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a una especie de mirador todo de madera, una especie de molo de madera en miniatura para uso exclusivo de turistas donde abajo rompían las olas, unas olas largas, pequeñitas, casi sin espuma y que tardaban una eternidad en deshacerse, y llamé a Jack Holmes. No esperaba encontrarlo, ésa es la verdad. Al principio no reconocí su voz, tal como había dicho Robbie, y él tampoco reconoció la mía. Soy yo, dije, Joanna Silvestri, estoy en Los Ángeles. Jack se quedó callado mucho rato y de repente me di cuenta de que estaba temblando, el teléfono temblaba, el mirador de madera temblaba, el viento de pronto era frío, el viento que pasaba por los pilares del mirador, el que erizaba la superficie de esas olas inacabables, cada vez más negras, y después Jack dijo cuánto tiempo, Joanna, me alegra oírte, y yo dije a mí también me alegra oírte, Jack, y entonces dejé de temblar y dejé de mirar hacia abajo, me puse a mirar el horizonte, las luces de los restaurantes de la playa, rojas, azules, amarillas, luces que a primera vista me parecieron tristes pero al mismo tiempo reconfortantes, y después Jack dijo cuándo podré verte, Joannie, y al principio yo no me di cuenta de que me había llamado Joannie, durante algunos segundos floté en el aire como drogada o como si estuviera tejiendo una crisálida a mi alrededor, pero luego sí me di cuenta y me reí y Jack supo de qué me reía sin necesidad de preguntar y sin necesidad de que yo le dijera nada. Cuando tú quieras, Jack, le contesté. Bueno, dijo él, no sé si sabes que ya no estoy tan en forma como antes. ¿Estás solo, Jack? Sí, dijo él, siempre estoy solo. Entonces yo colgué y les dije a Robbie y Ronnie que me indicaran cómo llegar a la casa de Jack y ellos dijeron que lo más probable era que me perdiera y que ni se me ocurriera pasar la noche allí pues mañana rodábamos a primera hora y que lo más probable era que ningún taxi me quisiera llevar, Jack vivía cerca de Monrovia, en un bungalow que se estaba viniendo abajo de viejo y descuidado, y yo les dije que pensaba ir esa noche costara lo que costara y Robbie me dijo coge mi Porsche, te lo dejo con la condición de que mañana estés a la hora convenida, y yo les di un beso a Robbie y a Ronnie y me subí al Porsche y comencé a recorrer las calles de Los Ángeles que en ese preciso momento comenzaban a caer bajo la noche, bajo el manto de la noche como en una canción de Nicola Di Bari, bajo las ruedas de la noche, y no quise poner música aunque Robbie tenía un equipo de CD digital o láser o de ultrasonidos francamente tentador, pero yo no necesitaba música, me bastaba con pisar el acelerador y sentir el ronroneo del coche, supongo que me perdí por lo menos una docena de veces, y pasaban las horas y cada vez que le preguntaba a alguien por la mejor manera de llegar a Monrovia me sentía más liberada, como si no me importara pasarme toda la noche en el Porsche, en dos ocasiones hasta me descubrí cantando, y por fin llegué hasta Pasadena y de ahí tomé la 210 hasta Monrovia y allí busqué durante otra hora la calle donde vivía Jack Holmes y cuando encontré su bungalow, pasada medianoche, estuve un rato en el coche sin poder ni querer salir, mirándome en el espejo, el pelo revuelto y la cara descompuesta, la pintura de los ojos corrida, la pintura de los labios, el polvo del camino pegado a los pómulos, como si hubiera llegado corriendo y no en el Porsche de Robbie Pantoliano, o como si hubiera llorado durante el camino, pero lo cierto es que mis ojos estaban secos (tal vez algo enrojecidos, pero secos) y que las manos no me temblaban y que tenía ganas de reírme, como si me hubieran puesto alguna droga en la comida en la playa, y sólo entonces me diera cuenta de que estaba drogada o extremadamente feliz y lo aceptara. Y después me bajé del coche, puse la alarma, el barrio no era de los que inspiran seguridad, y me encaminé hacia el bungalow, que era tal como me lo había descrito Robbie, una casa pequeña a la que le hacía falta una mano de pintura, un porche desvencijado, un montón de tablas a punto de derrumbarse, pero junto a las cuales había una piscina, una muy pequeña pero con el agua limpia, eso lo noté de inmediato pues la luz de la piscina estaba encendida, recuerdo que pensé por primera vez que Jack no me esperaba o se había dormido, en el interior de la casa no había ninguna luz, el suelo del porche crujió con mis pisadas, no había timbre, golpeé dos veces la puerta, la primera con los nudillos y después con la palma de la mano y entonces se encendió una luz, oí que alguien decía algo en el interior de la casa y luego la puerta se abrió y Jack apareció en el umbral, más alto que nunca, más flaco que nunca, y dijo ¿Joannie?, como si no me conociera o como si aún no estuviera despierto del todo, y yo dije sí, Jack, soy yo, me ha costado encontrarte pero al final te he encontrado y lo abracé. Esa noche hablamos hasta las tres de la mañana y durante la conversación Jack se quedó dormido por lo menos dos veces. Se le veía cansado y débil, aunque hacía esfuerzos por mantener los ojos abiertos. Finalmente no pudo más y dijo que se iba a acostar. No tengo habitación de huéspedes, Joannie, dijo, así que escoge: mi cama o el sofá. Tu cama, dije yo, contigo. Bien, dijo él, vamos allá. Cogió una botella de tequila y nos fuimos a su habitación. Creo que hacía años no veía un cuarto más desordenado. ¿Tienes un despertador?, le pregunté. No, Joannie, en esta casa no hay relojes, dijo. Después apagó la luz, se desnudó y se metió en la cama. Yo lo observaba, de pie, sin moverme. Después me dirigí a la ventana y abrí las cortinas, confiando en que la luz del amanecer me hiciera de despertador. Cuando me metí en la cama Jack parecía dormido, pero no lo estaba, aún bebió un trago más de tequila y luego dijo algo que no entendí. Pasé mi mano por su vientre y lo estuve acariciando hasta que se quedó dormido. Luego bajé un poco más y toqué su polla, grande y fría como una pitón. Unas horas después me desperté, me di una ducha, preparé el desayuno e incluso tuve tiempo de arreglar un poco la sala y la cocina. Desayunamos en la cama. Jack parecía contento de verme, pero sólo tomó café. Le dije que volvería aquella tarde, que me esperara, que esta vez llegaría pronto, y él dijo no tengo nada que hacer, Joannie, puedes venir cuando quieras. Me di cuenta de que aquello casi era como una invitación para que no volviera a aparecer por allí nunca más, pero decidí que Jack me necesitaba y que yo también lo necesitaba a él. ¿Con quién trabajas?, dijo. Con Shane Bogart, dije. Es un buen chico, dijo Jack. En una ocasión trabajamos juntos, creo que cuando él empezaba en el negocio, es un chico animoso, además no le gusta meterse en problemas. Sí, es un buen chico, dije yo. ¿Y en dónde estáis trabajando? ¿En Venice? Sí, dije, en la vieja casa de siempre. ¿Pero tú sabes que mataron al viejo Adolfo? Claro que lo sé, Jack, eso ocurrió hace años. No trabajo mucho últimamente, dijo. Luego le di un beso, un beso de colegiala en sus labios delgados y resecos, y me marché. Esta vez el viaje fue mucho más rápido, el sol de las mañanas de California, un sol que tiene algo de metálico en los bordes, corría conmigo. Y desde entonces, después de cada sesión de trabajo, me iba a casa de Jack o salíamos juntos, Jack tenía una vieja ranchera y yo alquilé un Alfa Romeo de dos plazas con el que solíamos alejarnos hasta las montañas, hasta Redlands y luego por la 10 hasta Palm Springs, Palm Desert, Indio, hasta llegar al Salton Sea, que es un lago y no un mar y además un lago más bien feo, en donde comíamos comida macrobiótica que era la comida que por entonces Jack consumía, decía que por su salud, y un día pisamos el acelerador de mi Alfa Romeo hasta Calipatria, al sureste del Salton Sea, y fuimos a visitar a un amigo de Jack que vivía en un bungalow aún en peores condiciones que el de Jack, un tipo llamado Graham Monroe pero al que Jack y su mujer llamaban Mezcalito, no sé por qué, tal vez por su afición al mezcal aunque lo único que bebieron mientras estuvimos allí fue cerveza (yo no porque la cerveza engorda), y después ellos tres estuvieron tomando baños de sol detrás del bungalow y bañándose con una manguera y yo me puse un bikini y los estuve mirando, yo prefiero no tomar demasiado sol, tengo la piel muy blanca y me gusta cuidarla, pero aunque me mantuviera en la sombra y no permitiera que me mojaran con la manguera me gustaba estar allí, mirando a Jack, mirando sus piernas que estaban mucho más delgadas de lo que yo recordaba, mirando su tórax que parecía habérsele hundido un poco más, sólo la polla era la misma, sólo los ojos eran los mismos, pero no, en realidad sólo la gran máquina taladradora como decían en la publicidad de sus películas, la verga que había destrozado el culo de Marilyn Chambers, era la misma, el resto, ojos incluidos, se estaba apagando a la misma velocidad con que mi Alfa Romeo recorría el valle de Aguanga o el Desert State Park iluminados por la luz de un domingo agonizante. Creo que hicimos el amor un par de veces. Jack había perdido el interés. Según él, después de tantas películas ahora estaba seco. Eres el primer hombre que me dice eso, le dije. Me gusta ver la tele, Joannie, y leer novelas de misterio. ¿De miedo? No, de misterio, dijo, de detectives, a ser posible aquellas en donde al final el héroe muere. No existen esas novelas, le dije. Claro que existen, hermanita, son novelas baratas y antiguas y se compran a peso. En realidad en su casa no vi libros, exceptuando un manual médico y tres de aquellas novelas baratas a las que Jack se refería y que al parecer releía una y otra vez. Una noche, tal vez la segunda que pasé en su casa, o la tercera, Jack era lento como un caracol en lo que respecta a las confidencias o las revelaciones, mientras bebíamos vino junto a la piscina me dijo que lo más probable era que se muriera pronto, ya sabes cómo es esto, Joannie, cuando ha llegado la hora es que ha llegado la hora. Tuve ganas de gritarle que me hiciera el amor, que nos casáramos, que tuviéramos un hijo o que adoptáramos a un huérfano, que compráramos una mascota y una caravana y que nos dedicáramos a viajar por California y por México, supongo que estaba un poco borracha y cansada, ese día seguramente el trabajo había sido agotador, pero no dije nada, sólo me removí inquieta en mi tumbona, contemplé el césped que yo misma había cortado, bebí más vino, esperé las siguientes palabras de Jack, las que por fuerza tenían que seguir, pero él no dijo nada más. Esa noche hicimos el amor por primera vez después de tanto tiempo. Costó mucho poner a Jack en marcha, su cuerpo ya no funcionaba, sólo funcionaba su voluntad, y pese a todo él insistió en ponerse un condón, un condón para la verga de Jack, como si un condón pudiera contenerla, pero al menos eso sirvió para que nos riéramos un rato, al final, ambos de lado, metió su larga y gruesa verga fláccida entre mis piernas, me abrazó dulcemente y se quedó dormido, yo aún tardé mucho rato en dormirme y por la cabeza me pasaron ideas de lo más raras, por momentos me sentía triste y lloraba sin hacer ruido, para no despertarlo, para no romper nuestro abrazo, por momentos me sentía feliz y también lloraba, hipando, sin la más mínima discreción, apretando entre mis muslos la polla de Jack y escuchando su respiración, diciéndole: Jack, sé que te estás haciendo el dormido, Jack, abre los ojos y bésame, pero Jack seguía durmiendo o fingiendo que dormía y yo seguía contemplando como en el cine las ideas que me pasaban por la cabeza, como un arado, como un tractor rojo a cien kilómetros por hora, muy rápidas, casi sin tiempo para reflexionar, si es que entonces hubiera deseado reflexionar, cosa que obviamente no entraba en mis planes, y por momentos ni lloraba ni me sentía triste o feliz, sólo me sentía viva y lo sentía vivo a él y aunque todo tenía un fondo como de teatro, como de farsa amable, inocente, incluso conveniente, yo sabía que aquello era verdadero, que valía la pena, y luego metí mi cabeza debajo de su cuello y me dormí. Un mediodía Jack apareció por el rodaje. Yo estaba a cuatro patas y mientras se lo chupaba a Bull Edwards, Shane Bogart me sodomizaba. Al principio no me di cuenta de que Jack había entrado en el plató, estaba concentrada en lo que hacía, no es fácil gemir con una polla de veinte centímetros entrando y saliendo de tu boca, algunas chicas muy fotogénicas se descomponen en cuanto hacen una mamada, se les ve horribles, demasiado entregadas acaso, a mí me gusta que mi rostro se vea bien. Bueno, yo estaba concentrada en el trabajo y además, debido a mi posición, no podía ver lo que ocurría alrededor, pero Bull y Shane, que estaban de rodillas pero con los torsos erguidos y las cabezas levantadas, sí que se dieron cuenta de que Jack acababa de entrar y las vergas se les endurecieron casi de inmediato, y no sólo Bull y Shane, el director, Randy Cash y Danny Lo Bello y su mujer y Robbie y Ronnie y los electricistas y todo el mundo, creo yo, menos el cámara, que se llamaba Jacinto Ventura y era un chico muy alegre y muy profesional y que además literalmente no podía quitarle el ojo a la escena que estuviera filmando, todos, digo, expresaron de alguna manera la presencia inesperada de Jack y se hizo entonces el silencio sobre el plató, no un silencio pesado, no un silencio de esos que presagian malas noticias, sino un silencio luminoso, si puedo llamarlo así, un silencio de agua que cae en cámara lenta, y yo sentí ese silencio y pensé debe de ser por lo bien que me siento, por lo buenos que son estos días en California, pero también sentí algo más, algo indescifrable que se acercaba precedido por los golpes rítmicos de las caderas de Shane sobre mis nalgas, por los suaves embites de Bull sobre mis labios, y entonces supe que ocurría algo en el plató, pero no levanté la mirada, y supe también que ocurría algo que me comprendía y afectaba únicamente a mí, como si la realidad se hubiera trizado, una trizadura de un extremo a otro, similar a la cicatriz que queda después de ciertas operaciones, desde el cuello hasta la ingle, una cicatriz gruesa, rugosa, dura, pero me aguanté y seguí actuando hasta que Shane sacó su verga de mi culo y se corrió sobre mis nalgas y hasta que Bull poco después lo siguió y eyaculó en mi cara. Entonces me voltearon y quedé boca arriba y pude ver sus rostros, extremadamente concentrados en lo que hacían, mucho más que de costumbre, y mientras me acariciaban y decían palabras cariñosas yo pensé aquí pasa algo, seguro que en el plató hay alguien de la industria, un pez gordo de Hollywood, y Bull y Shane se han dado cuenta y están actuando para él, y recuerdo que miré de reojo las siluetas que nos rodeaban en la zona de sombras, todas quietas, todas petrificadas, eso fue exactamente lo que pensé: se han quedado petrificados, debe de ser un productor verdaderamente importante, pero seguí sin inmutarme, yo, al contrario que Bull y Shane, no tenía ambiciones al respecto, supongo que es algo inherente al hecho de ser europea, los europeos vemos esto de otra manera, pero también pensé: puede que no sea un productor, puede que haya entrado un ángel en el plató, y justo entonces lo vi. Jack estaba junto a Ronnie y me sonreía. Y entonces vi a los demás, a Robbie, a los electricistas, a Danny Lo Bello y su mujer, a Jennifer Pullman, a Margo Killer, a Samantha Edge, a dos tipos vestidos con trajes oscuros, a Jacinto Ventura que no tenía la cabeza metida en la cámara y sólo entonces me di cuenta de que ya no estaban filmando, pero durante un segundo o un minuto todos permanecimos estáticos, como si hubiéramos perdido el habla y la capacidad de movernos, y el único que sonreía (pero tampoco hablaba) era Jack, y con su presencia parecía santificar el plató, o eso pensé después, mucho después, cuando volví una y otra vez sobre esta escena, parecía santificar nuestra película y nuestro trabajo y nuestras vidas. Después el minuto llegó a su fin, comenzó otro minuto, alguien dijo que había quedado perfecto, alguien trajo batas para Bull, para Shane, para mí, Jack se acercó y me dio un beso, las siguientes escenas de aquel día no me concernían, le dije que nos marcháramos a cenar a algún restaurante italiano, me habían hablado de uno en Figueroa Street, Robbie nos invitó a la fiesta que daba en su casa uno de sus nuevos socios, Jack parecía renuente pero finalmente lo convencí. A