– Podrías tratar de no decir nada -sugirió.
Rachael volvió a encogerse. Siempre hablaba demasiado cuando estaba nerviosa.
– Supongo que tienes razón. Podría poner cara de piedra y permanecer muda mirando las paredes como haces tú. Probablemente nos llevaríamos mejor -Más que nada estaba avergonzada de ser antipática con él, pero era eso o empezar a gritar.
Él volvió la mirada hacia su rostro. Estaba muy sonrojada, los dedos cogían la delgada manta apretándola con inquietud. Cada vez que la miraba, sentía ese extraño cambio muy profundamente en el interior de su cuerpo donde una parte de él todavía sentía emociones.
– Nos llevamos bien -le dijo gruñón-. No eres tú. No estoy acostumbrado a estar rodeado de gente.
Rachael suspiró.
– Lo siento -¿Por qué tenía que ser tan malditamente agradable cuando ella quería mantener una animada pelea? Hubiera sido bueno descargar su frustración con él y pretender que fue justificado. Le lanzó una mirada muy sufrida-. Me estoy compadeciendo a mi misma, eso es todo. Honestamente la mitad de las veces no sé que es lo que está pasando. Me hace sentir estúpida -E inútil. Se sentía tan inútil que quería gritar. No quería estar atrapada en una casa con un completo extraño que parecía tan peligroso como obviamente era en realidad-. Eres un extraño para mí, ¿verdad? -Podía sentir el calor de su mirada hasta la punta de los pies. ¿Por qué no se sentía como si fuera un extraño? Cuando la tocaba, ¿Por qué le parecía tan familiar?
La ceja de él se disparó hacia arriba.
– Estás en mi cama. Te he estado cuidando noche y día durante un par de días. Mejor reza para que no sea un extraño.
Rachael se golpeó la cabeza contra la almohada completamente frustrada.
– ¿Ves lo que haces? ¿Qué clase de respuesta es esa? ¿Acaso creciste en un Monasterio donde enseñaban a hablar con acertijos? Porque si eso es lo que estás tratando de hacer, créeme suenas más molesto y estúpido que misterioso y profético -Sopló hacia arriba para apartarse el flequillo-. Mi cabello me está volviendo loca, ¿tienes tijeras?
– ¿Por qué siempre me estás pidiendo objetos afilados?
Se echó a reír. El sonido llenó la habitación y sobresaltó a varios pájaros posados en la barandilla del porche. Tomaron vuelo con un ruidoso movimiento de alas y un gorjeo enojado.
– Siento que tengo que disculparme contigo cada una o dos frases. Irrumpo en tu casa, te uso la ducha, duermo en tu cama, te golpeo la cabeza y te fuerzo a cuidarme mientras estoy semi inconsciente e irritable. Ahora te estoy amenazando con instrumentos afilados.
– Amenazarme con cortarte el cabello podría ser igual de doloroso -Acortó la distancia que los separaba y se agachó para mirarla a los ojos, revolviéndole el cabello con los dedos. -Nadie puede forzarme a hacer algo que no quiero hacer -La única excepción podía ser la intrigante mujer que yacía en la cama, pero no iba a admitirlo ante ella… o ante sí mismo-. Tu cabello ya está lo suficientemente corto. No necesitas cortarlo más -Frotó las desparejas puntas de cabello con la punta de los dedos.
– Solía estar mucho más largo. Pero es tan grueso, con la humedad me da mucho calor.
– Encontraré algo para recogértelo y apartártelo del cuello.
– No te molestes, Rio, solo estoy nerviosa -Su amabilidad la hacía sentirse avergonzada.
– Esa noche encontré ropa oliendo a agua de río. ¿Estabas en el río?
Ella asintió, haciendo esfuerzos para concentrarse.
– Los bandidos nos atacaron. Vinieron de la jungla disparando armas. Creo que Simon fue herido. Me tire por la borda y el río me arrastró.
Los músculos se le tensaron en reacción a esas palabras.
– Podrían haberte matado.
– Tuve suerte, mi camisa se quedó atrapada en una rama debajo de la superficie y me las arreglé para nadar hacia un árbol caído. La casa fue una sorpresa. Casi no la vi pero el viento soplaba tan fuerte, que despejó algo de la cobertura. Tenía miedo de no volver a encontrarla si comenzaba a explorar por lo que até una cuerda entre dos árboles para que me señalara el camino. Pensé que era una choza nativa, una que usaban cuando viajaban de un lugar a otro.
– Y yo pensé que eras un bandido que me había rodeado y se las había arreglado para ubicarse enfrente de mí y estaba esperándome. Debería haberme dado cuenta, pero estaba exhausto y me dolía como el infierno. ¿Quién es Simon? -Había esperado una cantidad adecuada de tiempo, llevando una conversación como un ser humano racional. Podía sentir la intensidad de sus emociones reprimidas mordiéndole las entrañas. Era inteligente no dejaría que se le metiera en el alma. Era inteligente, pero ella ya estaba allí. No sabía como había pasado y aún peor, no sabía como sacarla de allí.
– Simon es uno de los hombres de nuestro grupo de la iglesia de ayuda médica.
– Así que es un extraño. Ninguno de ustedes se conocía antes de este viaje -El alivio que lo inundó lo irritó endemoniadamente.
Ella asintió.
– Todos fuimos voluntarios de distintas partes del país y nos reunimos para traer los abastecimientos.
– ¿Quién era vuestro guía?
– Kim Pang. Parecía muy agradable y me dio la impresión de que era muy competente.
La mano de ella reposaba en el muslo de él donde la había puesto cuando se puso en cuclillas al acercarse a la cama y sintió como se ponía rígido. Los ojos le brillaban con una súbita amenaza, enviándole escalofríos por todo el cuerpo.
– ¿Llegaste a ver lo que le pasó?
Ella sacudió la cabeza.
– La última vez que lo vi, estaba tratando desesperadamente de cortar la cuerda para permitir que la lancha se liberara. ¿Es amigo tuyo? -Quería que Kim Pang estuviera a salvo. Quería que todos los otros estuvieran a salvo, pero sería peligroso si el guía y Rio fueran amigos.
– Si, conozco a Kim. Es un muy buen hombre -se pasó la mano por la cara-. Debo salir y ver si alguno de ellos sigue con vida, ver si puedo recoger algunas huellas.
– ¿Con este tiempo? Ya está oscureciendo. No es seguro Rio. Fueron atacados del otro lado del río -Debería irse inmediatamente. Rachael detestaba lo egoísta que la hacía sentirse. Por supuesto que Rio necesitaba ayudar a los demás si podía, aunque no veía como podía lograr algo contra un grupo armado de bandidos.
En un súbito arranque de ira contra ella misma, o la situación, arrojó la delgada manta.
– Necesito salir de esta cama, de esta habitación, antes de volverme completamente loca.
– Despacio, señora -Rio la agarró, previniendo cualquier movimiento-. Sólo siéntate quieta y déjame ver que puedo hacer -había un destello de entendimiento en sus ojos, como si pudiera leerle la mente y conocer sus pensamientos egoístas.
Rachael observó a Rio salir majestuosamente y desaparecer de la vista. Podía escucharlo haciendo ruido en el porche, lo que era inusual dado lo silencioso que era habitualmente. El viento ayudaba a despejar el opresivo calor y la claustrofobia, pero quería llorar, atrapada en la cama, incapaz de cruzar la pequeña distancia hasta la entrada. El mosquitero aleteaba con la brisa. Como siempre, Rio no había encendido la luz, parecía ser capaz de ver en la oscuridad y preferirlo así.
El pensamiento disparó un recuerdo largamente olvidado. Risas, suaves y contagiosas, los dos susurrando juntos en la lluvia. Rio balanceándola entre sus brazos y dando vueltas en círculo mientras las gotas caían sobre su cara vuelta hacia arriba. La respiración se le quedó atrapada en la garganta. Nunca había sucedido. Lo sabría si hubiera estado con él. Rio no era un hombre que una mujer pudiera olvidar nunca o quisiera dejar.
– Vamos, voy a llevarte afuera. Está lloviendo, pero el techo sobre el porche no tiene goteras así que puedes sentarte afuera un rato. Sé lo que es sentirse enjaulado. Déjame hacer el trabajo -dijo. Le pasó un brazo por debajo de las piernas-. Pon tus brazos alrededor de mi cuello.