Miró cautelosamente a su alrededor, olfateando el viento. Su gruñido era una demanda de información dirigida a los habitantes de los árboles. El grito provino de un grupo de monos. Rio recobró su forma humana, permitió que el dolor le invadiera cuando músculos y tendones se retorcieron, contrayéndose y estirándose. Se agachó al lado del leopardo nublado, evaluando los daños. Las heridas eran profundas. Taponó los agujeros y presionó, murmurando palabras tranquilizadoras mientras lo hacía e ignorando los profundos arañazos de su propia piel.
– Franz, permanece alerta -ordenó mientras levantaba a Fritz en sus brazos.
Rio tenía que mantener la presión sobre las dos heridas de colmillos mientras corría por el bosque, abriéndose camino entre los árboles, saltando sobre troncos caídos, vadeando dos pequeños riachuelos crecidos por la lluvia, recorriendo el desigual camino tan rápidamente como podía. Sus músculos eran los de un leopardo, pensados para llevar una presa grande. No notaba el peso del leopardo nublado, pero en su forma humana, su piel no era tan resistente como en su forma animal, y el bosque le producía heridas mientras corría por él.
Río saltó sobre la recia rama que conducía a su casa con la facilidad que le daba la práctica, y, manteniendo cuidadosamente el equilibrió, recorrió el laberinto de ramas hasta llegar al porche. Llamó para avisar a Rachael, con la esperanza de que no le pegara un tiro cuando empujó la puerta con la cadera para abrirla. Fritz, recostado en él, giró la cabeza para levantar la vista atemorizado. Los costados del pequeño leopardo subían y bajaban intentando respirar, con la piel cubierta de sangre.
Rachael jadeó, empujando el arma bajo la almohada.
– ¿Qué pasó? ¿Qué puedo hacer?
La cara de Río era una máscara peligrosa, feroz, parecia un guerrero, con los ojos brillantes de cólera. La miró sin parpadear, con todo su poder, comprobando que estaba bien. Rachael se enfrentó a su penetrante mirada.
– De verdad, Rio, deja que te ayude.
Cambió inmediatamente de dirección y llevó al animal herido a la cama.
– ¿Puedes sujetarle?
Rachael no se inmutó por la pregunta. Se limitó a demostrarselo, manteniendo una expresión serena aunque le palpitaba el corazón y el dolor la hizo marearse. Tenía bastante práctica en esconder el miedo. El felino estaba gravemente herido y por lo tanto era mucho más peligroso que en su estado habitual. Se le secó la boca cuando le puso el animal en el regazo y le colocó primero una mano y luego la otra en las incisiones. Rachael se encontró con un leopardo de cincuenta libras en el regazo y las manos presionando el cuello cubierto de sangre.
Río encendió la lámpara y llevó el botiquín a la cama, arrodillándose al lado de la cabeza del animal.
– Aguanta Fritz -murmuró- se que duele pero vamos a curarte.
No miró a Rachael si no que trabajó sobre el felino con manos tranquilas, estables y muy seguras.
Tenía la cabeza inclinada, el pelo negro caía alrededor de su rostro. En la piel tenía sudor y sangre, y olía a bosque y a piel húmeda. Mientras se esforzaba en curar al felino, su cara aprecía estar tallada en piedra.
– Las heridas son profundas, como las de tu pierna. A ti te cosí, pero dejé que las incisiones sangraran. Voy a tener que hacer lo mismo con Fritz. Lo mejor que puedo hacer es limpiar las heridas a fondo, darle antibióticos y esperar que no se infecten. Si lo hacen tendré que abrirlas.
Mientras Rio desinfectaba las heridas, Fritz abrió la boca, enseñó sus largos colmillos y soltó un terrible aullido. Rachael suspiró y mantuvo la mirada fija en Rio, en su cara en vez de en sus manos, temiendo que si veía los dientes del felino también empezaría a gritar.
Franz contestó a Fritz, paseando, agitado, arriba y abajo sin cesar. Saltó sobre la cama sin previo aviso, casi aplastando las piernas de Rachael. El dolor le recorrió el cuerpo, tomó aire, y soltó un grito estrangulado. Por un instante la habitación pareció dar vueltas y oscurecerse.
– ¡Rachael! -la voz de Rio era penetrante al llamarla. Sacó a Franz de la cama con el brazo- Quédate en el maldito suelo -gruñó, con voz cargada de amenaza.
Para sorpresa de Rachael, sus manos todavía tocaban la piel de Fritz. Aplicó más presión mientras sacudía la cabeza.
– Lo siento, no esperaba que fuera a hacer eso.
– Lo has hecho bien -dijo él- ¿Puedes continuar?
– Si tú puedes, yo también -contestó ella.
Entonces la miró con sus vivos ojos verdes, con algo que ella no pudo identificar, en las profundidades de sus ojos. Su mirada recorrió su rostro como si quisiera darle fuerza solo con mirarla. Luego volvió su atención al felino.
Rachael soltó el aliento despacio, conteniendo la bilis que le subía a la garganta por el palpitante dolor de su pierna. Había algo en su expresión. Algo recíproco, una conexión. Escuchó el sonido de su voz grave mientras le hablaba suavemente al felino, tranquilizándole mientras le cosía la herida. Se encontró acariciando la piel del leopardo con la mano libre; el animal temblaba pero permanecía inmóvil bajo los cuidados de Rio.
Rachael esperó hasta que Río empezó a trabajar en la segunda herida de colmillos.
– ¿Cómo sucedió?
– Había un leopardo grande, moteado, un macho, en el bosque. Atacó a Fritz. Por suerte lo soltó sin partirle la tráquea.
Ella miró los profundos arañazos de Rio.
– ¿Te enfrentaste a un leopardo que intentaba matar a tu mascota?
Un rápido destello de impaciencia cruzó su rostro.
– Te dije que Fritz y Franz no son mascotas. Son mis amigos, no intentaba salvar a Fritz, él estaba intentando protegerme y recibió la peor parte.
Rachael se inclinó sobre el animal que tenía en el regazo, examinando el trozo de oreja que le faltaba.
– ¿Este es Fritz?
Él asintió mientras prestaba atención a lo que estaba haciendo.
– Esta herida no es tan profunda como la otra. Voy a darle algo para la infección. El leopardo hizo esto intencionadamente.
– ¿Por qué?
No lo miró al hacer la pregunta. Rio había hablado entre dientes, como si le estuvieran arrancando las palabras, las dijo sin ser consciente, enfadado con el leopardo por haber herido al felino más pequeño. Presintió que Rio estaba a punto de decirle algo muy importante.
Río la miró.
– Creo que estaba intentando cazarnos a uno de nosotros. Pero no estoy seguro de a quien. Al principio pensé que era a mí, pero ahora no estoy tan seguro.
Ella oyó el ruido sordo de su corazón y contó los latidos. Era un truco que utilizaba cuando quería saber más pero no quería reacionar demasiado rápido. Algo en su interior se endureció cuando la miró de frente, con su penetrante mirada. Había algo en sus ojos que no podía interpretar. Una peligrosa mezcla de animal y hombre. Rachael sabía que los ojos de los felinos tenían una capa de tejido reflectante detrás de la retina que les permitía concentrar toda la luz posible incluso durante la noches más oscuras o en el interior de un bosque en penumbra. Se llamaba «tapetum lucidum» la membrana funcionaba como un espejo, permitiendo que la luz llegara a la retina una segunda vez, proporcionando una máxima visión. La membrana también era la responsable de los iridiscentes colores amarillo, verde y rojo que Rachael había observado en Rio y en los leopardos nublados.
– ¿Por qué iba a querer cazarnos a cualquiera de los dos un leopardo, Rio? -Le pinchó- No tiene sentido que al enorme felino le importara a cual de los dos mataba y se comía.
Se hizo un largo silencio, roto tan solo por el sonido del viento y de la incesante lluvia; Franz paseaba de un lado a otro, agitado y Rachael estaba convencida de que Rio podía oir los latidos de su corazón.
– No creo que fuera un leopardo de los que tú conoces. Creo que era de una especie completamente distinta -la voz de Rio se mezclaba con los secretos de la noche, secretos y sombras que no quería examinar.