Zeller levantó una mano e hizo algún tipo de gesto antes de dejarla caer de nuevo en el reposabrazos de la silla. Ambos se quedaron en silencio durante unos momentos.
– Van a venir a buscarme y a llevarse Proteus.
– Van a pagarte. Te pagarán bien. De hecho, la oferta ya está sobre la mesa.
Pierce saltó hacia adelante en su silla. La pose de calma había desaparecido por completo. Miró a Zeller, que no le estaba mirando.
– ¿Me estás diciendo que es Goddard? ¿Goddard está detrás de esto?
– Goddard es sólo el emisario. El testaferro. Mañana te llamará y cerrarás el trato con él. Le das Proteus. No hace falta que sepas quién está detrás de él. Ni siquiera tendrías que saber eso.
– Se lleva Proteus, se queda el diez por ciento de la compañía y se sienta como presidente de mi puto consejo.
– Creo que quieren asegurarse de que te mantienes apartado de la medicina interna. También reconocen una buena inversión cuando la ven. Saben que eres el líder del sector.
Zeller sonrió, como si se estuviera llevando un bonus. Pierce pensó en Goddard y en lo que había dicho, en lo que le había confiado durante la celebración. Sobre su hija, sobre el futuro. Se preguntó si era todo una farsa, si todo había formado parte del juego.
– ¿Qué pasa si no lo hago? -preguntó Pierce-. ¿Qué pasa si sigo adelante y registro la patente y que se jodan?
– No tendrás ocasión de presentarla. Y no tendrás ocasión de trabajar ni un día más en este laboratorio.
– ¿Qué van a hacer? ¿Matarme?
– Lo harían si fuera necesario, pero no hace falta. Vamos, tío, ya sabes lo que te espera. Tienes a la poli a esta distancia. -Zeller levantó la mano derecha, con el pulgar y el índice casi tocándose.
– Lilly Quinlan -dijo Pierce.
Zeller asintió.
– Darling Lilly. Sólo les falta una cosa. La encuentran y eres historia. Haz lo que te digan y se olvidarán de eso. Te lo garantizo.
– Yo no lo hice y tú lo sabes.
– No importa. Si encuentran el cadáver y te señala a ti, entonces no importa.
– Entonces Lilly está muerta.
Zeller asintió.
– Oh, sí. Está muerta.
Había una sonrisa en su voz, si no en su cara, cuando lo dijo. Pierce miró hacia abajo. Puso los codos en las rodillas y hundió la cara en sus manos.
– Todo por mi culpa. Por Proteus.
Se quedó inmóvil un buen rato. Sabía que si Zeller iba a cometer su último error lo cometería entonces.
– En realidad…
Nada. Eso fue todo. Pierce miró entre sus manos.
– En realidad, ¿qué?
– Iba a decirte que no te fustigues demasiado por eso. Lilly…, digamos que las circunstancias dictaron que entrara en el plan.
– No sé qué quieres decir.
– O sea, míralo de esta manera. Lilly estaría muerta tanto si tú estuvieras metido en esto como si no. Pero ella está muerta. Y usamos todos los recursos disponibles para cerrar este trato.
Pierce se levantó y caminó hasta el fondo del laboratorio donde estaba sentado Zeller, con las piernas todavía apoyadas en la mesa de la estación experimental.
– Eres un hijo de puta. Lo sabes todo. La mataste tú, ¿no? La mataste y me tendiste una trampa.
Zeller no se movió un milímetro, pero sus ojos buscaron los de Pierce y su rostro adoptó una expresión extraña. El cambio era sutil, pero Pierce lo apreció. Era la mezcla incongruente de orgullo y vergüenza y aversión a sí mismo.
– Conocía a Lilly desde que llegó a Los Ángeles. Se podría decir que era parte de mi paquete de compensación por L. A. Darlings. Y por cierto, no me insultes con ese rollo de que yo hago el trabajo para Wentz. Wentz trabaja para mí, ¿entiendes? Todos trabajan para mí.
Pierce asintió para sus adentros. Debería haberlo supuesto. Zeller continuó espontáneamente.
– Tío, a Darling Lilly la elegí yo. Pero sabía demasiado sobre mí. No quieres que alguien conozca todos tus secretos. Al menos no esa clase de secretos. Así que la utilicé en un encargo que tenía. Lo llamé el plan Proteus.
Tenía la mirada perdida. Estaba mirando una película en su interior y le gustaba. Él y Lilly, quizá su última cita en la casa de Speedway. Eso incitó a Pierce a decir una frase más de Muerte entre las flores.
– Nadie conoce a nadie. No tan bien.
– Muerte entre las flores -dijo Zeller, sonriendo y asintiendo-. Supongo que eso significa que habías pillado mi «qué es este lío» de cuando entré.
– Sí, lo pillé, Cody.
Después de una pausa, Pierce continuó con voz tranquila.
– La mataste, ¿verdad? La mataste y si era necesario ibas a colgármelo a mí.
Al principio Zeller no contestó. Pierce estudió su rostro y supo que quería hablar, quería contarle todos los detalles de su ingenioso plan. Contarlo formaba parte de su forma de ser. Sin embargo, el sentido común le decía que no lo hiciera, le exigía que mantuviera la seguridad.
– Digámoslo de esta manera: Lilly cumplió un papel para mí. Y luego volvió a cumplir otro papel para mí. Nunca admitiré más que eso.
– Está bien. Acaba de hacerlo.
No lo había dicho Pierce, sino una nueva voz. Ambos hombres se volvieron al oír el sonido y vieron al detective Robert Renner en el umbral del laboratorio de electrónica. Sostenía una pistola en su costado.
– ¿Quién coño eres tú? -preguntó Zeller al tiempo que bajaba los pies al suelo y saltaba de la silla.
– Policía de Los Ángeles -dijo Renner.
Caminó desde la puerta del laboratorio hacia Zeller, con una mano en la espalda mientras avanzaba.
– Está detenido por homicidio. Eso para empezar. Después nos ocuparemos del resto.
El detective sacó la mano de la espalda, sosteniendo unas esposas. Se acercó más a Zeller, le dio la vuelta y lo dobló sobre la estación experimental. Se enfundó el arma y acto seguido le puso a Zeller los brazos a la espalda y empezó a esposarle. Trabajaba con la profesionalidad de quien lo ha hecho mil veces o más. En el proceso apretó la cara de Zeller contra la cubierta de acero del microscopio.
– Con cuidado -dijo Pierce-. Ese microscopio es muy sensible… y caro. Podría dañarlo.
– No quiero hacer eso -dijo Renner-. No con todos esos importantes descubrimientos que está haciendo aquí.
Entonces miró a Pierce con lo que probablemente para él era una sonrisa con todas las letras.
39
Zeller no dijo nada mientras lo esposaban. Sólo se volvió hacia Pierce, que le sostuvo la mirada. Cuando Zeller estuvo esposado, Renner empezó a registrarle y encontró algo en la pierna derecha. Levantó el dobladillo del pantalón de Zeller y sacó una pistola de pequeño calibre que éste llevaba en una cartuchera de tobillo. Se la mostró a Pierce y luego la dejó en la mesa.
– Es para protección -protestó Zeller-. Todo esto es una chorrada. No se sostiene.
– ¿De verás? -preguntó Renner afablemente.
Apartó a Zeller de la mesa y volvió a sentarlo rudamente en la silla.
– Quédese aquí.
Se acercó a Pierce y le señaló el pecho con la cabeza.
– Adelante.
Pierce empezó a desabotonarse la camisa, revelando el paquete de baterías y transmisor, sujeto con cintas en su costado izquierdo.
– ¿Cómo se ha oído? -preguntó Pierce.
– Perfecto. Tenemos hasta la última palabra.
– Hijo de puta -dijo Zeller con un silbido acerado en la voz.
Pierce lo miró.
– Vaya, así que yo soy el hijo de puta por llevar un micrófono. Me quieres colgar un asesinato y te pones hecho una furia porque llevo un micrófono. Cody, no puedes…
– Vale, vale, calma-dijo Renner-. Cállense los dos.