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Pasó a la siguiente página y se encontró con un resumen del historial delictivo de Wentz. Durante un periodo de cinco años había sufrido diversos arrestos por alcahuetería en Florida y dos detenciones por algo que constaba como delito grave LFG. También había una detención por homicidio sin premeditación.

Los resúmenes no exponían las disposiciones finales de esos casos, pero leyéndolos -detención tras detención en los últimos cinco años-, Pierce se sintió desconcertado por el hecho de que no estuviera en prisión.

Más preguntas similares surgieron cuando pasó a la página siguiente y revisó el historial delictivo de Grady Allison. Él también había sido detenido varias veces por alcahuetería. Asimismo superaba a Wentz en la categoría de delitos LFG con cuatro detenciones. También había sido detenido en una ocasión por mantener relaciones sexuales con una menor.

Pierce miró las fotos de Allison.

Según la información adjunta, tenía cuarenta y seis años, aunque las fotos mostraban a un hombre que parecía mayor. Tenía el pelo negro grisáceo peinado hacia atrás con gomina. Su rostro pálido fantasmal quedaba resaltado por una nariz que parecía que habían roto más de una vez.

Pierce levantó el teléfono y volvió a llamar a Janis Langwiser. Esta vez no tuvo que esperar tanto a que contestara.

– Un par de preguntas rápidas -dijo-. ¿Sabe qué es alcahuetería, en el sentido legal de la palabra?

– Es un cargo por proxenetismo. Significa proporcionar a una mujer para sexo a cambio de dinero o bienes. ¿Por qué?

– Un momento. ¿Qué es delito grave LFG? ¿Qué significa LFG?

– Eso no me suena al código penal de California, pero normalmente LFG significa «lesión física grave». Puede ser parte de un cargo por agresión.

Pierce sopesó la información. LFG, como golpear a alguien en la cara con un teléfono y después colgarlo desde el balcón de un decimosegundo piso.

– ¿ Por qué, Henry? ¿ Ha estado hablando con Renner?

Pierce vaciló. Se dio cuenta de que no debería haberla llamado, porque sus preguntas podían revelar que seguía insistiendo en aquello de lo que le había prometido mantenerse apartado.

– No, nada de eso. Estaba mirando una comprobación de antecedentes en una solicitud de empleo. A veces es difícil entender qué significa todo esto.

– Bueno, no parece que sea alguien muy recomendable para que trabaje para usted.

– Creo que tiene razón. En fin, gracias. Cárguelo a mi cuenta.

– No se preocupe por eso.

Después de colgar miró la última página del informe de Zeller. Era una lista de todos los sitios Web a los que había podido vincular a Wentz y ECU. La lista a un espacio ocupaba toda la página. Los juegos de palabras de doble sentido de los nombres de sitios y las direcciones eran casi risibles, pero de algún modo el enorme volumen los hacía más inquietantes. Eso era sólo el negocio de un hombre. Asombroso.

Al repasar la lista se fijó en una entrada: FetishCastle.net y cayó en la cuenta de que la conocía. La había oído. Tardó un momento en recordar que Lucy LaPorte le había dicho que había conocido a Lilly Quinlan en una sesión fotográfica para la Web de FetishCastle.

Pierce giró la silla para situarse de frente al ordenador, encendió la máquina y se conectó a Internet. En unos minutos llegó a la página de inicio de FetishCastle. La primera imagen era la de una asiática que llevaba unas botas negras altas hasta los muslos y poco más. Tenía los brazos en jarras y había adoptado la pose severa de una maestra de escuela. La página prometía a los suscriptores miles de fotos de fetichismo para descargar, vídeos y enlaces a otros sitios. Todo gratis. Pagando la cuota de suscripción, claro. La lista de temas codificada pero fácilmente descifrable incluía dominantes, sumisas, intercambios, asfixia, etcétera.

Pierce hizo clic en el botón de suscripción y saltó a una página con un menú que ofrecía diversas opciones y que prometía una aprobación y acceso inmediatos. La tarifa vigente era de 29,95 dólares mensuales, que se cargaban mensualmente en tarjeta de crédito. El menú anunciaba en letras grandes que la nota de cargo aparecería en los extractos de la tarjeta de crédito como ECU Enterprises, lo cual pasaría más desapercibido a ojos de la mujer o el jefe.

Había una oferta inicial por 5,95 dólares, que permitía acceder al sitio durante cinco días. Al final de este período no se cargaba ninguna otra cuota en la tarjeta si no se suscribía otro plan mensual o anual. Era una oferta única por cada tarjeta de crédito.

Pierce sacó la cartera y utilizó su American Express para contratar la oferta de presentación. En cuestión de minutos tenía un código de acceso y un nombre de usuario y entró en el sitio. Llegó a una página con un formulario de búsqueda, escribió Robín y pulsó Entrar. Su búsqueda no produjo resultados. Lo mismo ocurrió cuando probó con Lilly, pero después tuvo éxito cuando buscó chica-chica, al recordar que era así como Lucy había descrito su sesión de modelo con Lilly.

Se cargó una página de thumbnails: seis filas de seis fotos de formato reducido. En la parte inferior de la página había una flecha que permitía pasar a la siguiente página de treinta y seis fotos o saltar a cualquiera de las cuarenta y ocho páginas de fotos chica-chica.

Pierce miró los thumbnails de la primera página. Eran todo fotos de dos o más mujeres, sin hombres. Las modelos estaban ocupadas en diversos actos sexuales y escenas de bondage, siempre con una fémina dominante y su esclava. Aunque las imágenes eran pequeñas, no quería tomarse el tiempo de hacer clic en ellas para ampliarlas. Abrió un cajón del escritorio y sacó una lupa. Se acercó al monitor y buscó a Lucy y Lilly, pasando con rapidez por la cuadrícula de imágenes.

En la cuarta pantalla de treinta y seis encontró una serie de más de una docena de fotos de Lucy y Lilly. En todas ellas Lilly hacía el papel de dominatriz y Lucy el de sumisa, pese a que Lucy era mucho más grande que la pequeña Lilly. Pierce amplió una de las fotos y ésta ocupó toda la pantalla del ordenador.

El escenario era un castillo de piedra, obviamente pintado. La pared de una mazmorra, supuso Pierce. Había paja en el suelo y velas encendidas en una mesa. Lucy estaba desnuda y encadenada a la pared con grilletes que parecían brillantes y nuevos más que medievales. Lilly, vestida con el aparentemente preceptivo cuero negro de dominatriz, estaba de pie enfrente de ella. Sostenía una vela, con la muñeca doblada lo justo para que la cera caliente goteara en los pechos de Lucy. En el rostro de Lucy se veía una expresión que Pierce pensó que pretendía expresar al mismo tiempo sufrimiento y placer. Éxtasis. El rostro de Lilly mostraba una expresión de severa aprobación y orgullo.

– Oh, lo siento, pensaba que te habías ido.

Pierce se volvió para ver a Mónica entrando por la puerta. Por ser su secretaria conocía la combinación, porque Pierce estaba con frecuencia en el laboratorio y ella podía tener la necesidad de acceder al despacho. Mónica empezó a dejar el correo en el escritorio de Pierce.

– Me habías dicho que sólo ibas a quedarte unos…

Se detuvo al ver la pantalla del ordenador. Su boca se abrió en un círculo perfecto. Pierce se estiró y apagó la pantalla. Dio gracias por tener la cara descolorida y llena de heridas, porque eso le ayudó a ocultar su vergüenza.

– Oye Mónica, yo…

– ¿Es ella? ¿La mujer que me pediste que suplantara?

Pierce asintió.

– Estoy tratando de…

No sabía cómo explicar lo que estaba haciendo. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. Se sentía todavía más estúpido con la lupa en la mano.

– Doctor Pierce, me gusta mi trabajo aquí, pero no estoy segura de que quiera seguir siendo secretaria personal.

– Mónica, no me llames así. Y no empieces otra vez con eso del trabajo.