigo que te soltara ahora mismo. Pero no necesito escándalos, así que no voy a hacerlo. Pero tengo que decirte, Lumbreras, que si te pillo hurgando otra vez, vas a caerte. ¿De acuerdo?
Pierce asintió. El hombre que Pierce estaba convencido de que era Billy Wentz pasó una mano por entre los barrotes y le dio una bofetada a Pierce.
– Ahora sé bueno.
Wentz se levantó e hizo una señal a Dosmetros. Éste izó a Pierce por encima del balcón y lo dejó caer en el suelo. Pierce frenó la caída con las manos y luego se arrastró hasta la esquina. Miró a sus dos agresores.
– Tienes una bonita vista -dijo el más bajo de los hombres-. ¿Cuánto pagas?
Pierce miró al océano. Escupió una gruesa flema de sangre al suelo.
– Tres mil.
– Joder. Por ese precio te puedo conseguir tres putos apartamentos.
Pierce pensó en los apartamentos donde trabajaban las prostitutas. Trató de sacudirse las nubes que lo invadían y pensó que al margen de la amenaza a él mismo, era importante que tratara de proteger a Lucy LaPorte.
Escupió más sangre en el suelo del balcón.
– ¿Qué pasa con Lucy? ¿Qué vais a hacer?
– ¿Lucy? ¿Quién coño es Lucy?
– Me refiero a Robin.
– Ah, nuestra pequeña Robin. Es una buena pregunta, Henry. Porque Robin es una buena empleada. He de ser prudente. Tengo que calmarme con ella. Quédate tranquilo, hagamos lo que hagamos no le quedarán marcas y en dos o tres semanas como máximo estará de vuelta, como nueva.
Pierce movió las piernas desesperadamente en un intento de ponerse de pie, pero estaba demasiado débil y desorientado.
– Dejadla en paz -dijo con la máxima energía posible-. La he utilizado y ella ni siquiera lo sabía.
Los ojos oscuros de Wentz parecieron adquirir una nueva luz. Pierce vio que la ira se abría paso en ellos. Vio que Wentz ponía una mano encima de la barandilla como para apoyarse.
– Dice que la dejemos en paz.
Sacudió la cabeza otra vez como para conjurar una idea.
– Por favor -dijo Pierce-. Ella no ha hecho nada. Fui yo. Dejadla en paz.
El hombre bajo miró a Dosmetros y sonrió, después negó con la cabeza.
– ¿ Crees lo que estás viendo? ¿Tú oyes cómo me habla?
Se volvió de nuevo hacia Pierce, dio un paso hacia él y velozmente levantó el otro pie para darle una violenta patada. Pierce la estaba esperando y pudo poner el antebrazo para desviarla en gran parte, pero la puntera de la bota le impactó en el lado derecho de su caja torácica. Sintió que al menos le había roto dos costillas.
Pierce resbaló en la esquina y trató de cubrirse, esperando más y tratando de controlar el ardiente dolor que se extendía por su pecho. Pero Wentz se agachó delante de él. Le gritó a Pierce de manera que la baba cayó sobre él junto con las palabras.
– No se te ocurra decirme cómo he de manejar mis negocios. No se te ocurra, cabrón.
Se levantó y se sacudió las manos.
– Y otra cosa más. Si le hablas a alguien de esta pequeña discusión habrá consecuencias. Consecuencias nefastas. Para ti, para Robin y para la gente que quieres. ¿Entiendes lo que te digo?
Pierce asintió débilmente.
– No te he oído.
– Entiendo las consecuencias.
– Bien. Vámonos, Dosmetros.
Pierce se quedó solo, tratando de respirar y de centrar la vista, pugnando por permanecer en la luz cuando sentía que la oscuridad se cerraba en torno a él.
20
Pierce cogió una camiseta de una caja del dormitorio y se la llevó a la cara para tratar de contener la hemorragia. Se incorporó y fue a mirarse en el espejo del cuarto de baño. La cara ya empezaba a hinchársele y estaba cambiando de color. La inflamación de la nariz le estaba nublando la visión y ampliando las heridas de la nariz y alrededor del ojo izquierdo. La mayor parte de la hemorragia parecía ser interna, un chorro continuo de sangre que circulaba por el fondo de su garganta. Sabía que tenía que ir a un hospital, pero primero debía advertir a Lucy LaPorte.