ra y yo me puse un bikini y los estuve mirando, yo prefiero no tomar demasiado sol, tengo la piel muy blanca y me gusta cuidarla, pero aunque me mantuviera en la sombra y no permitiera que me mojaran con la manguera me gustaba estar allí, mirando a Jack, mirando sus piernas que estaban mucho más delgadas de lo que yo recordaba, mirando su tórax que parecía habérsele hundido un poco más, sólo la polla era la misma, sólo los ojos eran los mismos, pero no, en realidad sólo la gran máquina taladradora como decían en la publicidad de sus películas, la verga que había destrozado el culo de Marilyn Chambers, era la misma, el resto, ojos incluidos, se estaba apagando a la misma velocidad con que mi Alfa Romeo recorría el valle de Aguanga o el Desert State Park iluminados por la luz de un domingo agonizante. Creo que hicimos el amor un par de veces. Jack había perdido el interés. Según él, después de tantas películas ahora estaba seco. Eres el primer hombre que me dice eso, le dije. Me gusta ver la tele, Joannie, y leer novelas de misterio. ¿De miedo? No, de misterio, dijo, de detectives, a ser posible aquellas en donde al final el héroe muere. No existen esas novelas, le dije. Claro que existen, hermanita, son novelas baratas y antiguas y se compran a peso. En realidad en su casa no vi libros, exceptuando un manual médico y tres de aquellas novelas baratas a las que Jack se refería y que al parecer releía una y otra vez. Una noche, tal vez la segunda que pasé en su casa, o la tercera, Jack era lento como un caracol en lo que respecta a las confidencias o las revelaciones, mientras bebíamos vino junto a la piscina me dijo que lo más probable era que se muriera pronto, ya sabes cómo es esto, Joannie, cuando ha llegado la hora es que ha llegado la hora. Tuve ganas de gritarle que me hiciera el amor, que nos casáramos, que tuviéramos un hijo o que adoptáramos a un huérfano, que compráramos una mascota y una caravana y que nos dedicáramos a viajar por California y por México, supongo que estaba un poco borracha y cansada, ese día seguramente el trabajo había sido agotador, pero no dije nada, sólo me removí inquieta en mi tumbona, contemplé el césped que yo misma había cortado, bebí más vino, esperé las siguientes palabras de Jack, las que por fuerza tenían que seguir, pero él no dijo nada más. Esa noche hicimos el amor por primera vez después de tanto tiempo. Costó mucho poner a Jack en marcha, su cuerpo ya no funcionaba, sólo funcionaba su voluntad, y pese a todo él insistió en ponerse un condón, un condón para la verga de Jack, como si un condón pudiera contenerla, pero al menos eso sirvió para que nos riéramos un rato, al final, ambos de lado, metió su larga y gruesa verga fláccida entre mis piernas, me abrazó dulcemente y se quedó dormido, yo aún tardé mucho rato en dormirme y por la cabeza me pasaron ideas de lo más raras, por momentos me sentía triste y lloraba sin hacer ruido, para no despertarlo, para no romper nuestro abrazo, por momentos me sentía feliz y también lloraba, hipando, sin la más mínima discreción, apretando entre mis muslos la polla de Jack y escuchando su respiración, diciéndole: Jack, sé que te estás haciendo el dormido, Jack, abre los ojos y bésame, pero Jack seguía durmiendo o fingiendo que dormía y yo seguía contemplando como en el cine las ideas que me pasaban por la cabeza, como un arado, como un tractor rojo a cien kilómetros por hora, muy rápidas, casi sin tiempo para reflexionar, si es que entonces hubiera deseado reflexionar, cosa que obviamente no entraba en mis planes, y por momentos ni lloraba ni me sentía triste o feliz, sólo me sentía viva y lo sentía vivo a él y aunque todo tenía un fondo como de teatro, como de farsa amable, inocente, incluso conveniente, yo sabía que aquello era verdadero, que valía la pena, y luego metí mi cabeza debajo de su cuello y me dormí. Un mediodía Jack apareció por el rodaje. Yo estaba a cuatro patas y mientras se lo chupaba a Bull Edwards, Shane Bogart me sodomizaba. Al principio no me di cuenta de que Jack había entrado en el plató, estaba concentrada en lo que hacía, no es fácil gemir con una polla de veinte centímetros entrando y saliendo de tu boca, algunas chicas muy fotogénicas se descomponen en cuanto hacen una mamada, se les ve horribles, demasiado entregadas acaso, a mí me gusta que mi rostro se vea bien. Bueno, yo estaba concentrada en el trabajo y además, debido a mi posición, no podía ver lo que ocurría alrededor, pero Bull y Shane, que estaban de rodillas pero con los torsos erguidos y las cabezas levantadas, sí que se dieron cuenta de que Jack acababa de entrar y las vergas se les endurecieron casi de inmediato, y no sólo Bull y Shane, el director, Randy Cash y Danny Lo Bello y su mujer y Robbie y Ronnie y los electricistas y todo el mundo, creo yo, menos el cámara, que se llamaba Jacinto Ventura y era un chico muy alegre y muy profesional y que además literalmente no podía quitarle el ojo a la escena que estuviera filmando, todos, digo, expresaron de alguna manera la presencia inesperada de Jack y se hizo entonces el silencio sobre el plató, no un silencio pesado, no un silencio de esos que presagian malas noticias, sino un silencio luminoso, si puedo llamarlo así, un silencio de agua que cae en cámara lenta, y yo sentí ese silencio y pensé debe de ser por lo bien que me siento, por lo buenos que son estos días en California, pero también sentí algo más, algo indescifrable que se acercaba precedido por los golpes rítmicos de las caderas de Shane sobre mis nalgas, por los suaves embites de Bull sobre mis labios, y entonces supe que ocurría algo en el plató, pero no levanté la mirada, y supe también que ocurría algo que me comprendía y afectaba únicamente a mí, como si la realidad se hubiera trizado, una trizadura de un extremo a otro, similar a la cicatriz que queda después de ciertas operaciones, desde el cuello hasta la ingle, una cicatriz gruesa, rugosa, dura, pero me aguanté y seguí actuando hasta que Shane sacó su verga de mi culo y se corrió sobre mis nalgas y hasta que Bull poco después lo siguió y eyaculó en mi cara. Entonces me voltearon y quedé boca arriba y pude ver sus rostros, extremadamente concentrados en lo que hacían, mucho más que de costumbre, y mientras me acariciaban y decían palabras cariñosas yo pensé aquí pasa algo, seguro que en el plató hay alguien de la industria, un pez gordo de Hollywood, y Bull y Shane se han dado cuenta y están actuando para él, y recuerdo que miré de reojo las siluetas que nos rodeaban en la zona de sombras, todas quietas, todas petrificadas, eso fue exactamente lo que pensé: se han quedado petrificados, debe de ser un productor verdaderamente importante, pero seguí sin inmutarme, yo, al contrario que Bull y Shane, no tenía ambiciones al respecto, supongo que es algo inherente al hecho de ser europea, los europeos vemos esto de otra manera, pero también pensé: puede que no sea un productor, puede que haya entrado un ángel en el plató, y justo entonces lo vi. Jack estaba junto a Ronnie y me sonreía. Y entonces vi a los demás, a Robbie, a los electricistas, a Danny Lo Bello y su mujer, a Jennifer Pullman, a Margo Killer, a Samantha Edge, a dos tipos vestidos con trajes oscuros, a Jacinto Ventura que no tenía la cabeza metida en la cámara y sólo entonces me di cuenta de que ya no estaban filmando, pero durante un segundo o un minuto todos permanecimos estáticos, como si hubiéramos perdido el habla y la capacidad de movernos, y el único que sonreía (pero tampoco hablaba) era Jack, y con su presencia parecía santificar el plató, o eso pensé después, mucho después, cuando volví una y otra vez sobre esta escena, parecía santificar nuestra película y nuestro trabajo y nuestras vidas. Después el minuto llegó a su fin, comenzó otro minuto, alguien dijo que había quedado perfecto, alguien trajo batas para Bull, para Shane, para mí, Jack se acercó y me dio un beso, las siguientes escenas de aquel día no me concernían, le dije que nos marcháramos a cenar a algún restaurante italiano, me habían hablado de uno en Figueroa Street, Robbie nos invitó a la fiesta que daba en su casa uno de sus nuevos socios, Jack parecía renuente pero finalmente lo convencí. Así que nos fuimos para mi casa en el Alfa Romeo y estuvimos conversando y bebiendo whisky un rato y después nos fuimos a cenar y a eso de las once de la noche nos presentamos en la fiesta de los socios de Robbie. Todo el mundo estaba allí, todo el mundo conocía a Jack o quería conocerlo y se acercaba a él. Y después Jack y yo nos fuimos a su casa y nos estuvimos besando en la sala, mientras veíamos la tele, una película muda, hasta quedarnos dormidos. Ya no volvió a aparecer por el plató. Aún trabajé durante otra semana, aunque ya tenía decidido quedarme un tiempo más en Los Ángeles cuando acabara el rodaje. Por supuesto, tenía compromisos en Italia, en Francia, pero pensé que los podía dilatar o que antes de irme podía convencer a Jack para que se viniera conmigo, él había estado varias veces en Italia, hizo algunas películas con Cicciolina que tuvieron mucho éxito, algunas conmigo, alguna con las dos, a Jack le gustaba Italia, una noche se lo dije. Pero tuve que desechar esa idea, me la tuve que arrancar de la cabeza, del corazón, me tuve que extirpar esa idea o esa esperanza del coño, como dicen las napolitanas de Torre del Greco, y aunque nunca me di por vencida, de alguna manera que no me puedo explicar comprendí las razones de Jack, las sinrazones de Jack, el silencio luminoso y fresco, lentísimo, que lo envolvía a él y envolvía sus pocas palabras, como si su figura alta y flaca se estuviera desvaneciendo, y con ella toda California, y pese a que lo que yo hasta hacía poco consideraba mi felicidad, mi alegría, se iba, comprendí también que esa marcha o esa despedida era una forma de solidificación, una forma extraña, sesgada, casi secreta de solidificación, pero solidificación al fin y al cabo, y esa certeza, si así puedo llamarla, me hacía feliz y al mismo tiempo me hacía llorar, me hacía maquillarme los ojos a cada rato y me hacía ver cada cosa con otros ojos, como si tuviera rayos X, y ese poder o superpoder me ponía nerviosa, pero también me gustaba, era como ser Marvilla, la hija de la reina de las amazonas, aunque Marvilla tenía el pelo negro y el mío es rubio, y una tarde, en el patio de Jack, vi algo en el horizonte, no sé qué, las nubes, algún pájaro, un avión, y sentí tanto dolor que me desmayé y perdí el control de la vejiga y cuando desperté estaba en los brazos de Jack y entonces miré sus ojos grises y me puse a llorar y no paré de llorar en mucho tiempo. Al aeropuerto fueron a despedirme Robbie y Ronnie y Danny Lo Bello y su mujer, que planeaban visitar Italia dentro de unos meses. A Jack le dije adiós en su bungalow de Monrovia. No te levantes, le dije, pero él se levantó y me acompañó hasta la puerta. Sé buena chica, Joannie, dijo, escríbeme alguna vez. Te llamaré por teléfono, dije yo, el mundo no se acaba. Estaba nervioso y olvidó ponerse la camisa. Yo no le dije nada, cogí mi maleta y la puse en el asiento del copiloto del Alfa Romeo. Cuando me volví para verlo por última vez no sé por qué pensé que ya no estaría allí, que el espacio que Jack ocupaba junto al pequeño portón de madera desvencijada estaría vacío, y prolongué ese momento por miedo, era la primera vez que sentía miedo en Los Ángeles, al menos era la primera vez que sentía miedo en aquella estancia, en otras el miedo y el hastío no escasearon, pero en aquellos días no, y me dio rabia sentir miedo y no quise volverme hasta no haber abierto la puerta del Alfa Romeo y estar dispuesta a meterme dentro y salir disparada, y cuando por fin abrí la puerta me volví y Jack estaba allí, junto a su puerta, mirándome, y entonces supe que todo estaba bien, que podía partir. Que todo estaba mal, que podía partir. Que todo era una pena, que podía partir. Y mientras el detective me observa de reojo (él hace como que mira los pies de la cama, pero yo sé que mira mis piernas, mis largas piernas debajo de las sábanas) y habla de un fotógrafo que trabajó con Mancuso y Marcantonio, un tal R. P. English, el segundo cámara del pobre Marcantonio, yo sé que de alguna manera aún estoy en California, en mi último viaje a California, aunque entonces eso aún no lo sabía, y que Jack aún está vivo y contempla el cielo sentado en el borde de su piscina, con los pies colgando dentro del agua o dentro de la nada, la síntesis brumosa de nuestro amor y de nuestra separación. ¿Y qué hizo el tal English?, le digo al detective. Él prefiere no contestarme, pero ante la fijeza de mi mirada dice: barbaridades, y luego mira el suelo, como si pronunciar esa palabra estuviera prohibido en la Clínica Los Trapecios, de Nîmes, como si yo no hubiera sabido de suficientes barbaridades a lo largo de mi vida. Y llegado a este punto yo podría preguntar más cosas, pero para qué, la tarde es demasiado hermosa para obligar a un hombre a contar una historia que seguramente será triste. Y además la foto que me enseña del presunto English es vieja y borrosa, allí hay un joven de veintipocos años, y el English que yo recuerdo es un tipo bastante entrado en la treintena, tal vez de más de cuarenta, una sombra definida, valga la paradoja, una sombra derrotada a la que no presté demasiada atención, aunque sus rasgos quedaron en mi memoria, los ojos azules, los pómulos pronunciados, los labios llenos, las orejas pequeñas. Sin embargo describirlo de esta manera es falsearlo. Conocí a R. P. English en alguno de mis múltiples rodajes por las tierras de Italia, pero su rostro ya hace mucho se instaló en la zona de las sombras. Y el detective me dice está bien, conforme, tómese su tiempo, madame Silvestri, por lo menos lo recuerda, eso ya es algo para mí, ciertamente no es un fantasma. Y entonces estoy tentada de decirle que todos somos fantasmas, que todos hemos entrado demasiado pronto en las películas de los fantasmas, pero este hombre es bueno y no quiero hacerle daño y por lo tanto me quedo callada. Además, quién me asegura a mí que él no lo sabe.