– No tienes porque preocuparte, Rio, no voy a confundirte con uno.
– ¿Entonces por qué me miras así? ¿No te das cuenta de lo vulnerable que eres ahora?
– Creo que tú eres el vulnerable, Rio, no yo. Ven a la cama y deja de interpretar el papel de macho. Puedes poner expresión de He-Man mañana y haré todo lo posible por fingir miedo si eso es lo que necesitas, pero ahora mismo tienes que dormir. Sexo no, dormir.
– Tú crees que necesito dormir -protestó, pero se deslizó a su lado en la cama, obedientemente.
Era cálida y suave y todo lo que sabía que sería. Rio la rodeó con sus brazos, adaptó su cuerpo al suyo, acoplando su erección contra la unión de sus nalgas y apoyó la cabeza sobre la suave curva de su pecho.
– Sé que necesitas descansar. Solo un rato. Si lo que te preocupa es que alguien esté tras de ti, me quedaré vigilando. -Notaba la seda de su pelo, humedo después del lavado, acariciando su pezón. Le rodeó la cabeza con los brazos, acunándole contra ella, sumergiendo los dedos en la gruesa mata de pelo
– Debería haber comprobado tu pierna después de que ese estúpido gato saltó sobre ella.
Su aliento era cálido contra su pecho. Sintió que el deseo la perforaba como una espada.
– Duerme, Rio, podemos hacerlo por la mañana.
Durante lo que quedaba de noche fingiría que era suyo. Su propio guerrero amable, preparado para la batalla, una mezcla de peligro y tenura a la que le era impossible resistirse.
CAPÍTULO 6
Rio se despertó antes del amanecer. Era su hora favorita del día. Amaba enterrar su cara entre los tibios pechos de Rachael y permanecer allí simplemente escuchando los suaves gritos de los pájaros mañaneros y la continua sinfonía del bosque mientras la apretaba contra él. En esos momentos, justo antes del amanecer, se sentía más vivo, más completo antes de que su hábitat volviera a la vida y se viera sumergido en las exigencias del día. Rachel respiraba tan suavemente, inspiraba y expiraba, cálidamente como dándole la bienvenida, su piel era como una invitación lujuriosa al paraíso. Conocía cada línea, cada hueco. Su cuerpo estaba profundamente grabado en su memoria. Conocía sus formas mejor que ella misma, y conocía todas las formas de complacerla.
Rio sonrió y enterró su cara en el valle que se formaba entre sus pechos para poder inhalar su esencia. Parecía que siempre olía a flores. Estaba seguro que eran los jabones y el shampoo que fabricaba con pétalos y hierbas del bosque. Su lengua se enroscó alrededor de uno de sus pezones, con un movimiento lento y perezoso. La vida era perfecta al amanecer. Aspiró su aroma. Su Rachael. Su mundo. Allí en ese mundo secreto que compartían, con la luz filtrándose a través de las copas de los árboles, Rio encontró la fuerza, la pasión y todo lo que podría necesitar alguna vez para existir y vivir.
Hocicó en su pecho, envolvió su tentador pezón con la lengua por segunda vez y lo atrajo dentro de su boca, succionando suavemente. Rachael se removió, acomodándose para poder alinear mejor su cuerpo con el de él, arqueando la espalda un poco más para ofrecer sus pechos mientras sus brazos treparon por su cabeza para acunarla más cerca de ella. Amaba que reaccionara de esta forma, esa primera, soñolienta oferta que le hacía de su cuerpo. Incluso antes de introducir uno de sus dedos muy dentro de ella para comprobar su disposición, sabía que la encontraría caliente y mojada dándole la bienvenida.
Hacer el amor con Rachael siempre era una aventura. Podían generar tanta ternura juntos como para que asomaran lágrimas a sus ojos, o podían ser tan rudos y salvajes, mostrando una total desinhibición. Rachael arañaría su espalda, hundiéndole las uñas en la carne o lo montaría con salvaje abandono. A veces pasaba una hora solamente haciéndole el amor, dándose un festín con ella. Su cuerpo le era tan familiar, pero igualmente hacía que se sintiera lleno, duro y a punto de reventar por la necesidad de estar adentro de ella, tan ansioso que le dolía el cuerpo. Como si fuera la primera vez. Como todas y cada una de las veces que la tocaba.
Movió las manos por sobre su cuerpo, por esa piel caliente y suave, que lo provocaba y lo tentaba, un placer que apenas podía creer que fuera suyo. Levantó la cara hacia ella, apretando su boca contra la suya, un beso duro, posesivo que les robó el aliento obligándoles a intercambiar el aire mientras el mundo giraba a su alrededor. Su boca estaba caliente y dulce y le era dolorosamente familiar.
Por un momento, allí al amanecer cuando no importaba nada, cuando no tenía que aparentar una veta de civilización, solía permitir que asomara su naturaleza salvaje. Como siempre también se alzaron sus ansias de poseerla, los celos y una negra necesidad predatoria de reclamar a Rachael como suya. La bestia, siempre tan cercana a la superficie, se alzó con él, salvaje y rugiendo por ella, queriéndola con cada fibra de su ser. Su piel ardía mientras comprobaba su aceptación, sus músculos se contrajeron cuando la arrastraba más cerca de él, subiendo su pierna sobre los muslos de ella para ubicarla debajo. A ella nunca le molestaba que la bestia estuviera tan cerca de la superficie, aunque sintiera el roce de la pelambre contra su sensible piel. Siempre lo aceptaba, siempre lo deseaba, siempre le daba la bienvenida.
Ella se río suavemente dentro de su boca mientras la devoraba, se alimentaba de ella, besándola una y otra vez sin refrenarse. La deseaba tanto, quería enterrarse profundamente en su interior pues ese era el lugar donde pertenecía, donde el mundo siempre estaba bien. La envolvió en sus brazos mientras las manos de ella exploraban los músculos de su pecho. Se percibía un toque de posesión en su tacto mientras le deslizaba la mano por el estómago hasta encontrar el largo de su dura erección. Cerró firmemente el puño a su alrededor, haciendo que se sofocara debido a la mezcla de placer y dolor que le proporcionaba
– Quiero saborearte esta mañana -susurró él- apenas puedo esperar para sentir como te retuerces de esa forma que acostumbras hacerlo, con tu puño tirando de mi cabello, pidiéndome más rápido, más rápido, más rápido -le besó la barbilla, la garganta, la suave curva de su pecho.
– Ah si -contestó ella notándose en su voz una nota burlona- y yo que pensaba que esta mañana te iba a volver loco. ¿Podrías imaginarte por un momento que te tomo en la boca? Creo que es mi turno, ya que la última vez fuimos interrumpidos bruscamente.
Sus dedos danzaron por encima de él, de esa forma que sólo Rachael sabía hacer, provocando, acariciando, pequeñas caricias ideadas para volverlo loco. Si lo tomaba en su boca iba a explotar, una fuerte, salvaje erupción que la haría reír, y demandar satisfacción. La conocía tan bien, aunque no del todo. Rachael, su dama, su razón de existir.
Cambió el peso de su cuerpo y la arrastró hasta ubicarla debajo, deslizándole la rodilla entre las piernas con precisión experta, para dejar expuesto su atrayente calor. Se acomodó encima, sobre ella, presionando contra sus caderas abriéndola, anticipando el placer que le proporcionaría. Se alejó de la tentación, deslizándose hacia abajo, con la lengua recorriendo su sexy ombligo, sus dientes raspando su estómago plano. Su cadera presionada contra la de ella, demandando, corrió su pierna hacia un lado.
Rachael gritó, un brutal grito de dolor, alejándose para enroscarse hasta quedar en posición fetal. Su grito hizo que los monos en los árboles empezaran a parlotear y los pájaros a rezongar. Ahogó el sonido rápidamente, aspirando profundamente para retomar el control.
El mundo perfecto de Rio se hizo pedazos.
– ¿Que diablos estoy haciendo? Maldición, Demonios -Gimiendo, rodó lejos de ella hasta quedar tendido de espaldas, cubriéndose el rostro con ambas manos- Lo siento, Rachael, demonios, realmente lo siento. No sé lo que paso. Lo juro, por un minuto, yo era otra persona. O tú eras otra persona, o ambos éramos los mismos pero diferentes de cierta forma. ¡Infierno! Ni siquiera sé lo que estoy diciendo -Retiró las manos de su cara y la miró, con expresión triste- ¿Estás bien?