Dejó escapar el aire despacio, agradecida por esa explicación, no queriendo examinar más profundamente la distancia. Tal vez pudiera hacerse. Con práctica. Mucha práctica. Lo observó darse la vuelta para caminar cruzando la habitación de vuelta hacia el armario y cuidadosamente evitó contar cada paso que daba. Caminaba descalzo silenciosamente, sin hacer ni un solo ruido. Rachael miró como se desperezaba, lo hacía lenta, lánguida y sinuosamente como un gato. Extendió las manos, los dedos bien abiertos, sobre la cabeza y pasó las manos por las paredes. Arqueó la espalda para incrementar su estiramiento. Las puntas de los dedos delinearon unas marcas profundas de garras, algo que obviamente había hecho muchas veces, tantas que las hendiduras eran suaves. Era un movimiento natural, desinhibido.
El corazón de Rachael le aporreaba el pecho. ¿Eran los leopardos nublados lo suficientemente altos como para haber dejado esas marcas? No lo creía. Se necesitaba un gato mucho más grande para alcanzar la altura a la que se hallaban los profundos surcos.
– ¿Cómo llegaron esas marcas dentro de la casa?
Rio dejó caer los brazos a los costados.
– Es un mal hábito. Me gusta desperezarme y mantenerme en forma -Tomó una camisa, la olió y se dio la vuelta con una sonrisa traviesa-. Esta no está tan mal -Le tendió una camisa azul para que la inspeccionara-. ¿Qué te parece?
– A mi gusto se ve bien -Empezó a luchar para sentarse.
– Espérame -Le deslizó la manga muy cuidadosamente sobre el entablillado provisional de la muñeca-. Tienes tanta prisa -La ayudó a sentarse, envolviéndola con la camisa, los nudillos rozando la suave piel mientras la abrochaba. Había algo muy satisfactorio en envolverla en su camisa favorita, y sentía como si lo hubiera hecho cientos de veces-. Creo que tu temperatura está empezando a subir nuevamente, maldita sea.
Ella presionó la punta de los dedos contra su boca.
– Maldices demasiado.
– ¿Lo hago? -Enarcó la ceja-. Y yo que pensaba que estaba siendo muy cuidadoso contigo. A los gatos no les importa -Chasqueó los dedos y los dos leopardos nublados se apresuraron a ponerse a su lado presionándose contra sus muslos.
Rachael se forzó a mantenerse absolutamente quieta. Por dentro se había convertido en gelatina, pero hacía un tiempo había aprendido los beneficios de mostrar un rostro compuesto para enfrentar la adversidad, así que mantuvo una pequeña sonrisa en la cara y la expresión serena. La lluvia golpeaba haciendo que sonara un continuo tamborileo en el techo. Era muy consciente del zumbido de los insectos y del crujir de las hojas y ramas contra la parte lateral de la casa. Tragó el pequeño nudo de miedo que le bloqueaba la garganta e inhaló el masculino aroma de Rio. Olía a peligro y a campo.
– Estoy segura que a los gatos no les importa, probablemente ya se hayan contagiado de tus malos hábitos.
Rio se inclinó más cerca de ella como sintiendo su miedo, aunque frotó las orejas de los gatos presionados contra sus piernas. Podía verle la sien donde lo había golpeado, una línea dentada, que ya estaba sanando, pero viéndose como si hubiera necesitado puntos. Antes de poder detenerse, la tocó.
– Eso va a dejar cicatriz, Rio. Lo siento tanto. Estabas tan ocupado cuidándome, que ni siquiera tuviste tiempo de cuidar de ti mismo… -Se sentía avergonzada de sí misma por haberle pegado. Los detalles del ataque se habían desvanecido en comparación con las imágenes de pesadilla de hombres convirtiéndose en leopardos.
– ¿Vas a seguir buscando razones para no tocar a los leopardos? -le tomó la mano-. Este es Fritz. Le falta un pequeño trozo de oreja y las manchas forman un patrón muy parecido a un mapa -hizo que le acariciara la espalda con la palma de la mano desde el cuello del animal ida y vuelta. Ella tenía la piel ardiendo otra vez, seca y caliente al tacto. Los ojos estaban brillantes, habían adquirido esa mirada demasiado brillante que se había acostumbrado a verle.
Rachael hizo un esfuerzo supremo para evitar temblar.
– Hola Fritz. Si fuiste tú el que me mordió la pierna la otra noche, por favor abstente de volver a hacerlo otra vez.
La dura línea que era la boca de Rio se suavizó.
– Bonito saludo. Estoy seguro de que recordará eso. Este es Franz. La mayoría de las veces tiene una disposición muy dulce, hasta que Fritz se pone un poquito rudo con él, entonces tiene algo de temperamento. A veces desaparecen por varios días, pero la mayor parte del tiempo se quedan aquí conmigo. Les dejo la decisión a ellos tanto si quieren quedarse o irse -Le presionó la mano sobre la piel del gato.
Rachael no podía evitar el pequeño estremecimiento que la recorría ante el pensamiento de estar tocando a una criatura tan salvaje y elusiva como eran los leopardos nublados.
– Hola, Franz. ¿No sabías que se supone que les tengas miedo a los humanos? -Frunció el ceño-. ¿No has considerado que al hacerlos mascotas, los has hecho más vulnerables a los cazadores que codician las pieles?
– No están precisamente domados, Rachael. La única razón por la que te aceptan es porque sienten mi olor sobre ti. Dormimos juntos. Es por eso que estoy reforzando su relación contigo, para que no haya más errores. Se esconden de los humanos.
– No estamos durmiendo juntos -objetó agudamente-. Y no tengo una relación con ellos y no puedo imaginar tenerla nunca. ¿Se te ha ocurrido que no eres precisamente normal? Esta no es la manera en que la mayoría de la gente prefiere vivir.
Rio miró su hogar.
– A mí me gusta.
Ella suspiró.
– No quise implicar que no fuera agradable -Volvió a moverse cambiando a otra posición con la esperanza de aliviar la pulsación de dolor de la pierna.
Le retiró el cabello de la nuca. Estaba empapado en sudor. Rachael se estaba poniendo nerviosa e impaciente, cambiando continuamente de posición en un esfuerzo por aliviar su incomodidad.
– Rachael, sólo relájate. Te prepararé una bebida refrescante.
Se mordió la lengua cuando él se levantó con gracia casual. No tenía la intención de que todo sonara como una orden… Estaba hipersensible. Rachael trató de apartarse de la frente el pesado cabello. Se estaba rizando en todas direcciones como siempre ocurría con tan alta humedad. Mientras yacía allí podría haber jurado que las paredes empezaron a curvarse hacia adentro, atrapándola, sacando el aire de la habitación. Todo la molestaba, desde el sonido de la incesante lluvia hasta los juguetones leopardos. Si hubiera tenido una zapatilla a mano la hubiera lanzado en un arranque de malhumor.
Desvió la mirada hacia Rio como siempre hacía. La exasperaba no poder contenerse a sí misma lo suficiente para dejar de mirarlo, y saber exactamente lo que iba a hacer antes de que lo hiciera. Conocía la forma en que se movía, el gracioso fluir de su cuerpo mientras buscaba en la nevera. Lo conocía a él. Si cerraba los ojos estaría allí en la mente, hablándole suavemente, estirándose inconscientemente para apartarle el cabello de la cara, curvando los dedos sobre su nuca.
¿Por qué asociaba cada pequeño movimiento que realizaba, cada gesto, con los de un gato? Especialmente sus ojos. Estaban dilatados de la forma que lo estarían los de un gato de noche y aún a la luz del día las pupilas permanecían casi invisibles.
– Vale, no hay forma en la que puedas convertirte en un leopardo -Rachael miró al techo y trató de trabajar el problema en la mente. Tenía que dejar de fantasear acerca de él saltando a través de las copas de los árboles con sus pequeños amigos gatos. Era estúpido y sólo probaba que estaba en el límite de la cordura.
– ¿Sobre que estás murmurando ahora? -Rio revolvía el contenido del vaso con una cuchara de mango largo- La mitad del tiempo no te entiendo.
– No soy responsable de lo que digo cuando estoy con fiebre -Rachael se encogió un poquito ante su tono. Sonaba antipática. Estaba cansada. Y cansada de estar cansada. Cansada de sentir todo tipo de cosas y harta de tratar de adivinar que era real y que había tenido lugar en su enfebrecida imaginación.