Rachael no expresó la protesta que estaba a punto de salir. Estaba segura de que Rio no estaba siendo melodramático. No creía que supiera como serlo.
– Lo siento, no estoy segura de entenderte. ¿Dices que hay una nueva especie de leopardo, aquí bajo el bosque pluvial, que no ha sido descubierto? ¿O se trata de una especie creada genéticamente?
– Una especie que lleva existiendo varios miles de años.
Ella frotó los oídos del leopardo nublado.
– ¿En qué son diferentes?
Él la miró entonces, clavando de lleno sus extraños ojos en ella.
– No son ni animales ni humanos. Son ambas cosas y ninguna de las dos.
Rachael se quedó quieta, arrancó la mirada del poder de la de él, recordando algo.
– Hace mucho tiempo, cuando era niña, mi madre me contó una historia sobre una especie de leopardos. Bueno, no eran leopardos, eran una especie capaz de convertirse en leopardos o en grandes felinos. Tenían algunas características de los leopardos, pero tambien de los seres humanos y de su propia especie, una clase de mezcla de las tres cosas. Nunca más he oído que nadie los mencionara hasta ahora. ¿Es a eso a lo que te refieres?
Pocas cosas hubieran podido sobresaltar más a Rio, sus manos quedaron suspendidas en el aire mientras la miraba fijamente.
– ¿Cómo se enteró tu madre de los hombres-leopardo? Pocas personas, aparte de los pertenecientes a la especie, conocen su existencia.
– ¿Sabes lo que estás diciendo, Rio? ¿Existe tal especie? Pensaba que era solo un cuento que a mi madre le gustaba contarme por las noches cuando estábamos a solas las dos. Siempre me hablaba de los hombres-leopardo cuando me iba a dormir -frunció el ceño, intentando recordad las viejas historias de su niñez- No los llamaba hombres-leopardo, les llamaba de otra forma.
Río se puso rígido, su brillante mirada azotando su cara.
– ¿Cómo les llamaba?
No conseguía recordar el nombre.
– Yo era una niña, Rio. Era una jovencita cuando ella murió y fuimos a vivir con… -se tranquilizó y se encogió de hombros- No importa. ¿Dices que hay una posiblidad de que tal especie exista? Y si es así ¿por qué iba a querer uno de ellos matarnos? ¿O a mi en concreto?
– Formo parte de una lista negra, Rachael. He provocado a los bandidos algunas veces, quitándoles lo que no les pertenece y haciendoles perder mucho dinero. No les ha gustado y quieren verme muerto -se encogió de hombros con cansancio- Sostenlo un par de minutos más mientras le preparo una cama.
– Y yo he empeorado las cosas al venir aquí ¿verdad?
– Una lista negra es una lista negra, Rachael. No creo que, una vez que estás en ella, las cosas puedan empeorar. Si encuentran tu rastro, nos moveremos. No van a perseguirnos por el bosque, prefieren el río. Y cuento con gente que puede echar una mano si es necesario. Conozco a todos los miembros de las tribus de por aquí y ellos me conocen. Si entran en el bosque, me enteraré -apagó la luz, dejando la estancia sumida en la oscuridad.
– Pero no si uno de esos hombres-leopardo trabaja para ellos -adivinó ella, parpadeando rápidamente para adaptarse al cambio de luz. La luna intentaba valerosamente abrirse paso a pesar de las nubes y la espesa vegetación, pero era un simple rayo a lo lejos- Y si esa expecie existe ¿por qué no han sido descubiertos todavía? Tendrían que ser sumamente inteligentes.
– Y fríos bajo el fuego; astutos, precavidos. Quemar a sus muertos a la mayor temperatura posible. Buscar los restos de alguno que murió accidentalmente. Tener prohibido reunirse para rescatar a alguien si ese alguien ha sido cogido por un cazador. La sociedad tendría que ser superior, dependiendo los unos de los otros y sumamente hábil y secreta.
– Como tú -No podía imaginarse su rostro cambiando, lanzándose sobre ella con el hocico y los dientes de un leopardo macho adulto sustituyendo su cabeza.
Él volvió a la cama, dominándola con su estatura, recorriendo su rostro con sus vívidos ojos verdes.
– Como yo -accedió. Se inclinó y levantó las cincuenta libras de peso del leopardo nublado, acunándolo contra su pecho.
Los dedos de Rachael aferraron la colcha. ¿Era posible? ¿Era producto de su enfebrecida imaginación o Rio era capaz de convertirse en un leopardo? Le miró mientras se agachaba junto al felino, vio los arañazos sanguinolentos que cubrián su espalda, sus costados y los muslos, y una lágrima cayó sobre su cuello. No le importaba lo que fuese. No tenía importancia, no cuando estaba acariciando al felino herido y le murmuraba cariñosas tonterías. Rachael tragó el nudo de miedo que bloqueaba su garganta.
– Rio, estás sangrando. ¿Estás malherido?
Río se levantó y se volvió para mirarla. Había genuina preocupación en su voz y en las profundidades oscuras de sus ojos. Su compasión le afectó en algún lugar muy profundo, en un sitio que quería olvidar que existía. Le hacía perder el control y eso era más peligroso de lo que podía suponer. Rio encogió los hombros.
– No es nada importante, solo unos rasguños.
Rachael lo estudió como andaba por el suelo con los pies desnudos. Su forma de andar, normalmente llana de sinuosa gracia, era ligeramente rígida. Los arañazos parecían profundos y tenían mal aspecto; pensó que debía haber más de una herida de mordiscos.
– Siempre tienes que ocuparte de todo el mundo antes que de ti mismo. Luchaste con ese leopardo ¿verdad? No llevabas armas. Dudo que tuvieras un cuchillo. ¿Qué hiciste? ¿Luchaste con él con las manos desnudas?
Río cogío el botiquín y comenzó a limpiarse las heridas que quemaban con el antiséptico. Rachael soltó un suave suspiro, sintiendose perdida. Parecía cansado y enfermo, sabía que las heridas tenían que dolerle. No respondió a sus preguntas, pero estaba segura de que tenía razón. Tenía que haberse visto impliado en una lucha a muerte con una especie de felino y sin armas de ninguna clase. Y era imposible que se tratara de un felino pequeño. Se mordió el labio inferior para mantener la boca cerrada, decidida a no molestarlo con más preguntas.
Metió la cabeza en la tina que usaba a modo de fregadero y se echó agua en el pelo. Era impresionante, allí en la oscuridad rota tan solo por un rayo de luna que caía sobre él. Su pelo tenía el brillo de la seda. Las sombras del follaje, movido por el viento, pasearon sobre su espalda y sus nalgas en una rápida sucesión, cubriendole rápidamente mientras se lavaba. Cuando se incorporó y se medio volvió hacia ella, sus ojos captaron la luz de la luna, reflejándola con un misterioso color rojo. Los ojos de un depredador. Los ojos de un leopardo.
Rachael contuvo el aliento y se esforzó en controlar los salvajes latidos de su corazón. No solo eran sus ojos los que podían asustarla; siempre le rodeaba un halo de peligro y salvajismo. Estaba segura de tener razón en que sus ojos eran diferentes, semejantes a los de un gato. Él dio un paso hacia la cama, y pudo verle con mayor claridad, distinguiendo el cansancio y el dolor grabados en su rostro. De inmediato el temor fue sustituido por la preocupación.
– Rio, ven a la cama.
Él estudió su expresión. Suave. Invitadora. Tentadora. Su boca era pecaminosa. Tenía muchas fantasías que incluían esa boca. Su cuerpo. Su cuerpo exuberante, tan suave y cálido, era perfecto para el suyo; era una invitación a la que no podía ignorar mucho tiempo más. Cuanto más tiempo permaneciera en su casa, más pertenecería a ese lugar.
– Maldición, Rachael, no soy un santo -su voz era áspera y deliberadamente desafiante. Estaba tan tenso y malhumorado que quería discutir con ella. Quería volver a la selva y descargar su furia lejos de ella. Si su obsesión por Rachael continuaba creciendo, no sabía lo que iba a hacer.
Rachael, como de costumbre, hizo algo inesperado. Se echó a reir con despreocupación y nada asustada.