Выбрать главу

Al salir de la cárcel, el chico se fue a Berlín y se ocupó de los jardines de altos oficiales rusos y camaradas del Partido. Por lo visto a él no le parecía un buen trabajo; en una carta que le escribió a su padre criticaba el lujoso estilo de vida, las orgías y las borracheras de aquella gente.

– Los oficiales comían con exageración y bebían todo el vodka que querían, y todas las noches se hacían llevar mujeres. Aquello no era para Günter, el joven era demasiado sensible para eso -dijo el hombre, y Costa sintió cómo lo afligía la infelicidad de su hijo.

Sobre los últimos acontecimientos coloneses, el viejo no sabía nada porque Günter, el martes, sólo había pasado un momento a tomar café. Al despedirse, él le había preguntado si necesitaba dinero y le había dado todo lo que tenía.

Costa le agradeció que lo hubiera atendido y decidió marcharse sin decirle nada. Así no le haría tanto daño.

Todavía tenía tiempo de coger el regional exprés de las 17.30 a Colonia. Volvió a llamar a Ingo Kratz de camino a la estación, le dio a su amigo toda la información sobre Grone y le pidió que solicitara el expediente de Dresde y se lo enviara por fax a Ibiza junto con la sentencia y las evaluaciones psiquiátricas del orfanato.

– No habrá problema -dijo Kratz-, siempre que un día me lleves a dar una vuelta por la montaña rusa de la vida nocturna de Ibiza.

Costa se lo prometió, aunque en realidad no estuviera en posición de poder cumplirlo. Bueno, para esos casos contaba con un especialista en el equipo.

Mientras estaba en la estación esperando el tren de Colonia, llamó a El Obispo, pero no pudo localizarlo. Lo intentó con Elena Navarro, que le comunicó que Grone se hospedaba en la habitación de un cliente del Royal Plaza. Estaban esperando que regresara al hotel para detenerlo. Además, un taxista había reconocido su fotografía y recordaba que el miércoles lo había llevado del hotel Playa Central a Vista Mar entre las siete y las ocho de la tarde.

Costa quiso saber si habían comprobado que el fugitivo se hospedaba en el Royal Plaza. Elena le explicó que varios empleados del hotel lo habían reconocido por la fotografía, que no había duda alguna. Costa le dio las gracias y le dijo que ya había terminado con sus investigaciones en Colonia y que intentaría conseguir enseguida vuelo para Ibiza. Le pidió a Elena que permaneciera en contacto con él y que lo esperara para empezar con el interrogatorio.

Lo siguiente que hizo fue llamar por teléfono a las compañías aéreas y consiguió un vuelo a Barcelona con enlace a Ibiza, donde aterrizaría a las 22.10.

En el autobús hacia el aeropuerto de Colonia recibió una llamada de Elena, que lo informaba de la detención de Grone. El joven había vuelto al hotel con un hombre mayor. La Guardia Civil vigilaba la habitación y dejó pasar diez minutos. Mientras los demás esperaban fuera, ella entró con el servicio de habitaciones. Los habían sorprendido a los dos abrazándose y besándose, y luego se habían llevado a Grone, que seguía haciéndose pasar por Ulf Hinrich. A su amigo le habían tomado los datos personales. Al final de la conversación, Elena se ofreció a ir a buscar a Costa al aeropuerto.

Mientras esperaba junto a los demás pasajeros en la puerta de embarque, le torturaba la idea de que no haber ido a ver a sus hijos. A lo mejor cometía un error dándole tanta prioridad a su profesión, sobre todo porque en ese caso ni siquiera las autoridades estaban impacientes por atrapar al asesino. Hacía tiempo que tenía pensado llevarse a los niños de vacaciones a Irlanda a pescar. Pasar el día sentado junto a ellos y sentirlos cerca, saber que estaban con él, y por las noches hacer juntos la cena. Su abuelo sí sabía hacerlo. Él todavía había podido disfrutar de esa calma, pero a mediados del siglo XX, la producción y los mercados habían explotado, el boom económico había seducido a su padre para entrar en la Volkswagen e ir a Wolfsburg, y a partir de ahí el ritmo de la vida se había transformado. ¿Estaba dando él continuidad a esa aceleración?

A lo mejor debería llamar a Karin, disculparse por todo y pedirle que fuera a buscarlo al aeropuerto. Le tomaría declaración a Grone y después se relajaría con ella junto a una copa de vino. Al imaginarlo, no pudo reprimir una sonrisa. Ella le había dicho con insistencia que todo había acabado.

Después de todos esos sentimientos contradictorios, fue un placer ver a Elena Navarro, que lo estaba esperando en el aeropuerto y le hizo un breve informe sobre la detención del sospechoso. Ella misma se había colado en la habitación detrás del servicio de planta del Royal Plaza. El cliente que ocupaba la habitación era un tal doctor Gerd Weber, un asesor fiscal de Gifhorn de cincuenta y tres años. Había pedido que les subieran champán, y en recepción avisaron al equipo. Cuando el camarero llamó a la puerta, Weber no fue a abrir, sino que se limitó a gritar: «Adelante». El camarero abrió la puerta con su propia llave y Elena lo siguió. El asesor fiscal y Grone debían de acabar de salir de la ducha. Llevaban puesta una toalla alrededor de la cintura y estaban de pie frente a la cama de matrimonio, besándose. El camarero hizo como que no veía nada, dejó la bandeja con la cubitera, el champán y las copas mientras Elena tosía una, dos veces, aunque sin éxito alguno.

Al final, preguntó con frialdad:

– Disculpe, doctor Weber, ¿es Günter Grone ése al que está besando?

Surtió efecto. Weber se volvió, molesto, y se la quedó mirando. Ella le puso la placa delante de las narices y dijo que tenía una orden de arresto internacional contra Günter Grone, alias Ulf Hinrich, alias su actual aventura amorosa.

Costa intentó disimular, pero se rió por dentro al imaginar cómo esa «alma de cántaro» -que era como la llamaban El Obispo y El Surfista- había resuelto esa situación tan embarazosa. ¿Cómo se le habría ocurrido esa tontería de «alias su actual aventura amorosa»?

Sin embargo, Elena se lo explicaba sin ningún aspaviento mientras entraba con el coche en el patio del puesto de la Guardia Civil.

Antes de bajar del vehículo, él la asió del brazo y le propuso repasar una vez más las medidas urgentes que había que tomar.

– ¿Por ejemplo?

– Recopilación y comparación de pruebas. A lo mejor las muestras de fibras coinciden. Pudo haber tocado a Ingrid Scholl con su ropa mientras la abrazaba o la retenía.

– El Surfista ha tomado muestras de fibras de todas sus cosas. Y también le ha arrancado un par de pelos.

– ¿Lo permitió Grone voluntariamente?

– Sí. El Surfista está dispuesto a volar a Barcelona esta noche para estar mañana en el Instituto a primera hora.

– ¿Una noche de hotel?

Costa pensó que el comandante jamás autorizaría esos gastos.

– Tiene allí una amiga -se le adelantó Elena.

– ¿Una amiga?

«Mientras otros tienen gastos de hotel, este tipo tiene mujeres», pensó Costa.

Elena pasó por alto la pregunta.

– A lo mejor deberías pedirle al doctor Torres que llame a Barcelona para que realicen las pruebas a primera hora.

– Bien. Lo llamo ahora mismo.

Sacó el móvil y marcó uno de los números guardados. Mientras esperaba, se convenció de que estaban a punto de resolver el caso. Un buen trabajo con el nuevo equipo.

– Si se demuestra que fue Grone quien ejerció la presión en el cuello, ya lo tenemos. También están sus huellas dactilares en el apartamento de la víctima. Después de todo lo que hemos descubierto en Colonia, él es la persona que buscamos.

Torres contestó y Costa le preguntó cuánto tardarían el estudio y la comparación de los rastros.