Para su asombro, Rachael se dio la vuelta, delicadamente, con sumo cuidado, y le hundió los dedos en el cabello.
– No me rompo tan fácilmente Rio. Pude haber dicho que no. Por un momento, yo también sentí que era otra persona. Te conocía íntimamente, te pertenecía y había sido así por un largo tiempo. Me sentí tan cómoda, tan completa. Creo que hubiera sido muy feliz de haber sido esa otra persona, pero mi pierna hizo que volviera a la realidad. Soy yo la que debería disculparse.
– Te asusté.
Le dio un tirón a su cabello y ese gesto fue extrañamente familiar.
– ¿Parezco asustada? Pensé que había cooperado bastante. Me dolió la pierna cuando la moví, de otra forma, hubiera saltado sobre ti.
El rodó hasta ponerse de costado, apoyando la cabeza en una mano.
– ¿Por qué Rachael? ¿Tienes miedo de decirme que no? -Aún no podía controlar su respiración totalmente y su cuerpo estaba duro y deseoso, realmente adolorido. Más que nada quería volver a besarla, quería que su cuerpo le perteneciera. Quería que ella le perteneciera- Se que debes sentirte vulnerable por estar sola conmigo de esta forma, especialmente estando herida, pero te juro, que no suelo imponerme a las mujeres.
– Rio estás siendo tonto. Nos sentimos atraídos físicamente el uno por el otro. Hace días que vengo observando tu cuerpo. ¿Cómo podría no sentirme atraída? Si hubieras tratado de forzarme y yo no hubiera sido receptiva, te hubiera pegado en la cabeza con algo -le sonrió- Y ya sabes que soy muy capaz de eso. Por el momento tengo una herida en la pierna y no puedes darte cuenta pero, tengo algo de entrenamiento en defensa propia. En cierto momento estuviste muy vulnerable cuando estabas… hum… erecto. Teniendo o no la pierna herida, podría habérmelas arreglado para lastimarte.
– Cuando estoy contigo… -Rio luchó para encontrar las palabras adecuadas- Es como si siempre hubiera estado contigo, como si te conociera de siempre, como si estuviera habituado a hacerte el amor. Juro que a veces se me hace difícil ver la diferencia entre lo que es real y lo que es producto de mi imaginación. Es una locura.
Se inclinó hacia ella, cerca, tanto que las puntas de sus senos empujaron contra su pecho. Inmediatamente la sensación se sintió familiar, perfecta.
– Como llegar a casa -Suspiró- No estoy acostumbrado a estar con gente por un período continuo de tiempo, me hace sentir incómodo, pero contigo, no puedo imaginarme el estar sin ti -Le enmarcó la cara con las manos- Te deseo tanto que puedo sentir tu sabor en mi boca. Sé exactamente lo que vas a sentir cuando te penetre -Las puntas de sus dedos resbalaron hacia abajo por su cuello, sobre sus hombros para terminar trazándole el contorno del seno- Conozco tu silueta, cada curva, como si tuviera un mapa en mi mente.
Rachael sabía que se convertía en una persona sin cerebro cuando esas manos recorrían su cuerpo, dándole forma a sus senos, sus dedos deslizándose sobre sus tensos pezones enviando relámpagos a través de su torrente sanguíneo. Pero no era una mujer común a la que se le presentaba una oportunidad para amar. Podía tener una corta aventura, pero luego tenía que seguir adelante, dejarlo. Cada momento que pasaba con él lo ponía en peligro.
Tuvo cuidado de esconder detrás de las pestañas la expresión de sus ojos que denotaba el calor y el fuego que despertaba su toque.
– Me siento diferente. Desde la primera vez que llegué al bosque pluvial. Me siento completamente viva, como si algo dentro de mí tratara de liberarse -y se sentía altamente sexual. Desde que había llegado a esta casa, este lugar, el estar cerca de este hombre, a pesar de la fiebre o quizás debido a la fiebre, hacía que estuviera en un continuo estado de excitación. Ardía por él, pensaba en él noche y día, soñaba con él.
– Rachael, sabes ¿esa marca de nacimiento que tienes allí abajo en tu cadera? Sabía que estaba allí antes de verla. Sé exactamente como te gusta que te acaricien -Se sentó, pasándose la mano por el cabello agitadamente, dejándolo revuelto y salvaje, tan indomable como él mismo- ¿Cómo podía saber ese tipo de cosas?
Ella también sabía lo que le gustaba y lo que le disgustaba íntimamente. A veces sus dedos escocían por la necesidad de recorrer su plano estómago con ellos. Provocando y acariciando, siguiendo con su lengua tras el rastro que dejaban sus dedos hasta que rogara piedad. Conocía la nota exacta que tendría su voz, el áspero dolor en su tono. El sólo pensar en la necesidad y el hambre que denotaría su voz mandaba olas de fuego a través de su cuerpo.
Rio suspiró.
– Deja que le eche una mirada a tu pierna. Entre el gato que saltó sobre ella y yo que te hice daño, probablemente necesite atención -La miró, tenía el oscuro y rizado cabello alborotado alrededor de la cara, los labios apenas separados, casi como una invitación. Sus largas pestañas se levantaron y el se encontró mirándola directamente a los ojos, viendo su necesidad. Notando en ella el mismo ardiente calor que lo estaba quemando tan intensamente. Soltó una maldición ahogada y buscó debajo de la manta hasta alcanzar su tobillo, para destapar la pierna.
Rachael sintió esos dedos sobre la piel. Su agarre tenía un cierto aire de propietario. Con la yema del pulgar le recorría el tobillo adelante y atrás como una pequeña caricia, cada toque enviaba llamas que recorrían su pierna hasta llegar a la unión de sus muslos. Bajo las manos hasta colocarlas sobre su pie, comenzando a aplicarle un lento masaje que la dejo con el corazón en la boca.
– Se ve mucho mejor esta mañana, Rachael. Sin ninguna línea rojiza. Todavía está muy hinchada y las dos perforaciones están supurando otra vez. Voy a quitar las vendas y dejaré las heridas al aire para que se sequen.
Ella puso mala cara.
– Que agradable. Se estropeará la manta.
– Tengo un par de toallas que puedo poner debajo -Sus dedos se apretaron alrededor del pie- Rachael, pienso que pronto saldremos del bosque y que salvaras la pierna, pero dejará una cicatriz. Traté de reparar el daño, pero… -retrocedió, la presión que ejercía al agarrarla era lo suficientemente fuerte para revelar su angustia por la insuficiencia de sus cuidados sin decirlo con palabras.
Rachael se encogió.
– No estaba preocupada por las cicatrices, Rio. Gracias por lo que hiciste. A mi no me importa.
– Ahora no te importa, pero cuando vuelvas a tu mundo, a bailar con un vestido ceñido, podría hacer la diferencia -Se forzó a decirlo, a pensarlo. Al momento la bestia se alzó, peleando por obtener el control, la pelambre amenazando irrumpir a través de la piel. Perversos dientes muy afilados empujando para hacerse lugar en su mandíbula. Hasta sus dedos se curvaron, insinuando la inminente erupción de garras muy afiladas en la punta de los dedos.
– No puedo volver nunca más, Rio -dijo Rachael firmemente- No quiero volver. No hay nada más que muerte esperándome allí. Nunca fui feliz en ese mundo. Me gustaría probar aquí, donde me siento viva, donde me siento cerca de mi madre otra vez. Fueron sus historias las que me hicieron venir a este lugar. Cuando me hablaba del bosque pluvial, me hacía sentir como si estuviera en él, sintiendo sus ruidos, sus olores, su belleza. Sentía como si ya hubiera caminado en él, mucho antes de venir aquí
– Este no es un entretenimiento para llenar la fantasía de una mujer rica -dijo él, parándose abruptamente. Con el mismo descaro casual con que se ponía un par de tejanos- No hay tiendas aquí, Rachael. Hay cobras y animales salvajes que te cazarán y te comerán.
– Alguien se las ingenió para poner una cobra dentro de mi habitación cerrada antes de que viajara por el río -dijo. Era difícil no quedarse mirándolo, no notar el juego de los músculos debajo de su piel. Podía ver las cicatrices que cubrían su cuerpo. Muchas de ellas habían sido obviamente inflingidas por grandes gatos. Pero había otras de cuchillos y balas y otras armas que no podía identificar.